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El molesto zumbido de unas alas
Acerca de Chaquetas Amarillas de Andrés Anwandter. (Lanzallamas, Santiago, 2009)

Por Carolina Melys
Publicado en revista Contrafuerte Nº3 Santiago de Chile Año 2, diciembre 2009


.. .. .. .. ..

“Te persigo asordado por mi ruido /y el viento, y sigo y me huyes /como
el falso brillo de aguas /que jamás se alcanza en los caminos”
Gonzalo Millán


Ese ruido que cerca la ciudad y la invade no es otro que el de las chaquetas amarillas. Imagen que se carga de fuerza cuando nos enteramos de que esta plaga no posee enemigos naturales -según dice Wikipedia-, volviendo inservible la cosecha. En este caso, esteriliza la tierra, anestesia las conciencias, blanquea los discursos y vuelve inútil la palabra. Tal es la interrupción de la armonía donde nos instala Anwandter en su último texto poético. Molesta solo si existe el tiempo, el ocio, para pensar en ella. Para todos los demás es cosa de costumbre.

Chaquetas Amarillas, editado como fanzine por Lanzallamas, pretende evidenciar ese molesto susurro nombrándolo, haciendo analogía con el flujo eléctrico por el cableado, la música del supermercado, los comerciales de seguros, los tubos fluorescentes, la radio, y tantos otros espacios cotidianos (Gonzalo Millán).

Un gesto de la poética de Anwandter se representa en una particular sonoridad de los versos, un ritmo. La hipnosis sugerida por su lectura, más allá de que el mismo Andwanter sea sicólogo, produce un efecto susurrante, como un falso mantra, posponiendo el contenido, el sentido de un discurso en apariencia lleno de aplomo o suficiencia sobre las cosas: las chaquetas amarillas son solo el turno, la interrupción en una algarabía de discursos, a saber, el espacio otorgado por la democracia, el número en la cola, donde la poesía es un discurso más.

De esta manera, el texto de Anwandter se debate en múltiples discursos que conviven promiscuamente en la sociedad presentada, se contaminan y, como diría Gramsci, luchan por la hegemonía. Dos son los fundamentales:

1. El discurso del poder económico y político como cliché.

“sólo pensar lo que debo
hacer hoy temprano

revisando de ventana
en ventana las planillas

electrónicas sumido
en la música del super
mercado que propaga
seudópodos apenas

audibles por debajo
del bullicio mental

que sorteo balbuceando
cada vez que me preguntan

respondiendo depende
todo el día por teléfono

conectado al hogar
que es una angustia aparte

del estómago
pero mora como fuego

apagado en su interior
quedan brasas preocupaciones

según nos han colonizado la cabeza
los comerciales de seguros

el temor a pegar a los niños
bichos y con ellos

las primeras nociones
de la red de salud.”

Destacable más allá del panorama que ilustra de la sociedad es la forma en que va hilvanando los fragmentos, las frases, lugares comunes que se dejan sentir en la calle o en la conversación del almuerzo de cualquier día domingo: el sentido común. Alusiones políticamente correctas respecto a la naturaleza y la conciencia ecológica ayudan a construir este espacio del descargo, pero no es sino el hilván, la costura frágil que muestra la puntada (la técnica del poeta) provisoria, lo que logra la complicidad, finalmente, con el lector. La fragilidad del discurso radica no tanto en su contenido, sino en la certeza de la esterilidad de los argumentos. Los suyos no son la excepción.

2. El arte como discurso.

En este poema de largo aliento, se cuelan de a poco las referencias al constructo ficticio que es el arte en todas sus manifestaciones. Es así como desfilan en estas líneas el cine, la fotografía, la música, la literatura en forma de poesía. Saliendo de la romántica visión de las artes y de alguna supuesta función redentora dentro de la sociedad, las despoja de su sitial para situarlas y sitiarlas en la cotidianidad de una vida carente de ansias redentoras:

“entre el freezer y el microondas
circulan las viandas
un trozo

de película atascado
en el bucle se disuelve
por el centro de perfil

anegado en luz blanca
el tazón de leche gira
la memoria como un trompo

al son de latigazos
precisos inviertes
el curso tomado

los créditos bajan
esperas que salga la música.”

Con la poesía la estrategia es distinta y tensiona al máximo –dentro de lo que permite este texto siempre mesuradouna idea del poema romántico trascendente. Y es el propio Anwandter el encargado de desmantelarlo dando cuenta de la conciencia escritural:

“aunque no lo parece
me levanté irritado

por un artículo
que finalmente taché

de este poema
unos versos más atrás

quise insinuar
sin lograrlo en verdad

que es posible
traslucir la emoción

en palabras el infinito
en una lata de royal.”

En este sentido, Anwandter instala a la poesía como un discurso más, fabricación artificiosa, que exhibe su andamiaje y que no constituye utilidad alguna para la sociedad y sus habitantes. Esto no ha de parecernos extraño, Barthes ya decía que la literatura es inútil, no sirve para nada. Pero en esa inutilidad se solaza el texto y de alguna manera el sentido de aquel ruido inicial, que a estas alturas hemos perdido de vista. No hay nada de novedoso ni especial en la palabra poética. Sin embargo, Anwandter, cual relojero suizo, logra desplegar un artefacto que funciona a la perfección, haciendo del tic-tac un ruido necesario, el pulso del poema. Pienso por unos segundos que el formalismo que practicaron los rusos a principios de siglo podría encontrar en Anwandter un nuevo caballo de batalla. Desecho la idea rápidamente. Porque aunque el contenido de los discursos sea una mentira, el autor muestra ese contenido o juega a mostrarlo, como con artes de magia, hoy tan de moda.

“se supone que la poesía
es un enriquecimiento
del lenguaje

que de este modo pierde
cualquier utilidad
entre otras propiedades

confundiendo los sentidos
en vez de aclararnos
el gusto

no se aviene con la clase
subdividida a la vez
hasta el infinito

es improbable
que una metáfora
nos transporte en realidad

hacia los puntos neurálgicos
de la ciudad
como un cerebro

para escarbar en ese sitio
desmoronando
los bordes

del inmenso forado social
que evacuan las encuestas
periódicas.”

Chaquetas amarillas se compone de ese incesante murmullo que constituye su lectura, un rezo, una oración vacía que no se eleva hacia ningún lado. Los discursos que emanan de esta pieza poético-musical se pierden en la sonoridad del poema, así como las articulaciones del arte en la sociedad se pierden en los capitales del consumo y las políticas de mercado. Todo discurso es ideología de la mentira y cada creación participa de este gran cuento que nos contamos. La permanencia de la música en ese zumbido de la plaga amarilla es lo que puede ser rescatado, lo demás sobra.

"Sobran palabras será sensato
Obrar con ellas como pantalla
Contra los tiempos desfavorables.”

 

 

Andrés Anwandter (Valdivia, Chile, 1974): ha realizado dos discos de poesía pneumátika junto al poeta Martín Bakero: Aurealidad (cd-r, 2003) y Motor nightingale (cd-r, 2007). Sus libros individuales son: El árbol del lenguaje en otoño (autoedición, 1996), Especies intencionales (ediciones Quid, 2001), Square poems (Writers Forum, 2002), Banda sonora (La calabaza del diablo, 2006) y Chaquetas Amarillas (Lanzallamas, 2009).



 

 

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