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Introducción al mar boliviano I y II

andrés ajens



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I

Tsunami o simple marejada, el “fallo” de La Haya, llamado a zanjar perdurablemente el conflicto de lindes marítimos chileno-peruanos de la posguerra (del Pacífico; antes de dicha refriega jamás las repúblicas de Chile y Perú disputa marítima hubieran por la sencilla razón de que, Bolivia mediante, ambos países carecían de fronteras), ¿nos acerca o nos aleja al/del mar boliviano?

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Tengo fe en Chile y su destino
Salvador Allende, 11.9.73

Cada vez que el mar boliviano vuelve, con sus olas y cardúmenes de históricas demandas, indignación y reclamo, los sucesivos gobiernos chilenos habrán argüido, impertérritos: solo cabe respetar los tratados; ¿qué sería del sistema-mundo si de golpe los países comenzaran a desconocer unilateralmente los acuerdos mutuamente firmados? ¡La sensatez en persona! Pero. Bolivia no ha desconocido ni declarado nulo el Tratado de Límites vigente con Chile (el de 1904, tras más de dos décadas con un acuerdo de simple “Tregua”). Lo que Bolivia plantea es modificarlo. Sensatamente: por al menos tres fundamentos alias razones (que es lo que al fin y al cabo vuelve sensato un planteamiento). ¿Sensatez contra sensatez? Veamos.

Dice Bolivia, de entrada: en innumerables ocasiones desde el término de las hostilidades de la guerra diversos gobiernos de Chile han ofrecido a Bolivia, ya salida al mar soberana (para el caso, Pinochet, y su abrazo con Banzer en Charaña), ya salida al mar por territorio cedido en préstamo, ya corredor terrestre, ya enclaves (para el caso, bajo cuerda, Piñera, pero entre otros también Ibáñez, Bachelet y Lagos). Si bien tales ofertas chilenas no necesariamente otorgan derechos a Bolivia (es lo que habrá de dilucidar, entre otras cosas, la Corte de la Haya), es claro que si muy diversos gobiernos chilenos han hecho tales planteamientos es porque muy diversos gobiernos chilenos han estimados que el actual Tratado de Límites con Bolivia resulta insatisfactorio y requiere ser cambiado. Como dijera Vicente Huidobro: “Bolivia pide un puerto. ¿Hay algo más lógico?” (V. H., “Un puerto para Bolivia”, La Nación, 28.12.1938).

Por otra parte, dice Bolivia, el Tratado de Límites de 1904, si bien fue aprobado por el Congreso boliviano (después de una ardua disputa interna), lo cierto es que no se trató de una decisión plenamente soberana. A poco más de 20 años del término de la guerra, los industriales mineros bolivianos (del estaño y de la plata, en especial) y, en general, toda la economía exportadora boliviana por el Pacífico se hallaba sujeta al arbitrio chileno. Si no se firmaba el tratado impuesto por Chile, la economía minera boliviana se iba a pique. Por ello, comprensiblemente, en la decisión del Congreso boliviano de aprobar el Tratado de 1904 primó el argumento del “mal menor” argüido por los barones de estaño. Que efectivamente Bolivia aprobó el Tratado de 1904 con una pistola al cuello, lo grafican bien las palabras del por entonces “ministro plenipotenciario” alias embajador de Chile en La Paz, Abraham König, en Nota diplomática enviada el 13 de agosto de 1900 al Ministro de Relaciones Exteriores boliviano, Eliodoro Villazón: “Chile ha ocupado el Litoral y se ha apoderado de él con el mismo título con que Alemania anexó al imperio la Alsacia y la Lorena, con el mismo título con que los Estados Unidos de la América del Norte han tomado a Puerto Rico. Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones […] Terminada la guerra, la nación vencedora impone sus condiciones y exige el pago de los gastos ocasionados. Bolivia fue vencida, no tenía con qué pagar y entregó el Litoral”. A confesión de parte...

En tercer lugar, dice Bolivia (es lo que escuchamos cada 14 de febrero, fecha de la invasión chilena a Antofagasta, o el 23 de marzo, día de la batalla de Topáter y de la muerte de Eduardo Abaroa), si Chile aboga por honrar los tratados internacionales como condición mínima de las relaciones legítimas entre estados, ocurre que el ya centenario diferendo limítrofe chileno-boliviano se habrá desencadenado precisamente con la violación chilena del Tratado de Límites vigentes entre Chile y Bolivia a febrero de 1879 (el de 1874). Cabe subrayar que (independientemente de si Bolivia atentaba o no contra el Tratado al subir los impuestos a las exportaciones chilenas en territorio boliviano, como lo corean y cacarean los manuales escolares de Historia (de Chile), e independientemente también de si Bolivia atravesaba o no en ese momento por una inminente hambruna producto de una sequía de varios años), el Tratado de Límites de 1874 establecía, en sus artículos II y II complementario, que si alguna de las partes estimaba que la contraparte estaba incumpliendo la “ejecución” del Tratado se obligaba a recurrir al arbitraje de un tercero, para el caso por defecto el Emperador del Brasil (tal como en el Tratado de Límites entre Chile y Argentina de 1881 lo sería la Reina de Inglaterra): “Todas las cuestiones a que diese lugar la inteligencia y ejecución del Tratado de seis de agosto de mil ochocientos setenta y cuatro, deberán someterse al arbitraje”. Al invadir militarmente territorio boliviano, Chile partió por desconocer el Tratado mutuamente acordado.

