¿DE CAÍDA, LA POESÍA?
De las guerras del Pacífico[1]
Andrés Ajens
.. .. .. .. .. . .. ..
Come see. Encore, Quichotte. Merci.
Erin Mouré
Un 6 de agosto, día de la declaración de independencia de Bolivia, en las postrimerías
de la Guerra del Pacífico (en inglés: The Pacific War [2]), Little boy, Cabro o Changuito, la
así denominada primera bomba atómica usada en cualquier guerra, cae, comienza a
precipitarse desde el cielo de Hiroshima.
Si remarco esto que parece ser puro azar, la doble coincidencia o cita “boliviana” en
esta caída, no es por apilar sin más o anárquicamente referencias o, si se quiere,
archivos, sino para dejar abierta desde ya una cierta contaminación incontrolable, una
tal vez fatal reacción en cadena a la cual no dejaremos de estar atentos en el curso de
esta caída. Y mientras cae, la desolación, la devastación (la Verwüstung habría dicho
Heidegger, quien subraya que esta es aun más unheimlich que la Vernichtung, la
aniquilación o el total exterminio) se avecina. Sea que “leamos” esta caída como huella
de la llamada consumación de la metafísica, proyecto o arrojo de Occidente, de un
cierto “Occidente” (es lo que hace Heidegger, como lo habrá hecho también con
respecto a los campos de exterminio nazi[3], sea que privilegiemos una comprensión
del acontecimiento nuclear a partir de una autonomización del pensamiento político o
bélico‐político, sea que suspendamos o difiramos abiertamente la asignación de
sentido a un acontecimiento tal, ella, la caída, siguiendo su curso, inscribe y se inscribe
en un fuera de sí aterrador, mucho antes de su eventual puesta en archivo,
patrimonialización y/o museificación, en la llamada posguerra. ¿Vamos a llamar a esta
inscripción originariamente repartida, sin principio jerárquico, a esta operación de
inscripción “real”, con la cual cualquier operación escritural se endeuda, y es por ella
operada, vamos a llamar a tal trazadura –como parece sugerirlo la vecina (gallega)
Chus Pato, al mentarlo como fóra de arquivo y fóra da lingua– “poema”[4]? Si digo, si
respondo simplemente “quizá” (o, en francés, “peut‐être”, o en inglés “maybe”, o aun
en alemán “viellicht”; dejemos por ahora en suspenso el aymara “inas”), concordarás,
la obsecuencia con el horror y la devastación pareciera enseñorearse. Así que digo, no
sin correr otros riesgos (por ejemplo, que se me acuse de estar en contra de la ficción,
la imaginación o el simulacro, de verdad, y aun de la verdad), digo pues, esta vez: tal
vez. Si tú lo dices... Aun aquí, en el trance de la caída, de la precipitación del chango
nuclear, la idiomaticidad tal vez cuente. Tal vez: tal (única, irrepetible) vez. Memoria y
promesa de las datas, en El meridiano lo habrá remarcado Celan:
¿Pero no trazamos todas las escrituras de nuestros destinos a partir de tales datas
[solchen Daten]? ¿Y hacia qué datas seguimos escribiéndonos?[5]
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Araki Yasusada, leemos en una nota introductoria a la publicación de sus textos en
inglés,
nació en 1907 en Kyoto, donde vivió hasta 1921, cuando su familia se mudó a
Hiroshima. Asistió esporádicamente a la Universidad de Hiroshima entre 1925 y
1928, con la intención de obtener un grado en Literatura Occidental [Western
Literature]. Debido a la enfermedad de su padre, con todo, se vio forzado, en vista
de las necesidades de su familia, a emplearse a tiempo completo en el servicio local
de correos y a abandonar sus estudios formales.
En 1930 se casó con su (única) mujer, Namura, con quien tuvo dos hijas y un hijo.
En 1936, debió enrolarse en el Ejército Imperial japonés y trabajó como oficinista
en el servicio de correo del ejército en Hiroshima. Su mujer y su hija más joven,
Chieko, murieron instantáneamente en la explosión atómica del 6 de agosto. Su hija
Akiko sobrevivió, aunque falleció a los pocos años a consecuencias de la radiación.
