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          Alfonso  Alcalde no está muerto, solo duerme* 
          Por Cristian Geisse Navarro
              cgeissenavarro@gmail.com
            tambellaco@yahoo.com
          
          
          *El presente texto es el prólogo a la Colección “Obra reunida  de Alfonso Alcalde”, constituida por tres  volúmenes distintos que reúnen parte importante de la obra de este connotado  escritor nacional. La citada colección está constituida por los siguientes libros:  Volumen I: Cuentos Reunidos 1967-1973;  Volumen II: El Panorama Ante Nosotros;  Volumen III: La Consagración de la  pobreza. Todos ellos publicados por Ediciones Altazor durante el año 2007. 
          
          Acepten, pues, este testimonio
 
            de un hombre  solitario, inseguro
 
            y desmesurado que solo tiene la
 
            gracia de escribir en  nombre de
 
            no sabe quién.
   
   La poesía no muere, solo duerme.
  Alfonso Alcalde
          
          Casi un año antes de morir, Alfonso  Alcalde declaró a la Revista de Libros de  El Mercurio: “A veces cuesta pensar que habiendo escrito 30 libros y  teniendo otros 30 terminados, no tenga amigos escritores. Soy un ser olvidado.  Nadie sabe quien soy” (Larraín 5). Por supuesto exageraba. En realidad Alcalde  había recibido el reconocimiento de autores y críticos tan importantes como  Pablo Neruda, Pablo de Rokha, Carlos Droguett, José Donoso, Alfonso Calderón,  Gonzalo Rojas, Eugenio Dittborn, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha y Angel  Rama, entre otros.
 Droguett, José Donoso, Alfonso Calderón,  Gonzalo Rojas, Eugenio Dittborn, Ignacio Valente, Filebo, Jaime Concha y Angel  Rama, entre otros. 
            
            La versatilidad de sus incursiones  genéricas, su desbordante imaginación, su impresionante capacidad lírica, su  gran habilidad narrativa, el tratamiento de temas relacionados con nuestras  culturas populares, la utilización de una gran variedad de registros  idiomáticos, la marcada presencia del humor, son sólo algunas de las  características que hacen su escritura única e inconfundible en el panorama de  nuestra historia literaria. 
            
            Pero además, Alcalde es de aquellos  escritores cuya vida puede configurarse como una más de sus obras artísticas.  En 1969, en quizás la única conferencia que diera a lo largo de su existencia,  declara: “Poesía y vida es una sola prisión sin escape y con su correspondiente  prontuario. En este aspecto no hay vuelta que darle” (“Impresiones” 366). De  esta forma, y tal vez siguiendo el ejemplo de otros grandes poetas chilenos  como la Mistral, Neruda, De Rokha y Huidobro, Alcalde se convirtió en un gran  mitologizador de su propia existencia. En numerosas ocasiones señaló estar  escribiendo su autobiografía, pues la consideraba más asombrosa y alucinante  que sus propias ficciones. La enorme cantidad de anécdotas que aún circulan  entre sus conocidos, así como la posibilidad de encontrar los originales de  esas páginas autobiográficas que anunciara en múltiples oportunidades,  permitirían grandes avances en este sentido. Por lo pronto, se consignan aquí  algunos de los hitos más importantes de su vida. 
            
            Nacido en Punta Arenas en 1921, a los 17 años sale de su casa para  recorrer como “vagabundo libre y total” gran parte de Sudamérica (“Breve autoalabanza biográfica” 11). Se  pone allí en contacto con los seres más disímiles: “me interesaba la búsqueda  del ser humano en su ciclo. Yo era el vagabundo de película, partía solo, en  tren o lo que fuera, con mi documentación como único equipaje. Conversaba con  vagabundos por horas y horas” (Larraín 4). Para sobrevivir desempeña múltiples  oficios: ayudante de panadero, maderero en las minas bolivianas, traficante de  caballos en el Matto Grosso, cuervo de una funeraria, nochero en hoteles de  “pasajeros urgentes”, cuidador de jardines, y muchos otros que posteriormente  servirían de “caldo de cultivo” (“Impresiones” 367) para sus narraciones,  poemas y obras dramáticas. De vuelta en Chile, a los 25 años, cae enfermo de  tuberculosis y durante un año medita sobre sus experiencias: 
          
