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A PROPÓSITO DE LA ESCRITURA EN PAMPA
LOS POEMAS DE ANDRÉS AJENS (1)

Por Rodrigo Naranjo,
Santiago, Julio-Agosto 2009

«antes que este lugar hubiera, antes
que este pueblo i colonia pueblo i colonia fuera
y que la ferrovía recortara estos irreconocibles mediodías
una hilera de carretas santiagueñas maloneada fuera aquí por la gente de calfucurá
los boroanos, degüello en mano, cautivos mujeres y niños, no dejaron palitroque en pie;
apenas un infante al cabo de años logró zafar (dejame de mirar con esa cara: no fue mi padre ni fue mi abuelo ni fue mi hermano, sino materno, mi bis-
abuelo—por eso me hice comisario, curador y artista acrítico;
dejame decírtelo en pelo, en pampa, por última vez –
forowe meleyechi pu mapuche llaq kelü lonko neyei)»

Para Ajens, en el reconocimiento que hace Marchant de América como un espacio sin nombre propio, un espacio de nombres prestados en que se dan a pensar sus literaturas como una posibilidad de las historias ante lo que llama el «racismo espiritual» de la Historia (occidental), plantea una serie de dilemas sobre en qué lengua se piensa América. Y aquí, en el problema del «antes» me parece que Ajens hace un giro interesante respecto de la posición marchantiana, que da lugar a libros como el Entrevero (Ed. Cuarto propio, Santiago, 2008) y Con dado inescrito (Ed. La Verbena, Córdoba, 2009).

Para Marchant hasta donde entiendo, se trata de decir que la comprensión pretérita del espacio americano siempre se hace desde el después de la Conquista. No hay una posibilidad de saltar al «antes» sin estar de lleno en el plano del exterminio que se prolonga en el «ahora», por eso para Marchant el «antes» de América iría deviniendo en o por sus escrituras en tanto que escrituras mestizas, que diferencian y singularizan su desprendimiento, su aban-dono y su posibilidad(2).

Y es en la relación que establece Marchant con la poesía de Mistral, Neruda y Nicanor Parra principalmente que se va ordenando en cierta forma su imaginario posmodernista de lo Latinoamericano. Posmodernista en el doble sentido de la «gran poesía chilena» de escrituras que no entran tan fácilmente en las nomenclaturas clasificatorias de literaturas del modernismo y la vanguardia. Y a su vez, el posmodernismo como la condición posdictatorial en que se disemina el sentido de la comunidad, la nación, o la pertenencia, en la que Marchant ve una relación entre la «errancia judía» y la «errancia latinoamericana» (“Atópicos”) donde la tarea del intelectual-negativo que es Marchant es principiar el comentario de la catástrofe. Recordemos su formulación:

«Para nosotros, “totalidades negativas” como “Auschwitz” o Chile paralizan todos los meta-relatos. Dejemos “Auschwitz” a los europeos. ¿Cuáles son las consecuencias del efecto total “Chile”? Esto es, ¿cuál, en qué consiste el deber del “intelectual negativo” chileno? Ciertamente en iniciar el comentario de la catástrofe nacional. ¿En qué consiste esa catástrofe y qué significa iniciar su comentario?» (“Desolación. Cuestiones sobre el nombre de Salvador Allende”, p.222.)

La respuesta al problema del «antes» resulta sin embargo bastante problemática cuando el lenguaje del espacio sin nombre propio se piensa exclusivamente sustantivando lo latinoamericano o hispanoamericano. Ya que si bien se entiende la formulación como una manera de tratar con el problema de la diferencia regional, esta manera de ver la diferencia presupone el castellano, el español como una lengua impuesta (imperial o republicana) a la que responden las literaturas mestizas devolviendo las palabras; cuestión sintomática de las «estéticas de contraconquista» y de la sublimación del espacio de las literaturas pre-golpe.

“La lengua de Neruda no puede ser la lengua española-europea. Si lo es al nivel inferior de la comunicación y de la expresión, no lo es si de lo que se trata es de nombrar. Lengua de padre español, Lengua de india violada, la Lengua en que habla hispanoamérica, es una lengua fragmentada, violada”. (P.M.; “¿En qué lengua se habla hispanoamérica?”, p. 315)

Problema del lenguaje o la razón imperial en América en que si atendemos a Ajens no solamente subordina sino que borra los lenguajes amerindios o más decididamente, el latinoamericanismo, el hispanoamericanismo se ciegan cuando no ven de suyo la radical heterogeneidad de las lenguas que nombran, y dan lugar a los Latino o Hispano – América (ismos). Si las lenguas chocan, se entrecruzan, se destruyen, y entretejen; chocando, entrecruzando, destruyendo y/o silenciando comunican sus disonancias, texturas, temples y tejidos, por eso principiar el comentario de la catástrofe sería también hacerse cargo de la catástrofe del lenguaje al nombrar, y me parece que ese es uno de los elementos que motiva los poemas de Ajens.

