Alberto Blest Gana es sin duda el padre de la novela chilena. Martín Rivas constituye ya un clásico que casi todos hemos leído en algún momento de la vida. Nació nuestro querido escritor en 1830 y murió en 1920, dejando tras de sí un legado que nuestro país ha sabido atesorar, tanto por su valor literario como por sus ricos aportes a la historia y la sociología de nuestro pasado. Partió el joven Alberto copiando el folletín francés tan en boga por entonces, esos almibarados escritos impregnados de un romanticismo algo pegajoso, que también estaba muy en la moda de esos días lánguidos e interminables.
Pues bien, existe una novela perdida de Blest Gana, que ha quedado muy reducida a los círculos académicos y a muy pocos lectores no profesionales. Se trata de Mariluán, novela ambientada en la Araucanía.
La obra de Alberto Blest Gana está comprometida hasta la médula con el proyecto liberal chileno y responde al llamado del gran José Victorino Lastarria a crear una literatura nacional. No es posible comprender su empeño fuera de este contexto de
búsqueda declarada de la chilenidad y el criollismo que ilumina todo su trabajo. El ideal de un calavera viene luego de Martín Rivas, y la curiosa novela perdida sería la siguiente. Recordemos también que existen vacíos y silencios en el trabajo de Blest a causa de sus labores como diplomático.
Mariluán tiene dentro de sí el germen de aquella dramática contradicción con que un intelectual del siglo diecinueve podía imaginar a los araucanos, pues pervivía aún la idea de Rousseau del "buen salvaje", pero ya chocando con la pasión, religiosa casi, de una era "civilizadora y avanzada", que traía la revolución industrial, el vapor, las magníficas y muy liberales locomotoras, los libros, las escuelas, la ciencia positiva y el sueño del progreso indefinido.
Está bien claro que en 1904 se publica Los trasplantados, y luego viene otro clásico de nuestro autor: El loco Estero. Pero no es tan clara la fecha de nacimiento de Mariluán. Ahí, entre sus páginas, podemos leer magníficos párrafos, románticos hasta el paroxismo, como éste: "Rugía de coraje su altanero pecho con el atroz suplicio de Caupolicán, y cada fibra de su corazón respondía con rabia palpitante a la rabia desesperada de Fresia. Las alucinaciones del entusiasmo le hacían oír voces proféticas que le llamaban a continuar la gigantesca resistencia de sus antepasados y esas voces decidieron su destino".
A nuestro modo de ver, Mariluán trae un consejo que, muy bien afincado en el ideario liberal decimonónico, cruza como una flecha las edades. Una rara profecía que no conviene desoír: "Nuestra causa no ha menester de la traición para triunfar. Serán sus defensores los que van a pelear por sus hogares violados, por sus hijos arrebatados de los brazos de sus madres para venir a ser esclavos de los que se llaman civilizados ya que los regalan a un amigo como quien regala un animal. Tan justa causa no debe ser manchada por el que pretende, como yo, ser su jefe. Los hombres de buena voluntad, que comprenden que esos indios son parte de la familia humana y tengan la energía de consagrar sus vidas a redimirlos de su largo infortunio, ésos, encontrarán un lugar en nuestras filas".
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A propósito de "Mariluán. Un drama en el campo"
Por Antonio Gil
Publicado en Las Últimas Noticias, 21 de octubre 2021
