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Un crimen a sangre fría
"A sangre fría", de Truman Capote, 1966

Por Antonio Avaria
Publicado en La Nación, domingo 2 de abril 1967


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Truman Capote (Nueva Orleans, 1924) había llegado al límite de su posibilidad creadora. Un asesinato múltiple, calculado y gratuito va a salvarlo de la esterilidad. Esta es la historia.

 

 

Junto a Carson Mac Cullers —autora de La balada del café triste, El corazón es un cazador solitario, Reloj sin manecillas— Capote es un escritor obsesionado por su propio yo. Hasta 1959, su obra novelesca no ofrece otra fuente de inspiración literaria que su sensibilidad; se desentiende de lo social objetivo para examinar con admirable finura los sueños y monstruos de la infancia y la ansiedad del adolescente. Desde el volumen de cuentos Un árbol de noche, (pdf) le atrae lo extraño, el grotesco y todo lo que atemoriza al niño durante esos años, sin duda no son los más felices de la vida. En 1948, el nombre de Capote cruzó las fronteras con una novela que es una pieza maestra en su género: Otras voces, otros ámbitos el relato de un niño solitario en busca del Gran Secreto. Los muchachos chilenos del 50 acostumbramos leer Tonio Kroeger de Thomas Mann, todos los otoños; en primavera era Alain Fournier (El gran Meaulnes) (pdf); Demian (pdf) de Hermann Hesse quedaba ciertamente para el invierno y leíamos Otras voces... todos los veranos. Hitos en la formación estética de los escritores jóvenes de hoy, estas obras aún ejercen su acción paralizante en la creatividad de aquellos que no han sabido sacudírselas; la tentación del ensimismamiento y la del esteticismo.

El arpa de pasto (1953) no agregó cosa de importancia a su literatura, pero ya el autor hacía noticia como sibarita internacional y viajero impenitente. Amigo de Jackie Kennedy y Marilyn Monroe, excelente bailarín y catador de vinos franceses, Capote capturaba mejor que nadie las expresiones coloquiales y agudezas de la bohemia elegante de Upper Nueva York; este talento pudo comprobarse en su brillante y tierna comedia frívola Desayuno en Tiffany,(pdf) novela breve de 1958. Al mismo tiempo, Truman Streckfus Perzona —su nombre verdadero— se revela como un reportero eximio quizás la entrevista más perfecta que se haya hecho a un actor de cine es El duque en su dominio —sobre Marlon Brando; antes había publicado un libro de viajes, Color local (pdf) — y de 1956 es el extraordinario reportaje cómico-novelesco a la gira de la compañía Porgy & Bess por la Unión Soviética: Se oyen las musas.

En viajes, cócteles y breves trabajos muy finos para revistas literarias un tanto snobs, Truman Capote alcanzó la edad media de la vida sin conseguir superar la obra de los veinte años. Siempre fue un mago de las palabras (él mismo se definió como un “Paganini semántico”), pero su mundo novelesco era cada vez más angosto y el estilo amenazaba convertirse en mera estilización ingeniosa.

Y sin embargo, este hombre decadente —por un acto de voluntad que es en sí mismo un ejemplo de vocación y ética— pudo producir en 1966 una de las novelas más auténticamente sensacionales de los últimos tiempos A sangre fría (pdf) (Verdadera relación de un asesinato múltiple y sus consecuencias). Con extraordinaria lucidez y disciplina, Capote se dio una segunda oportunidad; se zafó de sus obsesiones y sepultó al niño de la chasquilla para entregarse a un difícil cambio de piel. Como muy pocas veces en la historia de la literatura, podemos describir con exactitud un proceso de elaboración artística.

La primera intuición fue dada por una breve noticia que Capote leyera en el New York Times, en noviembre de 1959; daba cuenta del asesinato —sin razón aparente— de una familia ejemplar: el señor Clutter (un granjero acomodado), su mujer y dos hijos. La última página de la novela fue escrita seis años más tarde cuando el asesino Perry Smith besó a Capote en la mejilla, le dijo “Adiós, amigo” —así en español— y subió al patíbulo para ser colgado como lo pide la ley de Kansas.

Truman Capote dejó su departamento de Manhattan y dedicó tres años a investigar el crimen. En el villorrio de Holcomb, Kansas —el corazón del Medio Oeste— los 270 habitantes jamás habían visto a un hombre tan chico (es casi un enano de estatura), tan raro y tan superinteligente. El escritor ganó la confianza y el respeto de todos; le asistía su amiga Harper Lee (autora de Matar a un ruiseñor). Luego consagró otros tres años a trabajar en las seis mil páginas de anotaciones: expediente judicial, entrevistas, viajes por todo el país y hasta México —siguiendo la ruta de los asesinos—, descripciones de nombres y cosas. De ahí salieron las 300 páginas de A sangre fría, reportaje insuperable a un hecho real; fue publicado primero en cuatro entregas de la revista The New Yorker, en el otoño de 1965.

 


"A sangre fría" en The New Yorker Magazine, del 25 de septiembre al 16 de octubre de 1965

 

No me interesa discutir aquí la cuestión formal de si es o no una novela (por novela la tengo y de lectura apasionante), ni el asunto más espinoso de su técnica de composición (que recuerda el Tatsachenroman de los alemanes y los procedimientos de la novela naturalista), sino insistir en un problema ejemplar de la intimidad literaria; para Truman Capote A sangre fría es un escrito de salvación.

¿Cómo se explica —por otra parte— la resonancia fenomenal de la obra? Una semana después de publicada por Random House, Capote había recibido tres millones de dólares. Columbia pagó la suma más alta de su historia por los derechos cinematográficos —medio millón— y a estas sumas hay que agregar un tercio de las ganancias de las películas, más las traducciones de la novela. Fue indudablemente, el libro del año, en Norteamérica y el mundo. El esfuerzo publicitario —aunque fantástico— no basta para producir esta celebridad descomunal. Hay que buscar en este caso, en la obra misma la catapulta —no encuentro voz mejor— del éxito. La narración del crimen está hecha con escalofriante impersonalidad: los datos se organizan con un montaje perfecto de suspenso y el relator ejerce control absoluto sobre la fascinación del ojo que lee. Pero también este libro excepcional pone luz sobre uno de los miedos más soterrados de la vida norteamericana. No es el crimen en sí lo que sobrecogió a USA, sino la sinrazón —para el espíritu puritano— de victimar a quienes parecían más seguros, a quienes parecían —oh Calvino— merecerlo menos. No había tampoco relación alguna entre la familia y los asesinos; el vínculo es inesperado y gratuito. Los Clutter constituyen la imagen modelo de USA y el crimen —según Capote lo puso en evidencia—, una tragedia americana.


 

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