«y una lengua lengua, de cierto, mas también deslengua cuando su automatía trábase en el me-
  [dio y es el medio mismo el que se traba -- ¡a helarte!
tal deslenguada umbilical descoyunta el culperío
que lengua, por dominante (toda lengua, aún la más fugaz, predomina), carga

de ahí aquí conversan otra vez los pronombres, nosotros y los otros, otras huellas
-trans y desenhuellan, despunta nombre y renombre, aparecen y desaparecen
espejos y objetos, carajos, huemulmulas, pendejos, aun éxtasis y metástasis»

Suponer la unidad de las raíces latinas o hispanas para tratar con el problema de la literatura se convierte en un cuestionamiento al espacio que el mismo Patricio Marchant releva como problemática relación entre el don y la Conquista. Vale decir, me parece que el giro se plantea a nivel del espacio anasémico de la Conquista que Marchant sufre como «Lengua violada» (315 ss.). Por eso destaquemos en principio que Latinoamérica, sustantivada, despotencia la diferencia, toda vez que esta signifique indiferencia de las lenguas.

En este sentido, creo que Ajens dialoga con Marchant, de hecho lo traduce y lo comenta, pero lleva la pregunta marchantiana en este punto del «antes» que está en el «después», al problema de la traducción que radicaliza efectivamente (en el sentido del efecto y la función del poema) la formulación marchantiana de la escritura de las «comunidades en traducción», donde ubica los dilemas del dar de la poesía al reconocer en el poema no algo así como lo propio en el poema sino más bien su estar y permanecer sin ismo, en el interregno de las lenguas.

Es decir, que en el fondo, si el «antes» acontece en un «después», no habría que ir tan rápido del idioma a la lengua, como para terminar canonizando los ismos y ánimos lecto-escriturarios de los espacios sui generis -- (latino, hispano, ¿indo?) (americanos) -- para tratar de grueso con los dilemas de la diferencia, cuando lo que se indiferencia por esa manera de tratar la diferencia, es la zona misma de contacto y conflicto entre las lenguas, los lenguas, la lengua, sus escrituras, o lo que es más importante, las distintas modalidades que tienen las respuestas a la Conquista. Entonces, aquí, en los poemas entretejidos, el dilema sería por un lado ese proceso de lenguajes que están permanentemente chocando, frotándose, raspándose, o excluyéndose, algo que Marosa Di Giorgio llama el friso(3). Y en este aspecto, podríamos decir que a la pregunta marchantiana de ¿cómo principiar el comentario de la catástrofe? en la posición de Ajens radicaliza el sentido de la traducción; pero no como un César Vallejo para quien la condición de intraductibilidad del poema es el poema que comunica la poesía como una distancia insalvable y más próxima de lo otro, trilceano, vallejiano; sino, y más bien en su formulación inversa del poeta como traductor, del poema como lengua que deviniendo otros y otras, se conserva, persevera en el mismo interregno de esas lenguas que van mutando entreveradas.

«allende el ande – ¿ardes?»

Esto implica sin embargo considerar o destacar que esta posición radical de la traducción no es radical en el sentido de un ir a la raíz del árbol (filogénesis del espacio americanista) sino más bien entender la máxima ultra-conservadora de los traductores-errando, faltando, fallando, como forma de reconocimiento de la condición heterogénea que hace posible la traducción.

Y puesto de esta forma, el dilema del poema supone soltar dos determinaciones que a los marchantianos les cuesta bien caro. Por un lado lo que veníamos diciendo del problema de la lengua imperial y la literatura; y por el otro, la relación con la deconstrucción y el mestizaje, como dos niveles gravitantes que se ven en la conversación de A.A./P.M.

Para ponerlo de otra forma: cuando leo por ejemplo el ensayo de Eduardo Vassallo, Gabriela Mistral, la sangre como lengua que contesta(4), se plantea el problema del espacio literario posdictatorial dentro de la formulación marchantiana del espacio posmoderno.

