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“Venda Sexy” o “Discoteque” (ex centro de detención y tortura de la DINA)
EN TORNO A LA TORTURA[1]
Adriana Bórquez
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La tortura es violencia ejercida sobre un ser vulnerable, disminuido e indefenso, por otro que ejerce poderío, superioridad sobre él en determinadas circunstancias.
“Tortura” es toda acción que tenga por objeto ejercer presión de uno sobre otro sujeto. La tortura puede ser física y/o psíquica; aunque toda tortura física implica de suyo tortura psíquica, si bien la tortura psíquica no siempre implica tortura física.
Cuando es empleada como instrumento con intensión y finalidad políticas, se constituye en arma de terrorismo de Estado, y tiene como objetivo castigar, extraer información, obligar y, de paso, aterrar, dominar.
Si bien la tortura en nuestro país ha estado omnipresente solapadamente desde siempre en las prácticas policiales, durante la Dictadura Militar de Pinochet, fue usada sistemáticamente como herramienta represiva por los servicios secretos de seguridad, aunque denegada hipócritamente por los controladores ciudadanos, con diversidad de excusas, para garantizar la sumisión civil. La tortura se masificó y se hizo cotidiana en manos de los agentes de represión política, pero, a pesar del sigilo, devino escandalosamente pública.
Cuando el pueblo de una nación convive con el terror de la tortura, la vida se hace intolerable en razón del desmoronamiento de lo cotidiano, del debilitamiento del entorno cobijador, de la pérdida de las confianzas, tanto para quien sufre, o ha sufrido, la tortura, como para su entorno familiar y social, así como para quienes temen que podrían ser apresados/as por la policía del régimen omnipotente.
La tortura deshumaniza, la tortura disloca la personalidad, aunque de maneras distintas, a los hechores y a quienes les es infligida, así como al espacio privado y social de cada cual.
Por una parte, el torturador vive esquizofrenia absoluta entre su rol público ciudadano y familiar tradicionales y el trabajo secreto que ejecuta en su calidad de agente del Estado. Por la suya, el torturado sufre la ignominia de las aberraciones a que es sometido, a la vez que lucha por mantenerse fiel a sus principios rectores y leal a personas cuyas vidas dependen de su silencio. Bien se dice: ‘Tal individuo “se quebró”’, significando que no fue capaz de resistir el dolor de la tortura y que terminó delatando a la entidad o a la persona por la que se le interrogaba y castigaba. Es en esa lucha en la que su resistencia es quebrada y su voluntad es destruida, y él, o ella, habla.
Siendo un acto tan cobarde de abuso extremo, y por ello, inequívocamente despreciable, la tortura desequilibra la armonía existencial del ser humano, tanto en el instante en que la enfrenta, como en lo que le resta de vida. Es una experiencia imborrable que marcará el futuro del torturado: resurgirá desde lo más recóndito de su inconsciente, motivado por una voz, por el olor de un sudor, por el estruendo de un golpe, por el frío o el calor de un atardecer, por el cristal roto de un alarido en la lejanía…
Es de ese “después” sobre lo que reflexiono hoy. Observo a mi rededor, en mis pares, la reacción posterior al trauma de la tortura, cuando el tiempo ha debido hacer su tarea sanadora. También reflexiono acerca de la postura societal que conlleva el uso del término “víctima”; es como si emergiera solamente el “sufriente”, mientras se oculta, se disimula, al “agresor” quien desaparece exculpado de la mirada y el juicio público.
Es común referirse a quien ha sufrido tortura como de “víctima”. Yo prefiero la nominación de “torturado”.
La condición de víctima la atribuye la sociedad observante o/y el sujeto a sí mismo. La de víctima es una categoría subjetiva, en el ámbito de la emocionalidad, porque implica el sentido de haber “sufrido” una pena, en vez del de haber sido “agredido”. El sufrimiento subyuga; la agresión subleva. Aquel doblega; ésta incita. El sufrimiento paraliza; la agresión llama a la resistencia, a la respuesta.
[1] Este texto fue concebido como un anexo para la novela “La casa de al lado” en que la autora novela sobre su paso por el centro de detención “La Venda Sexy” durante la dictadura cívico-militar chilena.