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Una lectura de A dónde volver de Andrea Cabel

Por Paulo Cesar Peña

 


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1.

En la poesía de Andrea Cabel, nacida en Lima, en 1982, la distancia con el mundo cumple un rol determinante. Sin la distancia no habría contemplación ni evocación posibles: para ver hay que partir. La realidad viene a ser una isla que cambia de volumen todos los días. La poeta, valiéndose de la más precaria de las embarcaciones —su propia conciencia—, navega siempre por el contorno de la misma. Y aunque su mirada y su voz tienen el poder de los vientos, ambas viajan, para pesar de la poeta, en direcciones opuestas. Así pues, si una la acerca, la otra la aparta. Por ello, esas orillas, esquivas y engañosas, le resultan inalcanzables. Bajo el compás que estos vientos marcan surge una danza inacabable. Los poemas de Cabel son las bitácoras que así lo atestiguan.


2.

Con A dónde volver (Paroxismo, 2016), su más reciente título, Cabel se propone realizar una relectura de su anterior producción lírica. Aquí el lector se encontrará con fragmentos —que bien pueden ser unos cuantos textos, como también un segmento completo— de los anteriores libros de la poeta: Las falsas actitudes del agua (2006), Uno Rojo (2009), Latitud de fuego (2011), así como de la plaqueta De la familia, el amor y otros demonios (2015) y otros poemas que aparecieron en ciertas publicaciones hace un par de años. De allí que, como ya fuera advertido por Eduardo Chirinos en el prólogo que preparó para este libro, no hay que esperar que A dónde volver sea una antología personal de Cabel. Se trata, más bien, de un intento de reconstruir —de re-unir— sus diferentes procesos de escritura.

3.

Se anuncia desde la portada que estos son Poemas “reunidos”. Y la presencia de esas comillas no hace más que bombardear dicha condición. Lo que sí es cierto es que su autora compone con ellos si no un nuevo corpus y un nuevo orden de su obra poética, sí al menos el tránsito a otro estado de su escritura. En estas páginas existe un ímpetu por contar, a partir de la reorganización de sus poemas más la adhesión de otros más recientes, la historia de una pérdida. No deja de ser llamativo que sean unos “poemas reunidos” los que hagan referencias a los diversos desprendimientos emocionales que debe sufrir la voz protagonista. Es como si alguien lanzara una jaula al mar con la idea de retener —al subirla a la superficie— un bloque de agua.


4.

Precisamente porque es la historia de una pérdida, los cuerpos son elementos primordiales de muchos de los poemas de A dónde volver. Ellos se convierten en el campo de batalla de la memoria y el deseo. O están hechos pedazos o han sucumbido ante la pena. Son abandonados, en todo momento flotan en el pasado. Son criaturas solitarias. “Es la miel o la oscuridad, / el hombre rebotando contra los puntos / cardinales de su vida / y soledad”, sentencia al terminar el poema dedicado a la figura del padre y con el que se abre el conjunto. Valga anotar que el libro consta de cuatro secciones: “Retratos”, “la eternidad de una esquirla”, “Fruta partida” y “A dónde volver”. A través de ellas la voz protagonista pretende conjurar el dolor, así como aprender a sobrevivirlo.


5.

Un rasgo notorio de la poesía de Cabel es el empleo de los nombres (de los sustantivos) en vez de la mención de las características (de los adjetivos). Esto lleva a que el lector se deba adecuar a una poesía en la que —o es tan solo lo que he percibido—, más que la imagen o el concepto, lo que lo terminará por conmover es el gesto esencial de cada verso. Una vez que sea capaz de identificarlo, de inmediato deberá rescatar de su mente muchas de las emociones que le suscitaría aquellos objetos —eventos, escenarios, emociones— que nombra la poeta. Identificar este gesto implica apostar por la palabra, por extraviarse en su enorme carga semántica y rescatar de ella esa sensación que nos permitiría compartir la entrega y el desencanto de la protagonista.


6.

En este libro, Cabel hace que el cuerpo, ya sea el de la protagonista de sus poemas o el de la ausencia por la que pena dicha protagonista, cualquier cuerpo, que por cierto es muy explorado, aunque sea siempre desde el recuerdo, todo cuerpo, sí, todo cuerpo sea la historia en sí misma: “(la historia está sucediendo, el lugar somos nosotros. no hay un narrador que hile el desencuentro, solo un golpe al no encontrar nuestros brazos)”. Se tratan de las primeras líneas de la siguiente sección del libro, “la eternidad de una esquirla”. En ellas se revela lo que ya he comentado previamente acerca de su poesía. No hay una comunicación clara, solo hay una evocación de lo vivido y perdido. El lenguaje parece que lo permite. El lenguaje ha sido embriagado con melancolía.

“b. dice: la luna es un paisaje de vainilla, deslumbra el tiempo de las corteza y me prometes sin escudos, con el brazo izquierdo, anegada e interminable, un jardín de puertas, de escaleras como ciénagas. insistes. mi cuerpo murmura cielos y mares”

(…)

“b. dice: vuelve, absorbe mi respiración, dime que sangro a disposición de tu boca, escúchame,

soy infeliz. apenas soporto la niebla, el carácter irritable de

alguna luna llena”

(…)

“a. dice: no importa cuánta puerta cerrada o ventana abierta
b. dice: no importa esa reja que me deja sin flores
tu sombra que se ríe y tu risa que
y tu risa
que
desaparece
y aparece
como la brisa, en todas partes.”


7.

