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Presentación Libro “La Casa de al lado” de Adriana Bórquez Adriazola

Por Alejandra González Celis



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Es muy difícil para mí hacer la presentación de este libro hoy 5 de diciembre del 2019 a casi 50 días del estallido, cuando la presentación original estaba fechada para el día 21 de octubre.

No la pudimos hacer.

La noche del sábado 19 de octubre se había iniciado el estado de emergencia y vivíamos bajo un toque de queda que me aterrorizó. Estuve todo el domingo encerrada en mi casa, con mis dos niños. Claudio salió en un momento a comprar algo de verdura y fue a surtir a mis papás que también permanecían encerrados.  Yo me quedé con ellos, intentando protegerlos, pensando que mi casa podía ser un refugio.

El día lunes 21 de octubre despertamos con una sensación de absoluta angustia y encarcelamiento y como nuestros niños son pequeños decidimos salir en la mañana y sacarlos a jugar. Queríamos ver cómo estaba nuestra ciudad, necesitábamos ver el mar. Vivimos en Viña del mar. El mar es para nosotros un amigo que siempre queremos ver. Y también yo necesitaba ver a la cara a esos marinos que estaban controlando nuestra ciudad. Necesitaba memorizar sus rostros. Fuimos hacia Las Salinas. Hay juegos ahí. Mientras nuestros pequeños jugaban mirando el mar, nosotros le dábamos la espalda a ese amigo mar y mirábamos fijamente hacia el Club Naval, hacia las instalaciones que tiene la marina. Vimos sus camiones salir. Vimos a un grupo numeroso apilado en un balcón. Entraban, salían. Ese día, lunes 21 de octubre el toque de queda se inició a las 18:00 horas. Nos volvimos a encerrar. No estuvimos en el museo de la memoria, no pudimos presentar este libro, estábamos encerrados en nuestra casa, mientras en Chile las fuerzas armadas y la policía, enceguecía, golpeaba, desnudaba, hacia hacer sentadillas, abusaba, violaba, secuestraba en autos civiles, gaseaba y se transformaba en un monstruo dispuesto a todo con tal de devolvernos el orden que exigíamos debía ser cambiado. Vulneraba nuestros derechos humanos. La violencia de Estado estaba de vuelta, otra vez, en todo el terreno nacional. Esa misma violencia que sabemos todos nunca se ha acabado, que han infringido a los mapuches, a los niños del SENAME, a los pobres y que en nuestras mentes absurdas, como era infringida hacia otro que no somos nosotros, lejos, en otros lados, en otras casas, nos hacía creer que habíamos escapado, como los personajes de Adriana, esa pareja de inmigrantes que pensaba que podía vivir feliz en su casa Ñuñoína.  Pensábamos que habíamos escapado, que podíamos seguir viviendo, y contarles un cuento para dormir a nuestros niños y ahora esa violencia de Estado estaba instalada en la casa de al lado. Ya no nos podíamos callar más. Ninguna cortina podía salvarnos de esto, ninguna pared.

La novela de Adriana tiene el poder y eso es algo maravilloso que tiene la literatura, de permitirnos vivir una experiencia común. Adriana, usa el recurso de darle palabras a una casa precisamente porque nos muestra un Chile amordazado, en el cual es la casa la que tiene que hablar porque los vecinos no tienen palabras para poder describir, hablar, de lo que ahí está pasando. Es tanto el horror, tantísimo, que es la casa la que tiene que hablar. La casa la que tiene empatía por la casa de al lado a la que ve sufrir a merced de esos salvajes. Es la casa la que siente por la chica, por la mujer testigo, por la otra casa. Hay una fuerza ahí tan impresionantemente feminista, en ese relato cuidadoso, de cariño, de un lazo tibio de un objeto que intenta cuidar, a pesar de no poder, porque no se le está permitido, porque es objeto la casa, es objeto la mujer inmigrante de su marido, mientras observan a una chica que resiste todo el tiempo, que no se deja doblegar pese a todo lo impensable que le hacen, que está viva, que dice no, que grita y no deja de gritar.

En uno de los millones de videos que hemos podido grabar para dar cuenta de la bestialidad infringida hoy en Chile, se puede ver a una mujer que con un perro entra a una comisaría de Macul e increpa a los pacos, diciéndoles y cito textualmente:

“Vengo con mi perro, mi marido me está esperando afuera, saqué a mi perro, soy vecina del barrio pero no me voy a ir a mi casa a tomar tecito mientras hay una persona que está gritando aquí desesperada y que le están pegando y que lleva aquí 1 hora y media, le estoy preguntando los datos de esa persona, necesito contactarme con su familia, deme los datos, soy abogada y voy a tomar el caso de él.”

Y es eso lo que para mí vuelve a la novela de Adriana, una novela que nos permite levantar un puente hecho de palabras entre lo que pasó y lo que está pasando en este país. Una novela que debe leerse ahora con más fuerza que nunca, porque nos permite tomar de la mano a esa “chica”, torturada, vejada, y darle lo que ella necesitaba, y que podemos y debemos darle ahora, reconvertida esa “chica” en el pueblo de Chile, porque el pueblo nunca ha dejado de resistir. Y que Adriana con tanto dulzor nos indica en el final de su novela y cito:

“La condición de víctima la atribuye la sociedad observante o/y el sujeto a sí mismo. La de víctima es una categoría subjetiva, en el ámbito de la emocionalidad, porque implica el sentido de haber “sufrido” una pena, en vez del de haber sido “agredido”. El sufrimiento subyuga; la agresión subleva. Aquel doblega; ésta incita. El sufrimiento paraliza; la agresión llama a la resistencia, a la respuesta.”

Claro que vamos a responder Adriana, claro que vamos a resistir contigo y a responder, que es lo que tenemos que hacer. Porque nos están agrediendo y nosotras vamos a ir contra ellos, porque a pesar que nos hagan pedazos, nuestra agresión tiene culpables y no permitiremos que la categoría de víctimas nos quite nada.  Los vamos a apuntar con nuestros dedos, les vamos a gritar en la cara y no nos podrán acallar más. No te preocupes querida Adriana, que aquí estaremos todas, las vivas y las muertas, lo haremos por ti y por todas nuestras compañeras.

5 diciembre 2019

 

 



 

 

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