i
Tres cosas en el mundo él amaba:
El canto vespertino, los pavos reales blancos
y de América, los mapas desvaídos.
No amaba el llanto de los niños,
la frambuesa con el té, no amaba
ni la histeria femenina.
…Y yo fui su mujer.
ii
No estoy con aquéllos que abandonaron su tierra
para que el enemigo la desgarrara.
No entiendo sus burdas lisonjas,
mis canciones no serán para ellos.
Pero me da lástima el proscrito,
como un prisionero o un enfermo.
Oscuro es tu camino, peregrino,
Huele a ajenjo el pan ajeno.
Y aquí, en el acre olor del fuego,
el resto de juventud perdido,
nosotros de ningún golpe
nos hemos protegido.
Y sabemos que en apreciación tardía
cada hora será justificada…
Pero en el mundo no hay gente sin lágrimas
Más altiva que nosotros ni más llana.
iii
El último brindis
Bebo por la casa derruida,
por la soledad, juntos,
por esta maldita vida mía
y por ti, bebo.
Por la mentira de la boca que me traicionó,
por el frío de muerte en la mirada,
porque es cruel y torpe el mundo,
por aquello que Dios no salvara.
iv
Boris Pasternak
Él, que se comparó a sí mismo con el ojo de un caballo
mira de reojo, mira, ve y reconoce,
y he aquí que fundido el diamante
resplandece en los charcos, ya la nieve desvanece.
Traspatios en la quietud de la bruma lila,
andenes, maderos, hojas, nubes.
El silbido del tren, la cáscara que cruje de la sandía,
En el guante perfumado, la mano tímida.
Resuena, retumba, rechina el estallido de la resaca
y de pronto se apacigua: esto significa que él
por las agujas de pino se abre paso con cautela,
para no turbar la duermevela del espacio.
Y esto significa que él cuenta los granos
en las espigas desiertas, esto significa que él
de algún funeral otra vez ha llegado
a la maldita y negra lápida del Darial.
Y arde nuevamente la languidez moscovita,
a lo lejos repica el cascabel de la muerte…
¿Quién se ha perdido a dos pasos de la casa,
donde la nieve llega a la cintura y todo termina?
Para él, que comparó el humo con Laoconte,
y celebró los cardos de cementerio,
para él, que llenó el mundo con el sonido nuevo
de estrofas que en el nuevo espacio reverberan.
Una suerte de eterna infancia fue su recompensa,
de largueza y clara visión,
y la tierra entera fue su herencia,
y él entre todos la partió.
v
Sauce
Y yo crecía en adornado silencio,
en el fresco cuarto de juegos del joven siglo.
Y no me era agradable la voz del hombre,
pero entendía la voz del viento.
La ortiga amaba y la bardana,
pero el sauce plateado más que a nada.
Y, agradecido, vivió conmigo
toda su vida, sus ramas lloronas
salpicando el insomnio con ilusiones.
Y es curioso que lo sobreviviera.
Allá está su tronco, erguido, ajenas voces
de otros sauces algo dicen
debajo de los nuestros, aquellos cielos.
Yo callo… Como si hubiera muerto un hermano.
vi
Coraje
Sabemos qué está ahora sobre la balanza
y qué está sucediendo.
La hora del coraje ha sonado
y coraje no nos faltará.
No nos asusta caer bajo las balas,
no será amargo quedarnos sin techo.
Tu voz guardaremos, Rusia,
el gran verbo ruso.
Libre y puro lo entregaremos
a nuestros nietos, y a salvo del cautiverio.
¡Para siempre!