El Chile democrático, el Chile popular de Allende, Violeta Parra, Frei Montalva, Aguirre Cerda, Recabarren, Neruda, Mistral, Balmaceda, Bilbao, Manuel Rodríguez, Víctor Jara y tantas otras  y otros no habrá conferido jamás legitimidad –en la convivencia nacional o internacional– a la imposición armada. Suma para la raya: hoy como ayer no cabe sino confiar  en Chile y su destino… (también) sudamericano.

 

II


quillacollo, plan tres mil
tocnolencias, taypi qala
chulumani, arzans, huari
camba colla insuperable
adela zamudio, saya
real potosí, el lago
moxos, morón de los robles
el loco, la noche, ataw
wallpaj, pachacuti yamqui
salcamaygua, terremoto
de sicasica, llallagua
mocochinche, ají de lengua
melgar y montaño, lara
chayanta, beltrán, churata
razón, el deber, los tiempos
incendio de unos legajos
de gabriel rené moreno
en santiago, villazón
posvelar, yacuiba, illapa
un pajarillo llamado
pazos kanki, mané, charcas
el prado, colón, la blanca
cine campero, la ceja
sorojche, miss litoral
guayaramerín, luzmila
shinahota, llajua, el cé
águila sideral, viña de bruma
la concepción, cobija
gracias a la vida, el che
adela zamudio, saya



* * *

 


Arturo Borda (La Paz, 1883-1957), óleo.



      un jazmín . . . . . . . . . . . ..
sin geografía ni estirpe a considerar

           E. Villazón,  “Deslumbre migratorio”

Lo boliviano –mar incluido– en Bolivia: ¡cosa más rara! A diferencia de la chilenitis omnipresente en la cultura de masas en Chile (televisión, fútbol, el “18”, etc.), lo boliviano en Bolivia suele darse menos. Hay quienes ven en ello un índice de las dificultades de constitución del estado-nación creado, en parte, por iniciativa del propio Bolívar (un autor francés habrá hablado del “embrollo” boliviano; Zavaleta Mercado habla más bien de una formación social “abigarrada”). Lo claro es que la sociedad boliviana es notoriamente más heterogénea, más diversa, y su estado bastante menos centralizado que el chileno (la reciente sanción constitucional del “Estado Plurinacional” pudiera considerarse una certificación de tal diversidad, aunque la sola constatación de que, aparte del castellano, hay al menos 36 lenguas indoamericanas en uso en Bolivia ilustra a las claras tal aserto). No hay más de tres ocasiones en que lo boliviano se da o se subraya como tal en Bolivia, me confidenciara hace algunos años un conocido sociólogo cochabambino: para los mundiales de fútbol (las veces en que la selección de Bolivia logra clasificar), para la nacionalización del estaño (la llamada Revolución Nacional de 1952) y para el aniversario de la pérdida del litoral (cada vez que se elige Miss Bolivia –para Miss Mundo– se elige simultáneamente, como obligada dama de compañía, a Miss Litoral); el resto del tiempo las identificaciones regionales o locales (cambas, collas, cochalas, etc.) o aun étnicas (aymaras, quechuas, urus, guaraníes, guarayos, etc.) predominan. ¿Exageraba el vecino cochabambino? De cierto, pero. Jaime Saenz, el poeta de Recorrer esta distancia (1973), heavy metal paceño hasta la calavera, en su novela Felipe Delgado (1979) lo estampara de su parte de la siguiente manera:

—Realmente; ahí está la payasá, como usted dice que dicen los chilenos —asintió Delgado. Nosotros, los bolivianos, no solamente somos mañudos, sino que también somos sonsos. Es una doble virtud; por lo menos tenemos ese consuelo. ¿Qué opinas tú, a todo esto? —preguntó [Delgado] dirigiéndose a Peña y Lillo.
Al haber permanecido toda la noche callada la boca, este hizo un esfuerzo para hablar, y con una voz de falsete contestó:
—Nosotros, los bolivianos, no somos ni lo uno ni lo otro… No somos mañudos, ni tampoco sonsos. Nos basta con ser bolivianos.  

¡Mañuderías saenzeanas! (Cf. El loco, 1966, de su maestro, el pintor y escritor A. Borda).

 

Santiago, 24 de enero, 2014.




 



 

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