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De incompetencias, dignidad
Andrés Ajens
Viagem a Santiago (Intemperie, Santiago, 2014)
Por Alejandro Fielbaum*
Publicado en Archivos de Filosofía. Nos 9-10. 2014-2015
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Poesía: eso puede significar un cambio de aliento. ¿Quién sabe, quizá la poesía recorre el camino —también el camino del arte— por mor de un cambio de aliento semejante? ¿Quizá logre ella, puesto que lo ajeno, es decir, el abismo y la cabeza de Medusa, el abismo y los autómatas, parecen estar, sí, en una dirección —quizá logre ella aquí discernir entre ajeno y ajeno, tal vez aquí precisamente se atrofie la cabeza de Medusa, tal vez aquí precisamente fracasen los autómatas— por este único breve instante? ¿Tal vez aquí, con el yo —con el yo enajenado, liberado aquí y de esta manera—, tal vez aquí se libere también un Otro?
¿Quizás el poema a partir de allí es él mismo... y puede, entonces, de este modo carente de arte, libre de arte, andar sus otros caminos, y, entonces, también los caminos del arte —andarlos una y otra vez?
Quizás.
Paul Celan
No sé si soy competente para comentar el libro, le dije a Andrés, cuyo poemario había leído hacía algunas semanas, ante su generosa invitación a comentar lo que aquí saludamos. Entonces haz un comentario incompetente, me dijo con lucidez y humor.
Lo que brindaré, por tanto, no será ni más ni menos que eso. Y no solo porque, en general, puedo declararme incompetente en mis ocasionales lecturas de poesía, sino particularmente porque creo que este texto desafía el criterio de la competencia, si es que no el criterio del criterio supuesto desde el cual recién pude escribir que no soy buen lector de poesía en general, ya que este no se trata de un libro de poesía en particular, que pueda subsumirse, de una u otra forma, en un género de la poesía por el cual pueda circular. Ni tampoco, claro está, es un estar claro en otro género que nos permitiese decir, por ejemplo, este es un libro autobiográfico, o incluso histórico, acerca de la alegre visita de Silviano Santiago a esta universidad hace menos de un año.
Aquel acontecimiento, inscrito ya en el título, parece presentarse a Ajens como una invitación a pensar de otra forma la lengua de la poesía, antes que como un contenido al que referir poéticamente. Así, creo que en lo escrito corre cierto deseo incierto, deseo de la responsabilidad en la lengua, de la singularidad de la lengua en la lengua cuya ausencia Santiago achacaba a la narrativa de Coelho y su construcción de un portugués de fácil traducción, capaz de insertarse directamento, como lengua particular, en la universalidad neoliberal.
En ese sentido, la renuencia a la fácil comprensión de la dispersa escritura de Andrés no resulta un juego irresponsable. Al contrario, se trata de un necesario ejercicio de la responsabilidad, acaso del juego de la responsabilidad y de la responsabilidad como juego que impera allí donde no hay regla que valga. Justamente en su visita a Santiago, Santiago describió, a propósito de las pinturas de Adriana Varejão, como arte de la centrifugación una poética del descentramiento imprevisible, del juego intertextual que surge de la heteróclita composición de materiales varios. Allí se da pie, con responsabilidad, a la mixtura sin fin que caracteriza, también, lo que comentamos: “La combinación inconsciente es, pues, de responsabilidad del repertorio imprevisto e imprevisible”.
Quienes conozcan ya el libro en cuestión saben que parte de su singularidad se criba en que los materiales que se reúnen son en distintas lenguas, que comparecen, en su singularidad, en la singularidad de cada poema. La idea descrita por Santiago, en su otra conferencia en Santiago, del escritor de ficción como traductor es aquí llevada a la forma del poema hasta deformarla, enloquecerla. El poema destroza su presunta unidad, y al recomponerla en su artificio se vale de la multiplicidad de lenguas que impide sostener qué lengua suplementa a cuál, desde cuál o hacia cuál se traduce, con fidelidad a la imposible fidelidad del traductor que bien describe Santiago: “Todo aquel que escribe su texto a partir de la parodia y del pastiche también lo es. Es ficcionista traductor, o es poeta traductor — depende del género (genre) adoptado”.
Poco sentido tendría aquí narrar, o resumir, alguna pieza del texto, en el entendido de que si una escritura puede seguir aspirando al siempre indeciso ró- tulo de la literatura es por su vocación de no poder ser contada más que por su propia cuenta. Prefiero, por ello, citar una estrofa de uno de los textos en los que creo que se juega lo aquí descrito. Me refiero a “Antología de poesía brasilera III”. Parte allí Ajens preguntando, preguntándose, si existe algo más estú- pido que una antología nacional en poesía, tras lo cual escribe: “cómo lindar mi cuerpo, cuerpo de antología/ sin sucumbir al deseo de dominio ¿nimio? / estadonacional y a la vez / a la devastación imperiosa, imperial? ¿cómo evitar / sujeción a la cripta burocrático popular (registro / de nacimiento, pasaporte, carnet / de identidad) y al tiempo / a la tecnonada planetaria, al borramiento cabal?”