«Desolación despliega unos valorizados modelos de cuerpo que se exhiben como las camisas de fuerza a las que debe acceder la carne que se resiste, modelos de una tradición garantizada: cuerpo-madre-maternidad; cuerpo-cristo-cristianismo; cuerpo-trabajo-sustento; cuerpo-sano-salud, cuerpo-amor-matrimonio, etc. (…) todo ello en olvido y desmedro de la carne, que por vivir un verdadero modelo “antropológico” distinto, no puede ser gobernada ni depositaria de responsabilidad alguna» (p. 21) «la violencia de Gabriela Mistral, referida al erotismo, es la satisfacción al revés de un deseo sexual negado, por tanto, violencia que guarda en el secreto de sus apariciones, filiaciones eróticas» (p. 27).

La «sangre como lengua que contesta» es una frase que se me hace bastante audible para ver que aún sacando a la Mistral de lo que Vassallo llama tan acertadamente la «lectura fiscal» de la poeta, sin embargo, se termina auratizando el espacio marginal de la «otra voz». En esto me refiero particularmente a toda la problemática de la carne y el cuerpo, en donde las escenas del libro de Vassallo, del ensayo en que trabaja la escritura, se fundamentan en la innegociable posibilidad del erotismo de la poesía, mostrando las escenas de la carnicería mistraliana como aquellas escenas que no producen, que se enferman, que en el suicidio real y figurado de Carlos Díaz Loyola/ Pablo de Rokha maduran la desolación.
 
¿Es que en esa carnicería no hay acaso una reinstalación de uno de los mitemas más fuertes de la literatura-latinoamericana? Me refiero al monstruo-caníbal en que el espacio minoritario comulga muy bien con el/la caníbal como un monstruo moral del lenguaje soberano, que anida en el corazón del poema.

Frente a esto, el caso de Ajens parece que plantea otra cosa distinta, el problema de la escritura en pampa que es el de la desolación, no presupone la centralidad idiomática de la lengua del conquistador como ese «nos dejaron las palabras» que tan caro le cuesta a Neruda.

Como la relación con el «antes» no está dada solamente por una lengua, y el poema se entiende en el sentido de una traducción que es diaspórica y heterogénea, los poemas llegan, provienen, no ceden, ceden y conceden porque van dando con «solares temporales», del pasado en el futuro, en que la conquista se continúa en el ahora.

Entonces, antes de entrar a un segundo punto que me interesa desarrollar, creo que se coloca una cuestión bien entretenida en este punto: el dilema del «antes» de Marchant se puede abordar en las escrituras en pampa, y ese abordaje, abre o muestra la distancia que hay entre el poema y la literatura, que no es tan fácilmente subsumible bajo la categoría de una resignificación de lo literario. Extrañamiento del poema respecto de lo literario; de lo literario respecto de la poesía; de la poesía y su lugar entre las lenguas.

Aquí pareciera que los poemas restan o sobran planteando el problema de la zozobra, de la figura del naufragio en el espacio ingobernable del mar, volveré sobre esto pero, destaquemos el punto, para Eduardo Vassallo por ejemplo Pezoa Véliz, Enrique Lihn, Pablo de Rokha, Artaud y Esenin son esa «sangre de la lengua que contesta». En el caso de Ajens, hay también otros diálogos que no son puramente filiaciones-eróticas sino relaciones con el espacio de la desolación que se establece por la conquista, donde el dilema del diálogo entre las lenguas se entreteje en pampa, como aquella familiar exterioridad de lo mismo que se da entre la guerra y la letra.

Si sigo la ruta de El entrevero veo a un Huidobro inspirado por un poeta aymara; también a un Gamaniel Churata, un Jaime Saenz, un Derrida (mas aindiado que mestizo (P.M.), en todo caso), que van comunicando los frisos, y que dan lugar a una propuesta como la Mar con Soroche(5).

˜

Pero aquí, y para no confundirme, creo que hay un segundo motivo en los poemas que se refieren al barroco, o a la concepción barroca del diálogo entre las lenguas. Esto me parece que se hace bastante explícito sobre todo en El entrevero cuando en la primera parte se sitúa al Lazarillo de ciegos caminantes como un leitmotiv del texto -- «soy peje entre dos aguas» -- y que conforma una de las claves del entreverado. En Con dado inescrito en el trasfondo de la portada está la imagen de la Nueva Corónica y Buen Gobierno de Guamán Poma de Ayala. Pero lo que quiero decir es que además del campo referencial al barroco me parece que hay una concepción neobarroca a nivel del diálogo de las lenguas donde los poemas restan como aquellas palabras que entreveran la escritura en pampa.

