Cuando en sus cuentos de Alegría Provisoria (Nascimento, 1968) Alfonso Alcalde consigue poner en jaque la estructura de un lenguaje trabajado anteriormente de un modo respetuoso (dentro de un orden o línea de pensamiento tradicional) y, a través de imágenes en rebeldía, de densidad y acumulación —atacar la anécdota desde distintos ángulos— de rupturas en el ritmo interno, de inéditas alianzas semánticas así como de visiones libres, no acartonadas sino contradictorias y dialécticas de sus personajes e incluso del contexto social en que éstos se mueven, establece una superación evidente respecto de su libro anterior, El auriga Tristán Cardenilla (Zig-Zag, 1966).
Un modo de ver y someter a análisis el campo de lo real —la visión informativa despegada de la imagen, instrumentando el verbo para que no deje de ser fiel a la anécdota, fiel de una manera vasalla, sin acabar con las formas coaguladas; por el contrario, respetándolas y hasta tratando de embellecerlas— pasa en Alcalde desde la línea plana a la curva. En el Auriga el lenguaje es contenido y, a veces más que eso, retenido.
En Alegría Provisoria al lado de la contención, de la intensidad, está la acumulación, la densificación. Hay quienes ven en el Auriga —que de cualquier modo es un libro con algunos cuentos notables, soberbios— una experiencia menos acosada por la técnica, más pegada al hueso, a lo humano; advierten que en Alegría Provisoria el esmero por incorporar formas audaces y actualísimas de narrar ha llevado a Alcalde a descuidar a sus personajes, a no caracterizarlos sino más bien a homogenizarlos, sumergiéndolos en un verdadero alud verbal. Esto no es exacto. Ocurre que así como hay modos orbitados y pacíficos de narrar (los cuales prolongan, ciertamente, un modo semejante de leer, de ver por la lectura) hay también otros que parecen salidos de órbita y que en lugar de pacificar incendian. En el Auriga hay ya incendios preliminares, como aquel de "Otra cantata", que habrá de consumir todo el tronco en ese formidable relato de Alegría Provisoria, y que se llama 50% menos al alba.
La flora y fauna que crece y muere en ambos libros es ya la misma, está fijada. Lo que ha cambiado es la forma de entrarle a ese mundo. Pero por ambos lados circulan los pobres payasos del circo de provincia (en el Auriga más la fábula lindante con la tragedia revestida por el humor; en Alegría Provisoria más la sátira, la ironía, la tragedia viva), las prostitutas, los cesantes, los vendedores ambulantes, los pescadores. Seres marginados socialmente, aniquilados por un juego social al que no tienen acceso y desde el cual son explotados. En el auriga Tristán Cardenilla —libro fundamental para un estudio sociológico y antropológico de un segmento de los chilenos ubicados geográficamente en la costa entre Chillán y Concepción: pescadores y payasos en derrota— hay una fuerza secreta, mítica, que cruza cada uno de los cuentos y, casi al modo nativo, establece ritualmente la amistad en contra de la soledad: el alcohol. El es el Padre que domina cualquier situación, y toda acción se hace desde él o hacia él. Alcalde fija con exactitud el drama del alcoholismo en Chile.
Ahora la forma de Alcalde es la acumulación mediante la imagen, el revestimiento; llegando, a veces, a disolver el curso cronológico de la anécdota en la inmersión, como un buzo, en un mar de metáforas unidas al verbo, a la acción, y persiguiendo siempre una imagen totalizadora que como un velo hacia atrás cubra todo el relato. La retención lingüística que todavía se observa en el Auriga, en Alegría Provisoria se desencadena, se sitúa a los pies del límite, se convierte en ficción, estira la cuerda hasta el punto de parecer cortarla. Aquí se da el barroquismo de Alfonso Alcalde. Borges ha escrito: "Yo diría que el barroco es aquel estilo que deliberadamente agota (o quiere agotar) sus posibilidades y que linda con su propia caricatura". El novelista José Bianco, al analizar la obra narrativa del cubano Virgilio Piñera —su actitud barroca, por lo extrema— sostiene algunos juicios que calzan con los intentos actuales de Alcalde: "Cabría afirmar —dice— que el barroco se obstina en el propósito de ampliar y no salirse de sus límites. El cuentista barroco trataría de zafarse de los cánones bastante arbitrarios de la narrativa tradicional, gozando de una libertad que se parece al vértigo: se detiene en el preciso instante en que podría conquistarla por completo, o sea perderla para siempre. Juega con las ideas hasta que sus últimas prolongaciones dan la impresión de abolir las ideas que manejó al principio; se adelanta al tiempo: ve ruinas en las cosas; en los seres humanos, anticipaciones de caducidad. En suma, llega a la desfiguración o a la transfiguración, como quiera llamársele, es decir hasta el umbral de su propia caricatura, pero no lo franquea"(*).
Alcalde es sin duda uno de los escritores más importantes de nuestro país, cuya voz tiene ya dimensión continental en la medida en que, cribando o asimilando influencias, ha ido volviéndose personalísima. Sus relatos parten de experiencias vividas, algunas de ellas autobiográficamente. Hay una geografía, un hábitat de espacio, o lugar de acción, que luego es acumulado, saturado verbalmente por el escritor. Con el manejo de la ironía, la sátira, el humor, la ternura, el miedo, la exageración, Alcalde deja caer bombas de profundidad en la realidad social chilena.
(*) José Blanco: "Piñera. narrador". Revista AMARU, Junio 1969. Lima. Perú.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Densidad narrativa en Alfonso Alcalde
Por Hernán Lavín Cerda
Publicado en Punto Final, Año 4, N° 99, 3 de marzo 1970