DE ENFURECIDOS PEREGRINOS(i) invasiones
por dentros y fueras marítimos, Conquista
en el más íntimo abajino cor-a-
zonaje (nadie descolora
lo que fluye ahora).
La sal de una, aquí, sub-
mergida lágrima compañera
se empeña en emerger
entre luminadas rumas de bitácoras, arriba.
Ya nos
destella.
TUBINGA, YENERO (ii)
Ojos sobre-
girados a la ceguera.
Su —un i
legible es purori
ginar—, su
memoria de
torres de Hölderlin
flotando, re-
voloteada de gaviotas.
Visitas de carpinteros ahogados
en estas
palabras inmergentes:
si viniera un hombre,
viniera un hombre al mundo, hoy, con
la barbalucinada
de patriarcas: habría,
si hablara de este
tiempo, él
sólo habría de
balbucear y bal-
bucear, ininter-
inter-
umpidamente.
(“Pallaksch. Pallaksch“).
SCHIBBOLETH (iii)
Junto a mis piedras, las
crecidas tras
las rejas,
me arrastraron al
medio del mercado, ahí,
donde se despliega la bandera
a la que no presté juro alguno.
Flauta,
doble flauta de la noche:
piensa en la oscura rojez gemela
en Viena y en Madrid.
Pon tu bandera a media asta,
memoria.
A media asta, por hoy
y siempre.
Corazón:
descúbrete aquí también,
aquí, en el medio del mercado.
Vocéalo, tal schibboleth, afuera,
a la extrañía de la patria:
hebrero. No pasarán.
Unicornio:
tú sabes de piedras,
tú sabes de aguas, ven,
te encamino a las voces
de Extremadura.
TODTNAUBERG (iv)
Árnica, aliento de ojos, el
sorbo en el pozo con
dado estrellado arriba,
en la
cabaña,
en el libro
—¿qué nombres sobre-
venidos antes que el mío?—,
en dicho libro, la
línea escrita
de una esperanza, hoy,
en un pensador
decir de corazón por
venir.
Mata silvestre, inallanada,
orquídea y orquídea, apartes,
lo crudo, más tarde, en camino,
claro,
quien nos lleva, el hombre,
quien lo coescucha,
a medio tran-
sitar, la trocha de pa-
los en la turbera alta,
lo húmedo,
muy.
À LA POINTE ACÉRÉE (v)
Deja al desnudo los minerales, los cristales,
las drusas.
Lo inescrito, empedernido
en lengua, libera un
cielo.
(Dislocados hacia arriba, extraídos
al través, así quedamos
también nosotros.
Tú, en frente, tú, puerta, cierta vez, pizarra
con la estrella asesinada,
encima: ahora
tiene —¿lee?— un ojo).
Caminos hacia allá.
Hora forestal a
lo largo de las gorgoteantes rodadas.
Re-
cogida, -leída,
pequeña y hendida fabuca: lo abierto
negruzco
que dedos memoriosos interrogan
acerca de – –
¿de qué?
Acerca de
lo irrepetible, hacia
ello, hacia
todo.
Caminos gorgoteantes hacia allá.
Algo que puede andar, sin saludos,
tal uno vuelto corazón
viene.
CORONA (vi)
De la mano el otoño me come su hoja: somos amigos.
Descascaramos el tiempo de las nueces y le enseñamos a andar:
el tiempo vuelve a la cáscara.
En el espejo es domingo,
en el sueño habrá, dormido,
la boca discurre, veraz.
Mi ojo se inclina al sexo de la amada:
nos miramos,
nos decimos lo oscuro,
nos amamos como amapola y memoria,
dormimos tal vino en conchas,
tal el mar en el rayo sangriento de la luna.
Abrazados en la ventana, desde la calle nos ven:
¡es tiempo que se sepa!
Es tiempo que la piedra se apreste a florecer,
que un corazón le palpite a la inquietud.
Es tiempo de que sea tiempo.
Es tiempo.
EN LOS RÍOS (vii) del norte por venir
echo la red que oscilante lastras
con, de piedras, escritas
sombras.