Proyecto Patrimonio - 2011 | index | Alfonso Alcalde | Cristián Geisse | Autores |

 

 

 

 

 





Alfonso Alcalde cuentista*

Por Cristian Geisse Navarro
cgeissenavarro@gmail.com
tambellaco@yahoo.com

                                                                                                                     

*Este texto es el prólogo al libro de Alfonso Alcalde, Cuentos reunidos 1967-1973. Ediciones Altazor, Chile, 2007.

 

I

Entre 1967 y 1973 Alfonso Alcalde publicó una serie de libros de cuentos que han provocado la admiración de lectores, críticos y escritores de varias generaciones. Abundan en ellos personajes populares, maestros chasquillas, payasos de circo pobre, vagabundos, pescadores, carniceros, prostitutas, presidiarios, ahumadores de pescados y otros de calaña similar. También vemos aparecer leones artistas, caballos con problemas existenciales, ratones compañeros de huelga. Además el vino corre en estos relatos con alegría y abundancia. También la comida, los trutos de pollo, los perniles de chancho, el tritre ahumado, los congrios, las pichangas, pollos, mariscos y demases. Las picadas, los bares, los hoteles de pasajeros urgentes, los barrios marginales, las caletas de pescadores, basurales son espacios recurrentes. Y la risa, una risa que hasta cierto punto se había desvinculado de la representación literaria del pueblo chileno, y que en estos cuentos arremete con fuerza, desatada, sin complejos, “para la desdicha de los tontos graves y los huevones a la vela” (Las Aventuras 11). 

Estos relatos revelan una increíble pericia narrativa, experimentaciones estéticas arriesgadísimas y una capacidad lírica sobresaliente. Los hay –a partir de todo lo dicho– quienes prefieren al Alcalde narrador que al Alcalde poeta.

En la presente edición se reúnen todos los cuentos del periodo anteriormente señalado. Se publican de forma íntegra y con total apego a sus primeras ediciones los siguientes títulos: El Auriga Tristán Cardenilla (1967), Alegría Provisoria (1969), El sentimiento que te di (1971) y Las Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973). Anteriormente, en 1992, una extensa antología titulada Alfonso Alcalde en cuento, realizó un esfuerzo similar, aunque no incluía la totalidad de los textos aquí reunidos (excluyendo algunos de ellos e incluyendo otros de diferentes periodos) y tampoco indicaba la procedencia de los relatos. Más allá de eso, la imposibilidad de adquirir hoy en día esa antología, es una prueba de la aceptación que el Alcalde cuentista tiene entre los lectores chilenos y da muestra de la necesidad de este tipo de esfuerzos.

II

Por su fecha de nacimiento (1921), Alcalde pertenecería a la generación de 1957. Sus coetáneos, por lo tanto, serían los narradores pertenecientes a la llamada “Generación del 50”, un grupo impulsado por Enrique Lafourcade. Entre los autores destacados de esta promoción encontramos escritores tan notables como José Donoso, Jorge Edwards, Jaime Lazo, Mercedes Valdivieso y por supuesto el propio Lafourcade. Con ellos comparte una serie de características que los unen. Por ejemplo, el deseo de no poner la literatura al servicio de una ideología determinada (lo que no significa que no exista en ellos crítica ni preocupación político-social). También un acercamiento a las problemáticas existencialistas. Pero sobre todo las intensas exploraciones narratológica que los llevaron a la utilización de técnicas ligadas a la corriente de la conciencia, al uso de narradores múltiples y a la plasmación de acontecimientos, espacios y temporalidad bastante desrealizados.

Sin embargo Alcalde está y estuvo muy lejos de ser uno de ellos.

Alcalde se integra a un grupo de autores (Miguel Ángel Varas, Franklin Quevedo y Nicolás Ferraro) quienes, si bien pertenecerían a la Generación de 1957, desarrollan una literatura diferente a la llamada “Generación del 50”. Y es diferente principalmente por que se centra, identifica y retrata fundamentalmente a un sector social distinto: las comunidades más desposeídas y empobrecidas de nuestro país.