            ¿Qué  era mi vida? ¿Qué podía hacer? No tenía sino dos caminos: o ser un resentido o  un victorioso. Quería decir lo que había visto y vivido y pensé que la  literatura era el camino. Pero era tan difícil: no quería emborracharme en un  fárrago de palabras porque no podía desvirtuar esta experiencia que tanto me  había costado. (Larraín 4)
          
          Posteriormente se instala en Concepción donde “vivía de lunes a viernes  en un ‘volteadero’ y de sábado a domingo dormía en el cerro, sobre un banco del  parque (...) pasé momentos de delirios alcohólicos, con fantasmas y todas esas  confusiones de la locura, algo horroroso. Vivía borracho todo el día, era la  única forma en que el mundo me parecía maravilloso” (Larraín 4). A pesar de las  dificultades, logra escribir una serie de poemas que muestra a Neruda en un viaje  que éste hizo a la ciudad penquista con motivo de una huelga carbonífera.  Entusiasmado, éste le consigue una publicación en la editorial Nascimento. En  1947 aparece su primer libro, titulado Balada  para una ciudad muerta, con un prólogo del futuro premio Nobel chileno.  Alcalde, sin embargo, “en una ceremonia jubilosa” (“Breve autoalabanza  biográfica”11) y además “bárbara y a  lo mejor un tanto justa” (“Impresiones” 371), decide quemar toda la tirada, de  la cual se salvó un solo ejemplar. Neruda por supuesto se enemistó con él por  años. Sin embargo, siguiendo los testimonios de Alcalde, este suceso habría  correspondido a la “definitiva responsabilidad poética” (“Impresiones” 371) que  sintió al ser apadrinado por Neruda, responsabilidad que lo mantuvo en un silencio  editorial de casi veinte años, después de los cuales publica más de quince  libros en un periodo de nueve años. 
            
            Entre ellos se destacan sus cuentos. Libros como El auriga Tristán Cardenilla (1967), Alegría Provisoria (1968), El  sentimiento que te di (1971) y Las  Aventuras del Salustio y el Trúbico (1973), contienen sin duda algunas de  las mejores páginas de la literatura chilena. El primero de ellos fue recibido  con entusiasmo por José Donoso, quien llegó a decir que pocas veces había  apreciado en un autor chileno “mayor unidad estilística, de ambiente y de  pensamiento, ni más coherente de arquitectura.”, considerándolo finalmente como  “el prosista más importante de su generación” (El auriga Tristan Cardenilla, contratapa). Gonzalo Rojas, por su  parte, ha dicho que “sus libros se han convertido en claves del conocimiento  del hombre de Chile” y que “Pisando el terreno propio de maestros, comparte  mano a mano junto a Manuel Rojas o José Donoso (...) hondura, belleza y verdad  literaria” (“Invitación a leer a Alfonso Alcalde” 7) . 
            
            También en este periodo aparece El  Panorama ante nosotros (1969), un extenso libro poético de más de doce mil  versos, publicado por Nascimento. Este texto descomunal sería solo el primero  de los cinco tomos que tenía proyectados para realizar un canto épico sobre la  zona del Bío-bío. Pero este libro es mucho más que eso. En él se encuentran  textos tan notables como “Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte”,  con varias reediciones y celebrado por la crítica. Además, es evidente que las  experimentaciones poéticas contenidas en cantos como el “El esclavo incesante”,  “Folia cotidiana”, “Una degollación de inocentes” y otros, son de una  universalidad que sobrepasa los límites regionales y nacionales. Los esfuerzos,  sacrificios y dificultades para articular y terminar este libro fueron enormes,  de tal forma que Alcalde llegó a considerarlo su peor enemigo. Dijo de él:  “Este libro es un deforme, reniego de él a veces pero luego nos ponemos en la  buena. Yo quiero que sea humano, mágico, roñoso, imposible, incongruente, digno  y bello” (Puz). Y sin duda el inacabado y demencial proyecto que es El Panorama... coincide en parte con esa  descripción.
            
