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Recordando a Alfonso Alcalde

Por Sergio Vodanovic
Publicado en La Nación, 3 de mayo de 1995



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Ese verano de 1974 me aprontaba a pasar unas largas vacaciones junto al mar y, por lo tanto, estaba preocupado de proveerme de un buen arsenal de lectura. Un día me detuve en una librería céntrica, en uno de cuyos mostradores había una desordenada pila de libros a precio de liquidación. Hojeé unos, leí la contratapa de otros y ninguno me llamó la atención. Para no irme con las manos vacías compré un libro al azar. Al llegar a casa miré lo que había comprado: una colección de cuentos con el título de "El auriga Tristán Cardenilla", cuyo autor, desconocido para mí, era Alfonso Alcalde.

Ya en plenas vacaciones, otras lecturas me conquistaron y me olvidé del libro que había comprado a vil precio, hasta que un día oí a mi esposa que reía a carcajadas. Fui a ver lo que ocurría y la encontré con "El auriga Tristán Cardenilla" en las manos. "Es formidable —me dijo— y aquí hay además material para una obra de teatro". Ante esa recomendación me apresuré a leer el libro y quedé deslumbrado. Descubrí a un escritor que, como ningún otro en nuestra literatura, sabía crear personajes populares: payasos, pescadores, ahumadores, todos bebedores crónicos, a los que el autor trataba con cariño, con ternura y con un sentido del humor en que no había el menor asomo de caricatura. Y sí, efectivamente, en esos personajes, en esas peripecias que debían llevar a cabo para sobrevivir, había un rico material dramático.

De regreso a Santiago hice que Eugenio Dittborn leyera el libro y de inmediato él compartió mi entusiasmo y avaló mi proyecto de adaptar al teatro alguno de los cuentos. Había entonces que solicitar la autorización del cuentista, y después de algunas indagaciones lo ubicamos en Concepción. Le escribirnos contándole el proyecto y un día se apareció con su esposa Cindy en la vieja casona donde tenía su sede la Escuela de Artes de la Comunicación.

Cuando con Eugenio Dittborn le hablamos de las posibilidades escénicas que tenían sus personajes y nos reíamos de algunos aspectos de sus cuentos, Alcalde y Cindy nos miraban atónitos y asombrados: "Pero si ustedes conocen a mis personajes mejor que yo", nos decía maravillado.

Ese fue el comienzo de una obra de teatro que terminó estrenándose en el Teatro Camilo Henríquez y también fue el comienzo de mi amistad con Alfonso Alcalde.

En nuestro mundillo literario hay escritores que conocen al dedillo el arte de la autopromoción. Son los que siempre están casualmente en el lugar apropiado cuando un fotógrafo se prepara para hacer su trabajo; son los que saben organizar eventos especiales para el lanzamiento de sus libros o para celebrar su cumpleaños; son los que están dispuestos a hacer tediosas antesalas para hablar con el jurado de un premio al que están concursando. Con esos ardides suelen crearse una fama que no se condice con su calidad literaria.

Por cierto, Alfonso Alcalde no pertenecía a esa categoría. Se limitaba a crear, a experimentar el placer de la creación y dejaba que sus obras siguieran su vida sin prestarles el apoyo del autobombo. Y razones no le faltaban. ¿Qué otro escritor nacional ha obtenido juicios tan importantes de tan severos críticos? Aquí van unas pocas muestras: "Alfonso Alcalde es la voz más grande que ha dado la literatura chilena en los últimos años" (Carlos Droguett); "su riqueza pletórica y vital en nada cede a la del justamente famoso Julio Cortázar" (Alone); "su libro 'Variaciones sobre el tema del amor y la muerte' es uno de los poemas más notables que se hayan escrito en Chile en los últimos años" (Ignacio Valente); "Alfonso Alcalde se revela como el prosista más importante de su generación" (José Donoso).

Sin embargo, tengo la impresión de que son pocos los aficionados a la literatura que lo recuerdan, que su nombre sigue siendo conocido sólo por los pocos que, habiéndolo leído, supieron admirarlo.

Y si hoy lo estoy recordando es porque el mes pasado fui una noche a una modesta salita de teatro de Ñuñoa donde Tennyson Ferrada ofreció dos monólogos que él creo con los personajes de Alcalde. Y durante dos horas sentí que el genio de Alcalde revivía y eso fue un estímulo para que en estos "Racontos" yo recordara al gran escritor y al gran amigo.

 


 



 

 

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Recordando a Alfonso Alcalde
Por Sergio Vodanovic
Publicado en La Nación, 3 de mayo de 1995