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Aproximación a vuelo de pájaro.
Sobre "El Árbol De La Palabra" de Alfonso Alcalde.
Por Felipe Eugenio Poblete Rivera
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Para C.V.O.A.
Antes que los meses tornen inoportuna la dedicatoria.
Corre ligero y veloz el otoño que parece más invierno, ya en Mayo, precisamente en su noveno día, del presente dos mil catorce, Ediciones Altazor ofreció públicamente la primera edición de un singular poemario del difunto, pero vivo, Alfonso Alcalde (Punta Arenas, 1921 - Tomé, 1992), titulado "El Árbol De La Palabra". Aquella presentación se llevó a cabo en la amplia y concurrida Sala Viña del Mar, en plena altura de calle Arlegui. Estuvo a cargo de los poetas Cristian Geisse e Ismael Gavilán junto con el propio editor, Patricio González, y uno de los hijos del poeta, Hilario Alcalde.
Al inspeccionar el índice de este libro, el lector chileno creerá encontrarse ante una antología de poetas de lengua extranjera, poetas nativos "de una lengua que no es la suya", como precisaría la Mistral. Pero no se trata solamente de una antología, es además una confesión por las rutas en donde corren las lecturas de Alcalde. Poemas y poetas incrustados en su frecuencia, en su radio, "en su fértil ensimismamiento", como ha dicho Ismael Gavilán. Aquello y también —entre comillas y en cursivas— traducciones. Entre comillas y en cursivas, digo, porque el conocimiento filológico de idiomas por parte de Alcalde no fue tan amplio como el registro que abarca en este libro. Ahí dentro conviven diferentes ramas como las del inglés, italiano, aimará, alemán, y aún más. Ahora bien, en ese asunto, no hay conflicto mayor. No hace mucho, por ejemplo, Claudio Bertoni publicó unas traducciones del japonés Ishikawa Takuboku (1885-1912) ¿pero Bertoni lee, descifra, japonés? Su traducción fue realizada a partir del inglés ¡y no hay problemas con eso! En absoluto. "Sobre si la poesía puede traducirse se ha escrito muchísimo. El desacuerdo es, en la práctica, total", nos dicen los traductores de los poemas de Philip Larkin al singular español chileno, con feliz lucidez y desenvoltura. No ampliaré mucho más el horizonte sobre el tema acá, tan breve texto.
Mirando ya hacia el interior del libro, tomando algún poema importante, poderoso, tutelar, como lo es: "La ciudad", de aquel griego memorable apellidado Kavafis, saltan de inmediato a la vista las diferencias. Contrastando la versión local, ofrecida por el profesor Miguel Castillo Didier, con la de Alcalde (p.61), es natural cuestionarse de dónde provienen versos como: "girando sin cesar en la raíz de los años", "La ciudad me rodea como una trampa luminosa", o todavía este: "perdí la vida en medio del universo", que remata el poema, que es singularísimo y es atrevido e incluso irrespetuoso para con el original. Ese poema solo, ya es el nacimiento de un diálogo fecundo con la poética de Kavafis, y con nosotros sus lectores, claramente.
Intento irme por las ramas de este árbol de traducciones: leo y releo sus hojas; también mis apuntes sobre las presentaciones ofrecidas; tiento sus estrofas y palabras con estrofas y palabras de otras traducciones; anoto al margen de la página; subrayo, con el lápiz mina o con la mente, algún verso especialmente preclaro; se diría que nidifico en vez de sólo ir a vuelo de pájaro torno al árbol. Ensayo quedarme, o que se quede dentro de mí para siempre el sentido de un poema, que cambia y cambia siempre.
La palabra "reescritura" resultaría atractiva para querer clasificar estos poemas reunidos en el grosor del poemario: "El Árbol De La Palabra", sin embargo, opto por la palabra —más bella— "variación", que como se sabe, viene vinculada al ámbito de la música. Así, las variaciones son piezas musicales concebidas como interpretaciones modificadas de interpretaciones previas; y aquellas modificaciones que presenten podrán ser de distinta gradación (como podrían ser los vínculos entre un tema y su cover). Pero también la variación acepta una segunda definición, que es la producción de un tema intrínsecamente nuevo aunque generado a partir (y este "a partir" es muy importante), de algún movimiento, o segmento, de esa "versión" original. Algo como un injerto: la cuña gráfica de Alcalde en el tronco de un poema admirado por él, nutriéndose en su ajena savia.
