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Acerca de Sobrevivir es un acto de invierno de Ana María Falconí.
Texto leído en la presentación del poemario
Por Andrea Cabel
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El primer poemario de Ana Maria, Sótanos pájaros, publicado en Lima en el 2007, causó un especial impacto en mí, ya que encontré en él un diálogo entre dos espacios opuestos, el que alberga el vuelo de los pájaros, digamos, el cielo, y el de los sótanos. En ese poemario, me llamó la atención que ambos espacios representados parecían ser dos vértices de una misma hipótesis, dos reencuentros a modo de contrariedad. La libertad y el encierro, el descenso y la altura, el aire y el ahogo; entendí en ese primer libro, que había un diálogo entre ambos espacios que permitía la subsistencia y la reivindicación de esta voz poética, lo interno hablaba con lo que veía fuera y entre ambos se levantaban, se construían y creaban una realidad que los sostuviese. De ahí que en ese primer poemario, como escribí en el 2007, “entendemos que los pájaros nacieron de la oscuridad y de la ceguera, del temor de verse.”
El tercer poemario de Ana María, Sobrevivir es un acto de invierno, propone la ruptura de esa ceguera, y nos invita a descubrir la oscuridad para vernos sin temores. Para lograr su cometido, el poemario se divide en cuatro secciones, y cada una corresponde a los meses del invierno en nuestro hemisferio. Nos invita pues, a un tránsito temporal, a un proceso, a un rumiar. De ahí que sus versos comiencen en la sección llamada “junio” y acaben en la que ha sido llamada “setiembre”. Quisiera partir del contraste entre su primer poemario y este, para plantear una idea eje sobre este último: desde mi lectura, lo que Falconí consigue, exitosamente, es que sea la naturaleza el vestido y la sustancia de su mensaje, la forma más concreta de su sobrevivencia, la respuesta al temor de verse sin la oscuridad de por medio. El amor y el desamor, como la fantasía (el sueño) y la realidad, son temas tangibles en el libro, per me interesa más cómo ha planteado la arquitectura de su mensaje. Permítanme explicarme.
Si bien lo ha apuntado antes Miguel Ildefonso, el poema “Pequeño cielo”, que abre el libro plantea un universo simbólico de una realidad que se configura desde el interior de la voz poética. Estoy de acuerdo, no obstante, me gustaría apuntar que el cielo mismo y su dimensión son las que comienzan a ganar espacio en el texto. En el poema, las nubes ciegas, las nebulosas, los pájaros, el aire, la nieve y el viento, son los personajes que actúan como hilos, que Ana María borda, incansablemente, a un ritmo pausado y constante.Veamos tres versos de este poema: “no hemos aprendido a volar no hemos podido atravesar el cielo, ni experimentar esa nebulosa ceguera de las nubes de animales aladas cruzando agujeros celestiales..." (11). En tres versos encontramos la mención al cielo, a las nubes, a los animales, y al vuelo, semejante a esta pesquisa, quizás por curiosidad, o por seguir las migas que la autora dejaba en este libro lleno de claves, comencé a buscar más referencias a la naturaleza, y encontré incontables. Entre ellas, menciono algunas, las más logradas, las más intensas, las que son claves para mi lectura:
Vuela el pájaro sobre la nube escarlata
Cuan torpes suenan los sueños
Mientras soñamos
En estos versos, pertenecientes al fragmento 6 del primer poema, encontramos el tema del sueño, de la fantasía, pero expuesto bellamente desde imágenes visuales y auditivas que involucran a la naturaleza, el sueño es el pájaro volando sobre una nube escarlata. Poderosa imagen que invita a pensar en la torpeza que produce la fantasía desde la belleza del vuelo de un ave.
Del mismo modo acaba este primer poema en su fragmento seis: “Bala el verbo / el huevo sin incubar/ Mientras miramos un pequeño cielo en la ventana”. Nuevamente, el lenguaje, el verbo, bala, como una oveja, y el huevo, donde puede nacer una vida, se queda vacío, sin incubar, y todo esto sucede, mientras el espacio de su realidad (la ventana) encuadra, y limita, al cielo, que es mucho más amplio y caudaloso, como la autora lo demuestra en los versos siguientes.
