
         
        Ríe payaso llora
        Cuento inédito de Alfonso Alcalde
         
         
        
           
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        Lo que le llamó la atención al empresario fueron los  parches de “La Chepita”.  Parecían como esas banderas colocadas en los palos de las exposiciones, bien  azules, verdes, cocidos con hilo grueso. Nosotros le dijimos: “Toca la guitarra  como si sacara la música de un disco.” Solo al final de nuestra conversación se  vino a dar cuenta que “La   Chepita” era una culebra y el reptil le hizo un guiño de ojo  con una maliciosa sonajera de las pestañas y como el empresario era bastante  mujeriego ya por ese lado nos fuimos colocando. “La Chepita” todavía lucía  los pergaminos de cuando fue bailarina en el cabaret “El poto abundante” de Valparaíso.  Claro que ahora último había enflaquecido con las privaciones sufridas y ya no  era la misma de antes cuando enloquecía a los hombres. Varios prósperos hombres  de negocio dejaron hogar y familia en su afán por conseguir sus favores. Esa  fue su época de oro. Después le vino el decaimiento y debió ampliar su  repertorio bien como cantora o imitando a Chaplín con sus zapatos grandotes  dando vueltas el bastoncito. 
          -Tate, dijo. Ustedes son los mismos que trabajaban de  cuidadores de leones cuando se robaron la fiera. Y encima tienen cara para  venir a presentarse de nuevo.  Este es el  colmo de la frescura. No les da vergüenza –siguió gritando- dejarse a robar el  Rey de la Selva. 
          El Salustio sin darse por aludido le preguntó:
          -A propósito, ¿usted conoce el actual paradero del  animal? Sería una satisfacción para nosotros irle a saludar de acuerdo con las  reglas del protocolo.
          El empresario dijo con algo de orgullo:
          -Ya no trabaja como león. Se retiró de las pistas. Lo  emplearon de portero en una mansión de ricos elegantes, ahora anda con guantes  blancos y zapatos con polaina. Está un poco canoso, pero eso le da más  categoría y le ha robado el corazón a las fámulas de la mansión. Ahora está  pololeando con la dueña de la casa que está casada con un viejuco inútil.
          El empresario empezó a darle vueltas al asunto del robo: 
          -Se necesita ser muy de las chacras para que alguien  entre en la jaula donde estaban ustedes armados con dos trabucos y encima se  dejaron robar el león delante de sus propias narices. 
          Al empresario se le terminó ablandando el corazón. Dijo:
          -No lo hago por ustedes sino por la culebra. Debe ser  madre de familia y quizás cuántos hijos tiene a sus expensas.
          -Que La   Chepita es madre soltera, saltó El Salustio con descrédito en  la boca. Le contaron el cuento cuando fue jovencita.
          El jefato advirtió:
          -Los tomaré a prueba. Trabajarán por la pura comida. ¿Les  conviene?
          -¿Con postre o sin postre? Preguntó El Salustio con  cierta curiosidad.
          Le anunciamos el estreno de un número “Las alegres noches  de la culebra descocada” que iba a ser el plato de fondo para delicia de la  concurrencia, porque “La   Chepita” se desnuda poco a poco y los viejos de la primera  fila llegan a quedar turnios. 
          El empresario nos pasó los uniformes de trabajo  preguntándonos cuáles eran nuestros sobrenombres para ponerlos en la  propaganda:
          -Yo voy a usar mi antiguo apócope “Montes de Oca” –dije. 
          El Salustio agregó:
          -De ahora en adelante y hasta el mismo día de mi muerto  cargaré sobre mis hombros el apelativo de “Tony Zapatín” y la culebra seguirá  como “La Chepita”  que es su nombre de pila. 
          Empezamos a probarnos los trajes y entramos por una de  las mangas y no teníamos por dónde sacar nuestras corporaciones dando manotazos  de ciego como si estuviéramos ascendidos en un tonel preguntando: 
          -¿Quién vive?
          Le dijimos al jefato que íbamos a cruzar hasta la picada  “La patá en la raja” pa servirnos una agüita mineral y refrescar el güergüero y  lucir nuestras voces naturales entre la concurrencia . Pa mayor confianza –le  dijimos- queda “La Chapita”  en calidad de garantía. La culebra advirtió:
          -No se les vaya a pasar el tejo, hocicos de cocodrilo. No  es la primera vez que me dejan en prenda y después no aparecen más.
          Cruzamos mirando el edificio donde funcionaba el local y  que serviría de testigo de nuestra definitiva consagración como artistas de  prestigio. El circo funcionando en pleno invierno y por eso estaba instalado  bajo techo.
