Si las moscas acusaban un mundo aéreo donde se respiraban los retazos de una pudrición oculta, en Jibias (2018), Alejandro Banda nos lleva a ese reino en el que la respiración se vuelve imposible. El agua es aquí no solo liquidez sino ante todo profundidad; un ecosistema que no es el nuestro, pero en el que se esconden algunos de nuestros secretos convertidos en rostros marinos que no son cordiales. El mar recoge permanentemente nuestros desechos y en ellos podemos reconocer muchas de nuestras historias, pero sin embargo, y lejos de sucumbir con nuestros desperdicios, el océano nos los devuelve convertidos en sueños temblorosos, en agitaciones oscuras, en oleadas de imprevistos, en sacudidas dramáticas en las que podemos ahogarnos con dulzura o con inquietud.
Las historias ya anunciadas en Moscas (2017), toman aquí un rumbo descontrolado en el que no cabe la calma de la resolución ni de los acertijos resueltos. La Jibia es el nombre de turno de esa bestia marina que se alimenta de nuestros límites y de la pequeñez de nuestras historias. Ella nombra ese mundo desconocido que no va a ceder a nuestro empeño por navegar en la transparencia ni va a devolvernos a los nuestros sin hacerlos –y hacernos– un poco irreconocibles. Esa monstruosidad cefalópoda no está para amenas pláticas de sobremesa sino para recordarnos la cercana perturbación que podemos encontrar en esta literatura.
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«Jibias» de Alejandro Banda: La respiración imposible
Por Dr. Tuillang Yuing