Creo que lo que Ajens busca, a lo largo del texto, es responder, responderse y respondernos, sobre tan espinosa cuestión, a sabiendas de que cualquier respuesta, cualquier posible autor o lector, individual o colectivo de su respuesta, ha de quedar en suspenso si no desea quedar cautivo de lo que se busca exceder, a saber, la claridad de los límites y los pasos entre cuerpos y entre lenguas, entre cuerpos y lenguas, entre los cuerpos de las lenguas y las lenguas de los cuerpos, sin perder ni dejar de perder el cuerpo ni la lengua, ni la multiplicidad del propio cuerpo y la propia lengua, entendiendo que ya no serían tan propios, sino el material en construcción y disputa desde el cual trazar una escritura que ya no podría llegar a la conformación de la nación, o de la poesía. Ni mucho menos de la poesía nacional, ese deseo que poco entiende de la lengua y nada de la poesía.
Con ello, la escritura de Ajens parece desear la responsabilidad para con la propia lengua comprendiendo que esa lengua es siempre más de una, y nunca es la de uno. Y, con ello, imaginar una política cosmopolita que no sea la de la armónica y mercantilizable diferencia del universalismo hegemónico neoliberal, cuya demanda de fácil traductibilidad permite pensar que ya existe el mundo de la diversidad de las lenguas bajo el signo ideológico de la globalización, sino el del infinito comparecer entre lenguas cuyo contagio no construye una unidad delimitada, exponiéndose, antes bien, la dispersa intersección entre lenguas y registros que aparecen en la poesía de Ajens, cosmopolita entonces por sus formas, y no únicamente por sus contenidos, en su inmediata destrucción de la diferencia entre formas y contenidos.
Si el limitado cosmopolitismo de la era de los Estados nacionales se jugaba en la aceptación de la lengua extranjera dentro de la frontera, en los procesos contemporáneos de migración la traducción expone la necesidad, imperante antes, durante y después de los Estados nacionales, de desmontar la jerarquía entre la lengua de afuera y la de adentro, entre la frontera entre una y otra lengua. En esa dirección, Ajens hereda la promesa moderna, para y contra estos tiempos de neoliberal modernización, del quiasmo entre la donación cosmopolita y la responsabilidad por la lengua que constituye a la literatura mundial. Y es que, a diferencia de la pretensión de homogeneidad del derecho cosmopolita, la literatura aspira a otra justicia, siempre por venir, en la que la lengua la relación con el extranjero no pasa por la reducción de la diferencia, sino en su exacerbación y exposición. En hacer, por así decirlo, de lo propio, extranjero, o quizás extranjera.
Con ello no desconocemos los límites que posee la esfera pública literaria moderna europea, los que no se reducen a la dimensión de género recién dicha. Algunas de las lenguas en las que escribe Ajens aún exigen allí por su derecho de ciudadanía. Para rehuir de la estrategia de Coelho, su política no ha de ser la de refugiarse al otro lado del límite que las ha excluido, sino, creo y creo que Ajens lo cree, lo que tan bien ha descrito Santiago con la estrategia del entre-lugar, de la universalidad dependiente o del cosmopolitismo del pobre. O sea, ampliando los límites de la literatura mundial hasta desaprender sus fronteras, contestando su ciudadanía en nombre de la apertura a otras lenguas, a otras formas de la lengua, a la que el eurocentrismo se sigue negando.
Sobre el final del poema ya citado, Ajens reescribe la pregunta antes indicada variando leve y decisivamente el orden de lo expuesto. Ya no se pregunta si la idiotez máxima es la de una antología nacional en poesía, sino la de una antología de poesía nacional. Su crítica ya no se dirige solo a la administración nacional de lo poetizado, alcanzando también a todo prurito de una poesía que se destine a sí misma de forma nacional, con una sola lengua, con una sola forma de habitar esa lengua. Porque no es (sin más) un idiota, Ajens no escribe poesía nacional ni antologías nacionales. Además, con responsable osadía, inventa otras formas de inventar.
Ahí reside, me parece, buena parte de la riqueza del texto, al mostrar la dignidad de la incompetencia a la que espero haber contribuido, en su inoperancia, con este comentario incompetente.
* Texto leído el 29 de abril en la sala Nemesio Antúnez del Pedagógico alias UMCE,
junto a Carlos Cociña, Elvira Hernández y Cecilia Sánchez (2014).