Jaime Concha, postuló en dos prólogos distintos dedicados a dos antologías diferentes, la existencia de este grupo de escritores que se diferencia notablemente de la “Generación del 50”, pues en esta última, a su juicio “se incuban líneas muy diferentes de expresión literaria, pero sobre todo una literatura cristiana y una literatura pituca” (1971:10), considerando además que el grupo al que pertenecería Alcalde, es uno que (junto con Baldomero Lillo, Carlos Sepúlveda Leyton, Nicomedes Guzmán y otros), habría echado las bases de una “auténtica literatura popular” (1973: 7).

Si bien estas afirmaciones de Concha parecen encontrarse bastante ideologizadas, abren interesantes perspectivas para el estudio de la literatura de nuestro país. De hecho, Alcalde, ya en 1980, confirma en parte los dichos de Concha:

Nosotros nos instalamos en un sector popular como era el subproletariado: los marginados, los aurigas, los cesantes, los payasos pobres y yo viví buena parte de mi vida entre ellos.
(...)
Te digo nosotros porque hay un grupo: José Miguel Varas (Porái, Cahuín), Franklin Quevedo (Todos seremos rosados), cada uno con características un poco distintas. No somos generación, yo creo que nos unía un común ideológico.
Luego en Europa nos dimos cuenta de que la nuestra era una literatura marginal dentro de Chile. Más claro: éramos escritores regionales, medio aldeanos, subdesarrollados, en un marco tan distinto al que se mueven Jorge Edwards, José Donoso, porque ellos trabajan con personajes de una gran certeza, ubicados en una clase decadente, pero que en alguna medida tiene universalidad. Nosotros empezamos a trabajar con elementos muy precarios, muy desposeídos, casi sin cabida dentro de un proceso cultural y nos inscribimos en la marginalidad con nuestros propios personajes.  (De la Fuente  41-42).

En el caso de Alcalde, este acercamiento e identificación con los grupos sociales más vulnerables y desposeídos de nuestro país, es un rasgo que se deja notar tanto en la temática de sus textos, como en el desarrollo de un estilo marcado por la cosmovisión propia de los llamados “sectores populares”, fenómeno muy importante para la apreciación de su obra, ya que podría postularse que la muy particular estética desarrollada por el autor tiene profundas raíces allí.
Pero la declaración anterior también revela una de las más grandes frustraciones de este artista: su supuesta imposibilidad de salir de los límites de lo regional o lo nacional.

III

Partamos diciendo entonces que Alcalde se consideraba así mismo un escritor popular,  considerándose un investigador de los usos y costumbres del pueblo chileno: “He salido otra vez a encontrar al pueblo, sintiendo una fuerza natural para incorporarme a él: esa es una de las condiciones para un escritor popular. Ese es el planteamiento nuestro, pretendemos interpretar a ciertos sectores populares por estar dentro, no como una curiosidad” (De la Fuente 44). Las formas como se materializó ese contacto son varias. En primer lugar podemos mencionar la cantidad de oficios que Alcalde desempeñó durante diversos periodos de su vida. En distintos lugares el escritor señaló haber trabajado como “picapedrero, minero, ayudante panificador, vago consuetudinario” (Impresiones 369), cuidador de plazas, recepcionista de moteles y hoteles baratos, “cuervo” de una funeraria, ayudante en circos pobres y otros de tipo similar. Para Alcalde el acercamiento a todos estos oficios –según sus propias declaraciones– derivaba de una necesidad de investigar y obtener un conocimiento directo de la realidad de los personajes populares que encontramos en sus cuentos, poemas y obras dramáticas. Sabemos además que vivió por muchos años en las pequeñas caletas del sector penquista de nuestro país. Su acercamiento a la gente de la zona, su asimilación de sus usos y costumbres, por lo tanto, fueron intensas y genuinas. Su trabajo como periodista, por otro lado, puede considerarse como una de las fuentes más importantes de su labor investigativa. Al respecto señaló: “El periodismo, hasta hoy día, me nutrió de materia prima constante, de seres reales, directos, aliterarios.” (“Impresiones” 372). El acercamiento al mundo de la cultura popular mientras trabajó en radio, prensa y televisión fue una constante. Y aquí hay que tomar en cuenta –por ejemplo–el “proceso que ‘conecta’ la radio con una larga y ancha tradición de expresiones de la cultura popular”, en los que sobresalen en circo, el folletín, el melodrama y otras expresiones populares (Barbero 183) también frecuentadas por Alcalde. Al respecto vale la pena recordar la crítica que Alone hiciera a El Auriga Tristán Cardenilla:

¿A qué se debe esta intermitente relajación en escritor tan sin duda bien dotado y capaz de excelencias? Tememos que al ambiente de las radios frecuentado por Alfonso Alcalde y a su humorismo truculento y descendente, orientado hacia la hez. Muy difícil respirar esa atmósfera sin contagiarse un poco. La gravitación del bajo auditorio, que envilece las audiciones populares, se trasmite a los libretistas de más categoría y va poco a poco bombardeándolos, cargando el acento de la grosería, de los detalles puercos y la broma obscena.

Tal “humorismo truculento y descendente, orientado hacia la hez”, es fácilmente homologables a los principios de la vida material y corporal que están en la base del “realismo grotesco”, esto es, el predominio de imágenes del cuerpo, de la bebida, de la satisfacción de las necesidades naturales y de la vida sexual que por mucho tiempo fueron la concepción estética propia de la cosmovisión popular en distintas latitudes geográficas en el mundo (La cultura 23).

De esta forma Alcalde desarrolla un sistema de imágenes y una forma de humor que parecen romper con cierta visión unilateral sobre estos sectores sociales, en los que suele resaltarse la miseria y el sufrimiento,  y no la vitalidad y alegría de vivir que también les caracteriza. El humor, el chiste y la capacidad de crear imágenes en los que sobresalen las exageraciones y la libertad inventiva, son consideradas por él intrínsecas a estos sectores sociales. Así por lo menos nos parece al revisar las palabras que dan inicio a Las Aventuras de el Salustio y el Trúbico:

De la cintura para arriba y de la cintura para abajo, los cuentos populares de antaño escarbaron el alma, los trabajos y la conducta de nuestros compatriotas. (...) El Salustio y El Trúbico (...) se ponen ahora a recorrer estas impertinencias, estas goloserías materiales, estas tribulaciones que escuecen otra realidad que no por verdadera es menos cierta. (...) Se trata, entonces, de movilizar esta fortuna del humor que nos cayó en gracia para la desdicha de los tontos graves y los huevones a la vela. (Las Aventuras 9-11) 

Esto es fácilmente observable en todos los libros anteriormente señalados. En gran cantidad de sus cuentos abundan las imágenes grotescas, es decir aquellas que “consideradas desde el punto de vista estético ‘clásico’, es decir, de la estética de la vida cotidiana preestablecida y perfecta, parecen deformes monstruosas y horribles.” (La cultura 29). Los ejemplos que podríamos citar son muchos. Pero especialmente ilustrativo en este sentido podría ser el cuento titulado “Cuando son contratados para cambiarle el color a los congrios en el galpón de la Cicatriz con eco en el puerto de San Vicente”, donde el Salustio y el Trúbico (ex payasos, maestros chasquillas y personajes recurrentes de Alcalde) llegan hasta un clandestino para ofrecerse como trabajadores. Allí, en lugar de pintar los pescados para engañar a la clientela como habían convenido con La cicatriz con eco, su patrona, se dedican a pintar cuadros y hasta murales sobre sus escamas. Uno de ellos, titulado “El terremoto y pa más recacha incendio de Valparaíso”, nos presenta el siguiente panorama:

El Salustio pintó damnificados pal mundo: cojos, mancos, mujeres en pelota, pescadores, curas, vendedores ambulantes, conchenchos y los gallos con la caña, al fondo.
Los incendios eran tal reales, que empezamos a sentir el olor a fritanga y la gallada, oiga, bajando de los cerros con sus canastos y esos retratos en colores de los abuelos y la cabrería y los perros y también los evangélicos que no sé por qué tienen cara de serrucho y los colegiales y los capitanes de buque con la bolsita de maní al lado y los heladeros y los que limpian alcantarillas y los que venden huesillos con mote y la señora con arrepentimiento que se confesaba de rodillas delante de su propio marido, diciendo: “Eufrasio, m’hijito, ahora que somos iguales frente a la pelada, le ruego me disculpe por habérmelo gorreado tanto”, y entonces empezaban las fletas, el marido disparando patadas, combos y su escupo en el ojo mientras entraban a tallar los canutos, poniendo a los contrincantes en sus respectivos rincones, exigiéndoles cumplir el reglamento del box.
–Con esta obra –dijo El Salustio, mirando el cuadro desde lejos– nos vamos a hacer famosos en menos que canta un gallo. Lo que pasa es que los colegas pintores tienen miedo de poner la chusmeque tal cual.
Y sin mayores comentarios le agregó a la fiesta un obispo y un jugador de fútbol declarando a los periodistas: “Estamos bien física y anímicamente y esperamos no defraudar a la hinchada”, con decirle que estaba tan embalado que se le terminaron los congrios y siguió pintando la pared y todo lo que encontraba a su paso, risollando como si estuviera herido y echando espuma por la boca. (Las Aventuras 27-29)

Este fragmento puede servir como pequeña muestra del estilo de muchas de las narraciones de Alcalde, pero además nos acerca a las pretensiones de su escritura. Alcalde, al  igual que el Salustio, intentó hacer un retrato del pueblo chileno desde dentro, tratando de entregar su versión de las clases populares, tratando “de poner la chusmeque tal cual” desde su insólito propio punto de vista, aunque siempre notoriamente influenciado por las visiones y voces de la gente del pueblo, con las que convivió por largos años. De esta forma sobresalen en sus relatos (también en el teatro y la poesía) una estética grotesca con marcados rasgos populares, donde el humor –cargado de hiperbolismos, exageraciones y excentricidades– se confunde con exploraciones narratológicas muy arriesgadas. Sus relatos además están constantemente sumergidos en una alegre relatividad de las cosas del mundo, donde el sexo, las comidas, el vino –sobre todo el vino– se muestran con generosidad y sin condena. No se deja afuera, sin embargo, el retrato de las desesperantes condiciones de vidas de algunos de sus personajes, aunque sin manifestar rencor, sin señalar responsables, sin carga ideológica. Son más los cuentos en los que la ternura, la solidaridad, la amistad, la generosidad, la melancolía y la hilaridad se hacen presentes intentando superar el sentimiento trágico de tales existencias.

Abundan en estos cuentos hechos extraordinarios, que salen de los marcos de la realidad, pero que aún así dan cuenta de la forma de vivir y de ver el mundo de los personajes populares. Entre ellos son una constante las relaciones de amistad y solidaridad entre hombres y animales, quienes entablan largas y entrañables conversaciones en las que se comparten las miserias y alegrías de la vida cotidiana. Los leones de circo que soportan los embates de la pobreza hombro a hombro con sus compañeros payasos. También los caballos tristes, confundidos, algunas veces angustiados por vidas difíciles de sobrellevar. Igualmente se observan numerosas situaciones disparatadas, excentricidades y otras circunstancias en las que el curso de la realidad se tuerce y abre paso a delirantes acontecimientos donde la fantasía y la impresionante imaginación de Alcalde se manifiestan con poderosa intensidad. Arreglos de maestros chasquillas que dejan refrigeradores vomitando fuego y cocinas congeladas, teléfonos por los que sale agua y mangueras de las que brota música. Camas en poblaciones marginales donde duermen más de veinte personas, algunas de ellas con sus herramientas de trabajo o sus bicicletas. Laberínticas percepciones del mundo donde Tomé se confunde con Thule y un siniestro personaje –Pérez– condena a toda una familia a navegar eternamente por el mundo sin encontrar jamás su destino. Cenas que transcurren en el cielo de una casa, en la que los maestros cocineros deben enviar a los comensales a comer con una catapulta.

