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El creador literario y el fantaseo
Escritores y obsesiones: siete peldaños

Por Alejandra Costamagna
Istmo / revista de literatura & psicoanálisis / año 5/6, 2011 / número especial: narrativa chilena



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PRIMERO: VELOCIDAD/

El escritor obsesivo es lento. Aunque lento no es exactamente la palabra. Al escritor obsesivo no le llegan ideas inspiradas con perfiles de perfección; no escribe de un plumazo. Son más bien ideas sueltas, sin forma, que aparecen de repente. Ideas que se le pegan. Que le hacen abrir y cerrar la libretita o buscar un papel con urgencia. Abrir y cerrar el computador. Sacarle y ponerle la tapa al lápiz. Y así van tomando forma los párrafos sueltos. Al final nunca está claro dónde partió la idea. Dónde empezó a escribir lo que después quedó y en una de ésas fue libro o apunte para una charla o para una publicación dedicada a temas de Literatura y Psicoanálisis, por ejemplo.


SEGUNDO: DESVELO/

El escritor obsesivo es insomne. De esos insomnes que miran con cero romanticismo el insomnio. Lo malo del insomnio, piensa, es que no siempre es aprovechable. Y lo peor es que nunca se sabe cuándo es aprovechable y cuándo no. Lo más aprovechable quizás sea lo inconexo. El mundo de ideas que corren en ese estado de embriaguez que se produce en los extremos del desvelo. "Si he percibido ciertas cosas en la vida es porque tuve la suerte de no poder dormir", dijo alguna vez Émile Cioran. Mentía, cree el escritor insomne. No le cree nada al rumano. Nadie puede mirar el insomnio como un don, piensa. Y corrige a Cioran: "Si he escrito ciertas cosas es porque tuve la mala suerte de no poder dormir".


TERCERO: DUDAS/

¿Proceso creativo? ¿Método? ¿Construcción argumental? El escritor obsesivo duda. Su respuesta es no sé, a veces, de repente. "Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto", escribió el sintético Augusto Monterroso. Y luego: "Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor". Y el escritor obsesivo duda y acumula diálogos, escenas, palabras. Duda y escribe. Duda todos los días. Escribe sobre las dudas, cambia sus juicios. Si antes pensaba, por ejemplo, que un texto bien escrito debía tener una sintaxis impecable, ahora cree que bajo el ropaje de la incorrección formal puede haber un material brillante. Y puede que el brillo derive precisamente de la insolencia de esa escritura no moldeada, un poco salvaje. Ahora piensa que hay que poner el ojo ahí también: en el inconsciente del texto. Que es posible encontrar joyas escondidas bajo una puntuación de apariencia defectuosa o de una cortina de muletillas, barbarismos, excesos de signos y otros vicios que empañan la lectura en la superficie. Ahora piensa que la buena escritura no se agota en los puntos y las comas bien puestos, sino también en el nervio latente de lo escrito.


CUARTO: SISTEMA/

El escritor obsesivo no tiene sistema, ya lo vimos. Escribe a pedacitos: Ideas que aparecen como rumiaciones. Se levanta, va al baño, cambia el agua del guatero y del bambú, recibe la cuenta del gas, le da comida al gato, revisa el correo electrónico, manda un mensaje a los editores de una revista, dice que escribirá sobre obsesiones y literatura, escucha el sonido de una cortadora de pasto quizás dónde, desconecta el teléfono, pela una manzana, mira con envidia al gato flojo desparramado en el sillón, se sienta, piensa que todavía no escribe una línea, piensa que en realidad no sabe cuál es el vínculo exacto entre escritura y obsesiones; piensa que se ha metido en un problema.


QUINTO: ECOS/

El escritor obsesivo piensa que hay que olvidar la teoría. Pero no hay que olvidar, en cambio, que la mejor ficción brota de la realidad. Al escritor le parece que es conveniente escuchar todo el tiempo. Escuchar, sobre todo, el eco de las palabras. No mirar en menos al inconsciente. Al revés: afanarse con las obsesiones. Buscar el pliegue común con el personaje y la historia escogidos. Incluso si fuera un defecto o un vicio. Y una vez hallado, encaminarse en la ficción. Escribir en bruto y dejar que las palabras reposen. El escritor concibe la lectura como un sedimento. Y piensa que hay que leer no sólo libros. Leer las cartas al director, los anuncios del metro, los manuales de instrucciones, la guía de teléfonos, el menú, las páginas de hípica, el chiste. Pero hay que atender, eso sí, al eco de Chéjov.


SEXTO: MÚSICA/

El escritor obsesivo, que en verdad es la escritora obsesiva, piensa —pienso— que el argumento es una excusa. Lo que importa, en realidad, es la forma. El cómo antes que el qué. La estructura, el tono, el ritmo. Que el texto fluya. No sólo que esté correctamente escrito. No sólo que sea una buena historia. No sólo que no chirríe. Que suene, que no lo diga todo, que insinúe. Roberto Bolaño lo apuntaba de otro modo: "Lo que se cuenta siempre es una variación de lo que el hombre se viene contando a sí mismo desde hace miles de años", decía. "Lo que cambia, lo que permite que el árbol, si aceptamos darle esa figura a la experiencia literaria, se mantenga vivo y no se seque es la estructura, nunca el argumento. Esto, por supuesto, no quiere decir que el argumento, el tema, no importe, claro que importa, o tal vez lo que importa sea la dosificación del tema, la reformulación de la dosis temática, pero lo importante es la estructura. La estructura es la música de la literatura".


SÉPTIMO: SILENCIO/

Dijo Chéjov que en literatura es mucho mejor quedarse corto que decir demasiado. Digo yo: sugerir, deslizarse apenas por la cubierta de las palabras. Decir sin decir.


 

 

 

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