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SINATRA Y VIOLETAS PARA TUS PIELES

Por Alfredo Bryce Echenique
Publicado en Estudios Públicos, 59 (invierno 1995)



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A Jenny Woodman y Karim Danniery, en el suelo y fotografiando, en el
jardín, en la tarde, y en el
Underground; a Germán Arestizábal,
en mi sur profundo y chileno; y a Frank Sinatra, en sus 80 años y en
mi tocadiscos, aquí, esta noche sin extraños...


Old blue eyes cantaba esa noche en París para le tout Paris, sobre todo, y Jenny debía recogerme en casa con su arrolladora y sensitiva juventud. Grace Kelly vivía aún y medio Mónaco y algunas testas coronadas más estarían presentes en el concierto del teatro Olympia. Jenny me había invitado porque el precio de la entrada más barata era muy caro para mí, porque yo de testa coronada, lo que se dice, nada, y porque sabía de mis andanzas con Sinatra desde los quince años, más o menos. Todo había empezado con un disco de funda violeta y con la canción aquella, Violets for your furs, en que te traje violetas para tus pieles y fue, por un momento, abril en aquel diciembre, primavera en aquel invierno, recuerda…

Y ahora era diciembre en París y al concierto del Olympia iba a asistir gente con pieles o, mejor dicho, porque así lo estaba sintiendo yo, gente de pieles. Pero yo no había comprado violetas. Yo no tenía violetas ni tenía tampoco la menor idea de dónde podría haber una florería con violetas por ahí, por la parte pobre del Barrio Latino en que vivía. Las únicas flores de mi vida, entonces, eran algo así como californiano-hippies y yo las estaba mirando para ponerme al día acerca de mi pasado inmediato. El revolucionario español de quien María y yo habíamos heredado el inquilinato del departamento en que se suicidó la viuda de Modigliani, nos había dejado, mugrientas, grasosas, unas paredes empapeladas y había regresado a su país a hacer una revolución con el FRAP que, tengo entendido, terminó en algo así como peppermint frappé.

El español también había heredado el departamento de otro inquilino y éste de otro que lo heredó de otro y así sucesivamente hacia atrás o en caja china hasta llegar al siglo pasado, probablemente, en que el empapelamiento de las paredes, ahora lleno de polvo engrasado y hollín de chimenea, fue limpísimo, nuevecito y hasta chillandé. Ya resignada al marido que le había tocado, o sea yo, creo que a María le había resultado medianamente fácil resignarse también a que la ducha fuera una especie de teatrín que había que armar sobre una inmensa palangana en la cocina, sacando varios taburetes y arrimando la refrigeradora y todo lo demás, de la misma forma en que podía no ver la suciedad de las cuatro paredes en que vivíamos en aquel séptimo piso, escalera.

Pero Molly y Antonio Solís odiaban nuestras paredes sucias y siempre andaban tratando de convencerme de la necesidad de hacer algo, de empapelar toda aquella sensación de asco y miseria en la que yo había resignado a vivir a la pobre María. Molly era más discreta porque era de California, pero Antonio era un andaluzote que imponía en voz muy alta su fuerte acento extrovertido y simple y llanamente no podía soportar un día más venir a gorrear comida a casa, porque ellos eran aún más pobres que nosotros, y tener que comer entre esas paredes. Entonces María se contagiaba, se entusiasmaba, y yo quedaba en minoría total. Hasta que por fin cedí:

—Miren —les dije—, se largan los tres y compran el empapelamiento que les dé la gana, pero, eso sí, yo desaparezco el día que vengan a colocarlo o lo que por diablos y demonios se haga con esos rollos de papel florido de los que me hablan.

Jenny debía estar estacionando su automóvil en el lugar prohibido de siempre, o sea que aún me quedaba tiempo para mirar mis cálidas paredes. Así las encontró de floridas, coloridas y tirando a californiano-hippie, la propietaria del departamento, el día en que vino a inspeccionar el hecho consumado de las mejoras introducidas en el empapelamiento de su heredada propiedad y de paso me cobró cash el alquiler no declarado al fisco.

