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Rodolfo Suito y la pérdida y re-elaboración de un reino ajeno
Por Andrea Cabel
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“Nunca jamás encontrare la respuesta
No tengo tiempo. Me perdí en el tiempo
Se acabó el que me dieron”
Estos son los versos que encabezan el poemario de Rodolfo, y pertenecen al poema “Prehistoria” del poeta, narrador, ensayista y traductor mexicano José Emilio Pacheco, quien en 2009 recibiera el premio Cervantes. “Prehistoria” es un potente poema de cuatro partes, en los que cada parte está compuesta, a su vez, por varias estrofas. ¿Por qué Suito elige estos versos de Prehistoria en los que se alude a la pérdida de una respuesta y a la pérdida de uno mismo en el tiempo? Y ¿por qué elige un poema que nos sitúa fuera de la historia?, digamos, en un momento “pre”, o anterior a lo que se ha construido como una sucesión de eventos o hechos fácticos. Permítanme intentar responder estas preguntas, primeramente, desde los alcances que el mismo poema, “Prehistoria”, cito:
En este ladrillo
trazo las letras iniciales,
el alfabeto con que me apropio del mundo al simbolizarlo.
La T es la torre y desde allí gobierno y vigilo.
La M es el mar desconocido y temible.
Gracias a ti, alfabeto hecho por mi mano,
habrá un solo Dios: el mío.
Y no tolerará otras deidades.
Una sola verdad: la mía.
Estos versos, que anteceden a los que Rodolfo extrae, nos invitan a pensar en una historia que es construida desde el gesto mismo de escribir, de simbolizar con palabras una realidad material, una que podríamos llamar, simbólica. Pacheco usa el lenguaje para hablar de este gesto puesto que no hay nada más simbólico que el lenguaje. No obstante, al respecto, Jacques Lacan, el gran sicoanalista francés, nos recuerda que el orden simbólico siempre da cuenta de la imposibilidad que tiene el mismo lenguaje de representar el mundo a cabalidad. Es decir, lo simbólico, como un orden de pensamiento solo se constituye a partir de una limitación inherente: una fuerza intempestiva aunque encubierta que desestabiliza y confronta a quien lo usa, a quien lo piensa. Así las cosas, leemos en los versos de Pacheco que la T es la torre, la M es el Mar, y que el alfabeto, hecho por su mano, es lo que re-presenta, es decir, vuelve a presentar a Dios. O a lo que se entiende por dios, léase con esto, la verdad, El orden, la ley.
Suito abre el libro con un primer apartado llamado “Deicidio”, compuesto por cuatro poemas, como las cuatro partes de Prehistoria, en los que tiene un propósito sincero y dolido: derrumbar la voz de aquel padre invisible llamado dios. Suito escribe a partir de la construcción de ese otro lugar habitable, otro alfabeto, otro lenguaje en el que simboliza la ausencia desde la palabra misma, cito: ¿y decirte padre? Decir que te temo sin nunca haberte visto / es como proclamarte amor / sin haber sentido tus manos. El poeta está decidido a continuar este camino que enmarca la prehistoria de Pacheco, es decir, está decidido a compartir un alfabeto nuevo en el que quien protagoniza la historia son sus manos. Suito, al respecto, sentencia en la segunda parte de su libro lo siguiente: “Siempre sospeché / que el libro estaría vacío / prefiero hacerme el camino/ aunque sea de piedras/ y no quiero llegar a ningún lado/ sino ir cantando/ saludando a la gente/ y declarando / mi absoluto desinterés/por lo impalpable” (25). El yo poético nos muestra un camino concreto: que hecho, aunque sea de piedras, le sirven para ver, cito: un mismo espacio helado en el que ha procurado renacer
El yo poético renace de la pérdida de un reino, que es en realidad el reconocimiento de la perdida de padre, del dios que asesina en la primera parte del poemario. Así las cosas, el poeta responde a sus propias pérdidas desde un lenguaje poético, desde un lenguaje que busca recrear otra historia, una en la que como él mismo escribe: quiero nunca dejar de soñar, decía, mientras planchaba diligentemente mis alas blancas luego de sobrevolar las islas del amor. (65). Un lenguaje en el que hay espacio para juntar lo real maravilloso, la cotidianidad que sale volando por las ventanas, la camisa blanca que despega y abre los brazos como batiendo alas, y se va por los aires, sin un rumbo fijo. Con todo esto, el libro no espera darnos respuestas, la pregunta que nos entrega desde su título es solo una invitación a pensar a las afueras del orden simbólico que impone el padre muerto, el padre que puede ser dios, o que puede ser la ley del lenguaje rehecho por el poeta. El poema que habla de la misma poesía, describe así el gesto de escribir, cito
La poesía es inservivible
El mundo continúa su curso
Decían, mientras se frotaban las manos
Palabras que caen como plumas y no hacen más
Bulla que los grillos por la noche
Así decían mientras yo terminaba un verso
Que me alegraba el espíritu
Por un eterno segundo.
No todo ha sido perdido, sin embargo. El tiempo ha sido eterno cuando contrapone las miradas de otros y las suyas, y cuando vence su lenguaje, el nuevo, el que recrea ante los ojos de los otros, y más todavía, cuando es consciente desde donde escribe, desde el nuevo orden que se impone, aquel que reemplazaría al que le da la espalda y al que él se la devuelve. Permítanme citar un poema corto que demuestra esta idea
Y en este mismo espacio
En el que nos encontramos
Fuertes como una libélula y firmes
Tanto más que las decisiones de un borracho
Que jura haber visto a dios
Nos vamos acomodando
Apretando los dientes para que nadie escuche
La rabia, aunque perciban el rostro del dolor.
El “aunque”, esta partícula conjuntiva que expresa contraste, obliga a que el lector entienda la diferencia entre dolor y rabia, impone al lector una diferencia entre escuchar y mirar, obliga a quien escribe estas líneas, a pensar que el yo poético, está pendiente de la mirada del otro y que escribe desde lo que Alain Badiu, el filósofo francés, llamaría, la conciencia de su propia falla, digamos, un lugar completamente nuevo. Para Suito este lugar es la rabia que se viste de desencanto. De festivo desencanto. Para Vallejo el dolor, para Lucho Hernádez, la nostalgia.
¿Heredero del reino? Es un viaje por la mirada de varios paisajes que el yo poético reconstruye con el fin de iniciar otro viaje. Quizás con ello, este es un libro que está cerrando sus páginas justamente abriendo la posibilidad de otras entregas. Por todo lo dicho, celebro este primer libro, que es como una batalla contra las palabras, y que por ello, tiene una relación con su portada. Encontramos una espalda que muestra el desamparo, un rostro encubierto, una tristeza que sin embargo, se despierta para entregarnos palabras, sonidos, ese otro abecedario que es el reino que el hijo sin dios construye. Cierro mi lectura de este poemario con cinco versos que me parece que resumen también el espacio de calma a la crisis de una subjetividad fuertemente localizada, cito:
“He levantado un lugar en medio de mi corazón
Te guardo en ese pequeñísimo espacio
Y te tendré allá hasta que vuelvas a enseñarnos
Nuevamente con tu tierna candidez
La manera en que nos podemos amar”