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Cisneros el aguafiestas
Por Oscar Hahn
El Comercio. 17 de agosto de 2008
Todos hemos leído un sinnúmero de libros a través de los años, ya sea por obligación escolar, por los vaivenes del azar o por nuestra propia decisión. Sin embargo, solo en unos pocos casos recordamos con exactitud las circunstancias en las cuales leímos por primera vez un determinado libro. Ocurre que, de repente, la memoria se las arregla para rescatar el entorno físico y emocional que rodeó esa lectura. En lo que a mí respecta, hasta tengo imágenes de mí mismo dando vuelta las hojas. Quiere decir, entonces, que el espacio literario y el espacio extraliterario han llegado a convivir en la mente del lector. Hay otros libros, en cambio, cuyo contexto inicial de lectura he olvidado por completo. Residencia en la tierra de Neruda es una obra capital de nuestra poesía, pero no recuerdo ni cuándo ni dónde ni cómo cayó en mis manos. Lo mismo podría afirmar con respecto a Altazor de Huidobro o a Trilce de Vallejo, lo cual no quita que los siga leyendo con creciente admiración.
Una noche de invierno, hace ya bastante tiempo, acababa de llegar a la casa del poeta y crítico Pedro Lastra en Santiago. Sale Pedro a abrir la puerta, me invita a pasar a su despacho y me pide que lo espere un rato, porque tiene que resolver un asunto doméstico. "Mientras tanto, me dice, échale un vistazo a este libro". Siempre que recuerdo ese momento, evoco el sillón donde estaba sentado, el escritorio cubierto de papeles, los estantes de ordenados volúmenes y la luz amarilla, medio difusa. Veo también la portada del libro, siento su peso, su textura, el olor de las hojas. Miro el título: Comentarios reales de Antonio Cisneros. Reales de virreinato y reales de realidad. Es el año 1964. Lo abro en cualquier parte y leo: "Mal negocio hiciste, Almagro. / Pues a ninguna piedra / de Atacama podías pedir pan, / ni oro a sus arenas. / Y el sol con su abrelatas, / destapó a tus soldados / bajo el hambre / de una nube de buitres". Los esbirros de don Diego de Almagro iban a tener su merecido, en el espacio del desierto y en el espacio del poema. Sus armaduras rotas los dejarían expuestos a las aves de rapiña, como si fueran latas de sardinas. Justicia histórica y justicia poética. Desde el siglo XX, el joven Cisneros se atrevía a remitir al Inca Garcilaso, para anunciar que se proponía releer la historia del Perú, pero que no iba a relatar la historia oficial, sino su reverso. A los 22 años, el poeta ya era un cronista escéptico y cuestionador: un verdadero aguafiestas. Por qué el libro de Antonio se metió en mi mente y acarreó consigo no solo su poesía, sino además el despacho de Pedro Lastra, con sillones, estantes y papeles, es algo que no podría explicar. Son los misterios de la lectura.
En su libro siguiente, el ya clásico Canto ceremonial contra un oso hormiguero, Antonio continuaría su ajuste de cuentas. Inmerso en la historia contemporánea aún en pleno proceso, esta vez se dedica a aguarle la fiesta al nuevo Imperio del siglo XX y a sus poderosos señores, haciéndoles saber que sus damas tendrían que temer algo más que una mano en las nalgas. Y es que para Antonio Cisneros la historia del Perú o la historia universal no son algo ajeno y distante que se lee en los libros, sino que forman parte de su biografía personal, como sus experiencias de viaje, sus tribulaciones religiosas o el amor a sus hijos.
La suya es una poesía igualadora, por eso el poeta se echa al hombro a medio mundo. Para él los conquistadores pudieron haber sido modernos jefes de la mafia; la bíblica Susana, una vecina quejosa; y el eminente Goethe, un primo lejano de la hija del gordo Manrique. Todo esto con música de piano, tocada a cuatro manos por Arnold Schoenberg y Armando Manzanero. Y es por eso también que las inmensas preguntas celestes, título de uno de sus libros, le importan bien poco, y las abstracciones le importan aún menos. Él prefiere las cosas concretas, esas que están a la mano, esas que se pueden ver, oír, oler, gustar y palpar, sean de este tiempo o de otro. Es decir, la antesala de la realidad antes de convertirse en historia y la antesala de la historia antes de convertirse en mito; esa alienante realidad, en cuyo hormiguero el célebre oso puede meter su inquisidora lengua poética. Así son, así fueron y así serán nuestros encuentros con la poesía de Antonio Cisneros. Estamos en deuda contigo, viejo aguafiestas.