—Estas paredes resultan bastante chocantes para mi edad, monsieur —me dijo, contemplando con elevada nariz el flamante florecimiento—. Pero, en fin, admitiré por una sola vez en mi vida que han quedado bastante cálidas.

Muy pronto habría de quedarme triste, solitario, y final, con mis cálidas paredes por todo consuelo y hacienda del alma. Molly y Antonio se fueron a vivir muchísimo mejor en los Estados Unidos y María, siempre tan bonita y reservada, me anunció con su voz dulce y serena que habíamos naufragado y que, de acuerdo a las leyes del machismo de siempre y el feminismo de moda, yo era, yo tenía que ser el capitán del barco y permanecer en él hasta mi muerte o extravío final, porque en todo caso ella regresaba a vivir muchísimo mejor en el Perú, como Molly y Antonio Solís en los Estados Unidos. Nuestro matrimonio había fracasado y, de regalo de separación, María me pidió que le comprara un tocadiscos nuevo y que le permitiera llevarse toda nuestra discoteca, menos Sinatra.

Cumplí con acompañarla hasta el aeropuerto y María cumplió con el deseo tan grande que tenía de dejarme íntegro a Sinatra y sobre todo el disco de la funda violeta y también, claro, por supuesto, y por encima de todas las cosas de este mundo, en el tercer surco del lado A de ese disco que ya me tiene hasta la coronilla, Violets for your furs. Yo era libre para oírlo night and day y ella también era libre y se sentía aliviadísima de no tener que volver a oír a Sinatra en las noches y días del resto de su vida, por siempre jamás. Conociéndola, además, ni siquiera se acordaría de las violetas el día en que se comprara su primer abrigo de visión en Lima, para viajar 5 estrellas a Europa tras haber regresado al Perú y hecho la América. El que debió ser nuestro disco, nuestro cantante, nuestra violeta simbólica y nuestra piel de gallina, no sólo no nos había unido sino que había sido, creo yo, el factótum de nuestra separación.

Jenny debe estar palabreándose al policía que diariamente no le pone la multa en el sitio PROHIBIDO ESTACIONARSE y, como es realmente coquetísima, me queda tiempo de sobra para rememorar también lo que iba a ser mi futuro durante unos veinte años, más o menos. Ello me permite llegar a la conclusión de que hay gente que no soporta vivir con Sinatra pero que al que abandona es a mí. También hay gente que se va para siempre con Sinatra y con mis discos de Francesco Alberto Sinatra, cuando ya les he contado todo sobre este hombre nacido en Hoboken, New Jersey, de padres que no nacieron en los USA, pero que tomaron todas las precauciones del mundo para que Frankie sí naciera en USA, democracy is America to me, cantaba él, aunque fuera en algún Little Italy, vecino de algún Little Central America, malditos hispanos y qué le vamos a hacer y ya Frankie, nacido en el sueño americano, nos sacará de aquí algún día, mujer.

Y mientras seguimos escuchando a Sinatra no he parado de contar que Frankie Boy devino Viejo Ojos Azules o que en Australia le llamaban Bocaza, por grosero e insultón con la prensa, y Huesos, le llamaban en la Paramount Films, o que a punta de whisky, cerveza, vino y champán, pero sobre todo a punta de pizzas, devino, varios años de pizzas más tarde, un viejo gordo y calvo, especialista en casarse con la viuda de Groucho Marx, por ejemplo, y que también su voz y él fueron llamados LA VOZ, así, con mayúsculas y only him, y devinieron graves, profundos y atabacados, para después llegar a lo que son hoy en que ya anda por los ochenta e insiste en cantar New York, New York con la ayuda de Liza Minnelli, que aparece entre el público por sorpresa y sube aplaudidísima al escenario, especialmente invitada para la salvación…

Hay seres queridos por ahí que ya perdieron todo interés en Sinatra, en su música, en mí y en mi circunstancia Sinatra. Hay golpes, en cambio, tan de suerte, en esta vida, yo no sé, que de pronto uno llega a Chiloé, allá bien al sur de Chile, a visitar a su amigo Germán Arestizábal y lo encuentra en plena forma desde que por andar tan borracho se cayó de una nube y se deshizo el codo derecho y es pintor y yo tampoco bebo ya nada, Germán, pero si a Bogart y a Ingrid Bergman siempre les queda París, en Casablanca, a nosotros nos queda siempre…

—¡Sinatra! —exclamamos Germán y yo, brindando con agua.

