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Invisible, viendo caer la nieve de Alejandra Basualto

Por Rolando Rojo Redolés
Publicado en http://www.sech.cl/ septiembre de 2012

 


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Tengo en mis manos la antología del X Concurso Nacional Cuento y Poesía Javiera Carrera, año 1987.

En ella aparece la fotografía de una joven Alejandra, ganadora de un segundo lugar con el cuento “Acantilado” y, al interior del libro, la misma Alejandra, ahora con el seudónimo de “Gregorio Samsa”, ganadora del segundo lugar en poesía con su poema “Desde el Puente”. Sin duda, una señal inequívoca de lo que Alejandra Basualto conseguiría en la literatura chilena. Era ambidextra, chuteaba con las dos piernas: poesía y prosa. Y lo hacía bien. Hoy, con “Invisible, viendo caer la nieve”, lo hace desde el terreno de la novela y, nuevamente acierta fama.

“Invisible, viendo caer la nieve”, es una novela de estructura meditada y moderna. Lejos de la narración lineal y del narrador omnisciente, aquí son los personajes, a través de monólogos interiores, del discurso directo o de un diario de vida los que, combinados con el narrador externo nos relatan la historia. Esto permite una sinfonía de voces y, a la vez, la sitúa entre las características de la novela moderna que establecen como fundamental, el punto de vista de los personajes, en vez del narrador lógicamente privilegiado, aunque ello conlleve una inseguridad constitutiva que, en todo momento puede ser reafirmada o negada.

El tiempo de la historia abarca un lapso considerable, pero, sobre todo, determinante en la vida nacional. Se inicia en la década del sesenta donde, en nuestro país y el mundo, corren vientos de libertad y de cambios estructurales, donde la esperanza en un mundo mejor agita banderas y conciencias, “el tiempo mágico de creer en todas las utopías”. Continúa con el triunfo del gobierno popular, el golpe de estado del 73 y la larga noche de la dictadura militar; y concluye con la recuperación de la democracia en los noventa.

Lo inicia Ángela, la hija menor de la familia Echeñique–Wilson, latifundistas de la zona central. Asistimos en las primeras páginas, a la muerte del patriarca, Félix Echenique, “viejo duro, señor de las tierras y las aguas, abatido como un piano antiguo” y a los bosquejos de la personalidad de la hija menor, rebelde, tenaz, decidida, tan diferente a sus hermanos mayores Francisco y Javiera que “estudian carreras tradicionales y desagravian al padre por los malos ratos que causa la hija menor, a toda la familia”. Sin duda, “la oveja negra”. A partir de ahí, el relevo narrativo lo irán haciendo familiares y amigos de los Echenique Wilson. Principalmente, Regina, esposa de Francisco y admiradora de la personalidad de su cuñada. Y dos personajes que se constituyen en el eje de la narración: Max, actor de teatro y Antonio, “el bello Antonio”, ex pololo de Regina. Y he aquí una de las virtudes de esta novela. Las diferentes historias se van entretejiendo hasta constituir un mosaico fina e inteligentemente elaborado: la hebra que aparece un capítulo anterior se enlazará magistralmente con otra de un capítulo posterior y todo va tomando forma coherente en la cabeza del lector. La prosa transparente, ágil y sugerente, hace que el lector no pueda dejar de leer hasta el final. Las descripciones, como vienen de una cantera poética, nos impactan con su belleza: “Ha dejado de llover y cientos de gotas palpitan sobre las hojas, como si fueran aritos de plata”. Suma y sigue. Otra notable característica es la sutileza, la delicadeza con que se abordan algunos temas como: el despertar sexual de Ángela, la relación de amistad entre Max y Antonio; el sentimiento de Ángela hacia Max; la íntima confesión que Max hace a Ángela.

¿Y qué le ocurre a esta familia para que sus aventuras y desventuras nos conmuevan como ficción? Nada más y nada menos, que lo mismo que le sucedió a millares de compatriotas que vivieron -a favor o en contra-, el triunfo de la Unidad Popular y la intención de construir el socialismo en nuestra patria y luego, -de nuevo a favor o en contra- el golpe de estado de 1973.

Escribo esto como si todo hubiera sido normal. Pero nada de lo que ocurrió fue normal. La historia reciente trastocó y trastornó la vida de los ciudadanos, sus repercusiones llegan hasta nuestros días. Aunque se hagan discursos y plegarias para que olvidemos, para que busquemos el camino de la reconciliación, para que los escritores abandonen estos temas “que dividen”. Las heridas, no obstante, son muy profundas y siguen sangrando. En las páginas de “Invisible, viendo caer la nieve”, asistimos a la persecución de los opositores al régimen militar, a la solidaria acción de aquellos que arriesgaron la vida ofreciendo ayuda, un refugio, una mano que rescatara al perseguido de la muerte o la tortura. Asistimos a una de las peores torturas imaginadas por el cerebro de los que se creen omnipotentes: el exilio, el ver caer la nieve, sin que nadie repare en el que, con el corazón apretado, la observa en un país ajeno. Asistimos al vaciamiento de todo lo que daba sentido a la existencia, hasta transformarnos en seres agobiados por la memoria, por el recuerdo, por la nostalgia, por la mirada ausente a través de la ventana. Dos de los personajes de esta novela, Max y Antonio, ayudados por Ángela y Regina, parten al exilio a Canadá, Montreal, y después que la infamante letra L de pasaporte desaparece, regresan a Chile. Pero ya nada será como antes. Se sienten extranjeros en su propia patria. No logran reconocer ni reconocerse en estas calles, en la tonalidad de estos lenguajes y paisajes, entre sus propios compatriotas.

La novela de Alejandra Basualto es más que esto. Es la historia sentimental, sicológica y emocional de dos mujeres que, en el transcurso de la narración van creciendo como seres humanos, con aciertos y contradicciones, con dolores y alegrías, con sus penas, con pasado y nostalgias, con indecisiones y decisiones hasta constituirse en personajes inolvidables: Ángela y Regina. Una de ellas, Regina, conviviendo con un hombre que ha diseñado su vida en el triunfo, un trabajólico que se siente a sus anchas en el mundo competitivo instaurado por la dictadura, el mundo del consumismo desenfrenado y que es feliz con sus autos últimos modelo, su casa en un sector privilegiado de la ciudad, su poder económico. Y ella enfrenta la frustración hogareña, aferrada al recuerdo de un amor juvenil y al cariño de su hermanita enferma a la que asiste y acompaña hasta la muerte. Por su parte, Ángela, fiel a su inclinación libertaria, se integra al mundo del arte, es actriz, casada con un actor y madre de un niño, Marcos. Ángela siente que su deber en la tragedia nacional es solidarizar, es arriesgar el pellejo para salvar la vida de los que están en peligro. Pero también siente el impacto de la tragedia y su carácter animoso, alegre, vital, declina: “Esa mujer valiente y luchadora se desmoronaba ahora ante sus ojos. La vio debatirse infructuosamente como si tratara de juntar sus pedazos para rearmarse”.

Finalmente, la lectura de ”Invisible, viendo caer la nieve” nos inserta en una historia que tamizada por la belleza de la literatura, nos refresca la conciencia y nos recuerda de dónde venimos, qué somos, cuáles son nuestros deberes para que la verdad histórica se imponga y emprendamos el verdadero camino del desarrollo como sociedad. Un gran aporte de Alejandra a la literatura nacional que viene a coronar años de oficio, de constancia y de dedicación al arte.



 

 

 

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