Su hijo, Yasunari, un niño en aquel tiempo, logró salvarse porque estaba con unos
parientes fuera de la ciudad [al momento del bombardeo].
Yasusada murió en 1972 tras una larga lucha contra el cáncer[6]
La nota viene firmada de manera conjunta por Tosa Motokiyu, Ojiu Norinaga y Okura
Kyojin, editores y traductores japoneses‐estadunidenses de su obra, cuando los
primeros poemas, cartas y anotaciones extraídos de los manuscritos de Yasusada
comienzan a publicarse, a comienzos de los años 90, en revistas literarias
norteamericanas.
De acuerdo a sus editores‐traductores, Yasusada participó activamente en grupos de
vanguardia poética japonesa a partir de los años 30, donde experimentó el encuentro
entre formas de escritura tradicional japonesa (renga, haiku, waka, etc.) y el ímpetu de
la vanguardia occidental. La parte más decisiva de su aventura experimental, se nos
indica, posiblemente se debe al descubrimiento, a comienzos de los años ‘60, de la
escritura del poeta californiano Jack Spicer, especialmente de su libro After Lorca, y la
de Roland Barthes. Ahora bien, puesto que jamás publicó un libro en vida, su obra
habría permanecido incluso en Japón prácticamente desconocida. Entre sus cartas
publicadas, hay una, fechada el 5 de enero de 1953, en que Yasusada rechaza
amistosamente participar en una antología de poemas sobre la catástrofe nuclear
escritos por sobrevivientes (los llamados hibakusha), gesto que sus editores-traductores
leen como un índice de que su bajo perfil público (his anonymity) fue a
propósito cultivado.
Según la nota introductoria de Tosa Motokiyu, Ojiu Norinaga y Okura Kyojin, los
cuadernos manuscritos de Yasusada fueron encontrados por su hijo Yasunari, en
1980, ocho años después de la muerte del poeta. Como si sin el hallazgo del hijo,
salvado por milagro de la devastación nuclear, sin el encuentro del hijo con el legado
del padre, este jamás nos pudiera haber llegado. Como si la voz, o, más bien, la
archivoz del padre fuera inaudible sin la oreja del hijo. Se trata de un “extenso
archivo” (a larger archive), según la expresión de la crítica estadunidense Marjorie
Perloff, autora de un perspicaz ensayo sobre su obra y su recepción en Estados
Unidos[7], archivo que incluye poemas, cartas, borradores diversos, notas de lectura,
etc., todo ello en japonés, junto a algunos ejercicios de aprendizaje de inglés, en inglés.
De muestra un par de poemas y un pasaje de una carta.
Telescopio con urna, por de pronto, textil fechado el 14 de febrero de 1960, coyunta la
memoria de la hija muerta en el estallido nuclear con los estallidos nucleares
ocurriendo a cada instante en estrellas distantes (la traducción al castellano
pertenece a O. Cáceres [8]).
telescopio con urna
la imagen de las galaxias se extroyecta como una nube de esperma
expandiéndose, dice el guía del observatorio, y a qué velocidad
es como la idea de las flores abriéndose en la idea de las flores
me gusta transombrearla, subraya el picante, acordándolas con sus rugosos dedos
minúscula eras, en cuclillas, sobre un balde celeste para desaguar
tremenda, gritamos nos, arrojándote en suerte en la dirección de las estrellas
atento, en el sueño, giré hacia arriba el gran telescopio del monte Horai
vista la forma de esta grúa, estrecha la grulla, bien pequeña es para la urna
Y de una carta de Yasusada a un amigo, el poeta Akutagawa Fusei, fechada el 7 de
noviembre de 1967, el siguiente pasaje:
“También he recibido otras noticias tristes: Jack Spicer murió justo antes de que
escribiera mi primera carta para él hace más de dos años. Al parecer bebía mucho y
murió a causa de eso. Ello también explica trágicamente por qué nunca tuve
respuesta suya. Es extraño que su editor nunca me escribiera, considerando las tres
cartas que le había enviado.