Pero también hay golpes de los de Vallejo, de los tan fuertes en la vida, como por ejemplo la vez aquella en que Lilian Long, a pesar de su nombre de actriz 1950, mancó. Sinatra fue demasiado para ella porque su gallo era trotskista y le arreó tamaña pateadura por su imperialismo Extraños en la noche. Y Lilian mancó por la ventana de mis paredes calurosas, mancó, pobrecita, justo en la meta, como el caballo de Leguisamo que cantaba Gardel, que justo en la meta afloja al llegar y que al regresar, parece decir, vos sabés, hermano, lo mejor no hay que apostar… Trosko de mierda, justo cuando yo la estaba convenciendo de que iba a encontrar esa violeta aunque ella tampoco tuviera esa piel…

Sinatra se vestía bien y podía usar, flaco, esos pantalonazos anchotes que hoy nadie sabe usar y se arrugan ni siquiera a lo Domínguez, el modisto español de “la arruga es bella”, sino fundilludos, rodilludos, todo caídos y sin la impecable raya porque “ya no se lleva” usar sanos y comodísimos tirantes ni tener personalidad. “Se lleva” ser unidimensional, unipersonalidad difusa y confusa y estar marcado por una marca de ropa en la ropa…

Bueno, pero ahora ya estoy en mi presente, o sea, hace unos veintipico años, porque Jenny está subiendo la escalera y yo estoy abriéndole la puerta y ella lleva sus mejores pieles. Yo ando con mi ventiúnico terno, que tiene chaleco, esos sí, y ella me está trayendo una corbata linda para alegrar hasta lo caluroso y florido, con toques violeta, el color negro del ventiúnico, y sobre todo lo de los puños de la camisa. María se olvidó de la tijerita de uñas y yo anduve podando un poco las hilachitas de vejez de mi fina pero ya fatigada camisa “Old England”. Por fin, me pongo la corbata y vivo, como César Vallejo en su vida y obra.

Sinatra se ofrece de tiempo en tiempo una pequeña recompensa en vaso de cristal etiqueta negra y fuma y se va recuperando hasta ser La Voz en el Olympia de París. Hasta ahí nadie sabe cómo llegó pero a París llegó en su jet privado y del aeropuerto en un helicóptero hasta el techo de la Radio y TV de Francia. Viejo ojos azules… ¡Cómo te burlabas de Grace Kelly entre canción y canción pero siempre para rematar respeto con un par de palabras o con el título de tu próxima canción de amor! En el entreacto, le cuento a Jenny que la persona que mejor conoce a Sinatra es una viejita que le carga por el mundo el maletín con sus sesenta peluquines…

Tengo mucho pelo, o sea que Jenny no se lo toma a mal, a lo mucho mayor que soy yo que ella y además separado de María y además… Más la oposición de su familia, brutal… No es el momento para eso, no, y nos reímos observando a las chicas Grimaldi de Mónaco.

Hoy hace mil años que murió Grace Kelly y las chicas Grimaldi crecieron con tendencia a la papada de papá y el príncipe heredero de Rainiero, y Claudia Schiffer, top model. También hace mil años que después fuimos a pasear por el Sena, a mirar tanto el Sena que no fuimos ni a cenar y nos quedamos ahí para siempre mirando el río… Había funcionado lo de la hilacha grande del puño derecho de mi camisa que no podé para saber si a Jenny le gustaba oír a Sinatra conmigo. En Violets for your furs, ella empezó a rebuscar la hilacha en la oscuridad de la platea y la luz única sobre el blanco y negro del escenario y La Voz en logrado claroscuro y por momentos brillaba el micro o el vaso de cristal de la pequeña recompensa sin hielo. Después, por un momento, ahí al borde del Sena, fue abril en aquel diciembre y Jenny no se iba a ir con Sinatra ni se iba a ir tampoco con mis discos de Sinatra…

Pero una canción de mi pasado abre uno de los más recientes compactos de Sinatra y es ahora mi presente, mi maravilloso presente, aunque aún me hace recordar, con nudo en la garganta y todo, que Jenny terminó comprándose sus propios Sinatras. La oposición de su familia de testa terriblemente coronada fue brutal y terminó por arrasarlo todo, dejándome otra vez triste, solitario, y final, entre mis paredes calurosas. Fueron años caminando detrás de ella, porque esa canción narra su boda y todo lo demás.

