En su sin par Antología de poetas nortinos,
Fernando Navarro Geisse lo da por finado:
“con solo 30 años, cruzando a pie la línea
de la Concordia, murió J. Phaxi Ramírez, el
poeta de Graffiti (2003) y Surf the Chaos,
Surf your Self ” (p. 103). Antologador tan
fabuloso como el propio Phaxi Ramírez
(heterónimo del escritor de madre ariqueña
y padre tacneño Fernando Alavi Palma),
Navarro lo imagina “volando por los aires, de-
capitado y feliz”. Te (lo) encuentras en el jirón
Basadre de Tacna la semana pasada, saliendo
de una monstruosa puesta en memoria de
El pez de oro y Resurrección de los muertos,
de Gamaliel Churata, en el marco (desmarco)
del Tea Party IV, enjundioso transfrontero
encuentro de poesía entre Tacna y Arica,
alentado por Cinosargo y el gran Rojas Pacha.
II
Fernando Alavi Palma andará por los
40 o, con mucho, los 50; churateano
lewis-carrolleano impenitente, nada
parece compartir con su heterónimo
jalero y chuchatumaire (la noción es de
Churata; en Resurrección de los muertos
tal avatar de Guaman Poma aspira
a que su lengua llegue “al tamaño
sanguíneo del Chuchatumaire”);
Alavi Palma a ratos más bien huele
a un buda feliz del Colesuyo. Habla
con entusiasmo de sus proyectos
en el Museo del Anaco de Tarata,
donde en un mismo gesto reitera
y a la vez desbroza y desplaza
toda sombra de indigenismo. De
sus proyectos poéticos,
liberado ya del calado grave
de Phaxi Ramírez, Alavi Palma
no dice nada. “No hay proyecto
en poesía”, precisa. Y añade: “O
la inscripción interrumpe pro-
yecciones, imaginarios, etc.,
en que ya nos encontramos,
o no es nada”. Sonríe. Y enumera
algunas proyecciones en la mira:
nacionales, regionales, étnicas,
sexuales, literarias, visuales. “Los
imaginarios no nos dejan ver
lo ‘real’, lo inimaginable”, remacha.
II b
“¿Qué estás escribiendo ahora?”,
preguntas. “Nada”, dice. “Estoy
dejándome afectar x una intuición
lateral de Churata: aquella que afirma
que la proyección más dura,
más resistente y pertinaz, es silenciosa;
el silenciamiento como imaginario
articulado, como proyecto”. Se explaya:
“El silencio de Rimbaud o el de Heidegger
son solo briznas de proyección tal,
lo mismo los blancos de Mallarmé y
del concreto Gomringer”. Enmudece
un instante. Sonríe. “Lo silenciado
deja huellas, de cierto, se inscribe y nos
escribe, mas son contados con dedos
de una mano quienes leyéndolo
lo suspenden, lo desplazan…” Y mudo
otra vez té toma. Te roza. Te abrasa.
A. Ajens, 25 de mayo, 2015.