Desde mi lectura, es esa capacidad de plantear el re-conocimiento propio, el cuestionamiento del plural “nosotros” desde la constante referencia a la naturaleza, lo que da una particular fuerza a este poemario. Veamos un ejemplo de ello: en el poema “pescando paiche” el búho habla, y la llama por su nombre “Ana, Ana” (46), el rio, símbolo de la memoria, le lleva “hacia su pecho como un intruso” una pluma perdida de alguna ave de su pasado. El poema “La nube y el columpio” demuestra un ejercicio de observación en donde el yo poético se piensa, se analiza desde el vaivén del columpio y el ir y venir de la nube, es decir, desde el movimiento (d)“el mecanismo del ir y venir” (53). Asimismo, en el poema “Iniciación” encontramos los siguientes versos: “escucho pájaros afuera/mientras el agua/ sin intención de detenerse/ va haciendo muecas por el drenaje”. En tres versos la autora ha conseguido una poderosa imagen visual y auditiva, el agua muestra su rostro, y se va, como los pájaros, que cantan a la distancia. Con todo esto, Falconí no se queda en la anécdota, la trasciende, apunta a una dirección, y nos deja plantear las rutas. La autora se explaya y construye su memoria, sus afectos y su ruta desde la naturaleza, desde las fuerzas que representan a la vida y a la muerte, y al ciclo entre estas.
Falconí nos deja conocer su historia desde un cuento de hadas en donde escuchamos el dolor de su historia, el final de la fantasía y el inicio de la realidad desde “el límite de la geografía” como ella misma sentencia en su poema El cuento del bosquinvisible. En este poema, en donde se expone la experiencia del abandono y del enfrentamiento a este, nos dice la autora: “El sol aparece sobre los arboles/ permite ver al animal acurrucado en una sombra/ ella sabe que sus huellas nunca volverán a él” (37). Nos habla pues de un bosque, de animales extraños y de perros que aúllan y buscan calmar el abandono. La autora comienza a “escribir en los arboles” (38) y se reconcilia en paisajes imaginarios que crea para escenificar su propio proceso, su propio lenguaje, su propia forma de producir belleza desde el abandono. La autora ha bordado cada palabra con aves y peces, con árboles, con sus cortezas caídas, con ríos y caucho, con lluvia y viento. Cada verso remite a una fuerza más grande que la que se ha adjudicado a la palabra: la de la vida que se reconcilia con la muerte, la fuerza de la naturaleza que avasalla, no sin un dolor punzante.
De ahí que, desde mi lectura, Falconí no propone al invierno como una temporada, sino como un amplio espacio. El invierno es, por ejemplo, ese pueblo fantasma (ghostown) que nos describe en el poemario, lleno de calles polvorientas, con sauces tristes en la calle, con aves gritando mientras rebuscan mendrugos; el invierno es su propio cuerpo que lo describe como un crepúsculo en el que se encuentra a “su cabeza anclada en la masa espesa de los peces”; es esa selva silenciosa en la que su memoria sale a pescar un paiche (45). El invierno es ese espacio habitado por un sol cobarde, que tiñe las tardes, y que es como “un animal que no vendrá”, como una luz invisible. A lo largo de los meses, de ese proceso de anagnórisis, la voz poética ha hecho un pacto con las fuerzas de la naturaleza, y logra colocar al invierno en una pequeña caja a la que cuida con esmero, para dejarla libre luego. La voz poética ha logrado cuidar de su dolor, y propone liberarlo, este, ya es lo suficientemente grande como para poder vivir sin ella. La voz poética, desde una “Lectura natural”, poema perteneciente a “junio”, nos invita pues, a “dejar que los gallinazos planeen por entre los pinos/para entender el universo” (41).
Como hemos visto, en el poema “Pescando paiche”, la voz poética está “sumergiéndome en el lodo/ para seguir respirando” (45) o desde nuestra lectura, está aceptando hundirse en el dolor para resucitar de este mismo, para seguir respirando. Y es esta respiración la que celebramos, no la que sobrevive, sino la que vive plenamente fuera de los inviernos y de las esperas. Fuera pues, de los sótanos, libre como los pájaros.