En “la eternidad de una esquirla”, la voz protagonista, que aquí es llamada “b”, dialoga con su contraparte, con el origen de su posterior soledad: “a”. Esta sección es, como se detalla en el título, “una obra sin telón” que formó parte de Uno Rojo. La siguiente, “Fruta partida”, integró, a su vez, Las falsas actitudes del agua. Y la primera, “Retratos”, contuvo poemas de ese mismo libro y de los que aparecieron en la Revista Crítica, en 2013. La disección que acabo de hacer pone en evidencia la reelaboración que Cabel realizó para este libro. Pero más allá de esta fragmentación, es posible reconocer la continuidad en la historia de esa pérdida. En cada episodio la protagonista se va distanciando, por distintas razones, de su familia, de su pareja y, finalmente, de sí misma.


8.

En “Fruta partida”, así como en “la eternidad de una esquirla”, el ser querido deambula entre el sueño y el olvido. La protagonista emplea un lenguaje que surge de la complicidad con este ser querido. De allí que esta sea la sección del libro que más hermética se le puede presentar al lector. En “Fruta partida”, que está integrada por una veintena de poemas en prosa, ocurre que la poeta ha ingresado a una casa —su memoria—, quedando a ocultas sus emociones de nosotros, los lectores. Al quedarnos afuera, no tenemos más opción que la de quedar pendientes de los movimientos de las sombras que se proyectan sobre las persianas, en las ventanas. Aun así se consigue entrever el irremediable desgaste —quiebre— de los vínculos de la protagonista con los demás personajes que intervienen.

De “Fruta partida”:

u
ahora no me aísles. no me dejes cautiva, escondida tras los bajeles / haciendo romances y hurtándote a la noche, como altisidora falaz, / dame una sentencia / un vals de colores y rayos que galopen la noche. / no descuelgues mis rastros / ni descompongas mi soledad de espinas. / acaso, llorando como ciego, / tú entiendes, / que puedo prenderle fuego al tiempo, a la luna, menguante y dormida, / a este desolado precipicio de primavera.


9.

La última sección, “A dónde volver”, representa el camino para alcanzar la aceptación de la pérdida. En sus poemas, la protagonista termina por tomar conciencia de su situación. De su desamparo en la soledad. En “Volver”, poema con que se abre la sección”, dirá: “Solo este pulso que me revienta / Solo tanto recuerdo / En mi piel hecha de cera / De latidos, / De tejidos compuestos de sal // Celebro el aniversario de mi muerte / En el aire vuelto hacia la nada // celebro ser nube de noche esperando el regreso de un suspiro”. Y en los siguientes poemas, la soledad, pero también el recuerdo de la separación, se convertirán en los ejes alrededor del cual girarán todos ellos. La desaparición del ser querido empujará a la protagonista a salir a buscarlo.


10.

Por supuesto que ya no lo recuperará. No importará la ruta que tome. En todos los casos, lo perderá.

En “once”, escribirá:

“la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres, no te vayas nunca, me quedo contigo, la cama se hace dos veces ella, no te vayas nunca once veces caminaré la misma vereda roja, roja de azúcar y distancia”.

Y en “Lyrica 500 mg.”, expresará:

“Quería darte la sombra de este objeto

La boca de este ojo que estalla,

el cielo de este animal que te ha buscado
que se ha peinado con saliva
y que soñando con algún silbido
ha cruzado esa pista gigante, sin luz, esta pista que lleva al fin del mundo,
por donde las setentayunos as y ces, desprenden su pulpa para quemar un sueño”.

Así como en “Howard in Waterworks” indicará:

“He subido en el rojo setentaycinco para buscar peces y monedas. He subido para vender y comprar todas las cosas que eran nuestras y ahora son de nadie. He subido, y no has estado en ninguna parada, te he buscado en otros idiomas y he arañado la fuente, el agua, he visto cómo un oso proyecta la sombra del día en una metáfora mal escrita. Y he olvidado todas tus frases, toda tu luz encendida cuando abres el cielo frente a Waterworks”.

Y también en “Três da Madrugada on Andy’s Warhol bridge” exclamará:

“He ido a recoger una visión que me encienda,
y he dejado el silencio amontonado en el suelo
Borrando el camino de regreso
Borrando el principio y el final,
Borrándolo todo para quedarme ahí, en la sala de las nubes,
acorralada por el león”

La voz protagonista deambula sin cansancio. Sin su ser querido, el camino ha perdido uno de sus extremos. Por eso, la persecución de lo perdido parece no tener fin.


11.

La poesía le permite enfrentar el dolor. A través de ella, logra sobreponerse al pasado. Es capaz de “darle nombres a nuestra relación: estrella, luna, noche infierno / paraíso, nostalgia, bipolaridad, taquicardia, incendio, tóxica receta / de galletas de nuez”, como escribirá en el último poema del libro, “The Manza tibia code”.

Habrá un aprendizaje gracias al dolor.

“Dejar morir, dejar todos estos cuadernos, todas estas rayas que suben y bajan, dejar la decepción y la agonía, dejar de lado el carnaval de la mentira, dejar las botellas sin alcohol porque las dos, las dos tenemos el mismo diagnóstico: the manza code at six.
Y no soñar demasiado esta vez.
Dejar ir a la mujer que señala la cometa, o a la otra que se borró la cara, que borró todas sus señales, para no soñar demasiado y para mantener todavía estos discos que aunque abiertos, aún la sostienen”.

El dolor, confrontado por medio de la poesía, terminará siendo una manera de resistir. Una manera de continuar en el camino pese a los tropiezos. Y es que A dónde volver no solo es para su protagonista la historia de una pérdida, también es la bitácora de su retorno a sí misma.   



 

 

 

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Una lectura de "A dónde volver" de Andrea Cabel.
Por Paulo Cesar Peña