A mí sentir y entender, e intuyo no estar subiéndome demasiado lejos por las ramas con este punto: no era verdaderamente necesario, o crucial, que los poemas acopiados en el libro fueran propiedades de otros idiomas. Pudiendo haber sido otros poemas en español, Alcalde pudo haberlos "variado" o "reescrito" o "reinventado" o incluso "traducido", sí. En este último aspecto, pienso muy especialmente en otro poema: "clítoris", del escritor español Fernando Arrabal, el que, estando escrito en español, fue "traducido" al chileno-contemporáneo por integrantes del Colegio de Patafísica de Santiago de Chile, quienes lo llamaron "versión libre" una vez traducido. ¿Versión libre? ¿Copia? ¿De qué se trata? Otro ejemplo de traducción libre al chileno contemporáneo, de coherente factura, es la versión del poema One art, de Elizabeth Bishop (1911-1979), con que Andrés Florit abre su sorprendente "Materias de libre competencia y regulación" (Das Kapital, 2011).
Otro poema nada más, un poema "nuevo", ese es el tema. El ejercicio que ensaya y logra nuestro poeta de "El panorama ante nosotros" (originalmente publicado en 1969 y reeditado por Ediciones Altazor hace siete años), es el de traducir el poema al mismo tiempo que escribe una lectura (una interpretación, por decirlo de otro modo), del poema que ha escogido. Así, por ejemplo, en "La ciudad" que expone Alcalde, podríamos entender qué hace ahí un verso como "La ciudad me rodea como una trampa luminosa": trenza del poema de Kavafis con la interpretación y con la mano de Alcalde. Percibo que tiene que ver con la honda lectura de un poeta sobre un poema ajeno, o ajeno casi siempre. De tanto y tanto leer y releer un texto querido, doloroso siempre, se nos incrusta al cuerpo, dándonos nuevos sentidos, como si la tinta fuera de a poco colándosenos en la sangre, más allá de lo que en significantes dicen las letras reunidas y, al mismo tiempo, ahí, en la página impresa. No me refiero al tema de la polisemia únicamente, no, lo indico como, justamente, una imposición bondadosa de la propia manera de comprender, o incorporar incluso, un poema escrito por otro autor.
Resulta ser que un poema en particular puede ser capaz de gustarnos o dejarnos indiferentes. Del mismo modo, hay quienes tenemos nuestro(s) poema(s) favorito(s), por supuesto. Y cada quién, y a su manera, indaga en el texto poético a través del tacto de su propia subjetividad. Como forma de demostrar que el tema no es nuevo, recordemos el casi canónico "Lear Rey & Mendigo" que publicó nuestro Premio Nacional Nicanor Parra, el cual no posee similar parentesco con las demás versiones a nuestro amado idioma.
Órbita de subjetividad, sí; es aquella la pista de aterrizaje (o despegue), en que Alfonso Alcalde pone a circular los poemas de este árbol, ¿qué serán? ¿Las flores, las frutas? ¿Tal vez las hojas? ¿Acaso las raíces? ¿O las costuras de la madera o incluso los secretos anillos que confiesan la edad del tronco? Sin importar (por ahora), qué partes del árbol serán estos poemas, ellos andan teñidos del modus operandi, del estilo si se quiere, de Alcalde. Un mucho de lo que ha dicho Cristian Geisse en su presentación: "un poema de Alcalde firmado por otro autor".
Sorprende la unidad sintáctica y gramatical del libro, muy y muy a pesar de las diferentes latitudes y temporalidades, vidas ya vividas, de la que se suponen son estos poemas. Sin la obsesión de Alcalde ¿cómo podrían parecerse palabras de origen remoto y altiplánico como los anónimos poemas aimaras con modernos artefactos verbales de T.S. Eliot? De verdad pareciera que el autor de estas hojas fuese solamente un individuo.