Me explico: viendo una cajita barroca en el Museo de la Catedral de Lima, me fascinaba el ingenio que en el pequeño artefacto recreaba, con el objetivo de adoctrinar a los indios, el misterio de la creación. La cajita tenía dispuesta como figura central del fondo el pesebre con un niño jesús gigantesco (en comparación a las otras figuras). En frente del pesebre estaba un jardín del paraíso rodeado por una cerca que estaba siendo cuidada por los conquistadores y alrededor, campesinos, la selva, los pájaros y sus arborescencias subiendo por los cerros. La tapa de este teatro móvil era un espejo rodeado de ángeles que por un lado iluminaba la escena pero, cuando se cerraba, dejaba contenido el universo de la creación.

Me acordé de El entrevero pensando que también ahí hay en la cajita del libro un teatro del lenguaje donde la creación, o el creacionismo para ser más precisos, hacen gala del preciosismo barroco que apunta a llevar la flor de Huidobro al trecho entreverado, en que se dramatiza la relación entre (las) lenguas(6).

El giro en este caso estaría más bien en devolver el imaginario vanguardista a los dilemas del diálogo de las lenguas, pero y más literalmente, implican devolver la vanguardia / el modernismo / el posmodernismo, al problema del imaginario estratégico-militar que les da lugar, las poéticas de la conquista, y las particiones fronterizas, los re-partos, las co-marcas y sus estratos. Por eso, si los entreveros se oyen como una especie de cajita-musical barroca en que tiene lugar una «danza de la lluvia» atravesando las postas del Ande, en Con dado inescrito siento que lo que hay son mas bien «temporales solares» en que tienen lugar las escenas del «antes» en el «después». Cito:

«al pasar desmemora y es tan intensa su desmemoria
que muda a tiempo de lugar, permaneciendo
en un intervalo tan irreconocible como abierto – temporal solar /».

Vale decir: así como épicas y cantos de la conquista, hay escrituras en pampa, que en este caso son poemas del «antes» en el «después», y en este sentido, la relación que establece la poesía con el no pequeño dilema del barroco, que como el «antes» de Marchant, también es un nombre que los románticos dieron al pasado.

En este punto hay varios elementos que son importantes destacar, por una parte la cripta de epígrafes, la conversación, las comarcas de las escrituras en pampa, pero me quedo por ahora con la imagen del «temporal solar».

˜

Cuando pienso en la «cajita de la danza de la lluvia» y luego en los «temporales solares» me acuerdo de Katrina desolando New Orleans en donde se disuelve la sociabilidad en un contexto en que salen a flote los sepulcros, los presos, y comienza la debacle de la ciudad que zozobra.

Aquí, en estas escrituras en pampa, los poemas permanecen en pampa, sin ciudad, entre yacanto y nono, en el sentido que decíamos antes, entre el don, la guerra, y la conquista. 

 

NOTAS

(1) Presentación del libro Con dado inescrito. Departamento de Filosofía, UMCE, 21 de agosto de 2009.

(2) He trabajado este problema en otro texto. «La falta en Marchant» (s. e).

(3) «Había un friso con muchachos de narices picudas y vestidos grises. Estaban tomados de la mano o hacían señas levemente obscenas. Esta actividad apenas existía y daba gracias y miedo en medio de las marejadas de la luna y el relumbre del viento» (“Los papeles salvajes”), en Echavarren Roberto; Kozer, José & Sefamí, Jacobo (eds.). 1996.  Medusario. Muestra de poesía Latinoamericana. F.C.E.

(4) Vassallo, Eduardo. 2005. Gabriela Mistral: la sangre como lengua que contesta. Ed. Cuarto Propio: Santiago.

(5) Mar con soroche. Revista de poesía y otras escrituras del entre acá. [soroche, del quechua surujchi, apunamiento, momentáneo enrarecimiento y falta de aire en la altura].

(6) «En uno de los proyectiles más característicos del ímpetu teórico huidobriano, publicado en el Mercure de France a comienzos de los años 20 y luego recogido en su libro MANIFESTES, el poeta cartaginés precisa: Esta idea del artista creador absoluto, del Artista-Dios, me la sugirió un viejo poeta indígena de América del Sur (aymara), quien dice: “El poeta es un dios; no cantes a la lluvia, poeta, haz llover” » (El entrevero, 42 ss.).

 

 

 

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A PROPÓSITO DE LA ESCRITURA EN PAMPA
LOS POEMAS DE ANDRÉS AJENS.
Por Rodrigo Naranjo.
Santiago, Julio-Agosto 2009