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"Ventura y desventura de Eduardo Molina". Alfonso Calderón. Catalonia, 2008, 257 páginas
En estado de activa mansedumbre

Por Juan Manuel Vial
La Tercera Cultura. Sábado 18 de Octubre de 2008


Para quienes no están familiarizados con las generaciones literarias del '38 y del '50, Eduardo Molina Ventura, también conocido como el Chico Molina, fue un personaje oscuro y vagamente singular. Para aquellos que lo frecuentaron, el poeta Molina sigue siendo un tipo inolvidable. Y no es para menos, pues, entre otras lindezas, el Chico aseguraba que había venido a este mundo para embellecer la vida. Escritor incansable de una obra desconocida, aristócrata sin títulos, heredero sin herencia; vilipendiador del padre y devoto de la madre; mentiroso insigne, lector adelantado, citador extraordinario; vagabundo por opción propia, alter ego y contemporáneo del más famoso homeless neoyorkino, Joe Gould, etcétera. ¿Quién, entre estos y otros disfraces, fue este fantástico individuo?

Alfonso Calderón -amigo, confidente y "Boswell" declarado del sujeto en cuestión (como se sabe, Boswell fue el biógrafo del grandísimo Samuel Johnson)- ha escrito el retrato más acabado que este insigne personaje ha inspirado hasta ahora: Ventura y desventura de Eduardo Molina. No corresponde, sin embargo, hablar aquí de biografía; no, al menos, en el sentido más estricto y menos interesante del término, ése que se esmera en reconstruir una vida consignando hechos, fechas y logros: valiéndose de una leve advertencia preliminar ("materiales para una biografía") y de un famoso párrafo de Sommerset Maugham que comienza con la frase "No pretendo que las conversaciones que aquí dejo escritas sean trasunto fielísimo de la realidad", Calderón pone en claro, antes de que el lector entre en materia, que su acercamiento a Molina se estructura a partir de un ejercicio arbitrario, peculiar y bastante personal.

El método de Calderón consiste en dejar que el Chico Molina, un hombre culto, cuyas únicas pasiones fueron los libros y su madre (y en menor medida el vino), divague a su antojo acerca de un sinnúmero de temas, eso hasta que el lector empieza a distinguir por sí solo cuáles fueron las principales fijaciones del personaje, cuáles los hechos fundamentales, verídicos o inventados que, entre el caudal arremolinado de la palabrería ilustrada e hipnótica, salen a la superficie una y otra vez: el parentesco con un eminentísimo cardenal vaticano de apellido Merry Del Val, "a quien le robaron la tiara papal, pues a él le correspondía el trono de San Pedro"; la vida y obra de Marcel Proust, escritor con el que Molina aseguraba haberse codeado en alguna época parisina perdida; la obsesión con una obra propia inexistente: "Todo cuanto escribo -dice hoy el poeta Molina- es borrado, sin piedad, diariamente. Los otros creen que soy un perezoso: ignoran la grandeza del borrón, la belleza de la página escrita devorada por el fuego." "Me cuesta publicar, pues carezco de ese fervor decimonónico por dejar noticias de mí mismo". "Le refiero a un amigo, Guillermo Atías, que llevo un 'Diario'. ¿Su nombre? 'Páginas vacías', porque siempre creí que era mejor no empezarlo".

Ventura y desventura de Eduardo Molina es también un valioso documento de época, en el que entran y salen de escena personalidades notorias, muchas de ellas dejando tras de sí rastrojos de una intimidad desconocida, como Huidobro ("en medio del ayuno y la semiabstinencia a la que nos acostumbraba el poeta de Altazor"), Miguel Serrano, Benjamín Viel, Enrique Lafourcade, Eduardo Anguita, o "sofistas como Luis Oyarzún o genios de estirpe helénica como [Jorge] Millas, o cínicos imperturbables como Roberto Humeres". En cierto modo, este libro habla a la vez del propio Calderón, del diarista dedicado, quien gracias a la reconocida pulsión grafómana que lo anima a diario desde hace décadas, logra conceder la verosimilitud necesaria a los recuerdos aquí conjurados.

Se sabe que en 1980 alguien le propuso al Chico Molina trabajar de Viejo Pascuero en Almacenes París, sugerencia que él, un hombre sumamente digno, aunque casi siempre pobre de solemnidad, rechazó sin mayor resentimiento. El ofrecimiento que le resultó más denigrante fue vender enciclopedias católicas, pero tampoco se quejó demasiado. Eduardo Molina no vino a este mundo a trabajar. Lo de él era la chachara culterana y la construcción de un mito, el mito de una vida gastada "en estado de activa mansedumbre". Otra frase suya: "Mañana seré un cabecilla indiscutido, aunque no estaré para verlo". A partir de este libro, lo anterior puede comenzar a ser realidad.


 

 

 

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"Ventura y desventura de Eduardo Molina". Alfonso Calderón. Catalonia, 2008, 257 páginas.
Por Juan Manuel Vial.
La Tercera Cultura. Sábado 18 de Octubre de 2008