Esa canción cuenta cómo voy caminando detrás de Jenny, el día de su matrimonio, y cómo escucho cuando le promete a su esposo amor y obediencia. Después le digo que aunque me olvide, ella estará siempre presente para mí y que no tiene más que mirar por encima de su hombro: Yo sigo allá atrás, caminando por si acaso. Y si las cosas te salen mal y el destino es ingrato contigo, Jenny, mira por encima de tu hombro, aquí estoy yo detrás… “¡Qué Sinatrazo, Dios mío!”… Claro que en inglés resulta mucho mejor, de la misma manera en que el anyway resulta tan superior, en el aparte-resumen-cambio de tema-o nuevo matiz, que el como quiera que sea, que se parece tanto a una carrera de obstáculos…

Seguimos celebrando felices aniversarios de boda con Karim, pero siempre recordamos que el primero fue en Nueva York. Love’s been good too me canta Sinatra acerca de un tipo que al cabo de años de piedra y camino… Pero anyway, seguimos paseando por la ciudad que a Karim más le gusta en el mundo y llevamos un año más de casados y el muy coquetón del Sena realmente está cumpliendo con su deber. Es abril en diciembre y el día el 9 y le estoy habla que te habla de que Sinatra, hace casi sesenta años, con la orquesta de Harry James, era sólo una voz bonita, lo que entonces se llamaba un crooner, Karim, y que las calcetineras… Quince años más tarde, cuando cantó Violets for your furs, y después These foolish things, era el único hombre de su edad que no estaba en la Segunda Guerra Mundial porque ya había arrancado el gran período en que, por la radio, era su voz lo que necesitaba la paz…

Y de Tommy Dorsey había aprendido el fraseo único, inesperado, seductor y cómplice del seducido. Cada uno cantaba con él y él cantaba para todos y para ti… Y, por un químico darwinismo, el amor le había reducido su voz, cantara lo que cantara. De Billie Holiday había aprendido que el ritmo del acompañamiento debe remolcar a la voz, abriendo cada frase de la canción antes que la voz, logrando que la música se convierta también en historia cantada y contada. Inexplicablemente, trató de cantar uno que otro Steevie Wonder, tal vez porque se estaba sintiendo viejo y las décadas pasaban y lo peor de todo fue que esas metidas de voz funcionaron entre un público que no se merecía a Sinatra…

Y ya ahora, por fin, acepta y dice: “Hoy ya nadie compone canciones para mí”, aunque no le fue tan mal tomando prestado en Brasil. Y está acabado pero qué se puede hacer con él y yo apuesto que hoy el sexo de sus canciones es la memoria del sexo. Y mañana, cuando ya no pueda atravesar una octava cantará apasionadamente canciones que requieren menos de una octava porque hace siglos, Karim, que de Bing Crosby aprendió a seducir también al micro y a implicar los suspiros…

—Sí, Karim, lo sé. Podría llegar a ser muy mal educado, pero uno no necesita ser vecino de un artista ni invitarlo a comer…

Nos hemos quedado detenidos en un beso y es el Sena el que se pasea ahora al borde de nuestro nuevo aniversario, maravilloso en esta noche, haciéndonos un bajo continuo, también un solo de trompeta…

—¡Está tan bello el río! — exclama Karim— ¡Está tan bello, mi amor, que ya sólo le falta la corbata…!

Actué con rapidez y amor y allá fue, río abajo mi calurosa y vieja corbata florida, con sus toques violeta…


 

 

 

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Sinatra y violetas para tus pieles.
Por Alfredo Bryce Echenique
Publicado en Estudios Públicos, 59 (invierno 1995