el espectador siempre tiene la razón
Una bailarina que practicaba en público el desnudo total, llevada por un exceso de entusiasmo dejó caer un seno en el escenario. Luego invitó al más curioso de los espectadores a mirar por ese ojo prohibido. En el fondo de la pieza estaba tejiendo una señora de edad y aspecto respetable. Afuera llovía sin consuelo y hasta se escuchaba un piano triste, blando, sonando muy bajo, suave como si tuviera frío, lo que no era efectivo.
truco irreverente
El conejo sacó de su sombrero al empresario del circo y éste lo dejó cesante ante las burlas de la selecta concurrencia. Desde ese mismo instante los números de fondo fueron el león amaestrando a la domadora, el cuchillo tirando el arma al artista y el sable que se tragaba una garganta. El empresario, ante las continuas protestas del público, no tuvo más remedio que reincorporar el conejo al elenco estable, pero ya nunca fue lo mismo según una infidencia hecha por sus íntimos.
acción que motiva desconcertante desembolso
La flaca descubrió una noche que el placer era sólo un invento porque nadie lo había disfrutado en vida. Puso como ejemplo su más reciente experiencia cuando, después de pulverizar la cama, el soldado que pasó la noche con ella vistióse con el apresuramiento que exige la estrategia militar.
Mas tarde dijo que la vibración de la corneta, llamándolo nuevamente a filas, le produjo el verdadero placer que esperaba.
Ella se sintió como intermediaria de la maniobra, señalando que era una víctima de los preparativos de la guerra. Sin embargo, lo
que más le dolía era la exigencia del nochero del hotel que la obligó a pagar de su propio peculio la cama que quedó reducida a escombros con el entusiasmo.
efemérides peligrosa
A la hora de la sed una botella de vino tinto sospecha que le ha llegado la hora y tiembla: no quiere morir. El borracho parte de su casa y en el camino se encuentra con su mejor amigo que lo invita a celebrar el acontecimiento.
Los dos comprenden la situación y caminan en demanda de otro bar porque son humanos por sobre todas las cosas.
castigos corporales repercuten cuando menos se piensa
Un niño rebelde es obligado a tomar dos platos de sopa al día. Cuando grande trabaja de payaso en un circo y le basta apretar una goma para que salte un chorro de lágrimas de la nariz, de las orejas y de sus manos. Esta virtud lo transforma en un misántropo. Más tarde se dedica a decorar los muros de la cárcel con mujeres en trajes de baño, invierno y verano, manifestando a quien quiera escucharlo que no está arrepentido de haber dado cuenta de su madre un día de invierno, cuando el viento del sur lo incitó al crimen sin ningún otro argumento valedero ante la justicia o la ley.
no hay que cambiar muy seguido de oficio
Un especialista tiene la fórmula secreta para hacer el pastel de mil hojas más delicioso de la tierra. Después cambia de rubro y se pone a fabricar ataúdes. Son pocas las personas que comparten su abatimiento mientras lo miran trabajar.
peripecias del soldado
Yo le dije al mariscal del campo con todo respeto: —Usted me envía al matadero. Está previsto que en este ataque nadie escapará con vida. Ahora bien, usted me obliga a disparar con este torpe fusil que tiene un corcho en la punta, mi general. Usted me dice que aguardamos la hora cero para asaltar al enemigo que nos espera con las ametralladoras camufladas en las casamatas. Mi capitán, no es que yo sea cobarde. Saludo a la bandera antes de partir, soy joven, difícil sostener que tengo derecho a la vida porque la guerra es la guerra, eso está claro, mi cabo, pero el hecho de que yo me haya enredado con su mujer, después de todo, se puede arreglar con un trato de caballeros. En todo caso cuando se acueste con ella dígale que mis últimas palabras fueron: ¡Viva la patria, viva el amor!, pero no le dé mayores detalles cuando se ponga a llorar y salga a buscarme en medio de la noche, mi sargento cornudo.
penélope entra en el juego de la sociedad de consumo
Las ancianas se lo pasan teje que te teje cuando ya no pueden ir más al cine. Inventando sus propias películas que ellas mismas dirigen con sus palillos: entran y salen de su escenario tantos acontecimientos, al derecho y al revés, verdes, morados, y a veces toman formas humanas mientras se dejan llevar por el entusiasmo y van atrapando en su red máquinas de escribir, bisturíes, anclas, mapas, dados, espadas, triciclos. Todo puede ser tejido y destejido en este mundo, armado y desarmado. Y todavía si algún curioso se acerca a la abuela en los momentos que trata de revivir esas escenas de otros tiempos, no sería extraño que también cayere en la trampa, que lo subieran y lo bajaran poro por poro, hueso por hueso, movido de norte a sur, cruzado y reversible y por mucho que pida socorro nadie vendrá en su ayuda. La experiencia nos enseña que lo primero que hacen los tejedores es taparle la boca a la víctima con una madeja de lana color verde nilo mientras lo van desovillando hasta dejarlo reducido a cero y borrarlo del mapa para siempre.
todo éxtasis esconde una trampa
A veces es un solo pez el que hurga el océano, el que predicará su verdad en el desierto. Es como si resbalara una estrella sangrante para que usted pida algún capricho: que ella abra las piernas hasta más arriba de la cintura mostrando soles descomunales, ese vapor que emigra del sexo y que acorta y alarga las mareas. Busca, a tientas, pero con ahínco, su media naranja, sabe que tiene que invitarla a comer, besarle las agallas, usufructuar del vaivén un tanto cómplice del océano y por último dejarse llevar por el deseo como enviado por una tercera persona. Ya en esas circunstancias se ajusta a la acción determinada por el libreto que lleva en las manos. Es sólo un actor que sabe que deberá permanecer en el escenario el tiempo reglamentario de los tres actos y en los cuales amará, odiará y procreará. De modo que cuando aparece colgando el anzuelo, es el propio pez el que tiene que improvisar el resto de la acción y ni siquiera tomar algún tipo de precaución para preservar la vida. Todo ha sido reducido a una burda maniobra, a un melodrama tan grotesco en que simplemente el pez cae en la trampa y empieza a descender el telón y se escuchan los aplausos y también los solitarios silbidos de rigor, que nunca faltan.