De todos modos te alegrará saber que Kuribasjashy [un poeta amigo] me trajo otro
libro de Spicer, con el título After Lorca. Descubrí, luego de indagar un poco en la
biblioteca, que Federico García Lorca es un importante poeta español fusilado por
los fascistas en 1936. Desafortunadamente, parece que nadie lo ha traducido
todavía (el único poeta español moderno con el que me he encontrado en japonés
es un filósofo llamado Unamuno – para nada tan interesante). Alguien debería
hacerlo, como podrás darte cuenta después de leer las versiones de Spicer. Es una
colección muy extraña que no sólo contiene esas traducciones sino también una
correspondencia formal (hay cinco cartas) ¡de Spicer al poeta muerto! [...] Y para
mayor deleite, el libro tiene una introducción escrita por Lorca ¡desde la tumba! [9]
Por último, un poema sin fecha conocida, un raro poema con dedicatoria aun más rara,
pues está dedicado a “Javier Álvarez (1906‐1945)”, quien, apuntan sus editores-traductores, “fue un poeta y cónsul boliviano en Hiroshima durante los años de la
guerra”. Y añaden: “Suponemos que [Álvarez] fue un conocido de Yasusada y que, a
juzgar por la data de muerte, falleció en el bombardeo nuclear”. ¿Podemos imaginar la
escena? Javier Álvarez, en su calidad de cónsul boliviano, se apresta a conmemorar un
nuevo aniversario patrio, otra reiteración de independencia, otra memoria de otra vez única (el 6 de agosto de 1825, ocasión en que Bolívar no sólo es declarado “Padre de la
República” sino que la nueva república es bautizada con su nombre: Bolivia), 6 de
agosto que a la vez conmemora otro 6 de agosto (el del año anterior, 1824, esto es, la
batalla de Junín, donde el Ejército Unido, comandado por el futuro padre republicano,
derrota a los realistas, poco antes de Ayacucho), y todo eso tal vez, cuando la ABomb –en japonés, el don brillante o pika don[10] -comienza a precipitarse sobre Hiroshima. ¿Habrá ya entonado el poeta‐cónsul[11], al menos para su adentros, a esas horas, fatales,
precisamente el himno patrio: ¡Bolivianos!... ¡el hado propicio...!?
He aquí un pasaje del poema (sólo un pasaje) dedicado al poeta boliviano
desconocido:
Con cucharón, errantes
. .. .. .. .. .. . Dedico este poema a Javier Álvarez (1906‐1945)
Caminan por entre los ecos. Caminan a oscuras, como médiums, enigmáticos.
Caminan fuera de ritmo, caminan con [ilegible] y súplicas allende lo audible.
Caminan sobre sus traseros con la [ilegible], pero caminan con convicción cierta.
No lo olvides: caminan pujando su ser desde dentro, caminan como si fueran
llevados por otros, caminan en el terror, enteros y confiados, vaciados por el
cucharón, y con el fervor de los conversos.
Y caminan como nadie camina. Siguen caminando, y cuando se recuestan junto a
otro caminan, caminan y caminan. Caminan despiertos y dormidos, caminan hacia
atrás con genitales mayúsculos, caminan en círculos con palillos de madera de rosa,
caminan cabeza gacha, gimiendo en el lodo por [ilegible]. Caminan fuera de ritmo,
caminando entre la sentimental guirnalda de [ilegible] disparates.
Y caminan como si alguien hubiera ordenado: Don’t you dare fucking walk you
fucking Jap fucker. [In English in original, remarcan los editores‐traductores] [...]
* * *
Los textos del archivo de Yasusada, en traducción al inglés, conocieron una entusiasta
recepción en revistas y medios literarios estadunidenses a comienzos de los años 90.
Ahora bien, antes de ser reunidos y publicados en el libro Doubled Flowering. From de
Notebooks of Araki Yasusada (1997), “se corrió la voz de que no había ningún Araki
Yasusada” (la frase en traslación es de Perloff), que Yasusada sería ficción de punta a
cabo si no un completo engaño (a hoax, lo calificaron algunos). En los hechos, el
primero en remarcar la ficción fuera el escritor Eliott Weinberger, quien en un artículo
brillante publicado en el Village Voice Literary Supplement en julio de 1996, donde
subraya el carácter político de la escritura de Yasusada, sostiene que este sería “el
seudónimo de un anónimo, probablemente un poeta estadunidense, que ha escrito
brillantemente toda la obra” [who has brilliantly written all the work] [12]
Pero, si “personaje de ficción” [fictional character: Weinberger], ¿de quién?