Alcalde así, está siempre intentando salir de las lindes de la realidad y de lo establecido. Y de la misma forma está constantemente luchando por romper los límites del cuento. Son permanentes la inclusión de nóminas de personajes y lugares de acción –por lo menos en sus dos primeros libros–, característica que junto a un marcado dialogismo, acercan constantemente sus relatos a la dramaturgia. Por otra parte se observa un lirismo desbordante, que en muchas ocasiones se apodera del relato y asfixia la narración.  Los relatos de Las Aventuras de El Salustio y el Trúbico son bautizados por el autor como “chascarros” y la mayoría de ellos parecen haber sido escritos de “un solo tirón”, como si Alcalde se hubiese “embalado”, “risollando como si estuviera herido y echando espuma por la boca” (Las Aventuras 29). En ellos se manifiesta una estética delirante, cargada de humor y de arranques imaginativos que deslumbran y desconciertan, hasta el punto de que es factible pensar que el lector se encuentra ante un tipo distinto de género narrativo.    

Podemos apreciar de esta forma que Alfonso Alcalde no es un autor fácil, aunque la mayoría de sus narraciones pueden embrujarnos y hacernos recorrer sus líneas con una ligereza que llena de placer, logrando así que la lectura se convierta en una admirable aventura estética.

IV

Durante mucho tiempo Alfonso Alcalde sufrió de cierta falta de consideración, tanto por parte de los críticos, como de los lectores. Personalmente me parece increíble que sus cuentos no contasen con nuevas ediciones durante la vida del autor. No sé hasta qué punto esto tenga que ver con las actitudes de Alcalde hacia el medio editorial o hacia el momento político que tuvo que vivir en Chile a la vuelta de su exilio. Las Aventuras del Salustio y el Trúbico, en 1973 con una primera edición de 50.000, se agotó totalmente en muy poco tiempo. Sabemos también que El Auriga Tristán Cardenilla fue elogiado por José Donoso, en una época en que era considerado uno de los críticos más exigentes del país, ¿entonces?

Jaime Concha, en su prólogo a la antología Historias de risas y lágrimas, donde se reúnen cuentos de Alcalde, Varas, Quevedo y Ferraro, señala que estos escritores tienen una serie de características comunes, dentro de las cuales sobresalen no solo una temática similar, sino el silenciamiento editorial por razones ideológicas:

Varas, Alcalde, Ferraro, Quevedo –ahora reunidos en Quimantú– presentan todos un rasgo común: son gente que ha estado fuera del panteón literario de los últimos años. La producción de estos narradores se inicia en la década de 1940, antes de la represión de González Videla. De obra silenciosa unos, de creación intermitente otros, todos ellos han sido marginados de las jerarquías oficiales por la crítica imperante y por los medios de difusión de la burguesía (editoriales, revistas, foros, charlas: todo su aparato cultural). Solo recientemente, desde el triunfo popular de 1970, se comienzan a reconocer su valía y la evidente significación de sus escritos. (9-10)

  ¿Cuanto de cierto hay en todo esto? Es sin duda un problema digno de ser analizado, sin embargo, reconozco carecer de los antecedentes necesarios para dar una respuesta definitiva. Notable, sin embargo, es la mención de la palabra “silenciamiento” utilizada por escritores tan importantes como Carlos Droguett y Pablo de Rokha para referirse tanto a la obra de Alcalde como a sus propias obras. Pablo de Rokha declara “Los jureros de siempre lo han venido acorralando, silenciando como ocurrió durante medio siglo con mi propia obra, pero Alfonso Alcalde no será un nuevo mártir de la poesía chilena” (Alfonso Alcalde en cuento contratapa). Alfonso Alcalde, por su parte, realiza ciertos comentarios parecidos refiriéndose a su propia obra: “A veces pienso que sería necesaria una actitud que realmente ponga en juego mi vida contra un sistema destructor que trató de silenciarme como a tantos otros seres humanos que algo tenían que decir, hacer, denunciar, interpretar.” (“Impresiones” 379). Alcalde, a lo largo de su vida, vuelve constantemente a hacer hincapié en las dificultades que tuvo para publicar y difundir su obra. En 1971, por ejemplo declara:

Un energúmeno como yo, que arrastré a mi familia para escribir y no para producir, puede decir que hago la gracia de escribir, pero ellos hacen el resto de la gracia: soportarme, ayudarme y entender esta dosis de rebeldía que uno puede tener contra un régimen. Somos cesantes desclasificados. ¡Qué importancia tiene la familia cuando se lucha contra un sistema! Si hubiésemos sido un escritor oficialistas nos hubiesen dado una beca. Somos parias, borrados de la lista de los otros parientes. (Vidal 10).

