DERRIDA DESARMADO
traslucine de a. ajens
Transferencia y traducciones *
por Jacques Derrida
Santiago de Chile – Valparaíso,
29 de noviembre – 4 de diciembre de 1995.
→ Transferencia y traducciones del hombre de arena, a saber: un accidente puede darse cada vez. La mano de Edipo, cirujano del ojo, hijo y heredero de otro cirujano del ojo, el autor de Savoir sabe que ella puede, esta mano, ser tentada a hacer añicos el ojo, el suyo como el de otro/a. Puede olvidar, el hilo como el hijo, le ha ocurrido, le acaba de sobrevenir, puede estar demasiado distraído como para olvidar en el ojo un lente de contacto cuando no corresponde, o un grano de arena. El arcaísmo inmóvil del fantasma puede engañar con su anacronía infinita a todos los láseres del mundo. Puede no dejarse traducir en una era de la tecnociencia ante la cual jamás hay que ceder: el inconsciente, por su parte, no se desarma, no cede jamás. Es más poderoso que la todopoderosa técnica. Resiste la traducción.
Viento en popa la traducción. La del viejo mundo en todo caso. Los velos de todo género pertenecen definitivamente a los herederos de una sola lengua en tanto se dispongan a hacerla multiplicarse en sí. La lengua está ahí o, si prefieren, el velo del paladar. Y, con la economía de la lengua llamada francesa, lo que liga la verdad a los velos. Literalmente, à la lettre, en cada letra y de cada término.
En su verdad admitida, la traducción apuesta por una verdad admitida, una verdad estabilizada, firme y fiable (bebaios), la verdad de un sentido que, indemne e inmune, se transmitiría de una supuesta lengua a otra en general, sin velo interpuesto, sin nada que se afane o se borre que sea esencial y que resista al paso. Con todo, la trenza que nos ata aquí al término verité, en la lengua que heredamos, ella y yo, y que aquí mismo ponemos en obra su economía a contratiempo, esta única trenza enlaza el mismo término, lo verdadero de la verdad o la veridicidad del veredictum, no solamente a los motivos semánticos del velo (revelación, desvelamiento, desamortajamiento, desnudez, pudor, retención, detención, lo intocable de lo sano y salvo, de lo inmune y de lo intacto, y por ello lo santo y lo sagrado, heilig, holy, la ley, la religiosidad de lo religioso, etc.) sino también, in-disociablemente, a todos los motivos formales y fonéticos, a todas las consonantes y vocales afines, en número casi-infinito: los velos y las velas, el saber [savoir] y el querer [vouloir], la verdad y lo verdadero del veredicto, la voz, las vías y el ver, el poder [pouvoir] y el deber [devoir], la venida o el “ven” o “heme aquí” [“me voici”] o “heme ahí” [“me voilà”] y les dejo proseguir sin término. Es la misma trenza, pero in-finita. Todos esos vocablos se responden en Savoir, esos términos y varios otros más se reenvían sin término a través de un eco en cadena, en un haz de luz cuya potencia se acrecienta por los espejos con los que choca por el camino, ahí donde “ella había vivido”, “en la caverna de la especie”. La trenza de fonemas no es siempre invisible, pero de entrada se da a oír, se anuda fuera de la vista, volviéndose luego cosa de la miopía o de la ceguera. Más sensible para los ciegos, permanece terminantemente, como la trama de este texto, hay que saberlo, intraducible. Nadie nunca la exportará entera fuera de la lengua llamada francesa, en cualquier caso en su economía (tanto sentido en tan pocos términos) pero tampoco fuera de su corpus sin vuelta en expansión. Nadie, es el desafío, la extraducirá de la lengua que heredamos —que heredamos aunque o justamente porque no es ni será la nuestra. Hemos de renunciar a apropiárnosla salvo para dejarla fuera de sí sin vuelta y sin reconocer ya su filiación, ni sus infantes ni su idioma.