Inicialmente se pensó en los editores‐traductores, pero al cabo se estableció que ellos
también jamás fueran seres de carne y hueso. Un editor de una de las revistas que
había publicado un nutrido dossier sobre Yasusada, declaró entonces enfáticamente: “Esto es, esencialmente, un acto criminal”. Los juicios de esta ralea se multiplicaron y,
por supuesto, los textos de Yasusada que iban a salir publicados en una antología de
poesía “del milenio” fueron pronto apartados de la iniciativa. ¿Ficcionar a un
sobreviviente de Hiroshima — intolerable? ¿Pese a que los heterónimos, en literatura,
es decir, no sólo las obras ficcionadas sino también la vida de sus autores, no tuvieron
que esperar el drama em gente de Pessoa para tener derechos de ciudadanía en
literatura? En el caso de Pessoa, él dejó textos en que explícitamente da cuenta de su
escritura heteronómica; no sucede así, sin embargo, con Yasusada: hasta hoy nadie ha
reclamado o reconocido abiertamente su autoría. Lo que queda en lugar del autor esta
vez es nomás –ni menos– que el detentor del copyright –donde termina la “ficción”
literaria y comienza la “verdad” del derecho–, sujeto al cual se volvieron los editores
de las revistas literarias que se sintieron estafados. El copyright del archivo de Araki
Yasuada pertenece a Kent Johnson, un –hasta entonces– poeta desconocido, ¡todo un
Javier Álvarez para el caso[13]!, profesor de castellano en un community college del
caserío de Freeport, Illinois (habiendo pasado buena parte de su infancia en Uruguay
y algo de su juventud en Nicaragua), si bien era ya editor o, más precisamente, coeditor,
tanto de una antología de poesía budista estadunidense como de una de poesía
rusa contemporánea.
En el citado ensayo, Perloff rechaza las acusaciones que califican la escritura de
Yasusada de crimen (a la memoria de las víctimas de Hiroshima) o aun de engaño. No
sólo porque dicha escritura se enmarca en usos y costumbres legitimados en la
tradición literaria, sino, sobre todo, porque, por una parte, lo publicado de dichos
supuestos archivos contienen inequívocos índices de que estamos ante una ficción o,
al menos, ante una autenticidad problemática (sería el caso del desconocido poeta y
cónsul boliviano en Hiroshima en años en que Bolivia ya había roto relaciones con
Japón, o de referencias a obras de Barthes y Celan fechadas antes que estas hubieran
sido publicadas en Europa, etc.), y, por otra parte, porque Perloff advierte en dicha
escritura un explícito propósito de cuestionar las prácticas del establishment literario
estadunidense.
El caso Yasusada [esto es, las acusaciones de acto criminal, etc.] puede ser
entendido como una formación reactiva [Reaktionsbildung, en términos
psicoanalíticos: mecanismo de defensa consistente en enmascarar un motivo o
emoción transformándolo en su contrario] experimentada por una comunidad
literaria [literary community] que ya no confía en el talento individual para elevarse
por sobre la cultura de masas [to rise above mass culture] y, por lo tanto, debe
encontrar una poesía digna de su atención en un lugar cada vez más remoto e
improbable. (M. P., art. cit.)
Y añade, en referencia al depositario del copyright:
Kent Johnson, creo yo, ha hecho un brillante trabajo [subrayo; a brilliant job]
inventando [inventing] un mundo a la vez ritualizado y, con todo,
sorprendentemente moderno, intemporal aunque documentado, arcaizado y sin
embargo au courant – un mundo poético que satisface nuestra hambre por lo
auténtico, a pesar de que tal autenticidad es en sí misma un simulacro [a
simulacrum]. (Id.)
* * *
Glancing at my watch, I turn back
... .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. ... ... .. .. .. .. ... .. to the hechicera, her face ashen, whirled
with lines.
. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .Forrest Gander
Tendríamos que demorarnos en la polémica y analizar con mayor detención su
archivo: analizar, por ejemplo, las interesantes derivas con respecto a poesía y
experiencia, o poesía y testimonio, que tales textos reabrieron. O el borramiento de la
supuesta lengua japonesa de los cuales los textos publicados se presentan como
traducciones (Weinberger: “nadie discute ya que Yasusada es el último capítulo de la
invención norteamericana de la poesía japonesa; los poemas de Yasusada están
acentuadamente escritos [very much written] no en el estilo de la poesía japonesa sino
en el de las traducciones norteamericanas de la poesía japonesa, incluyendo algunos
ingeniosos e intencionales gazapos [infelicities]). Pero. Se nos acaba el tiempo.
Debemos precipitar algo así como una conclusión, o un fin de caída; lo haremos, de
entrada, en forma de preguntas, y, por otra, a manera de yapa.
Preguntas, primeras, de inicio: ¿qué hay de un archivo simulado, un archivo-simulacro?, ¿merece que lo sigamos llamando archivo? Estas formulaciones, de cierto,
presuponen un saber sobre lo que llamamos o vamos a llamar “archivo”, suponen que
contemos con un concepto asegurado de archivo. Pero nada es menos seguro. El “archivo” de Yasusada, según la expresión de la crítica Marjorie Perloff, la palabra
archivo, por de pronto, viene inscrita en su texto sin mayor dilucidación –no es su
específica preocupación por lo demás–, a partir de un preentendimiento común o de
sentido común: un conjunto documental, un legado de textos, unificados en esta
ocasión por el nombre de su autor, en este caso un personaje o autor “ficcionado”,
Araki Yasusada. Y unificado también, y controlado, hasta cierto punto, no lo olvidemos,
por la remisión a un depositario de derechos de reproducción, Kent Johnson, quien, en
una maniobra algo alambicada, aunque tal vez necesaria, rechaza o evita reconocer la
autoría pero sí detenta los derechos habitualmente reconocidos al autor o a sus
herederos. Pero la distinción entre depositario de derechos de autor y autor, entre
sujeto de derechos y autor en tanto personaje o “persona” ficcionada, con sus diversas
variantes, reiteramos, sin ser la regla, no es para nada una práctica ajena a la
literatura. Lo que es un poquito más raro (aunque no completamente raro[14]) es la
ficción de archivo, el simulacro de un archivo, del cual se publican sólo algunos textos
(From the Notebooks of Araki Yasusada: los llamados editores‐traductores precisan
que no se publica el archivo como tal, o, si se quiere, el total de manuscritos que lo
componen). Ello introduce una conmoción sin término, una explosión en el núcleo
mismo del archivo, del concepto mínimo de archivo avanzado, en condicional, por
Derrida: “lo que llamamos archivo [...] supone [...] que la huella esté controlada,
organizada, políticamente bajo control” (en condicional: “si este término [archivo] ha
de tener un sentido delimitable, estricto...”)[15]. Pues desde el momento en que un
archivo (y no una obra publicada) se da como simulacro, ¿cómo mantenerlo bajo
control? El copyright tiene validez para los textos publicados de Yasusada, pero no
para su archivo como tal, que por lo demás, ¿no es cierto?, no existe, salvo simulado.
Si, sin ir más lejos, entre los textos atribuidos a Yasusada que les he leído hoy, hubiera
yo incluido un inédito, un Yasusada inédito, de su archivo o de otro archivo suyo, ¿Kent Johnson tendría derecho a acusarme de haber infringido sus derechos de
copyright? Verosímilmente no, a menos de inscribir o patentar el archivo de Yasusada
como tal, con lo cual este dejaría de ser lo que es: una ficción real. En cualquier caso:
simulacro contra simulacro, no hay como zanjar. Bien lo habrá barruntado Cervantes
cuando, en el prólogo a la segunda parte de El Quijote, evita explícitamente incriminar
al “autor del segundo Don Quijote” (el mal llamado por algunos “apócrifo” o “de
Avellaneda”).
