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Selva y aire: sobre Selva de Eliana Hertstein

Por Juan José Podestá


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La selva es un espacio abigarrado, confuso, denso, frondoso, y también pleno de diversidad biológica, estratos disímiles y capas vegetales superpuestas.

De lo primero, el poemario Selva (Tala Libros, 2022) de Eliana Hertstein no se hace cargo, porque los textos de este poemario son claros, diáfanos, medidos, breves. Sutiles y singularmente contenidos. En cambio, el segundo aspecto es cualidad consustancial a los poemas ofrecidos: ambigüedad, cierta opacidad sutil y acaso cierta difuminación. No hay contradicción: el mismo texto puede ser prístino y ambiguo a la vez. Este es el fundamental mérito del primer libro de Hertstein (Copiapo, 1987).

Selva está dividido en tres partes: Qhopayapu, Bisubisu y Ch’ajchu.

El primer apartado está encabezado por un epígrafe de Charles Olson: “lo que tengas que decir, deja / las raíces, déjalas / colgando / también el lodo / sólo para dejar en claro / de dónde vienen”. El fragmento señala cierta ruta o sendero en el tono de los poemas. Son las marcas que ciertas palabras, experiencias, ideas e imaginaciones han dejado en la poeta; tanto en ella como en sus versos. Una especie de timbre de agua de los escritos. Y existe en esto un motivo profundo: Qhopayapu es el nombre quechua (o aymara) de Copiapó, y que entre otros (errados o no) significa sementera de turquesas. La naturaleza misma de este territorio está inscripta en la voz de una hablante que regresa (para irse de nuevo) una y otra vez por los mismo temas e imágenes, casi como el recordatorio de una pertenencia, de una heredad, de una doble vinculación: pertenezco a una tierra y la tierra me pertenece:  Montañas escarchadas / cerros turquesas / bordeando el caudal / una selva florida / contando historias”.

En el segundo apartado, los poemas cobran inesperada fuerza ligada a una mirada personal de la naturaleza, a cierto uso de palabras que operan como contraseña entre la hablante y su mundo: mapa secreto para una ruta biográfica que se disuelve en árboles, pájaros, cerros, palabras.

Existe en Selva, reitero, una dinámica de ida y vuelta entre claridad y opacidad, entre una voz que, siendo clara, se disuelve en ambigüedad. Para decirlo de una manera más específica: el libro va de Qhopayapu a Copiapó y viceversa, de un pasado a un presente, de la memoria a una actualidad, de palabras ancestrales a otras nuevas, de usos ya extinguidos a otros ya cotidianos: Sentada / cavila mi cabeza / en dirección al Paniri / los tiuques observan el fluir del estío”. Y en esa ida y vuelta crece lo indeterminado.

La última sección, Ch´ajchu (nombre de un plato de comida boliviano), refrenda esa habitabilidad de la voz poética en un territorio, el cobijo (y descobijo) de una poética en un lugar, la poesía que insufla vida a parajes yermos: “El estero / la risa / y las voces subidas de tono / quiebran la hostilidad de lo baldío”.

Selva de Eliana Herstein tiene la sutil particularidad de la buena poesía: cierra y abre, va y viene, reduce y amplía, nombra y difumina, aterriza y vuela. Finalmente: selva y aire.


 

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Selva y aire: sobre "Selva" de Eliana Hertstein.
Por Juan José Podestá