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POESÍA EN PAMPA
Donde la “poesía latinoamerica” halla su término

Andrés Ajens

Layqa runa, imainatátaj watusúnchij kay wátuy mana atinata.
Farauste de los destinos, ¿cómo traduciremos lo imposible – de traducir? *

I

Un dedo de entrada, nomás un índice –otros hay– antiquísimo,  moderno: Crise de vers, de Stéphane Mallarmé (1895), habitualmente traducido por Crisis de verso, o de versos, que el franco vers singular plural es, mas que hoy traslaparíamos talvez mejor si dijéramos llanamente poesía en pampa. ¿Índice de qué? De una conmoción del carajo, de un trastorno de la gran puta –al decir de Mallarmé, fundamental–, con licencia de putas y de carajos:

Lo remarcable es que, por primera vez, en el curso de la historia literaria de un pueblo [au cours de l'histoire littéraire d'aucun peuple; es decir, de un pueblo como ninguno, de un pueblo como de cualquier pueblo], conjuntamente con los grandes órganos generales y seculares en que se exalta, a partir de un teclado latente, la ortodoxia [luego hará especial mención al verso alejandrino], quienquiera con su juego y su oír individuales puede hacerse un instrumento, desde el momento en que sople, lo taña o golpee con ciencia; probarlo aparte y dedicarlo también a la Lengua.

Mallarmé habrá saludado tal crisis como un paso promisorio en la individuación literaria –individuación olvidada de sí, con todo, impersonal; un poco más adelante apelará a la desaparición elocutoria del poeta que cede la iniciativa a las palabras y, al fin y al cabo, al genio anónimo y perfecto como una existencia de arte  (dejo por ahora en suspenso esta última y no poco inquietante expresión –una existencia de arte– aunque no dejo de remarcar que ella nos arroja ante la consumación del moderno proyecto identificatorio, desazonante: hacer de la vida una obra de arte). Tal individuación, de paso, erosiona toda común referencia formal en poesía.

En otras palabras: el franco decimonónico siglo habrá venido a subrayar la interrupción de la inveterada identificación entre poema y comunitaria configuración métrica y, a más abundamiento, entre poesía y forma. Desde entonces, la crisis no habrá hecho sino agudizarse. ¿Cómo reconocer un poema hoy? ¿Cómo no pasar o pasarse gato por liebre? ¿Cómo distinguir un poema de una tan vieja como nueva novela, de una generacional frase publicitaria, de un guión genéricamente preformateado, de un puro cuento del drama o melodrama contemporáneo – si ningún criterio formal pudiera venir ya a zanjar nada?

Subrayando tal desmadre, Mallarmé subrayara también otra cosa: esto ocurre por primera vez, dice, en el curso de la historia literaria de un pueblo – de una cadencia nacional. Afirmar esto, ¿conlleva reponer sin más la convicción habitualmente dicha romántica que estipula que cada pueblo, que todo pueblo y/o nación tiene su literatura, que la literatura es eminente y universalmente cosa nacional-popular? No es tan seguro. Tal vez lo que se subraya ahí fuera antes que nada el carácter simplemente histórico o histórico-destinal de eso que llamamos literatura, su darse no ubicua ni atemporal ni universalmente sino en una proveniencia o destinación histórica dada – y Mallarmé distinguirá luego, como fuera habitual en su tiempo, entre letradas o civilizadas eras (las europeas, eminentemente) del resto. Así, por primera vez, tal crisis, tal vez: en el curso de la historia literaria de un franco pueblo – la France, de Occidente, moderna punta de lanza.

Ante crisis tal siempre cupiera la posibilidad de intentar negarla o reprimirla, retornando defensivamente al fondo, por caso, y, si no al fondo, al poder instituido.
 
Al fondo, a la identificación del poema con el fondo, con el contenido, con el tipo de contenido, que es sobre lo que la poética antigua, aristotélica, se irguiera (el poema trágico: mima de caracteres nobles; la comedia: mima de caracteres bajos, etc.). Y si no por el fondo, tentación de reprimir la crisis apelando al poder instituido: lo que la institución (literaria, académica y/o estado-nacional, pero no sólo ellas), su voluntad de poder, habrá reconocido.  

Con todo, si algo se da a remarcar a fines del siglo XX, un siglo tras el siglo de Mallarmé, es que el signo no da (para) más, esto es, que la distinción entre significante y significado, forma y contenido, sensible e inteligible, efecto de marca fuera, de trazaduría; la Destruktion heideggeriana como la déconstruction derridiana de la metafísica del signo habrán vuelto inoperante todo retorno sin más a la forma o al fondo como respuesta a la susodicha crisis. Y dado que una marca jamás fuera meramente institucional o instituida, pues nunca deja de ser a la vez inestablemente des/instituyente, una respuesta nomás institucional tampoco pudiera conjurar el desmadre que el franco siglo XIX –en el preciso instante en que comienzan a institucionalizarse las literaturas y demás artes nacionales en América Latina o, dicho con una expresión que sonrojara talvez no sólo a Mallarmé, las maquinaciones latinoamericanas– habrá venido a remarcar en poesía.

Hoy por hoy, en nuestros tan propios como impropios pagos, en los parajes de la escritura, los “problemas” de identificación del poema, reitero, no hacen sino agudizarse. La estridente inflación de adjetivos que actualmente acosan al término poesía fuera un síntoma de ello, entre otros tantos: poesía visual, poesía sonora, poesía experimental, poesía oral, poesía performática, poesía objeto, poesía concreta, poesía femenina, poesía joven, poesía aymara o mapuche o zapoteca, para no volver ahora a la extensa lista de maquinaciones tan nuevas como viejas auto-proclamadas en poesía.


     

Hoy por hoy, en los parajes de la escritura...  ¿Cuál escritura, empero? (No habiendo la escritura, no habiendo un equivalente universal de escritura, sencillamente porque si lo hubiera ni marca ni comarca habría ni abriríase un espacio-tiempo para tal pregunta). ¿Cuál escritura pues? Si decimos escritura poética sin más, como parte de la tradición literaria, aun estaríamos en Occidente, en las comarcas de Occidente, en el habla e inscripción de Occidente (doble genitivo: lo que Occidente escribe y a la vez lo que escribe a Occidente); pues la marca literaria, aun permaneciendo abierta en sus envíos, parte por reiterarse, reiterándose como literatura, como arte literario (la expresión, aún, de Mallarmé), tal envío de Occidente. (La literatura, su posibilidad, cosa de Occidente: no fuera necesario volver a Heidegger o a Derrida, bastara con mentar al cordobés Walter Mignolo o, con otro acento y otra radicalidad, al vecino santiaguino Pablo Oyarzún, y, antes bien, nomás parar la oreja). Con lo cual, en la hora de la mundialización tecnoliteraria, la Conquista, la imposición tecnopoética de Occidente, en los latinoamericanos pagos, viejísima como novísima violencia, cómo no, continuaría.  

[Continuará…]

 

∞ ∞ ∞

* Ataw Wállpaj p’uchukaykuyninpa wankan, anónimo, manuscrito de Chayanta (Oruro); traslape al romance migrante, aquí, del suscrito. Fotografías: Puruchuku, en los faldeos serranos de Lima. A. A.

 

 

 

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