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UN JARDÍN REPLETO DE NADAS ROTAS
Prólogo a A dónde volver.
Poemas "reúnidos", de Andrea Cabel. Paroxismo Poesía, 2016

Eduardo Chirinos




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corazón sin nombre,
desposeída luz
jardín repleto de nadas rotas

Decir que Andrea Cabel (Lima, 1982) ha reunido en este libro una selección de sus poemas es una inexactitud. O, más bien, una trampa apoyada engañosamente por el subtítulo: lo que este libro ofrece es una reordenación selectiva de su obra[1] en cuatro apartados o secciones (“Retratos”, “La eternidad de una esquirla”, “Fruta partida” y “A dónde volver”) que nos obligan a redefinir radicalmente su lectura. Esta reordenación apunta no solamente a negar una lectura lineal de sus libros, sino a entablar entre ellos (los libros y los poemas) nuevos y sorprendentes vasos comunicantes, de modo que terminan configurando una obra paralela y, por lo tanto, distinta de la que ofrecen los libros por separado. Esto solo es posible si la autora es —como lo es Andrea— dueña de un tono, y si ese tono ha sabido construir un personaje: el que sus lectores hemos ido construyendo a través de sus poemas.

En una de las páginas de El monje y la psicoanalista, Marie Balmary deja caer una frase que, bien mirada, define lo que muchos entendemos por poesía: “Hay frases que son verdad, porque al final de la frase hay alguien”. Aunque se trate de una ficción que reelabora imaginariamente la realidad, toda poesía aspira a ser la verdad de alguien, y la verdad de sus lectores. Pero, ¿quién es ese alguien que está al final de estos poemas? Podríamos decir que es Andrea Cabel, pero estaríamos equivocados. Toda biografía es sospechosa, y más si elige la poesía, donde el pudor confesional se encuentra mitigado e, incluso, alterado por las exigencias del ritmo, de las imágenes, del tono, en fin, de todo aquello que hace que la poesía sea poesía y no una crónica detallada del acontecer personal.

La obra de Andrea Cabel no es un sistema planetario, es un planeta insomne cuyos continentes están en constante mutación y desplazamiento; en ellos encontramos islas, desiertos y sistemas orográficos que conviven con naturalidad sin preocuparse por balances ni cronologías. Esta naturalidad, sin embargo, no es ajena a las fricciones geológicas generadas por movimientos dolorosos muchas veces imperceptibles. Me refiero a los vaivenes emocionales que son el origen de estos poemas y a la manera en que estos poemas imponen silencio a esos vaivenes, evitando lo que de otra manera serían desahogos sentimentales o confesiones en verso. Ni la proyección fantasmal de un yo biográfico ni la asepsia que maquilla el dolor, sino un lenguaje personalísimo que deja hablar a la herida en voz alta, sacudiéndose de la percepción lógica sin ceder a las tentaciones del hermetismo :

dentro, el límite lo marcaba todo. / las tierras desiertas, / el camino surcado, repleto de escamas. / yo queriéndote, / tú volando como astro de fuego. / créeme que me derrumbo ante tu voz que me nombra, / que no hay bastión, ni primavera, / ni tabla en mar violento. / que no concibo mañanas sin rezarte a mi lado / junto a los remos teñidos de rosa. junto a mi sueño más profundo, / junto al grito de dos / de tres / ahogados.

Pero los vaivenes emocionales persisten, subterráneamente persisten y cumplen su labor de zapa, ¿cómo huir de ellos? Sospecho que el título de este libro es otra manera de formular la misma pregunta: “A dónde volver”. Varias veces me he preguntado por la naturaleza tan extraña de esta frase que prescinde del signo de interrogación, pero no lo evita. En efecto, una primera lectura ofrece la orgullosa contundencia de una afirmación: quien la enuncia parece saber cuál el lugar al que debe volver, el mismo que nos será revelado a los lectores una vez que nos adentremos en las páginas del libro. Pero esa afirmación se desvanece si reparamos en el acento que convierte el adverbio enunciativo en interrogativo: detrás de la orgullosa contundencia asoma la incertidumbre de quién pregunta por un lugar que fatalmente ignora. Y esta incertidumbre (esta ignorancia) es la que construye estos poemas, tan necesarios y esquivos como las piernas que necesita para “volar lejos”:

El día amanece más temprano para mí
alisto mis piernas
les coloco orejeras
inserto los guantes
y les pido,
les suplico
que hoy no se vayan
que no hay tiempo para jugar
que tenemos que volar lejos.

Ante las mutaciones y vaivenes que afectan a la hablante, el único lugar al que puede volver es a sus propios poemas, los mismos que dan fe de esa continua mutación y de esos inevitables vaivenes. Se trata de una paradoja, más terrible aún si comprendemos que el único equipaje con el que cuenta para emprender esta búsqueda son, como las piernas que se niegan obedecer, sus propios poemas: poemas como territorio y, al mismo tiempo, poemas como equipaje para indagar por ese territorio. No importa a dónde vaya Andrea Cabel sus poemas irán siempre con ella proponiéndose como el lugar a dónde debe ir, también como la compañía que hace más ligero el viaje interminable hacia sí misma. A ese “jardín repleto de nadas rotas” donde alguien, no sabemos quién, todavía la espera.

Missoula, otoño de 2015

 

[1] Las falsas actitudes del agua (2006), Uno rojo (2009), Latitud del fuego (2011), más poemas inéditos publicados en la Revista Crítica de la Universidad de Puebla (2013).



 

 


 

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