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José Donoso: originales y metáforas

Por Antonio Avaria
Publicado en Revista Apsi. N° 263. 1 de Agosto de 1988


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Es muy probable que José Donoso al enterarse del golpe de Estado en su patria, se dijera: “Ya lo he soñado”.

En efecto, la prensa del mundo entero empezó a registrar monstruosidades y atrocidades, que eran la tónica de la narrativa de Donoso, y que hasta entonces aparecían como exageraciones propias de la obsesión personal del autor por lo grotesco. La democracia más estable del hemisferio sur, el país del preciosismo legalista, engendraba monstruos, como había ocurrido y ocurría en el resto de América Latina.

Por aventurar esta hipótesis, un académico chileno perdió las oposiciones a una cátedra en la Freie Universität de Berlín. Se le pedía una charla literaria y él salía con la condenada política: no estaba Casa de campo para defenderlo –se publicará en 1978– ni menos aún la tesis maciza de Carlos Cerda (José Donoso: originales y metáforas) para demostrar que un gran escritor puede emplear la fábula como método realista de apropiación de un suceso histórico, pues había en él –lo señala el propio Donoso, hablando en general de los escritores– “una forma preexistente al material que la llena”. Una semana después del 11 de septiembre, José Donoso comienza a rellenar su arquetipo, o su alegoría fantástica, con el material que le brindan los acontecimientos chilenos.

Desde esta retrospectiva, el golpe de Estado mismo es una alegoría que Donoso ya había anticipado en sus escritos-pesadillas y que se propone descifrar escribiendo Casa de campo. Una tarea de tres años y nueves meses.

Parábola de una situación real, el enfoque original, fantástico e imaginario de Casa de campo –señala Carlos Cerda– enriquece la pléyade de las grandes novelas latinoamericanas del dictador que inicia Miguel Ángel Asturias en 1946, y prosigue ejemplarmente en los años 70 Alejo Carpentier, García Márquez, Roa Bastos, para citar nombres sobresalientes de una larga lista de escritores que desde el siglo pasado consagraron cuentos, novelas y poemas al tópico insoslayable de la dictadura y su obra en la historia de nuestros pueblos.

Carlos Cerda –conocido por su narrativa y por sus obras teatrales y radiofónicas– prefiere decir que Casa de campo es la ficción metafórica de los acontecimientos chilenos entre 1970 y 1973 y que culminan en la contrarrevolución, pero ese apego a una realidad específica restringe su campo crítico, obligándolo a juicios apodícticos que pueden resultar irritantes, como calificar de “correcto”, “exacto” o “discutible” el tratamiento del proletariado u otro elemento en la novela de Donoso. Situada ésta literariamente en el siglo XIX, desaparecen estos reparos de la sociología política, sin perder la fábula su capacidad de alusión e iluminación de la historia reciente. Así, el propio régimen actual se transforma “en otra cosa” (Donoso, citado por Cerda). No es sólo la destrucción de un orden, sino la restauración de una barbarie o de “un orden que era el caos”: un sistema de violencia que nos ufanábamos de creer controlado y sobre el cual la historia oficial chilena siempre lanzó “un tupido velo”.

La misma interpretación unívoca hizo exclamar a un crítico conservador que Casa de campo era “infundio histórico”.


En el feudo de Marulanda

En un elocuente ejercicio de inteligencia crítica, Carlos Cerda blande lanzas en rescate de la noción de realismo, que los críticos habitualmente confinan a la mera imitación mimética de la realidad. Con argumentación inobjetable, rica en referencias culturales, Cerda comprueba que la desrealización puede ser precisamente un recurso para abordar la realidad. “En la novela parabólica –explica– lo fantástico nos está trayendo constantemente a presencia la realidad misma”.

En un primer movimiento, el novelista irrealiza por vía hiperbólica y construye su fábula en el fantástico feudo de Marulanda. En una segunda instancia, esta irrealidad se hace real, al reproducir coherentemente los elementos estructurales de una realidad dada. Cerda desentraña prolijamente este procedimiento narrativo; la tesis es objeto de reiteraciones y recapitulaciones propias de la factura didáctica del libro. Asistimos con gran interés a un mano a mano de su autor con tres críticos prominentes –Noé Jitrik, Cedomil Goic y Jorge Enrique Adoum– que califican de “irrealista” una literatura que Carlos Cerda reivindica como exactamente lo contrario.

Entre los elementos que corroboran la tesis de este ensayo, Carlos Cerda invoca un pasaje en que la función del lenguaje demuestra sin lugar a dudas que el novelista está hablando deliberadamente de Chile. Uno de los personajes, Silvestre Ventura, interpela al autor de Casa de campo en jerga coloquial inconfundiblemente criolla. Más allá de esta prueba inequívoca, lo que dice Ventura produce el efecto anticlimático perturbador, equívoco y ambiguo que marca a la novela moderna desde la picaresca y Cervantes hasta Donoso y Kundera. Aún estremecidos por un relato de esperanzas tronchadas y represión en nombre de un orden injusto, oímos a Ventura decir al autor: “Eres un romántico, exageras, no somos ni tan ricos ni tan malos ni tan injustos, no tenemos tantos sirvientes; a qué hacer caricatura de lo que no tiene mayor importancia”. Es decir, reduce el relato a una expresión insignificante; lo banaliza.

Es cierto que Carlos Cerda, al delimitar rigurosamente su campo de trabajo, no aventura hipótesis sobre el significado real de otras partes de la composición novelesca. Sin duda que podría haber ido más lejos en el análisis de las revelaciones que sugiere Donoso en su indagar por la sátira política, pero eso será tarea de otros lectores.

El libro incluye una bibliografía bastante completa –la más completa hasta ahora– sobre José Donoso, preparada en colaboración con Mariano Aguirre, director de Biblioteca del Sur. Echamos de menos, por su interés para el lector común y el estudiante, una sucinta bio-bibliografía de José Donoso.


 

 

 

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José Donoso: originales y metáforas, de Carlos Cerda. Editorial Planeta 1988. 217 páginas.
Por Antonio Avaria