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ninguna parte esta ceguera
de simón villalobos

a. ajens



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Un poema, cada poema, está (si está) desarmado – tome como quiera este desarme; ya como afirmación incondicional, ya como promesa, ya como trago al seco o acompasado;

tal aguayo a flor de piel, al decir del desecuménico vecino Jean-Luc Nancy (Au fond des images, París, 2013), remarcado tan reciente como justamente por Gabriela Milone (Luz de labio, Córdoba, 2015), y no sin más desnudo (tal “verdad desnuda” de la que hablan historiadores/as, o “sin velos interpuestos” de la que hablan filósofos/as), sobreviene desde ya desarmado:

sin jerarquía, por de pronto, sin orden preestablecido o sin más consagrado, y a la vez sin armas: sin defensivos como ofensivos guerríferos recursos. Su “potencia” fuera bien otra. A diferencia de una moneda, por caso, al decir de Simón Villalobos, aun abriendo la posibilidad misma de algo así como una moneda (tal intercambiable signo), un poema —cada vez tal o cual, tal único plural—: sin armas. No se trata de un pacifismo elemental, ideológico. Las armas vienen, claro está, en el poema de SV: habrán sido puestas por la ceguera impuesta por la moneda que piensa sin pensar o, lo que pudiera ser lo mismo, por el aparataje (lo que SV llama en otra parte “armazón”) que nos arroja antes que un poema en su desarme nos desarme. ¿Cuán ciega ceguera fuera?

En la p. 17 de ninguna parte esta ceguera (Cuadro de Tiza, Santiago, 2014) leemos:

Una moneda piensa por sí misma su destino
su mayor destreza es la aparente indiferencia
con que impone los términos de cada traspaso
y la ceguera como un abismo a sus costados
el filo en la empuñadura de nuestras armas

Una moneda piensa que piensa: calcula: lo que equivale a decir: equivale: su ilusión bien real es significar bajo el modo de la equivalencia: y no sólo en la metáfora o comparación, también en el concepto, sobre todo en el concepto, pareciera estar en su salsa (su “aparente indiferencia”, subrayamos, según SV). Por demás, lo que se da en llamar “falsa moneda” —acuñación sin ley que la garantice— no remitiera tanto a que sea falsa (en contraposición a la supuestamente verdadera o valedera moneda), sino que su propio impropio estatus está moroso, en suspenso: puede como no puede equivaler, puede como no puede permanecer indiferente en cada paso o traspaso. Hay quien habrá figurado en ella, de paso, la esencia sin esencia de la literatura...

Una moneda piensa, otra: solitaria, hace memoria: la palabra como la marca moneda —que nunca se confundirá sin más con la “cosa” moneda, pero tampoco le será sin más indiferente—reenvía desde ya a lo único, y a la memoria. Lo memora Román Antopolsky recientemente en Mar con soroche: “[A] la palabra “moneda”, en latín moneta, se le ha adjudicado dos orígenes. Uno es el vinculado a la memoria y el recordatorio. Moneta habría sido traducción de Mnemosyne, mnémica divinidad de la memoria [de la poesía memoriosa de su datas, al decir de Celan] y madre de las musas; amparado el término en monere, “recordar”. El otro es la palabra griega monéres (μονήρης): “solitario”, “único” (R. Antopolsky, “Cara, seca, sombra”, Mar con soroche nº 17, Santiago / La Paz, p. 73-78).

Habiendo, pues, La Moneda, no hay de suyo la moneda (es lo que la supuesta moneda quisiera hacernos creer). Simón Villalobos lo subraya al hablar de una moneda en ninguna parte esta ceguera. Vallejo en Trilce XLVIII, con otra moneda en llamas avant la lettre, también:

Cojo la penúltima moneda, la que suena
69 veces púnicas.
Y he aquí, al finalizar su rol,
quemase toda y arde llameante,
                                                    llameante,
redonda entre mis tímpanos alucinados.



 



 

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ninguna parte esta ceguera de simón villalobos.
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