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Algunos apuntes sobre el animal muere en los límites de un país conocido, de Renato Pita Zilbert
Lima: Paracaídas, 2015
Andrea Cabel
University of Pittsburgh
&
Rafael Chanchari
Sabio del pueblo Shawi – Docente de FORMABIA
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Este breve ensayo surge como producto de dos lecturas, la de Rafico (Rafael Chanchari) que presentó el animal muere en los límites de un país conocido (Lima: Paracaídas, 2015) en la presentación dada en Iquitos en el 2015, y la mía, que dista un año de diferencia y que lejos de conocer el contexto profundo que esconden algunos versos de Renato, plantea más bien un análisis literario del texto. La conjunción del texto de Rafico y mío son un intento por mostrar a los lectores este pedazo de selva que es este poemario, ya que a lo que atendemos en este libro es a una selva muy personal, una que corresponde únicamente a la mirada del autor, y a su propio entendimiento y desentendimiento con los diversos parajes y experiencias que encuentra y vive en su estancia en la Amazonía peruana.
A modo de contexto general, Renato llegó a la Amazonía en el 2008 como docente de la Escuela de Bellas Artes de Iquitos, a los pocos meses ingresó a trabajar en el Programa de Formación de Maestros Bilingües (FORMABIAP) de la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (por sus siglas, AIDESEP), y vivió en la ciudad de Iquitos hasta el 2012.Fueron cuatro intensos años en los que el vínculo entre su trabajo y los viajes a la Amazonía se estrechó a tal punto que hasta la actualidad se mantiene vigente. Su trabajo siempre ha estado vinculado a los pueblos indígenas, al fortalecimiento de la interculturalidad y a las comunicaciones. Los poemas de este libro fueron textos escritos casi al final de su estadía en la selva, es decir, luego de pasar por un intenso proceso de adaptación y de conocimiento de lugares y de gentes. Fue después de tres años de haberse establecido en Iquitos y de haber establecido también cierta rutina de viajes al interior de la Amazonía que comienza a “tomar notas” más que hacer borradores de los poemas que conformarían este libro –por lo que él mismo me cuenta, fue recién en el 2011 que se inicia este proceso–. Al respecto, en sus palabras, “no hubo un orden de escritura, sino más bien partes de anotaciones de viaje, y durante el trabajo”. Fueron estos textos que comenzaron a ser escritos entre el 2011 y el 2015 los que dieron forma al libro que ahora tenemos en nuestras manos.
Con el fin de adentrarnos en el poemario, quisiera comenzar con una observación: este es un libro que incomoda al lector desde el título. Es decir, debemos estar preparados para entrar en un texto que no tiene intenciones de abrirse a nosotros, ni de ponernos fácil la lectura, sino que espera que nosotros, los lectores, nos involucremos en él y nos esforcemos por abrir trochas o caminos entre sus versos. No podrá ser de otra manera el entendimiento con este libro, tal como no podrá ser otra la lógica de la sobrevivencia en un monte, en un bosque, o en un río. Involucrarnos y aprender en el camino. En este aprendizaje, el lector debe despojarse de cualquier idea previa sobre un orden pre-establecido para encontrar una orientación en el peregrinaje que invoca Renato Pita. Un ejemplo del “desorden” que encontramos en el libro como marca particularmente lograda por el autor lo vemos en la portada. Esta, en vez de mostrar lo que tradicionalmente muestra una portada, como un título propio, muestra una figura que puede ser la de una serpiente reptando o la de un río torneados, o conformados, por el epígrafe que es el que da título al libro. No obstante, este epígrafe pertenece a otro autor, y no al poeta. Estamos ante un doble movimiento, el que se intenta emular en la portada y al que el mismo poeta emula colocando versos que son de Gimferrer, como señala en la última página del libro. Del mismo modo, llama la atención que la silueta formada por el título en la portada representa una poderosa naturaleza amazónica que no permite ser atrapada o encerrada, sea el río o la serpiente. Esto puede descuadrar (o incomodar incluso) a un lector que espera un texto más convencional, y que no esperaría leer como título un epígrafe del que no sabremos quién es su autor sino hasta buscar en la última página del libro.