            Su trabajo periodístico es también  variado e incansable, y contempla colaboraciones en revistas, innumerables  programas radiales y libros de reportajes. Dentro de estos últimos destacan  algunos como Vengo de un avión que cayó  del cielo, que tuviera un notable éxito comercial en su época. Pero  sobresalen especialmente textos como Bebidas  y comidas de Chile y Reportaje al  Carbón, que revelan sus profundas investigaciones en torno a las costumbres  de los sectores populares de nuestro país, de los cuales se sentía parte: “Soy  uno de ellos (...) puedo estar en cualquier parte como en mi casa, con cualquiera  de ellos, que son los más marginados de todos los marginados” ( “La  consagración de la pobreza”).
            
   Con la misma desmesura de algunas de sus obras  literarias, transcurre su vida. Sus relaciones amorosas son igualmente diversas  y azarosas, llegando a casarse cinco veces. “Un abogado amigo inventa una  especie de circular dejando sólo en blanco el nombre de la cónyuge (...) Le doy  el nombre de la víctima y él se limita entonces a llenar el espacio, sin  comentarios” (“Impresiones” 371). Eso hasta que en 1964 se casa con Ceidy  Uschinsky, quien lo acompañará hasta sus últimos días, considerándose a sí  misma “una canuta de la obra de Alfonso Alcalde” (Solís 11).
  
            Por aquella época, la febril e  incesante actividad a la que se ve sometido le pasa la cuenta y sufre una  extraña parálisis. 
          
            Fue en el 65. Tuve una crisis emocional, nerviosa y me quedé  paralítico. Estuve cuatro meses sentado en una silla en Morros de Coliumo, en  una casa sin caminos ni luz. Un día descubrí un montón de revistas viejas y por  una extraña acción instintiva empecé a romper papeles. Fue mi primera reacción  positiva. Luego hice ya otros movimientos, mi mujer fabricó engrudo con harina  y empecé a pegar esos papeles rotos en cartón. Llegó un día un amigo, Julio  Escámez, muralista y grabador, que venía de un largo estudio de grabado por  Japón y la India, y se interesó mucho por mis progresos en aquello. Me enseñó  los conocimientos adquiridos en China sobre el papel, y me entusiasmé de tal  forma que aquello me curó. Un día ya pude caminar, e inconscientemente se me  curó la crisis. Hice una exposición, con gran éxito, luego otra y otra...”  (Priera). 
          
          Quizás esta experiencia guarde  relación con lo que él decía era uno de sus males más persistentes: 
          
            Yo padezco de un terrible mal que se llama autismo, producto de un acto  de autodefensa. Uno tiene que eliminar ciertas toxinas para seguir respirando y  es tal el cúmulo de experiencias que te empiezas a aislar, porque te come el  caos. Y ese es el gran problema del ser humano: la desintegración. Que es lo  que muchas veces me pasa: ya no sé quién soy (Larraín 5). 
          
          En 1973, el golpe de estado lo  sorprende en Montevideo, cobrando los derechos de uno de sus libros de  reportajes. Comienza así a vivir el exilio, durante el cual recorre una serie  de países de Sudamérica, Europa y Medio Oriente. Su experiencia no es para nada  placentera. Según Ceidy Uschinsky “Después del golpe militar nunca volvió a ser  el mismo” (Solís 11). El momento histórico, más allá de los daños ocasionados  mediante la imposición del exilio, guarda relación con una invaluable pérdida  de años de trabajo literario: “Iba de viaje a México cuando sobrevino el Golpe  Militar. Por esa época, yo le arrendaba su casa a un general de la república. Y  él, en presencia de todos los vecinos, ante la puerta de la casa, ordenó quemar  toda mi obra, todo lo que había hecho yo en más de veinte años de trabajo”  (Larraín 4-5). 
            
            A pesar de estimar el gran cúmulo de  experiencias y sabiduría adquiridos durante sus viajes por distintos países  como Rumania, Israel, España y otros, siente la ausencia de Chile como una  desgracia: 
          
            Pese a todos los contrastes y golpes soy uno de los hombres optimistas.  Aprendí a cocinar, amo a todos los seres, pero ahora en otra forma:  valientemente, ardientemente. Toda la fuerza que tengo o me va quedando la  ocupo en culiar, en escribir, en apoyar a los míos en este afán de sobrevivir  después de tanta tragedia. Siento la ausencia de Chile como una desgracia  irreparable y todavía más profunda cuando me entra la angustia de no volver  (Vidal 21). 
          