Las arduas batallas políticas de aquellos tiempos, sin duda deben haberse proyectado a la literatura, las editoriales y la crítica. Es posible que los editores resolviesen publicar a algunos escritores y a otros no, tomando en cuenta, no la calidad artísticas de éstos, sino más bien sus posturas ideológicas. Uno puede preguntarse, siguiendo a Concha, si acaso el silencio editorial de Alfonso Alcalde que va desde 1947 a 1963 guarda relación con “los medios de difusión burguesa”. Como ya señalé anteriormente, carezco de antecedentes como para responder la interrogante. Por el momento, sin embargo, creo necesario resaltar las enormes dificultades para publicar que todos los miembros de la “Generación del 50” tuvieron en la misma época. Según José Donoso “Claudio Giaconi, Alfonso Echeverría, Armando Cassígoli, Alejandro Jodorowsky, Luis Alberto Heiremans, María Elena Gertner, Jaime Laso, todos publicamos nuestros libros en forma un tanto avergonzante, con ruegos y empeños, en privado o por suscripciones” (26-27). Por otra parte, Alfonso Echeverría, uno de los más activos defensores de la literatura de la “Generación del 50” en sus inicios, ataca las ideologías izquierdistas como forma de difundir una obra. En una conferencia del congreso de intelectuales de Concepción en 1958 declara:

Reconozco las ventajas de una filiación política. Doctrinas anacrónicas como el marxismo, productos caducos del siglo XIX, ofrecen al autor que les rinde tributo un servicio de difusión muy eficaz. Desgraciadamente, no es un servicio gratuito. El precio es la posesión más valiosa del escritor intransigente: su libertad. (Promis 360)

Al respecto, me parece, es absolutamente necesario tomar en cuenta que, como señala Gonzalo Rojas, Alcalde “No era amigo de compromisos facilones” (7) y que –si bien era declaradamente izquierdista– la manera en la que relacionaba la literatura y la política era bastante compleja:

No creo que la literatura sea una solución. El escritor maduro debe ser de una enorme amplitud humana y teórica, luchar contra los sectarismos, contra el oportunismo, contra las fórmulas fáciles. El arte no es la salvación. Hay que estructurar de tal forma que el arte se incorpore como fuerza necesaria y no como una fuerza paternalista complementaria. (Vidal 10).

Pero más allá de todo eso, hay además otro dato que habría que tomar en cuenta y que apenas esbocé anteriormente. Es esa especie de frustración que Alcalde tenía al considerar su obra literaria una de carácter regional, apenas cercana a lo nacional, y por lo tanto muy lejana a proyectarse internacionalmente.

Como en mis obras trabajo elementos regionales, de pueblos mineros y pescadores por ejemplo, el lector extranjero se acerca con gran dificultad a nuestro contexto. La incorporación de mis obras en un plano internacional no es posible. Una novela de Donoso, en cambio, quien en sus temas involucra un problema social chileno, tiene una gran resonancia en Francia, Alemania y Rusia, ya que hay allí referencias a una problemática que ha trascendido. Uno en cambio, en los bosques franceses, en el Sinai o en Finlandia, viene a ser tan sólo un pobre paria desubicado. Con muchos otros escritores descubrimos que nuestros libros no tienen referencia para ellos y que no pasan de ser una remota literatura popular, alejada de la gran problemática actual. (Maak)

Si nosotros estábamos dando la batalla por tener un hueco en la cultura nacional, cómo solucionas el problema en términos más universales. El salto regional-universal es imposible sin la etapa intermedia: ser un escritor nacional. (De la Fuente 42)

Por mi parte creo que si bien sus personajes –en su mayoría– pertenecen realmente a un sector sociocultural bastante específico (no solo por su condición popular, sino porque además una gran cantidad de ellos son habitantes de las caletas de la región del Biobío), ésta no es una limitante real para la difusión y recepción global de sus obras. Yo he dado a leer cuentos de Alcalde a extranjeros y su recepción no ha sido adversa, sino todo lo contrario. A pesar de las dificultades idiomáticas que presentan algunos localismos, o el lenguaje popular de gran parte de sus textos, la comunicación con el lector foráneo no es imposible, tal vez ni siquiera complicada. Los planteamientos de muchos de sus cuentos son universales y están llenos de problemáticas identificables con grandes sectores sociales más allá de nuestras fronteras.