Un punto más sobre la incomodidad que genera este libro, es que ésta no es únicamente estilística o meramente casual, sino que nos permite entender por qué no encontramos una temática clara en el poemario: este se asemeja –por el desorden al que apelan sus poemas–, a una chacra en la Amazonía, un espacio que tiene un orden y una lógica para los propios, más no para los ajenos. La chacra frente a una parcela plantada de monocultivo es una imagen a la cual podemos comparar el poemario, en este los epígrafes no están atados a su autor, sino que los tenemos que buscar al final del libro. Y de hecho, aunque el índice no señale que el libro tiene tres partes, siguiendo la nota que sigue inmediatamente a este, encontramos que sí son tres y que cada una de ellas está nombrada como un epígrafe. Un epígrafe que podría ser fácilmente confundido con los versos del poeta. En este caos en el que se confunden los versos ajenos con los propios, las partes del poemario con los versos mismos, y que no encontramos un único hilo conductor a lo largo de las partes y del libro, lo que sí encontramos son pistas. O mejor dicho, pinceladas, como asomos a una ventana y con ello, furtivas miradas a la imagen que está detrás de ésta.
Asomémonos a ver más de cerca algunos de los poemas del libro. Comencemos con el poema dedicado a los kukamas del Marañón en la página 73, “ya va a iniciar la asamblea”. Decidimos iniciar nuestro análisis con este poema porque desarrolla la idea medular de este poemario: la necesidad del despojo, de la humildad, de la ignorancia y con todo esto, la consciencia plena de una diferencia, es decir, de saberse diferente de ese otro al que está conociendo y de aceptar que no se le entiende ni se le conoce. Rezan los versos:
“aquí bajo el agua hay un familiar muerto que no entiendes/aquí sanan y hacen el amor con el mismo licor transparente/que no entiendes/y cuando no los conoces/te dan la mano suave como una hoja de árbol de castaña/que no entiendes/falta media vuelta y aparecerá la comunidad. /en tu delante abre su boca una laguna y aprendes / que no entiendes/lo que no conoces de una laguna/o de una asamblea. (73)
La belleza de estos versos recae en su mismo contenido: “que no entiendes” y “que aprendes”. Aquí está la postura desde donde parte del libro: desde la ignorancia, desde la incomprensión, desde el no entender, pero al mismo tiempo, desde el aprendizaje. El poema mismo comienza con una pregunta “¿entonces qué piensas que es una asamblea?”, y el resto de los versos intentan responder a esta pregunta, y enfatiza en la falta de conocimiento, en la falta de entendimiento, en este cruce con el Otro, en esta sensación de ser diferente. De ahí que comente “y los pobladores, diferenciados/por un color x en los mapas de distribución oficial/indican tiempo”, en estos versos sale de lo abstracto (el color “x”, los mapas oficiales) para fijarse en las personas, en esos pobladores, en ese grupo de gente que genera preguntas en él, que cuando abren sus bocas tienen lagunas, que tienen la piel suave como las hojas de los árboles de castaña.
Inmediatamente antes a este poema encontramos otro titulado “Silbó como para contrarrestar el daño”, un poema escrito a partir de un canto de curación del sabio Shawi Rafael Chanchari. Este poema es particularmente valioso porque representa el momento en el que el poeta permite que su voz se intersecte con la voz del otro, con la de ese sujeto al que no entiende, y del que intenta aprender. El poeta se nombra en este poema “paciente, guerrero y aprendiz entre la noche de los árboles” y toma cuatro versos de Rafico y los coloca como la voz del mismo Shawi – personaje, para juntarlos a su voz. Al respecto, en la presentación realizada hace un año, Chanchari pudo explicar lo que significaban estos versos desde su propia mirada, y desde su propia cultura. Atendamos a su explicación:
“Te voy a hacer sentar donde se sientan las aves” [primer verso]; esto tiene que ver el hombre y la naturaleza. Ustedes se acordarán, y se van a acordar, quién al ver, por ejemplo, [un] picaflor, una perdiz, un tucán ¿Nos espantamos acaso? No, apreciamos: Qué lindo, si está como mascota; pero si está en el mercado, como para alimentarse, pasamos, diciendo, oh qué rico, como quisiera tener una moneda, comprármelo para comer. Nadie pasa delante de cualquier ave despreciándola. Por eso es esto [el poema] para medicina; para que los espíritus dañinos no nos puedan acercar con ese maldad, sino nos vea como aquel ave o como aquella ave, tan precioso, tan hermoso, tan apetecido y nada despreciable. Por eso son estos versos.
“Te voy a hacer comer donde comen las aves” [segundo verso]. Las aves comen aquellas frutas, aquella plantas que tiene sabrosas frutas, ¿acaso a un pájaro le falta durante el día?, tiene horas que vienen, ahí se amontonan, están felices, alegremente comiendo de aquel árbol. Por eso es que decimos te voy a llevar allá a comer. Entonces, el trasfondo, seré como una planta, [seré] como aquellas aves que comen igual, seré yo y no me harás ningún daño.