Tendríamos que hablar de experimentación en el ámbito de la "cita", como una paralela a las tentativas de Juan Luis Martínez ¿por qué no? O bien, como lo ha expresado Raúl Zurita, sobre aquel verso del poema XII de Alturas de Macchu Picchu usualmente vilipendiado, "Neruda es probablemente el primero que se da cuenta que en adelante uno no puedo sino hablar por los muertos", vale decir, un continuo decir aquello que ya ha sido decir desde antes de nosotros mismos. Dicho de otro modo, tomar conciencia del amplio (virtualmente infinito), ámbito cultural en el que uno está inserto, en donde es inválido querer sembrar algo cien por ciento nuevo, libre de cualquier tipo de comunicaciones.
Insisto, finalmente, en un poema del alemán Bertolt Brecht, testigo y autor de la primera mitad del siglo pasado, su bello "En memoria de María A." (p.48). En este punto, lamento mi escaso y nulo conocimiento de la lengua alemana. Pero leyendo otras versiones confirmo que Alcalde extrema su perspectiva hacia zonas próximas, o equivalentes, a su comprensión muy suya del poema, aunque, al mismo tiempo, lo que él nos ofrece no es derechamente otro poema, como sería en el caso paradigmático del primer libro de Rubén Jacob (Q.E.P.D.), para con un poema del mismo T.S. Eliot. En estos lineamientos, "uno nunca habla por sí mismo, uno habla siempre por toda la cadena inmemorial de difuntos que lo han precedido". Aquella es también, sin duda, la vía de estas "variaciones" de Alcalde.
Con el poema de Brecht, lo que nuestro poeta produce es un poema que, aunque lejano, se ajusta a su modelo, proponiendo —al mismo tiempo— nuevas rutas, nuevas ramas, como imitando la conducta del poema que simula. Si el árbol es el poema, los de Alcalde serían como un bonsái, solamente que en escala uno a uno; y obviamente conservando el macetero, que es la matriz de su propia escritura, y que puede ser, como se sabe ya, un bloque de roca interesante incluso: "Ella misma se encargó de olvidar el olvido", dice uno de los versos de Alcalde, hablando de los versos de Brecht.
Al interior de este poema "nuevo", esta variación libre o como se la quiera llamar, del poema de Brecht, reside un dolor hondísimo y que la pomada del tiempo no supo curar: "Solo la nube crece encima de mis años." dice el primer verso de la estrofa final, en donde la dolorosa desdicha alcanza, incluso, a esa importante y perdida amada. En este caso (quedará como tarea los demás lectores el resto del frondoso árbol), Alcalde amplifica el sentido del poema, aunque sin distorsionar su eficacia ni su honestidad. Acá el poema que nos dejó Alcalde, que como los demás de este libro, está tejido sin pretensiones ajenas a la humildad. Considerando que el lenguaje nos precede, nos es forzoso hablar con aquello que los otros hablaron antes, con aquello que los otros hablarán después.
En memoria de María A.
Bajo el cerezo de septiembre la amé un día.
Sin palabras el paisaje se fue incorporando a nosotros.
El río, el pastor y una nube lejanísima
apenas se posó en el cielo para desaparecer
en un abrir y cerrar de ojos.
Náufrago del silencio y de los años
el cerezo ya perdió la memoria
curvándose en su asilo rosáceo
y el rostro de la amada se fue borrando.
Ella misma se encargó de olvidar el olvido
la voz, los pasos y el único beso
que nos unió antes de seguir huyendo
borrosos, maléficos, insondables, imposibles.
Sólo la nube crece encima de mis años.
La veo persistente, haciéndose, deshaciéndose
como si no tuviera otro destino, vigilándome
en los días de invierno cuando por fin comprendo
por qué mi amada tuvo su sétimo hijo
al casarse con un extraño
y también porque al mirar la misma nube
siente en el alma
el incompleto sabor de la desdicha.
Por Felipe Eugenio Poblete Rivera
Otoño en dos mil catorce, Peñalolén, Santiago de Chile