Quizás la raíz del asunto sea otra y tenga relación con la compleja personalidad de Alcalde, quien amaba su condición de marginal y algunas veces mostraba un apabullante orgullo que lo llevaba al retraimiento y la distancia. También entra en juego aquello que llaman “mercado editorial”, con el cual Alcalde –después de 1973– al parecer no quería ni siquiera coquetear.

Lo importante aquí es que los cuentos de Alcalde sobreviven, tienen lectores y de hecho son constantemente adaptados al teatro, lo que da cuenta de la aceptación real de su obra y de la importancia de su lugar dentro de nuestra literatura. El esfuerzo realizado para organizar la presente edición tiene como una de sus principales motivaciones el acercar al público y a los estudiosos toda la riqueza que despliegan estos relatos, confiados en que el lugar que ya posee Alfonso Alcalde en el corazón de nuestra literatura no se perderá jamás pues su verdad es aún oportuna y toca fibras íntimas en las sensibilidad de lectores de todas las especies.

 

* * *

BIBLIOGRAFÍA

- Alcalde, Alfonso. Las Aventuras de El Salustio y el Trúbico. Editorial Quimantú: Santiago de Chile, 1973.

---. Alfonso Alcalde en cuento. Editorial Árbol de la palabra: Santiago de Chile, 1998.

---. “Impresiones”. Antología de la poesía chilena contemporánea. Editorial Universitaria S.A.: Chile, 1970.. 366-379.

- Alone. “El auriga Tristan Cardenilla por Alfonso Alcalde”. El Mercurio: 25 de Junio de 1967.

- Bajtín, Mijail. Problemas de la poética de Dostoievski. Trad. Tatiana Bubnova. Editorial Fondo de Cultura Económica: Santa Fe de Bogotá 1993.

---. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de Francois Rabelais. Alianza Editorial S.A.: Madrid 1990

- Barbero, Martín. De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. Ediciones G.Gili, S.A.: Barcelona, 1987.

- Concha, Jaime. Prólogo a Historias de risas y lágrimas. José Miguel Varas, Alfonso Alcalde, Nicolás Ferraro, Franklin Quevedo. Editorial Quimantú, Santiago de Chile: 1973.

---. “Alfonso Alcalde, cuentista”, Prólogo a El Auriga Tristán Cardenilla y otros cuentos. Editorial Nascimento: Santiago de Chile, 1971.

- De la fuente, Antonio. “Todos los libros, todos los oficios. Entrevista a Alfonso Alcalde”. Revista Apuntes UC Nº 111. Santiago 1996. 41-44

- Donoso, José. Historia personal del “Boom”. Editorial Andrés Bello: Santiago de Chile, 1987.

- Maak, Ana María. “Ocho años después” Entrevista a Alfonso Alcalde. Diario el Sur: Concepción 17 de febrero de 1980.

- Promis, José. Testimonios y documentos de la literatura chilena (1842 – 1975). Editorial Nascimento, S.A. Santiago de Chile, 1977.

- Rojas, Gonzalo. “Invitación a leer a Alfonso Alcalde”. Alfonso Alcalde en cuento: Editorial Árbol de la palabra. Santiago de Chile, 1998. 7-8

- Vidal, Virginia. Entrevista “Alfonso Alcalde: escribir la obra del pueblo-personaje”. El Siglo. 4 de Abril de 1971. 10-11


 

 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2011
A Página Principal
| A Archivo Alfonso Alcalde | A Archivo Cristián Geisse | A Archivo de Autores |

www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza
e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Alfonso Alcalde cuentista.
Prólogo al libro de Alfonso Alcalde, "Cuentos reunidos 1967-1973". Ediciones Altazor, Chile, 2007.
Por Cristian Geisse Navarro