[Dice el sabio] “Donde duermen las aves” [tercer verso], la aves no van a dormir en cualquier rama, ni en cualquier soga, tiene que ser algo especial. ¿Seremos así nosotros como seres humanos, para que los espíritus del medio ambiente no nos puedan hacer daño? Por eso esto tiene un trasfondo. Es así como se purifica espiritualmente, físicamente una persona a través de la plantas. Eso puedo decir de este verso.
“Te voy a hacer vivir donde viven las aves” [cuarto verso], el lugar donde viven las aves ustedes saben que es la belleza de todo el bosque amazónico, todo es verde, todo es esperanza, aunque algunas cosas negativas están ahí. Eso es lo que trata de explicar estos versos.
Estos cuatro versos (te voy a hacer sentar donde se sientan las aves/te voy a hacer comer donde comen las aves…) que suelen ser cantados por Rafico y que han sido tomados y transcritos por el poeta/paciente, son los versos que curan y también representan la palabra tomada del otro que sale de la oralidad y se transforma en discurso escrito, medicina pegada al papel que invade nuevos espacios y nuevos cuerpos. Ahora la voz que repite estas palabras son las del poeta, y las del lector. Ahora todos repetimos estos versos de curación y nos mezclamos con ese otro al que no conocemos ni entendemos pero del que estamos aceptando su cercanía y su conocimiento. Así, el yo poético que se ha nombrado en este poema como paciente, guerrero y aprendiz, está compartiendo con nosotros una imagen de su propia selva, de su propia curación que hacemos nuestra, dándonos una imagen que él mismo ha construido a partir de sus experiencias como paciente, como aprendiz, y como guerrero, por qué no, de la palabra.
Finalmente, quisiera mencionar un punto que me ha llamado particularmente la atención en este libro. Me refiero al recuento de criaturas que hay en la primera primera parte del libro. El autor como un “hombre herido errado en su boca”, nos presenta una variedad ingente de animales, cada uno con una historia y con una característica muy particular. Estos son los animales de su selva, la que él nos regala en cada página de este libro, que como un árbol, nos regala diversas hojas de vida. El primer animal del que nos habla en el primer poema, tiene “colores reales” “hermosa piel, sombra bella” y es “oloroso” (7), la siguiente criatura no es un animal sino una corteza de la que nos dice lo siguiente: “y la sangre derramada es ahora/trémula corteza nueva/de gota a gota de rojo a verde limpio de hoja” (11). Luego nos describe palmeras (17), y después los grillos (18), “feos desgraciados que se transmiten la salud/en lengua propia” (19). Posteriormente, en el poema “Otro ejemplo”, nos presenta a un “hongo ancho y fabuloso [como de otro mundo]” que “vive en la lupuna, árbol ingobernable por su altísima talla como estatua de la libertad [otra libertad] escaso por la tala, el triplay entre otros” (21). En este poema nos presenta a dos criaturas, a la lupuna, árbol madre de otros árboles y al hongo que crece protegido por él. No deja de ser llamativa la vinculación entre la lupuna y la industria de la madera, es decir, de la tala al mismo tiempo que a su naturaleza indomable. Este contraste marca la voz del poeta como una doble, una de protesta y otra de admiración. La admiración por la belleza del árbol, la “esperanza” (21) que le da la talla y fortaleza de la lupuna, como la de la “nobleza de otro mundo” (21) del hongo. Luego nos presenta a una tortuga que es “la carga de un hueso sin descanso” (25), un ser que sonríe aunque no se le note la sonrisa, y enumera sus años acumulados, y la belleza de su “longevidad sin gloria” (25), después nos habla del zancudo, que lo reconoce como una “luz hebra de bosque” (27) que es sustancialmente algo de él al tener su sangre. El yo poético se deja mezclar con el zancudo, siente que es su sangre la que vuela (27), y se permite ingresar a este mundo animal desde su mirada entrecortada. Su relación de animales, es decir, su intención por clasificarlos, por saberlos como parte de un universo propio, el suyo, llega a tal punto que en el poema “La selva, la noche” los enumera. Cito: “relación de bichos posados en la pantalla de la laptop: uno gótico, / otro pepita,/ uno sin precisar [vuela lento]…otro que es ni medio centímetro de ser feísimo…en total/nueve” (29). Y con esta relación de animales termina la primera parte del poemario, que como las otras dos siguientes, apuntan a visibilizar el reflejo de la selva incompleta, salteada, y muy personal del autor. Una selva en donde “todas las noches se vuelve a descubrir el fuego”, una con finos versos, en las que “el calor es como una extraña espina regalada por la naturaleza o por un sol lejano” (61). Como estos versos, tenues y logrados, la poesía de Renato nos ofrece un universo o una mirada, en todo caso, la posibilidad de encontrarnos también en ellos.