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        Este año, las lecturas de Zurita, monumental obra de Raúl Zurita y Chile de Ángela Barraza, la poesía  chilena reafirma sus compromisos sociales, y uno sigue pensando que las  escrituras de Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, Enrique Linh y los  ya mencionados, siguen siendo una experiencia en movimiento desde una oscura  destrucción o barra nocturna de las conversaciones. Siguen arrasando todo  vestigio retrógrado, conservador y recalcitrante. Hay en ellas –sus escrituras-  una re-invensión de los procesos del lenguaje que sostienen el ritmo de nuestra  política interior en toda la extensión de la palabra. La poesía chilena sigue  siendo una bomba de tiempo. 
        Y desde ese extraño horizonte, Ángela ha  construido Chile, su primera obra que  deviene en campos alzados a través de re-construcciones de una memoria franca y  abierta. Un canto nacional que no repite ningún discurso de tono político,  aparatoso o teatral, un compromiso, más bien, con la verdad. Chile es un acto en el que el propio  sujeto enunciante y poético tapa las tumbas, cura heridas, restituye los  nombres propios de un país, y toma partido, finalmente,  por una vida nueva.
        El sujeto poético en Chile va de la experiencia de la muerte en la memoria al arribo de  las inhabilidades del yo, así como del silencio contrariado de la historia  chilena a la extensión de un discurso impersonal, o mejor dicho, de nadie. 
        Ángela Barraza se empecina en de-velar-se:  “Este es mi país personal / entro en el libro y las fotografías / entran  conmigo”, y en esa patria de su cuerpo  indivisible empieza y se abre a su propia captura para iniciar la épica de las  desapariciones, de la despedida y del reconocimiento de otro cuerpo. 
        El horror de no ser nosotros los que  construimos la patria, paraliza a la voz poética y le permite reflexionar: “la  forma de Chile es la del poema más triste que se haya escrito nunca yo adentro  de Chile no soy más que un adverbio de tiempo repitiendo nunca más nunca más  nunca más”
          
          Y es que Ángela anuncia el temor del  estigma, de estar marcados por un ser del horror (“Nosotros tenemos / a  Pinochet”) y nos hace conocer otros procesos de ejecución donde el lenguaje se  desplaza para deshacerse en su propio discurso: “Mis discursos jamás  existieron” Y aquí está quizá, el centro de Chile,  el disimulo como destrucción de un país que jamás construimos. Entonces  interactúa el cuerpo y sus múltiples golpes para matar a la bestia de Pinochet  que es pensamiento y acción colectiva: “Y lanzarla contra algo que fuese /  realmente mía”. Se abre, entonces, lo que ha dolido a otros y no pudieron  pronunciar la marca, pero esta voz enunciante de Chile, re-conoce y nombra.
        Así en su recorrido de las inhabilidades,  la voz (otra voz) enfrenta su relación con el padre: “Papá, explícame por qué  no te mataron, dime / por qué tú no estás muerto dime / dónde estabas tú, en  qué casa cubierto dime / qué pasaba por tu cabeza cuando veías la sangre correr  por las / calles y murallas de esta república” Y este es  el “héroe” o el antihéroe, el cobarde, una  enfermedad más de la época del miedo cuando callar o mentir era la opción; pero  rápidamente (y aquí el dominio del tiempo es una sutileza en la construcción de Chile), lo contrapone con su héroe  verdadero Rodrigo Rojas de Neri, un canto poderoso de aprendizaje de la limpieza donde zafa del silencio a la  confrontación: “Se desgasta Chile como lacre Rodrigo”; de la denuncia a la  reflexión: “Yo también tengo fe en Chile y su destino”.
        La repetición de los tiempos en la  construcción de la estructura de Chile,  vuelve a ser otra en la sucesión de voces. Las identidades múltiples en esta  obra, no son sino idealizaciones de lo que no fuimos o de lo que hubiésemos  querido ser para confrontar realidades: “Soy Carlos Contreras Maluje /avísenle  a mi mamá en Concepción / y avisen que estoy muerto /gritaba en Nataniel un  hombre su sentencia / a los paseantes / y envilecido por la mañana / no conoció  de la misericordia en este Santiago / rotundo, que nada quería saber / de  flagelaciones y tortura”. Y aquí está clara la marca ficcional de Chile, cuando el sujeto enunciante  reflexiona: “Incluso aquellos que ficcionamos / los que hemos creado, no a  punta de fusil / sino a punta de sentirnos tan solos /tan impotentes, tan  faltos de consecuencia / pues si pensamos / hasta las fabulaciones son un  tiempo que nos falta”, pero esta marca ficcional es una atmósfera en toda la  obra, porque no sabemos o no sabe (la autora?) cuánto del horror se calló en  Chile que ya es difícil recordar. Y en la misma sucesión del tiempo construido,  la voz de Chile vuelve a recordar a  los que solían esconderse de la persecución de la dictadura. Seres que explican  sus propias cárceles, sus silencios.
        El campo de la fabulación en Chile se abre para narrarnos una  dialéctica de la patria interior en una consecución musical que el lenguaje va  marcando a medida que avanza su construcción y su destrucción: “Por eso es que  insistimos tanto / por eso / es que nombramos tanto a Chile /de manera personal  y repetimos Chile / para que pierda el sentido o mude de piel. / Avanzo”
        “Salgo del libro / y las fotografías se van  conmigo”, nos dice la voz poética, y entonces, ese aluvión musical del lenguaje  con que resuena Chile en la  re-construcción de la memoria, parte las culpas y el miedo, y se enfrenta a la  desilusión de la patria que está in-completa para enunciar las verdades que no  se dijeron o que no nos dijeron, y que las advertimos, en estos tiempos, al  tomar partido por la dignidad y la vida nueva que deseamos construir.
        En Chile,  el sujeto de los cantos, se reinventa para recordar, parar, seguir, pensar,  decir, buscarse, no poder, volverse a recordar, fabular y cerrar; todo un  tiempo cíclico de confrontaciones y contradicciones la de esta voz cuyo canto  dialéctico es una epifanía en el panorama de la poesía chilena. 
        Chile está escrito desde la coyuntura –dirán- pero deja limpio los caminos de la  decisión y el acto. Chile es la  pretensión de una joven poeta, pero ilusiona saber ahí las escrituras, los  campos nuevos y la transición.
        Ángela Barraza ha edificado una obra  necesaria como no se ha escrito en estos últimos tiempos en Chile y Latinoamérica;  lenguaje rotundo y musical que carga consigo nuestras insanas experiencias  hacia un compromiso verdadero. 
        Bar Queirolo, Centro de Lima – n0viembre 2011