          El saldo final de esa traumática  experiencia, no deja de ser algo angustiante:
          
            Nosotros vivimos en una gran desolación insertos en la cultura europea.  La soledad del hombre tocó nuestra propia soledad. (...) Creo que habíamos  idealizado ciertas situaciones de orden teórico y fue difícil aceptar la  realidad. Ahí parece que tocamos fondo. (...) Y esto se vio agravado porque  vivimos en la isla de Ibiza, en las Baleares, que es el resumidero de la gran  decadencia de Occidente y ahí, entre grupos hippies, entre grandes buscadores  de la verdad, exorcistas, sacerdotes de las religiones más curiosas, vivimos  también nuestra pequeña desolación, vimos al hombre sin destino (De la Fuente  41). 
          
          En 1979 retorna a Chile intentando  dejar de lado el rencor y con la esperanza de retomar su estudio de las clases  populares de nuestro país. “No hay nada que reconstituir ahora, sino  reencontrar. Porque cuando me di cuenta de lo que es el panorama general de la  cultura, entendí cuál es mi misión: amarla, estudiarla, ordenarla y  enriquecerla.” (“Ocho años después”). A pesar de ese optimista y desbordante  entusiasmo inicial, la vida comienza a hacérsele difícil y, junto a los  problemas para publicar, tiene serias dificultades para sobrevivir. Trabaja  principalmente en periodismo. Escribe guiones para la radio y la televisión e  incluso se desempeña como escritor fantasma en una autobiografía de don  Francisco. 
            
            Los años van pasando. La pobreza, la  enfermedad y las “humillantes tramitaciones” (Solís 11) que le impiden publicar  sus obras, van haciendo estragos en su espíritu. Aproximadamente en 1990,  después de casi 20 años de matrimonio, huye de su hogar y comienza su último  peregrinaje por las pequeñas aldeas cercanas a Concepción, donde solía  refugiarse para escribir. En un amargo tono de burla llega a decir: “los  médicos que me han atendido han dicho que padezco de una enfermedad que se  llama Tomé y no existe ningún fármaco para curar ese mal irreparable” (Solís  11). En sus últimos días lo encontramos aquejado de serios problemas a la  vista, sintiendo una gran soledad y atacado por una aguda depresión nerviosa,  en parte detonada por el supuesto olvido en el que permanecía su obra y por los  gravísimos problemas económicos que sufría. Todas estas circunstancias lo  condujeron a la decisión de acabar con su vida, ahorcándose tras la puerta de  una humilde pieza de pensión en Tomé, el 5 de Mayo de 1992. Actualmente sus  restos descansan en el cementerio de esa localidad, en la octava región de  nuestro país.
            
            Tras su muerte, numerosos homenajes  fueron realizados en su memoria. Por algún tiempo distintas crónicas dedicadas  a su vida y a su obra aparecieron en muchos diarios del país. Su desmesurado  proyecto teatral La Consagración de la  pobreza fue adaptado por Andrés Pérez y llevado a escena con un éxito  considerable. Su viuda, Ceidy Uschinsky, comenzó una abnegada tarea de difusión  y rescate de su obra, consiguiendo publicar, entre otras cosas, una reedición  de sus relatos titulada Alfonso Alcalde  en cuento, que vio la luz el mismo año de su muerte. Posteriormente aparece  la antología poética Siempre escrito en  el agua (Editorial LOM 1998). El 2001 aparece otra antología, Algo que decir (Editorial Cuarto  Propio), donde se recopilan algunos de sus trabajos narrativos ya publicados, así  como textos inéditos que revelan sus incansables exploraciones estilísticas. El  número de sus obras que aún permanecen sin editar es indefinido, y ameritan una pronta investigación al respecto,  más aún tomando en cuenta que su viuda, la gran difusora de su obra póstuma, ya  ha fallecido. 
            
            Hay razones para pensar que el olvido y la  falta de reconocimiento que tanto le dolían en sus último años, son en realidad  relativos. Si bien su obra no tiene la figuración que la calidad de la misma  merece, mucha gente aún lee con atención sus textos y se deslumbra con su vida  exagerada. 
            
