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LOS PALAFITOS… DEL PAISAJE, DE MARIO GARCÍA ÁLVAREZ

Por Antonio Arroyo Silva

 


Al final de esta frase, empezará a llover
Y al filo de la lluvia, una vela.
Lentamente la vela perderá de vista las islas;
la creencia en los puertos de toda una raza.


Derek Walcott, Archipiélago

 

El escritor canario Samir Delgado en su artículo de pesar tras la muerte de José Saramago nos menciona una isla canaria que lleva millones de años meciéndose como una balsa de piedra entre las aguas azuladas y las dunas saharauis. Una isla canaria que cumplió merecidamente con los presagios de la mitología grecolatina valiendo como residencia idílica para los días en vida de un premio Nobel cuyas cenizas descansan eternamente a la sombra de un olivo, alejado por fin de los estertores mundanales hasta que las multinacionales turísticas perviertan con un código de barras la paz de su casa en el sur lanzaroteño).

La globalización ha producido desde el último tercio del siglo pasado la eclosión de un turismo de masas. Todo lo que rodea nuestro mundo ha de ser consumido: el paisaje, su historia, su identidad. Nuestra condición de insulares ha hecho que pasemos de depender de un monocultivo colonial a estar sometidos casi al completo por una economía regida por el turismo. Pero esto no ocurre sólo en Canarias, también en el Caribe y en el Archipiélago Chiloé, entre otros tantos lugares.

Derek Walcott manifiesta su honda preocupación por estas cuestiones, nos dice que los negocios turísticos que tienen como solaz poner a un nativo delante de una choza o fingir una ceremonia caníbal para que los turistas hagan fotos y se lleven a sus hogares un trozo de identidad, realmente son catastróficos. Toda la vergüenza de este nuevo tipo de colonialismo cae sobre sus ideólogos y ejecutores, pero de esa miseria moral Walcott  extrae algo puro: el hibridismo. Los ojos caribes de Walcott están acostumbrados a verlo todo y a verlo simultáneamente, de ahí que para él la síntesis no sea una facultad cultivada, sino un instinto de supervivencia: se amalgaman espacios, se suspende el tiempo. Sólo queda el Caribe.

Sin embargo, en el ámbito hispánico insular, y, en este caso, en lo referente a Canarias y al archipiélago chileno de Chiloé situado a unos 15.000 kilómetros y muy cercano al polo sur, parece ser que no es solución o, al menos, no se ha hecho factible en el sentido de una identidad acorde con la globalización generalizada en la actualidad. No obstante, sí se muestra una preocupación por lo que el poeta de Santa Lucía manifiesta en el epígrafe introductorio a estas notas: la insularidad condicionada por el temor a su pérdida de identidad definitiva.

Este preámbulo está muy en consonancia con el texto que estoy reseñando: Los Palafitos…Del Paisaje, de Mario García Álvarez. A primera vista llama la atención la disposición de estos dos sintagmas: el primero en la portada y el segundo en la contraportada, como si de un juego realidad-ficción se tratara o de una postal turística que obstaculiza la visión de ese rincón del paraíso. Casualidad o empatía o constante, el joven poeta canario al que cito al principio tiene un poemario titulado Última Postal desde Canarias. Aunque con estilos de poetizar diferentes, ambos poetas denuncian lo mismo.

Mario García Álvarez nació en Chaitén, en 1964, y ha vivido desde muy pequeño en  Castro, capital de la provincia chilena del Archipíelago Chiloé. Poeta y  profesor de Estado en Castellano y Filosofía por la ULS (1984-1988), en la que fue dirigente universitario. Ha publicado: (Des)Pliegues de Papel y Follaje y Poemas In-Púbicos (Editorial Barba de Palo, Valdivia 1995), Los Palafitos…del Paisaje (Ediciones Aumen, Valdivia, 2000). Tempranamente integró el Taller Literario Aumen de Castro-Chiloé. Ha recibido premios y distinciones por su trabajo literario, textos suyos han sido traducidos al italiano y al portugués, y recogido en antologías literarias como: Poesía Chilena Desclasificada (1973-1990), (Editorial Étnica, Santiago, 2006), Anaconda, antología poética de autores latinoamericanos (editorial Poetas.Com, Roma, 2003), Carne Fresca, poesía chilena reciente (editorial Desierto, México, 2002), Abrazo Austral: Poesía del Sur de Argentina y Chile (Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2000). Actualmente realiza clases para el Liceo Politécnico de Castro, y ha aprobado las asignaturas del Programa de Doctorado en Ciencias Humanas c/m en Discurso y Cultura de la Universidad Austral de Chile.

Como habremos apreciado en este breve repaso bio-bibliográfico, el poemario en cuestión hace muchos años que fue publicado y apenas ha sido reseñado. He aquí otra vez la condición insular de que vengo hablando. Sin embargo, por el tratamiento singular del tema, por su forma original de denuncia y por el hecho del tratamiento de la palabra poética merece la consideración de la crítica.

