La tragedia de las hojas
Charles Bukowski
Amanecí sin sangre. Los helechos también habían muerto.
Las hojas tenían el tono amarillo y triste del maíz.
Mi mujer, como era su costumbre, me abandonó a medianoche.
Era la rutina. Partir dejándome rodeado de botellas:
Ese mar de alcohol con el que conversaba mi desdicha
rodeándome de la inutilidad silenciosa de los hechos.
El sol, a pesar de todo, aún cumplía sus funciones
Alumbrando la carta agrietada de la arrendataria
demandándome el inútil pago inconcluso de la vida.
¿Qué puede responderle un payaso indefenso
sino hablar hasta el infinito sobre lo absurdo del dolor
cuando bastaría explicar que existe y eso duele.
Hoy afilé mi navaja y mi garganta lleno de tentaciones
y hasta recordé que alguna vez había sido joven
y tuve la posibilidad de inventar, crear otros mundos
pero mis ideales fueron arrebatados vulgarmente por el viento.
Esta es la tragedia de cada una de las hojas
de los helechos muertos, mustios, murmurantes.
Y salí al encuentro inevitable de la propietaria
que permanecía en su lugar como la muerte más porfiada
y la mandé al diablo y al infierno con cierto desdén
agitando mis brazos sudorosos en señal de despedida
argumentando que de nada valía el dinero
porque el mundo nos había defraudado a los dos.
Canción de los viejos amantes
Jacques Brel
Reconozco que hubo días grises,
veinte años de amor: un amor loco.
Mil veces hiciste tus maletas.
Yo también te escribí mil adioses.
En este cuarto sin hijos
cada mueble puede contar
las batallas y las tempestades.
Nada es parecido a nada.
No tienes ganas de salir.
No tengo deseo de otras conquistas.
Mi amor, dulce, inmenso, maravilloso amor
desde la madrugada luminosa hasta el fin del día.
Te quiero aún, lo sabes, te quiero.
Conozco todos tus sortilegios
tú también algunos de mis rechazos.
Yo te miré página tras página.
Tú me perdiste de tiempo en tiempo.
Encontraste algunos amantes
porque es justo pasar el tiempo,
es justo que el cuerpo sonría
pero puedo llegar a la conclusión
que es necesario tener talento
para ser viejos sin ser adultos.
Mi amor, dulce, inmenso, maravilloso amor
de la madrugada hasta el fin del día.
Te quiero aún, lo sabes, te quiero.
El tiempo nos sigue seduciendo
el mismo tiempo que nos atormenta
aunque no hay peor cosa para dos amantes
que seguir viviendo en paz.
Es cierto que ahora lloro un poco menos
y tú te llenas de luz algo más tarde.
Dejamos de esconder nuestros misterios.
Ya no confiamos tanto en la fortuna,
ahora vivimos más sobre la tierra
pero siempre sigues conmigo
en la implacable guerra que nos pertenece.
Mi amor, dulce, inmenso maravillosos amor
desde la madrugada hasta mi ocaso
te quiero aún
tú sabes que te quiero.
Con los ojos en la mano los miro
Poema anónimo aymará
Interminable muro de las sombras
mañana yo también caminaré como la noche
pero hoy el sol cuelga sobre mis hombros
y la luz me enreda como náufrago.
Mis ojos sin asidero no tienen descanso
y las nubes más negras pululan, trágicas.
Así había sido esta mi vida
Así ha de ser mi suerte.
Madre, detén tu cuchillo incesante,
la mano que triza las tinieblas de mi corazón.
Padre, que no restalle tu espada
sin descanso sobre mi muerte tan sombría.
Padre y madre de nuevo estoy ciego y solo, solito
y con los ojos en la mano los miro.
Así ha sido toda mi vida.
Así ha de ser mi muerte
La ciudad
Constantino Cavafis
Te escuchamos blasfemar:
-Zarparé hacia otras tierras y mares
hasta encontrar la ciudad que necesito
aunque estoy contento de vivir dentro de mí
y tengo el corazón muerto para siempre.
¿Es que mi mente debe seguir empantanada?
hasta donde me alcanzan mis ojos
solo encuentro las ruinas de mi propia vida
girando sin cesar en la raíz de los años
pasados, sufridos, gastados y lentos.
No existen otras tierras, no hay otros mares.
La ciudad está a mi lado, como mi propia sombra
y envejezco junto con ella, vecino del olvido.
La ciudad me rodea como una trampa luminosa
mientras agonizo entre las mismas calles
y personas.
Todos los caminos están cerrados
porque en este pequeño rincón de la tierra
perdí la vida en medio del universo.