INJERTO DE QUIJOTE A SANCHO
A los
66 años, Andrés Sabella cumple medio siglo de larga y quieta labor
literaria
Por Guillermo Blanco
en Revista HOY, 28
de noviembre al 4 de diciembre de 1979.
Es una especie de
Quijote metido, por azar, en la cuerpeada de un Sancho. Amplia
cintura, rostro redondo y gozador, apacible como él solo. Boca hecha
para decir "hermano", "amigo","amor" ,"paz". No parece tener
el pudor que los chilenos sentimos ante esas palabras. Y las vive: "he querido
que la Paz y la Poesía me definan, porque de este modo, únicamente,
puede un hombre crecer, bizarramente, y crear".
Alguna vez,
recuerda, "nos
llamaron, junto a Mario Ferrero, los tontitos de la paz. Nos
condecoraron con ello. Mi único odio está dirigido a los guerreristas,
con o sin casaca, a los que traen muerte a la vida, en lugar de
repletarla de más vida nueva". Puesto en la
realidad que Chile enfrenta, Andrés Sabella piensa que "no podemos demorar
más la hora fecunda del abrazo entre todos los chilenos -los de fuera y los
de dentro- para tomar las herramientas y desechar cuanto nos
limite".
Acaba de
cumplir 50 años de labor literaria, y de nuevo el azar mete la cola: "Formo parte
de la familia del Azar", escribe al
responder las preguntas de HOY: "acabo de ser
operado con el maquillaje que traía del estudio de televisión, donde
estaba grabando", y se apresura a
hablar, pluma en mano, como cuadra a un poeta, "en confesión
leal".
Campeón de
los 100.- Desde la carilla, con una que otra palabra tarjada,
parece resonar la voz tranquila del "hermano Andrés" ( hermano es su saludo
predilecto, y su actitud). Se declara "hijo de mi madre y
de la soledad que trajo su muerte, a muy temprana infancia". El desamparo, "que no
atenuaron las ternuras de mis tías", se hizo menos
doloroso al descubrir los juegos "que aún
practico".
Como no sabía escribir, dibujaba. Y vino el diálogo con los amigos,
que no termina. Otro descubrimiento: los techos. "Acomodé un
observatorio en lo alto del de la casa de mi abuela Delfina, donde
contemplaba el mar lejano y, sobre todo, el cielo que tenía encima de
mis ojos".
Aprendió a
leer en Prosas profanas, de Rubén Darío. Y apenas pudo trazar letras
propias, quiso ser como "el señor del
libro". En
eso, dice, "se
me han ido 50 años". Pero el azar
nunca se cansa de asombrar a Andrés Sabella y a quienes creen
conocerlo: " Al
anhelo de ser escritor agregué el de ser campeón atlético, y escogí
los cien metros planos como ideal, logrando el título del más veloz de
los corredores nortinos de mi tiempo".
Las lecturas
comenzaron a llamar. Hacia 1928 fue compañero de algunos devoradores
de libros, como Radomiro Tomic y Enrique Miralles. Por préstamo del
poeta Rafael Coronel conoció la revista Selva Lírica. Un
maestro, el padre Urzúa, le dio a leer a Vicente Huidobro. En ese
mismo año 29 "decidí principiar
mi carrera de escritor, editando "13 poemas de vanguardia y una
ilustración". Su ideario: "insultar, ser
rebelde, respetar las caídas, despreciar a los burgueses". El padre de
Andrés, que costeó la edición, comentó: "¡Y este tonto
burgués paga la gracia del insulto!".
Vivirlo
todo.- No tan burgués, el padre. Joyero, bondadoso, paciente,
legaría al hijo su amor por el dibujo, "sin ser arquitecto,
construía casas y diagramaba joyas". Sabella recuerda: "Era la
humildad en persona. Su único orgullo consistía en haber tocado, de
niño, las campanas del Santo Sepulcro en Jerusalén. Allá llegaron, de
Florencia, mis abuelos italianos. Mi abuelo era tallador en
madera".
Cuando Andrés
decidió "ser
escritor para siempre", frustró las
esperanzas de su padre de que fuera abogado. Pero se repuso y le
aconsejó: "si
vas a ser escritor, dedícate las 24 horas del día".