Eso, por una parte. Por otra, y de manera tal vez incompatible con lo dicho por una
parte, por otra parte, decimos, preguntamos: ¿qué hay del poema como simulacro, del
poema en tanto simulacro o, en otras palabras, de la escritura poética qua ficción
consumada? Sería una larga tradición (toda o casi toda la llamada literatura) la que se
reconocería en ello; por decirlo en breve, de Platón a Pessoa: O poeta é um fingidor... Y
los reiterados índices inscritos en los textos de Yasusada que abiertamente
contradicen la llamada verdad histórica (reitero, por ejemplo: sus lecturas de Celan en
los años 30, mucho antes que ningún texto celaniano hubiese sido publicado), ¿no
inscriben su escritura en tal envío? Envío o tradición que, repartiendo tranquilamente
las escrituras entre verdad y ficción, original y simulacro, realidad e imaginación, y, a
no olvidar, padre e hijo, y aun invirtiendo a ratos su tradicional jerarquía (fuera el
caso de la llamada inversión platónica nietzscheana) viene al cabo a confirmar el “sistema de la verdad” (Derrida). Para “hablar” de tal vez [âge] desgajada ya del
susodicho sistema apenas tenemos nombres, habrá advertido el escritor de La Voix et
le Phénomène. Entonces, ¿la escritura de Yasusada como epítome, entre tantos otros,
de la maquinación de Occidente? ¿Cómo la bomba atómica, dices tú? No diré otra cosa
en entrevero tal, hoy: tal vez. O talvez sólo un columnario dolor de cabeza (Trilce,
XLVII; subrayo).
Ya para concluir, sin tal vez concluir nada enteramente concluyente, nomás de yapa:
Kent Johnson, quien, no lo olvides, junto con ser el detentor de los derechos de
Doubled Flowering, es, entre otras cosas, con Forrest Gander, el gran traductor de
Jaime Saenz al inglés[16], Kent, digo, me escribió hace algún tiempo para comenzar una
entrevista o conversación, ¡otro coloquio!, a propósito de la publicación de La flor del
extérmino en inglés[17]. Su primera pregunta, y única hasta ahora, fuera abiertamente
política, o poético‐política. Abrevio: ¿cómo es posible que la sociedad chilena, que en
las últimas décadas ha dado pruebas de una genuina vocación democrática y “progresista”, se muestre completamente sorda ante la demanda boliviana por una
salida soberana al Pacífico [an access to the Pacific]? Hablarle sobre los intríngulis de
la sociedad chilena, si hay tal, me hubiera tomado una eternidad, tal como, mutatis
mutandis, que él me hablara de la sociedad estadunidense frente a la impúdica
apropiación de vastos territorios mexicanos más o menos en la misma época. Así que
me limité a allegarle tal vez lo que sigue, con archivoces entreveradas de oriente – este
envío:
Y A Q H A L A Y Q A P H I C H H I T A N K A
violeta parra manuscribió en bolivia
gracias a la vida — el sesenta y seis
pa’ marcar territorio, pa’ que ninguna
changuita le levantara al gringo favre
y en las multitudes al hombre que yo amo
y la voz tan tierna de mi bienamado
y la casa tuya, tu calle, tu patio
cuando miro al fondo de tus ojos claros
violeta parra escribió en la peña nayra
gracias a la vida — el sesenta y seis
y de la paz se trajo el revólver tigre
que acabó con todo a las seis de la tarde
¿cómo volver de la paz y no arrasar?
¿cómo no volver a chuqiyapu marka?
¿cómo no domar al tigre ni marcar
territorios y vivir para cantarla?
¿el canto de ustedes, layqa phichhitanka
que es el mismo canto? kunats larch’ukista
¿y el canto de todos, mä lurawix tu
putaw, que es mi propio canto, sasaw si?
pa’ ir ya traduciendo, pa’ ir recalando
la breva: atesta un zampoñero de marka
en la carpa de la reina en los sesenta
que cuando alguien la llamaba respondía
mar para bolivia, hay sí, violeta parra
gracias a la vida, layqa phichhitanka
layqa phichhitanka, kunats larch’ukista[18]
* * *
NOTAS
[1] Pasaje de un textil leído en el coloquio Archivo, política y escritura, Pedragógico‐UMCE/U. de
Chile, Santiago, 29 de noviembre, 2011.
[2] También llamada Guerra de Asia‐Pacífico (AsiaPacific
War).
[3] Germán Bravo, “El destino de una frase. Polemos y decisión en la edad planetaria de la
técnica”, trad. (del francés) del suscrito, in Cuatro ensayos y un poema, Intemperie, Santiago,
1996.
