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LENGUA, POESÍA, DINERO (*)
Economías de Gabriela Mistral

Andrés Ajens
Publicado en LA FLOR DEL EXTÉRMINO. Escritura y poema tras la invención—de América
Ediciones La Cebra, 2011


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Gabriela Mistral aborda directamente el punto en un texto fechado en Santa Margarita de Ligure, en julio de 1930 (cf. Gabriela anda por el mundo, R. E. Scarpa compilador, ed. A. Bello, Santiago, 1978) —que sintomacalmente denomina: Lengua española y dialectos indígenas en la América. Sintomacalmente, sobrepujara, pues desde el inicio establece esa distinción (política) insostenible entre lengua (europea) y dialecto (indoamericano). Se trata de un inopinario escrito en memoria de José Carlos Mariátegui, quien acababa de fallecer en Lima. A propósito de las campañas de promoción de la lengua quechua impulsadas por Mariátegui en la sierra peruana a mediados de los años ‘20, doña Gabriela no sólo lo tacha implícitamente de ingenuo sino también plantea, y esta vez de manera explícita, que la alfabetización en lenguas indígenas sólo tiene sentido en nuestra América si se las considera como un medio para el aprendizaje del castellano. Al ‘indio’ se le debe convidar primero y exigir después aprender castellano (sic). Y da, era que no, sus (dos) razonaciones. Primo: dudamos, dice, que las lenguas aborígenes —en este caso, sinecdocalmente, el quechua— sean aptas para la vida moderna (a menos de reacrearlas técnicamente, agrega, añadiéndoles tanto como lo que ya poseen). Segundo: incluso si tal recreo técnico fuese posible, tampoco ello bastaría, porque —aparte de quienes ya lo hacen— nadie más hablaría (aprendería) quechua:

Resulta que una lengua completa, buena y todo, no vive de sus puros deudos y tiene que ganar clientela entre los extraños; que es una verdadera pieza comercial, lo mismo que el cheque, y pide que agentes extranjeros le den estimación y confianza redondas. Nadie nos aprendería nuestro pobre quechua, dulce para la lengua, rítmico para la sangre, rico y cuanto se quiera. Nuestros dialectos, resucitados, o mejor dicho, galvanizados, se nos quedarían allí mismo donde los halló Francisco Pizarro... (G. M., op.cit.; subrayo).


Habría, de cierto, muchísimo que des/capitalizar a partir de tal conciso párrafo de imperiosa e imperial analogía. Una lengua (europea) es (como) un cheque, un traveler’s check, cobrable anywhere. Un dialecto (amerindiano), en cambio, no da lugar a intercambio ni a inversión (extranjera) alguna. Esto último singularmente en el caso del quechua viene a ser desde ya palindromáticamente problemático; bastaría invertir (en) el quechua mismo, y, con muy poco rezurce vocálico tendríamos un cheque perfectamente utilizable. En cualquier caso: olvido —¿activo inactivo, automático destinar o franco fatal destino?— de lengua en lengua, y olvido de paso de la (trópica) casa de cambio. A favor de la poeta del Elqui podríamos decir que a diferencia del incontournable Stéphane Mallarmé —quien exceptúa a la lengua literaria de toda metaforización o intercambiabilidad comercial—, ella no le otorga ningún privilegio ni virginidad trascendental a la lengua, en poesía o no.

Hasta aquí, por ahora, doña Gabriela.[1]

 





[*] Publicado en una edición extraordinaria del periódico Aurora de Chile, Santiago, julio de 2005.

[1] Tanta fuera la identificación de Gabriela Mistral con ‘el indio’ que –como Franz Tamayo en otras circunstancias– una vez se lo dijera a Ciro Alegría con todas sus letras: Yo soy india. Si su decidida labor en defensa y promoción de los pueblos indígenas es por demás patente (nomás una anécdota contada por un testigo, el poeta Humberto Díaz-Casanueva: luego de recibir el premio Nobel, Gabriela Mistral fue recibida por el presidente norteamericano Harry Truman; y lo increpó de entrada: ¿Por qué un país tan poderoso como Estados Unidos no ayuda a mis ‘indiecitos’ de América Latina que se mueren de hambre?); es precisamente tal identificación y tal defensoría lo que vuelve tan crudamente sorprendente el entramado de Lengua española y dialectos indígenas en la América. La vindicación de la ‘raza’ (término caro a la Mistral) y la obliteración del idioma (indígena) conviven en la poeta tal contra-dicción mayor —a partir de la acogida incuestionada del mentado deslinde entre ‘dialecto’ (indígena) y ‘lengua’ (europea). No se trata de un deslinde numérico: el quechua era en 1932 (como sigue siéndolo hoy, con cerca de diez millones de quechua-hablantes) la lengua indoamericana más extendida. La frontera entre ‘lengua’ y ‘dialecto’ pasa aquí de frentón, en palabras de la Mistral, por el deseo —deseo de alter de aprender o no tal o cual lenguaje: por la eventual aptitud de un lenguaje para suscitar interés e inversión (libidinal). Nadie nos aprendería nuestro pobre quechua... (resulta que una lengua completa... no vive de sus puros deudos y tiene que ganar clientela entre los extraños). ¿Contra-dicción mistraliana —meridiano tinku? Misma ambivalencia en su ‘diario íntimo’: Mi reputación de indigenista viene de lo poco que he hecho por la reivindicación del indio en general, con apoyo en la admirable cultura que tuvieron –y tienen– mayas, toltecas y quechuas. No podía valerme de los araucanos para mis fines por la flaqueza de su labor artística y por su raso primitivismo (sic).



 

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