DE UN SILENCIO AJENO
Sobre
Las falsas actitudes del agua de Andrea Cabel
(2ª edición, Mesa Redonda,
Serie: Taquicardia. Lima: Julio, 2007)
Por
Héctor Hernández Montecinos
Nuestro continente nuevamente vuelve a mirarse a sí mismo como un
motor neurálgico de la cuestión poética, no desde una vanidad canónica
ni de una soberbia academicista, sino que del propio quiebre y la
celebración del fragmento que algunos llamamos ruina, porque justamente
si algo podemos apreciar es el aura de esas ruinas en esta catástrofe
global. No sólo se habla de literatura, sino que de ecologías humanas,
accesos al bienestar civil y social, igualdad de derechos, etc, pues
desde estas ruinas es de donde nace el contexto, la pregunta y la
contingencia por el valor de la poesía en el actual sistema mundial,
y más en específico, en nuestros países latinoamericanos. Estos
intersticios en los discursos hallan su correspondencia en las fracturas
de los cuerpos y los límites de los territorios que conforman a las
subjetividades. Y es desde este triple anclaje, discursos, cuerpos
y territorios, que tal vez se llegue a una respuesta mucho más profunda
de una pregunta que aún no se ha inventado, y esa pregunta no puede
sino venir desde la propia poesía, que a la vez es contraseña y realización.
Esta nueva edición, que incluye unos inéditos, de Las falsas actitudes
del agua de Andrea Cabel es un nuevo aire a la poesía latinoamericana
escrita por jóvenes, pues esta obra se desliza entre los géneros con
sorprendente sutileza, es decir, brilla cuando crea contextos narrativos,
reluce en la construcción dramática de su palabra, y su versificación
sobria pero proliferante hacen de este, su primer libro, una de las
interesantes e imperdibles lecturas de la más nueva poesía peruana.
Sin duda, es uno de los debuts literarios más auspiciosos, más seguros
y con menos miedo al enemigo número uno de la poesía: el qué van a
decir de mí; es por eso que Carlos Germán Belli no se equivoca al
señalar que Cabel se enseñorea de un estilo propio, pues justamente
tiene que ver con la belleza de su honestidad, el preciosismo de su
registro y por, sobretodo, darle la voz a un corpus-cuerpo que ha
sido silenciado y cercado por los pantalones de la poesía.
El primer capítulo homónimo al título del libro construye un juego
de espejos donde la subjetividad escribiente metamorfosea su propia
desaparición y se escabulle de la tinta obsesionada en demarcar una
palabra sobre la página en blanco. No hay voz sino eco, no hay rostro
sino máscara, no hay tiempo sino caídas, no hay pasado sino intuición.
Cito:
la salud como aspaviento de leche y petróleo,
la infancia socavando lo repentino, las velas, las luces,
el humo de la cocina y la estrella fija en el cielo
“Fruta partida” es el siguiente capítulo en donde este cuerpo vegetal
deviene átomo, deviene semilla, es decir hace un pliegue con su origen
como emergencia de un porvenir, del mismo modo que el poema en sí
anuncia el inicio de su final. Entonces esta célula primigenia es
a la vez el propio mundo que se parte en los hemisferios que posee
el recuerdo, al igual que los versos cortados no por el aire sino
que por esas líneas diagonales que parecieran brillar en su filo.
Esta serie de textos pasan como una serie de fotogramas que mezclan
varios personajes distinguibles por sus deseos nómades y por la lucha
de sacarse de encima un destino escrito por otros, de tal modo como
las letras de un alfabeto se mezclan promiscuamente para convertirse
en palabras. Cito:
o
(...)
... luego de la graduación, salvador y
yo/ éramos plato servido
/ e insólitos juguetes/ materias imperceptibles de piel roja./
dientes y culpa/ ambos buscando tus pechos y queriendo, /
volver sin traje, / sin árbol derribado y morado tras las alas.
La tercera sección es “Todas las mujeres han sido tú” en donde las
transversales de los capítulos anteriores se retoman con fuerza y
este juego de máscaras sin rostros y la trashumancia del relato materializan
a estos cuerpos-mujeres que cuestionan su aparición mediante su propia
existencia, pues en ellos la percepción no sólo es producto de los
sentidos, sino que también de una sensitividad y sensibilidad que
bordea la noción de lo otro, sabiendo y asumiendo que la alteridad
es decir esto es como yo. Los nombres de estas mujeres son las nominaciones
de fragmentos, conceptos, rememoranzas de todos los cuerpos en su
momento extático, pues por un lado se anula su temporalidad y por
otro su agenciamiento perfila una política y un cielo donde cada cuerpo
es celeste, es rotación y traslación, pero también es gravedad. Cito:
Techo sembrado de lluvia con raíces gigantes,
y sondas verdes
sujetando la bomba que naufraga inmóvil
El conjunto de textos que se anexan a esta segunda edición deambula
por cierta animalidad somática en que la voz-susurro-grito pareciera
releer el libro por completo, pues torna monstruoso lo que antes era
sereno, y pone en duda la propia necesidad de los espejos. El texto
“puercoespín” es clave en este somero recuento de lectura de Las
falsas actitudes del agua, pues aquí se concentra cada uno de
los vectores y materialidades que los poemas trabajan en su construcción
de término material y simbólico. La tensión, el deseo, la angustia,
lo ominoso y la delicada narratividad del libro decantan y logran
ser un aleph de una poética arriesgada, contundente, honesta y política,
porque en este momento histórico la autenticidad y la poesía siguen
siendo una microrevolución, una contrareforma o una ecosofía que ni
la moral, ni las economías, ni los mercados podrán engullir tan fácilmente,
porque la poesía sigue siendo una opción de libertad y creatividad
al amparo de la necesidad y del coraje como maravillosamente Andrea
Cabel ha logrado poner en escena en este libro, sin aspavientos ni
panfletos.
La poeta ha logrado desterritorializar una voz y convertir el silencio
ajeno en un suave pero vital aire que refresca y oxigena los polvorientos
discursos del testimonio, la lucha y la metaliteratura, porque de
algún modo todo cuerpo ajeno es el propio cuerpo, y el corpus colectivo
de algo que hoy se está escribiendo en Latinoamérica y que sólo mañana
podremos leer como un sueño roto o como un desencanto luminoso e imperecedero.
Para terminar:
dijiste que te gustaba la carne con espinas.
que era tu vida el caminar de lado, ser blanca como las angostas
calles de tu casa, y brillar en silencio como las estrellas del
techo que se te cae todas las noches. yo soy un animal que se
amolda a tu cama, repleto de espinas. lleno de cercos y púas.
soy la mortaja que en tu vientre se revuelca pidiéndote madre.
la mujer que en tu mente me reta, soy
yo, vestida de lana por el invierno, escondiendo las púas para
no asustarte y cantando en voz baja, la canción de cuna de los
niños que tienen frío. una burbuja rosada se cuela entre tus ojos
que miran al techo del piso ocho
....... . ....... . ........ . ........
. . y solloza.
Santiago, julio de 2007.