[4] Chus Pato, Hordas de escritura, Vigo, Xerais, 2008.
[5] P. Celan, El meridiano [1961], traducción de Pablo Oyarzún, Intemperie, Santiago, 1997.
[6] Doubled Flowering. From de Notebooks of Araki Yasusada, Roof Books, N. York, 1997, p. 10,
traslape del suscrito, como, en adelante, en los casos en que no se indique otra cosa.
[7] M. Perloff, “In search of the Authentic Other: The poetry of Araki Yasusada”, in apéndice a
Doubled Flowering.
[8] Johnson Gander et al. (sic), Traduciendo a Saenz y otros poemas, Intemperie, Stgo., 2006, p.
41.
[9] Id.; la traducción de esa carta pertenece al filósofo chileño Alberto Allard.
[10] “En japonés, la bomba atómica habitualmente ha sido llamada pika don. Pika menta el brillo súbito [sharp flash], como un relámpago, y don el estrépito [loud sound] de los bombardeos”;
subrayo. Cf. Reiko Tachibana, Narrative as counter-memory.
A Half Century of Postwar
Writing
in Germany and Japan, State University of New York Press, N. York, 1998, p. 269.
[11] Como lo fuera en Yokohama, entre 1938 y 1940, Jorge Carrera Andrade (cf. Microgramas,
Ediciones Asia‐América, Tokio, 1940) y, no tan lejos de ahí, algunos años antes, Neruda.
[12] E. Weinberger, “Can I Get a Witness?”, Village Voice Literary Supplement, julio de 1996;
posteriormente publicó una postada, en que da cuenta de los sucedido desde entonces. Cf
Jacket Magazine nº 5, Sydney, octubre de 1998. Cf. http://jacketmagazine.com/05/yasu-wein.
html De la posdata, “I Found a Witness”, hay un párrafo entre corchetes, para nada
irrelevante: “[Debo decir también que, en 1995, antes de escribir mi artículo, fui
inesperadamente contactado por alguien que dijo ser el autor [de] Yasusada (the Yasusada
author). Él o ella había leído un ensayo sobre falsificaciones (on forgeries) que yo había
publicado en una revista de arte mexicana, y pensó que era alguien que podría entender (and
thought I was someone who would understand). Incluía también una correspondencia con el
escritor Kenzaburo Oe, quien, diplomáticamente, le había sugerido que la cuestión acerca de
un ficcionado poeta de Hiroshima era algo demasiado delicado y complejo de responder sin
antes meditarlo detenidamente [without a great deal of thought]”.
[13] Además de figurar como poeta y cónsul boliviano muerte en 1945, en Doubled Flowering viene (otro) Javier Álvarez, esta vez firmando un texto junto a Kent Johnson, en apéndice: “A
few word on Araki Yasusada and Tosa Motokiyu”, fechado en junio de 1997.
[14] Tal “rareza” se da también, sin ir más lejos, en El Quijote de la Mancha – y archivo también en
traducción (del árabe): cf. Parte I, cap. IX. Más adelante, en el cap. LII, vuelve la dicha ficción
bajo la figura de “archivos manchegos” (en castellanos versos tal vez).
[15] J. Derrida, “Trace et archive, image et art”, Conversation. Collège iconique, INA, París, 25 de
junio de 2002.
[16] Cf. Immanent Visitor. Selected Poems of Jaime Saenz (edición bilingue; traducción de Kent
Johnson y Forrest Gander), University of California Press, Berkeley, 2002; The Nigght (traducción e introducción por Forrest Gander y Kent Johnson, y prefacio de Luis H.
Antezana), Princeton University Press, Princeton, 2007.
[17] A. Ajens, Don't Light the Flower / Poetry After the Invention of América, trad. de Michelle Gil‐Montero, Plagrave‐MacMillan, N. York, 2011.
[18] Yaqha layqa phichhitanka, por decir: Otra pájara hechicera – siendo layqa phichhitanka el
nombre de una tan popular como anónima canción (en) aymara. Un traslucine de la dicha, por
Zacarías Alavi y el suscrito, puede hallarse en Mar con soroche nº 5, Santiago / La Paz, 2008. A.