No perder el hilo, ni un hilo, decía ella, tal otra, recordemos a Penélope. Un hilo recorre esa trenza, un hilo que no se pierde, el más fino, la V que, la punta afilada hacia abajo, hilvana hacia abajo, hilvana su genio a través de Savoir. No es un fonema velar, linda tentación, sino labial. La consonante labial es cantada en este poema. Hélène Cixous canta el saber de los labios. En hebreo la lengua se dice labio. Y esta cura del ciego es un milagro de los labios. El toque de Savoir es un tocar/se de labios:
“Ah! No había sabido la noche anterior que los ojos son las manos milagrosas, no había gozado jamás del delicado tacto de la córnea, de las pestañas, las manos más poderosas, esas manos que tocan imponderablemente los aquíes cercanos y lejanos. No sabía ella que los ojos son los labios en los labios de Dios.”
Las V de Savoir apenas se las puede contar pero los labios [lèvres] hacen ahí lo que dicen. Tejen, secretándola, una túnica irremplazable de consonantes, una túnica casi invulnerable a la que nada le hace falta salvo, justamente, como a propósito, un término.
¿Salvo qué termino?, ¿y de veras falta? ¿Quién podría asegurarlo? Todas esas consonantes labiales, todos esos movimientos de labios, no sólo hay que contarlos, no basta con acumular su estadística, hay que reconocer la necesidad misma de lo escrito ahí donde reelabora el silencio (leer dos veces, con los ojos y en voz alta, y varias veces, como aquí, como esto, en diferentes tonos). Hay que dejarse arrastrar también por el sentido, según el azar destinante de esta lengua única. Hace falta Savoir. Hecho, dado, firmado. Por un movimiento de labios, cierto. Pero también, a fin de que los labios se vuelvan al fin visibles y tangibles, para que se toquen, para que no sólo sean portavoz o porta-término, ella firma con un movimiento de labios que se separan al tocarse, en el hiato o la boca abierta de un extraño silencio.
Omitido, porque un término está omitido, digo bien: omitido, omitido claramente a propósito, la vela no es nombrada. ¿Quiere decir que no hay vela alguna? ¿Y que Savoir lo ignora? No, Savoir sabe ignorarla con su docta ignorancia.
Hay un homónimo de nota que se da en francés, sólo en francés, aun más ortográfico que entre soi [sí mismo] y soie [seda]: entre voile y voile [velo y vela, o viceversa]. Esta homonimia que se borra al pluralizarse, les voiles [los velos, las velas], o al pasar al indefinido, quelque voile [alguna vela, algún velo], esta homonimia que se puede jugar como la diferencia de género, o sea, el sexo en la gramática, he ahí la única posibilidad, habrán podido admirarse, que Savoir no pone en obra. A menos que piense sólo en ella. La vela, ella, vela como la única posibilidad que un Savoir no exhibe. No la despliega explícitamente, y es toda la cuestión, todo el arte de tejer y de trenzar que la tradición cree tener que reservar a las mujeres. Cosa que hizo soñar a un cierto Freud, ahí donde no estaba lejos de confesar el fantasma e incluso la ‘idea fija’, justamente a propósito de un pudor femenino, más femenino, más bien femenino, y que viene a “disimular” (verdecken) una cierta “falta de pene” (Penismangel). Si soy ahora presa de un fantasma o de una “idea fija” con respecto a sujeto tal, confiesa el hombre, porque es también una confesión, “estoy naturalmente sin defensa” (natürlich wehrlos), desarmado, sin arma.
* Traslucine de un pasaje de Un vers à soie / Points de vue piqués sur l’autre voile, in Voiles, Hélène Cixous y Jacques Derrida, Galilée, París, 1998; el texto de Derrida —cuyas tres partes vienen datadas en Buenos Aires, Santiago / Valparaíso, y São Paulo— viene justo después de Savoir [Saber], relato de H. Cixous. Cf. SCHIBBOLETH, para Paul Celan.
A. Ajens, Rosal, junio de 2009.