            Esta colección de textos de Alcalde obedece a  la idea de poner ante el público en general y los estudiosos de la literatura  chilena y latinoamericana, una pequeña parte de su apabullante obra. Porque,  parafraseando algunas de sus palabras, indudablemente su verdad aún parece  oportuna.
 
            
            Sus libros pueden considerarse el testimonio  de alguien que no sólo se emborrachó, sino que llegó a intoxicarse con la vida.  Alcalde parece haberse arrojado temerariamente en las empresas artísticas y  vitales más descabelladas, esperando nada más que la soledad como premio a sus  grandes desafíos. De esa forma germinó en silencio una obra artística  enjundiosa y variada, casi sin tomar en cuenta las mafias literarias o el  amiguismo editorial. Y así, su existencia cargada de excesos y contenciones, de  huidas y recogimientos, se expresa notablemente en sus trabajos literarios,  igualmente versátiles y desasosegados, algunas veces irregulares y confusos,  donde se marcan el dolor y el abandono, la angustia y el vacío; pero también  una impetuosa vitalidad, alegrías arrolladoras y un profundo y avasallador amor  por la vida y la gente. 
            
            Es por esto que deberíamos creer que Alfonso  Alcalde y su obra no están muertos, solo duermen. 
            
            La presente colección se encuentra  constituida por tres libros distintos. El primero reúne la totalidad de los  cuentos publicados entre 1967 y 1973. En el segundo se reedita el primer tomo  de su ambiciosa obra poética El panorama  ante nosotros, cuya primera edición se publicara por primera vez en 1969  por Nascimento. Por último, en un tercer libro se incluye el texto dramático  inédito titulado La consagración de la  Pobreza, que Andrés Pérez pusiera en escena en 1995, tres años después de  la muerte de su autor.
            
            Al poner al alcance de los lectores y  estudiosos, parte de una de las obras menos difundidas y de mayor calidad  dentro del panorama de nuestra literatura nacional, creemos estar rescatando de  una injustificada postergación a uno de los más versátiles y profundos autores  chilenos del siglo XX.
           
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          BIBLIOGRAFÍA
          
          - Alcalde, Alfonso. El auriga Tristan Cardenilla. Editorial Zig-Zag: Chile, 1967.
          ---. “Impresiones”. Antología de la poesía  chilena contemporánea. Editorial Universitaria S.A.: Chile, 1970.. 366-379.
          ---. “Breve autoalabanza biográfica”. Algo que  decir. Editorial Cuarto propio: Santiago de Chile, 2001.
          - De la Fuente, Antonio: “Todos los libros,  todos los oficios”. Apuntes UC Nº 111, otoño-invierno 1996. Reproducción de  entrevista publicada por primera vez en la revista La bicicleta, en la edición  de julio-agosto de 1980. 
          - Larraín, Ana María: “Nadie sabe quien soy”  Entrevista a Alfonso Alcalde. Revista de Libros de El Mercurio, 4 de  Agosto de 1991. 1+
          - Maak, Anamaría: “Ocho años después: Alfonso  Alcalde”. Diario El Sur, Concepción, 17 de febrero de 1980.
   
            ---. “La consagración de la pobreza”. Diario  El Sur, Concepción, 2 de Enero de 1992.
          - Priera, Josep: “Alfonos Alcalde: Escritor,  periodista y exiliado político chileno”. Proscedencia desconocida.
          -  Puz, Amanda: “Un folletín  llamado Alfonso Alcalde”. Revista Paula, año 1969?.
          - Rojas, Gonzalo. “Invitación a leer a Alfonso  Alcalde”. Alfonso Alcalde en cuento: Editorial Árbol de la palabra.  Santiago de Chile, 1998. 7-8
          - Solís de Ovando, Lino: “Soy un olvidado, nadie sabe quién soy”. Revista  Cultura y Tendencias, especial de literatura, octubre 2001.
          - Vidal, Virginia: “La sombra de Alfonso Alcalde”. Revista Izqierda XXI,  p. 21. Junio de 1992.
          - ¿?: “El panorama ante nosotros, poema de Concepción, su río y su  gente”. Diario El Sur de Concepción, 8 de agosto de 1969.