El poeta como ser humano y como visionario que puede ser no debe ignorar su entorno. Su poesía en estas circunstancias ya analizadas no debe quedarse poco más o poco menos que una simple postal. Por otra parte, tampoco puede seguir los moldes establecidos por la poesía de protesta. Se trata de crear una atmósfera que identifique el paisaje de la escritura con el paisaje externo. Esto no podría hacerse de otra forma que partiendo del extrañamiento primigenio de la palabra como tal. La palabra instaurada en el asombro mismo. La sintaxis que es semántica, la lógica y estructura propias del poema son, pues, las que denuncian. El poeta pidiendo la paz y la palabra.

Isla textual también sostenida por palafitos estratégicamente dispuestos de forma cuadrangular (cuatro secciones, visualmente IV) y sostienen la casa del poema de forma, a mi modo de ver, muy eficaz. Una casa que quiere huir de la isla, pero que no flota sino se queda suspendida, como sus habitantes. Cuatro partes y un viaje de ida y vuelta; pero no como aquél del Omeros entre lo real y lo mítico, no exactamente reminiscencias a la singladura del pueblo heleno por el Mediterráneo. No épica sino lírica. Es un viaje a la gran urbe que no le sirve al poeta más que para darse cuenta de que en ella no está tampoco el paraíso que busca, pues se pasa de una posible pérdida de identidad a una segura pérdida de esa individualidad que lo define como ente singular.

En el centro
soy un palafito
en medio de la gente

Certeza e incertidumbre del texto y del yo poético. Atroz lo que descubre el poema, un verdadero palafito creado por la expresión pues en esta parte que cito hay dos palafitos más  cada dos fragmentos. Y éste, concretamente, es el centro justo de la sección Como nosotros mismos/ bajo este mismo árbol. Estrategia  y arquitectura del yo lírico que se ve como una postal o un affiche, como dice el prologuista de esta edición Sergio Mansilla Torres.

Un affiche
que no permite entrar
al viento
por las rendijas
de mi palafito.

Conciencia de modernidad y, sobre todo, de un lenguaje en crisis consigo mismo que  lleva a replantear la cuestión misma del sujeto lírico y donde se resuelve con una suerte de desdoblamiento de tipo coral a un lado y otro del espejo del texto, más allá de los programas ideológicos de reivindicación de un pasado luminoso frente a un presente sombrío y envolvente. También está presente el sujeto que se limita a pulsar el botón de su cámara e intenta atrapar  en sus  fotos  parcelas de un paraíso  que se resiste a mostrar sus miserias. Lo que queda de un paraíso que no revela sino vela el objetivo de la cámara:

los palafitos
esconden su miseria al fotógrafo

……………

No llegaré al cielo,
el cielo es un ojo vacío y negro
en el viento
apagando
las últimas estrellas
que nos quedan (p. 20)

En cuanto al espacio, vemos exactamente lo contrario del lugar idealizado por las guías turísticas que acotan la hondura y las raíces del Archipiélago Chiloé a una especie de parque temático, sin importar las raíces culturales. No es lo mismo lo exótico que lo singular y, en este sentido, Chiloé,/ en medio del desierto/ de una guía de turismo/ es un palafito,/ el mundo es un palafito (p.28). No un desierto como Atacama, creador de vida, sino una tierra baldía creada por el hombre no nativo, el hombre impersonal que mueve los dividendos económicos a miles de kilómetros.

También espacio mítico, desposeído donde ya no cabe la fórmula también falseadora del buen salvaje. Un paisaje dolido y doliente del vacío causado.

A todo esto me parece oportuno añadirle la condición de insularidad que afecta tanto al poeta reseñado como a esta persona que comenta. La isla condiciona en muchos aspectos: por el a-isla-miento que nos hace mirar al horizonte para descubrir lo innombrable con una suerte de apertura imaginativa que parte de un simbolismo y una mitología insular arrastrados hasta las orillas por las mareas de la historia. Por el ansia de universalismo que ya no ve el mar como una frontera sino como una vía de unión, o por la simple y resignada cerrazón de aquéllos que se han cansado de esperar la lejanía. Muchos efectos procedentes de un mismo condicionante geográfico. Efectos positivos o negativos para la expresión literaria, para quien quiera analizarlos; pero opciones humanas que se diluyen con ese empeño actual por encerrar en museos de cera todo aquello que da autenticidad al ser humano, no importa en qué isla, qué desierto o en qué mar se encuentre. Un empeño, desde luego, por enriquecer a unos pocos con el bien común de un grupo o una etnia cuya vida queda encerrada en las vitrinas de un zoo, o de un parque temático. Por desgracia, tanto el Archipiélago Canario como el Archipiélago Chiloé y tantos otros del Mundo se quedan estampadas en un affiche. Pero, como siempre, es misión de la poesía recuperar esa casa encendida de su identidad.

Canarias, diciembre de 2010.
                                                            


 

 

 

 

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