          Al entrar a la borrachería nos encontramos con el colega  “El consomé de tachuelas”, famoso en su tiempo cuando representaba el número  consistente en tragarse media docenas de ampolletas y  después le aparecían unas palomas por la  parte trasera. Se había dedicado a la bebida y el vicio se le representaba en  plena cara ya sea en forma de mariposas y otros animalitos. Elefantes, jirafas  y cocodrilos. Tigres, cosa curiosa, no tenía dibujados en las mejillas. Se nos  abalanzó diciendo: 
          -Se ven más elegantes que la yegua del tony, mientras nos  recorría de arriba abajo tocando la calidad de la tela de nuestra indumentaria.
          Entonces nos pagó unos palmetazos de felicitación. Y como  nuestros trajes habían estado mucho tiempo guardados en los baúles empezó a  salir una humareda cubriendo todo el bar con una neblina muy espesa. Una vieja  empezó a gritar: ¡Aire, aire!” mientras se escuchaban unas carreritas por el  bar. Alguien gritó: ¡Al perro muerto, al perro muerto! Y cuando por fin se  disipó la atmósfera no quedaba ninguno de los parroquianos. Todos arrancaron  sin pagar y hasta nosotros –para no ser menos- nos fuimos a reunirnos a otra  borrachería ubicada como a media cuadra del lugar del siniestro. 
          Después “El consomé de tachuelas” se puso sentimental y  le recordó a los parroquianos  la noche  cuando El Trúbico vivió uno de los momentos culminantes en un circo. 
          Si me acuerdo como si fuera hoy, dijo. La carpa estaba de  bote en bote cuando el Señor Corales se presentó en la pista para anunciar:
          -Ahora viene el gran desafío, gran. Sonaron unos tambores  y ¿qué no aparece un inmenso toro echando fuego por las narices y encima  raspaba el suelo. Al poco rato empezó a salir un chorro de petróleo del centro  de la pista y así la concurrencia pudo llenar algunos barrilitos para llevárselos  a la casa. 
          El mago empezó a abrir las primeras botellas. Los  parroquianos chocaron los vasos entre sí, mientras escuchaban el relato del  “Consomé de Tachuelas”.
          Hay cien lucas, ofreció el Señor Corales a los  espectadores del circo, para el que se atreva a lidiar con el animalito. Antes  sí le tomamos la medida porque la urna corre por cuenta del circo y también el  sepelio y las coronas. Se trata de agarrar de los cachos y tumbar al animalito.
          Un gracioso le contó la firme al compadre:
          -El toro es de mentira y lo rellenan dos patipelados.  Entonces resulta chancaca ganarse el premio. Por último se puede llegar a un  arreglín con los dos emparafinados de adentro y con unas pocas lucas se dan por  vencidos. ¡Están regalando la plata!
          Entonces El Trúbico se puso a gritar:
          -A este toro lo voy a hacer puré. 
          Se escuchó un solo ohhhhhhhh de asombro.
          El toro le agarró mala de un viaje. Entonces El Trúbico  pa azuzarlo le espetó: 
          -Este toro tiene facha de colipato. El otro día lo vi  entrando con un fulano al hotel “Los placeres” de la estación, acompañado de  otro toro.
    Pero el día en  que El Trúbico desafió al toro los cumpimpas que trabajaban dentro del toro se  pegaron la fallada y como el empresario era un hombre con mucho amor propio,  contrató los servicios de un toro de verdad que tenía muchos finados a su  haber.
          -Voy con 50 lucas al toro, gritó uno de los cufifos que  estaba en el bar.
          -50 a favor de mi  compadre, aceptó El Salustio.
          Empezaron las apuestas bien a favor de la bestia o del  payaso y hasta un grupo que estaba jugando al cacho en una de las mesas del  fondo se acercó para presenciar el combate. Apenas soltaron la bestia rompió la  fiambrera del bar en medio de una crujidera de vidrios rotos, quesos y  perniles. Los más cobardes se subieron a las sillas. El toro a la primera de  cambió embistió al Trúbico y de una sola cornada lo lanzó por los aires. 
          -Que te vaya bien, le dijo haciendo una viscera con una  pato. Escribe y manda fruta.
          Varios de los presentes sacaron sus pañuelos y lo  despidieron sin poder evitar las lágrimas tratando de ubicarlo en alguna parte  del establecimiento.
          Ojalá vuelva antes de terminar el año, dijo uno de los  apostadores que estaba a favor del animal.
          Al rato aterrizó El Trúbico bastante abollado y el toro  lo volvió a embestir pero esta vez lo metió de cabeza en el W.C. después de  arrasar con cuanta silla y mesa encontraba por el camino. Lo sacamos de la taza  con los ojos medio vidriosos mientras comentaba:
          -Choqué de frente con la locomotora ¿hay sobrevivientes?