Eran tiempos
de bohemia. A los 16 años "caí en los brazos
apasionados de una mujer que mucho influyó en mí, dándome ese regalo
de maternidad que toda mujer lleva". Se llamaba Estela
Leodania. Pasado el tiempo, volvieron a encontrarse, y el poeta le
obsequió un ejemplar de La canción de la fiesta, de Neruda.
"Todo
lo quise vivir", confiesa, "todas las vidas
posibles". Se
reconoce hijo de Baudelaire, que le enseñó "que se puede pasar
días sin comer, pero ninguno sin poesía".
Seres
extraños.- Las lecturas se apilaban: Machado, Azorín, Saint-Pol
Roux, Corbiére, Quevedo. Y, al lado afuera de los libros, "busqué seres
extraños para la amistad". Primer amigo: el
contramaestre Pizarro. Andrés pasaba horas en su goleta, en
Antofagasta, oyéndole "contar historias de
mujeres y de fantasmas del mar... ¡Me tatué! Todavía
siento el pinchazo de la aguja de Frank Dee". Pizarro lo
llevó, cuando aún era estudiante, a las tabernas y burdeles del puerto,
donde "él
mandaba con su fuerza". Hoy, se ufana el
poeta, "soy
Gentil Hombre del Mar de la Hermandad de la Costa".
Llegó a Santiago "ansioso de
literatura".
Conoció a los poetas David Perry, Oscar Lanas, Carlos Barella.
Mientras estudiaba leyes en la Universidad Católica hizo amistad con
Eduardo Anguita, Roque Esteban Scarpa, Alberto Baeza Flores. "Juan Sandoval me
tiró de cabeza al marxismo". Pero la bohemia
es cosa viva. Junto a personajes de leyenda como Alberto Valdivia, "el
cadaver",
recorrió "el
vértigo de la vieja calle Bandera". Cabaret, drogas,
poncheras y "las niñas de las
cafeterías populares, ejercieron un deslumbramiento fatal" en el joven
provinciano.
De
esta "boehémia
tempestuosa, quedó mi colección de códigos desgarrada. Dos años debí
restaurar la salud". Su casa era un "cuartel de
bohémios":
puertas siempre abiertas, voluntarios para compartir el pan y el vino,
poesía que "abofeteaba a los
primeros uniformes pardos que nos amenazaban", (los de los
nascistas chilenos), y escribía en las paredes: " Libertad y Paz".
Cristo,
inesperado.- La palabra, declara, "es para mí la
herramienta más preciosa del hombre". Admira su potencia
para renovarse y ha querido que las suyas "sean fuego quemador
de todos los látigos". El Chile que
sueña es "de
hombres sanos, dueños de una viva inteligencia de vivir". Siente la
urgencia de que Chile "seamos todos los chilenos, los próximos y los
lejanos, los 'buenos' y los 'malos'".
A la pregunta
incómoda (¿qué es Cristo para él?) responde con su habitual falta de
pudores: "Cristo ha sido la visita más inesperada. Estuvo en mi
infancia y en los primeros pasos de mi adolescencia. Perdí la Gracia.
Viví, largamente, en vacío de Cristo. No sé cuándo nos reencontramos,
ni dónde. ¿En la soledad de un hospital, en la angustia de los hogares
chilenos que sufren, en la lección serena de los Evangelios? Ahora me
halaga hablarle a solas, confiarle mis impulsos".
A la
vieja duda sobre qué le hace el periodismo a la literatura, contesta
que el periodismo le ha enseñado "a economizar el lenguaje. Calculo
que eso que llaman la maestría del verso corto es fruto del quemar
sílabas inútiles, para dejar sólo las esenciales. Lección venida del
artículo periodístico".
¿A
quién le escribe Andrés Sabella? "A un rostro que sólo yo distingo".
Las crónicas "me son como dictadas y se concluyen con rapidez". A los
66 años muestra experiencias decisivas en esa vida suya que quiso
vivir todas las vidas: "la múltiple, modesta y vibrante del
universitario; el contacto con los pobres que fui conociendo por el
país; mi ingreso al movimiento obrero en 1934". Y, por cierto, el
cuarto de siglo juntos a Elba Emilia, quien me complementa con su
lectura incesante".
Alma
de Quijote en breve y amplio cuerpo de Sancho, si Andrés Sabella
pudiera rehacer su vida -¿para qué?, preguntaría más de alguien- "sólo
acentuaría mi servicio a la causa de los trabajadores del mundo, de
los pobres que esperan"