Moscas (2017), editorial Emergencia Narrativa, es el primer volumen de un libro de historias, de relatos que anuncia una trilogía centrada en formas de vida de distintos reinos: Moscas, Jibias y Humanos. Seres que difieren en sus modos de existencia y, por sobre todo, en el medio al cual pertenecen: aire, agua y tierra. Uno podría pensar entonces que se trata también de una trilogía de los elementos. Como sea, se trata de un autor que nos tenía más acostumbrados a la poesía. Al menos para mí, es la primera vez que leo sus historias.
Al ser parte de una anunciada trilogía, tendemos a leer buscando la trenza, buscando los lazos, los puntos de conexión que conectan estas historias dispersas en un juego de ecos, resonancias y alusiones: las moscas, el pescador ominoso, el Corsa involucrado en un macabro crimen, los paisajes… motivos que se dejan ver en diferentes momentos y niveles de la obra, en distintos mundos que remiten a un mismo mundo pero que, Alejandro Banda, tiene el cuidado de mostrar desde distintas voces, desde respiraciones y percepciones heterogéneas que provienen de los distintos seres y personajes que habitan el ecosistema del relato.
Como bien señala Cristóbal Vergara Espinoza en la contratapa, la mosca es el signo de algo podrido, de una putrefacción que no se ha saneado, de una descomposición que subyace a lo cotidiano, de una purulencia que remite a la muerte, pero no a cualquier muerte, sino a la muerte expuesta, infecta, no resuelta. La mosca es la presencia de un crimen, de un crimen interno, no suficientemente ventilado, hundido en lo subjetivo. La mosca es el síntoma de psicologías rancias, que arrastran muertes sin resolver, deudas sin pagar, injusticias sin reivindicar. La mosca es el signo la corrupción maquillada en este paisaje –el nuestro- climatizado falsamente y con aroma a mall. La mosca bien puede ser el retorno reprimido de nuestra memoria voladora que zumba en el recuerdo de nuestros muertos y nuestros crímenes sin ajusticiar, la mosca es también la mosca de la fruta que se entromete en nuestro bienestar económico y amenaza con expulsarnos de nuestro paraíso de crecimiento y desarrollo y devolvernos a la precariedad de nuestros lazos sociales habitados por personajes sombríos, monstruosos, enfermizos y llenos de rollos, turbiedades y perversiones.
Quisiera detenerme en dos relatos, y en especial en dos personajes que me parece ilustran esta tonalidad. El primero es, ciertamente, el Pescador Imposible, que forma parte del último relato del texto. Su imposibilidad resulta de su contradicción; quiere pescar, busca la serenidad del mar abierto en la expansión, arrojarse a la inmensidad para ver cómo la naturaleza le responde desde el otro lado del hilo de pescar. Pero nunca logra esa fuga, está atado, sujetado a su pasado de ex torturador, a una tarea que signa el destino de su vida: el abandono y el desprecio de su familia, de sus hijos y su señora, el miedo a la represalias tanto de quienes fueron sus colegas así como de quienes legítimamente quieren vengarse. Un personaje cuya subjetividad surge de la tensión entre los fantasmas del mundo que habita y el mundo que quisiera habitar. Con una neurosis obsesiva que lo lleva a sobre higienizar todo su hogar; ese deseo de asepsia que se hace insoportable para quienes lo rodean y que trasluce el deseo de una pureza imposible manchada por un dolor que nunca podrá borrarse.
Así, cuando se va de pesca busca alejarse de sus tormentos; de la sangre, de los fluidos, de la mierda, de los gritos y de todos los residuos de su oficio canalla para hacerse de los peces, seres cuyo sufrimiento está de antemano silenciado puesto que no ha sido necesario arrojarlos al mar, sino que estaban ya allí. Lamentablemente, por su misma neurosis, el pescador cuenta con una habilidad privilegiada para obtener información y resolver crímenes complejos, y por esta razón se verá una y otra vez requerido por ese pasado oscuro del que quiere siempre escapar. En ese sentido, el pescador es ese personaje torturado él mismo por haber sido un torturador, el saldo de un trauma, un nudo sordo que no se deja desatar por la promesa de un horizonte amplio del tamaño de todas las miradas. Sin querer exculparlo en ningún caso, el pescador es esa paradoja -mitad monstruo, mitad víctima- sobre la que se busca construir una armonía destinada al fracaso. Él es en sí mismo la vileza de un mundo en el que ya no ocupa ningún lugar más que el de la infamia.
En la otra vereda quisiera ubicar a Jim, el jacquer de “El nuevo jugador”. Un joven que se ha visto en la necesidad de hacerse cargo de sus hermanos pero que por una enfermedad que lo ha postrado en una silla de ruedas ha tenido que crear todo un dispositivo imaginario para subsistir en un sistema en que la virtualidad ha capturado todas las transacciones y las oportunidades. Él habita en el abanico anónimo de identidades mentirosas creadas a imagen y semejanza de quien la quiera comprar: Jim vive en las afueras, o al menos en el límite: es un autodidacta de la supervivencia y un atento observador de las transacciones informáticas, el rey de las apuestas, del bitcoin, de los perfiles falsos pero también de los concursos literarios donde los grados académicos funcionan como títulos nobiliarios. Como sea todas sus destrezas están ligadas a una historia personal de castigo, precariedad y desventura. Una historia que en su momento más decadente curiosamente ata a su padre con el torturador y al crimen de las Torpederas. Sin embargo, Jim es capaz de ajusticiar este abuso y arrebatar los ahorros de este sicario autorizado para repartirlo entre gente que lo necesita. Destaco este punto, pues pese a una vida dura, el jacquer no tiene vacilaciones morales, sabe directamente donde apuntar su ofensiva y quiénes son sus aliados.
Jim ha sufrido y sabe cuál es la mecánica de la inequidad. Sabe cuáles son los caminos por los que la miseria se compone y las vidas se desnivelan. Está asustado de sus hermanos; los ve crecer permeables a los vicios de este neoliberalismo bruto: consumismo, mal gusto, arrogancia y hasta flojera. Aun así, Jim representa al prisionero que verdaderamente puede escaparse y volver a su celda cuando quiere, su astucia, pero por sobre todo su lucidez, le van abriendo caminos en una madeja donde la pudrición y el mosquerío asaltan a cada momento.
Jim es ese héroe anónimo, ese superhéroe que muchos quisieran encarnar: aquel que es capaz de torcer la fuerza que lo aprieta y que entrega para otros una cuota de esperanza.
No me queda más que invitarlos a leer este texto y a transitar por esta tensión y oscilación en que nos ponen las “moscas” que Banda ha echado a volar.
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EL JACKER CHILENO Y EL SUJETO TORTURADOR EN MOSCAS
Alejandro Banda. Emergencia Narrativa 2017
Por Dr. Tuillang Yuing
Publicado en Estación de la palabra, Ed.17, marzo de 2018