          La bestia seguía afilándose la cornamenta y hasta pidió  un trago. El Trúbico para tocarle el amor propio le dijo: 
          -Soi de la misma calaña de tu hermana conocida aquí en el  barrio como “La emboque de los necesitados”.
          -Las vacas cuando salen putas son pior que las gallinas  –dijo uno de los cufifos aumentando su apuesta a favor del compadre. El toro le  advirtió: 
          -Tu vai a ser próxima víctima cuando termine de aniquilar  al payaso.
          -Ahora o nunca, le gritaba El Salustio animando a su  compadre, pero el toro llegó a zapatear encima de él y como si fuera poco lo  orinó regándolo de la cabeza a los pies como si fuera macetero y para finalizar  la fiesta le puso la pata encima con una cara de desprecio total. 
          -Esto te pasa por patudo, le agregó por lo bajo.
          El Trúbico se paró como pudo y le dijo:
          -Ahora te voy a hacer un nudo ciego y ni un marino te  podrá desatar. 
          Se fue de cabeza, pero reaccionó sujetándose los  pantalones. El toro se limaba las pezuñas satisfecho de su hazaña dando por  descontado su triunfo.
          Vamos a hacer un aro dijo “El Consomé de tachuelas”  llenando los vasos de todos los concurrentes, incluso el de la bestia.
          -Ahora sí, dijo El Trúbico escupiéndose las manos y  partiendo a la carga. Se terminó la fiesta. Si a este bagre le di pura largona.  Ahora lo vai a ver todo nublado, amenazó.
          Tomó al toro por sorpresa y se aferró a un cacho y al  darle vuelta y vuelta como si tratara de desatornillarlo, se quedó con todo el  artefacto en la mano. 
          Miró para adentro del hoyo que le quedó en la cabeza al  animal.
          -Hay una vieja tejiendo, notició a los que estaban viendo  la pelea con los vasos en la mano.
          Se trenzó en una lucha cuerpo a cuerpo y de un salto lo  agarró de las bolas mientras le gritaba:
          -Silba, silba maldito. Ahora te quiero ver.
          El animal intentó silbar aunque la música salía con harta  saliva en medio de las risotadas de los curados.
          Pídanle algún valsecito exigía El Trúbico dispuesto a no  soltar la presa en medio de los retorcijones de la bestia. 
          En uno de esos forcejeos el compadre se quedó con las  bolas del toro en la mano y aprovechándose de otro descuido lo agarró de la  cola y ahí mismo le empezó a dar manija tirándolo contra la estantería de las  botellas. El toro se derrumbó.
          -Me rindo –imploró la bestia. No me mate don Trúbico. Soy  hijo único de madre viuda y soltera. 
          La concurrencia empezó a celebrar el triunfo del compadre  con los vasos en alto pidiendo una nueva corrida. Los espectadores de la  galería del circo se lanzaron a la pista gritando:
          -¡Viva El Trúbico! Sacándolo en andas para dar la vuelta  olímpica por los otros bares del barrio.
          Fue una noche de gloria, reconoció “El Consomé de  Tachuelas” ordenando otra seguidilla de botellas con un gesto redondo.
          -La gloria es emífera, aseguró El Trúbico sin poder  contener su emoción.
          Los parroquianos lo tocaban sin poder creer que estaba  entero. 
          Apenas terminó la batalla, recordó El Trúbico, me llamó  el empresario para decirme:
          -Amigo, me va a tener que pagar el animalito. Era muy  corto de genio y había sido criado por unas tías solteronas manso como una  oveja y por intriga de un familiar lo trajeron al circo presentándolo como  bravo, cuando era incapaz de matar una mosca. Usted se debe haber dado cuenta.  Si era puro juguetón y de no haberlo insultado de seguro que todavía le estaría  pasando la lengua por la cara. Parece que iba tirando pa solterón. Le cargaban  las vacas y le encantaba el tejido a palillo. 
          Por último llegamos al acuerdo de reponerle el toro  cuando llegara el oro. 
          Regresamos al circo ya pasada la medianoche. No quedaba  un alma y apenas se escuchaban los sollozos de “La Chepita”. 
          -Cuando a ustedes se les calienta el hocico no hay quién  los pare –nos increpó-. Esta es la última vez que me dejan botada. De ahora en  adelante voy a hacer sola mi número. Con cufifos ni a misa –refunfuñaba.
          Entonces nos vimos vestidos con nuestra indumentaria de  payasos en medio de la calle y la gallada nos tapaba a tallas diciendo: 
          -¡Cómprense un calendario pa que se ubiquen cuando es  carnaval, despistados!