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Humberto Díaz Casanueva:
Nuestro hombre en Argelia

Por Alfonso Calderón
Publicado en ERCILLA, N°1716, 8 de mayo de 1968


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Iba en un tren alemán, a fines de la década del treinta. Era como estar en Chile: las gentes comían y bebían con una magia particular, cotidiana. Un hombre pequeñito masticaba despreocupadamente una manzana, vestido con pantalones de esquiar. Sin saber cómo, Humberto Díaz Casanueva se encontró conversando con él. Supo que el modesto ser era profesor y que enseñaba en la misma universidad donde él habría de estudiar.

Primera clase. Bullicio. De pronto, el silencio. El compañero de viaje se instala frente al curso y comienza a hablar en tono ausente, poseído, sobre Hölderlin, mientras va llenando la pizarra de palabras griegas. Era el filósofo Martin Heidegger.

El que narra, cruzando las manos a la altura de la cabeza, con algo de venerable santón, en tono de voz grave que no deja de ser natural, es el poeta Humberto Díaz Casanueva (59, doctor en filosofía, actual Embajador de Chile en Argelia). Su camino diplomático comprende El Salvador, Perú ("la experiencia peruana me dio una forma de contacto irracional con la realidad americana"), Ginebra y las Naciones Unidas, donde presidió la Comisión de Derechos Humanos.

Hundido en un sillón —siempre atento al juego de sus manos— modula con énfasis. La experiencia argelina ha sido, por lo que tiene de mágica y patética, decisiva en su vida.

Argelia.— "El fecundador de palmeras, que en los oasis, encaramado en la cima del árbol, recita a gritos versículos del Corán", se hermana con seres que participan en un ritual: "los animales sagrados, el cordero, la gacela, el camello". Y deambulan los marahuts, con sus pases magnéticos, y los touregs, hombres del desierto, con sus tallas enormes. Las mujeres berberiscas modelan la cerámica en hornos caseros, tejen alfombras o fabrican joyas.

"Son poseedoras de la gran tradición de los signos mágicos, transmitidos desde los fenicios, y de las danzas y cantos en los que capto la hermandad con Andalucía y el parentesco con la tonada y la cueca".

Con un ligero pase, salta a la historia de un pueblo traumatizado por las guerras de Independencia, que dejaron más de un millón de muertos: "Todavía los niños pastores saltan despedazados al pisar bombas en los campos".

Argelia es un pueblo que trata de educar y formar "profesionalmente para construir un socialismo enraizado en las concepciones científicas modernas, pero a la vez en una firme tradición religiosa y un orgulloso nacionalismo".

Al mencionar su labor poética, asegura que sus libros no se han agotado, "sino que se han perdido".

Combina la confesión de sus métodos de trabajo ("escribo especialmente de noche, encerrado bajo llave. Todo puede comenzar con un garabateo, el sabor de una palabra en la lengua, la espontaneidad de una imagen...") con la definición de su quehacer literario: "Una especie de para-poesía que no se aleja de lo real".

Fama de hermético.— Reconoce que lo persiguió, como un fantasma domesticado, la identificación con una poesía hermética. "Después de la Guerra Civil Española nació toda una línea de poesía práctica, inmediata, y yo quedé catalogado con un alfiler en el insectario de los "rilkistas". Eso ha pasado. La poesía en todo el mundo, como la ciencia, se ha vuelto experimental y traspasa las barreras de los diversos campos del arte y combinándolos aun con funciones de la vida. Los trajes, por ejemplo".

Cuando la conversación condesciende a la crítica chilena, se pone nuevamente de pie y va a lavarse las manos antes de declarar que la actual es "ligera, juzga más que analiza, es parcial, porque todo lo ve a través de una determinada tendencia". Recalca una y otra vez que debería tener menos pasión y más capacidad para apreciar los distintos aspectos de un poema.

Y vamos con la iglesia. ¡Alone!

"Me ha tratado muy mal, pero ello en lugar de deprimirme me ha estimulado."

Para el antiguo hermético hay ahora otros caminos que también llevan a Roma. Sonríe al recordar que se le ha reprochado mencionar en un verso "al hombre cualquiera". Observa con firmeza que el lugar común se ha integrado al orden poético y que hoy existe "la repulsa del héroe con mayúsculas", en tanto que se busca al hombre cualquiera.

"Mire usted la glorificación que Becket hace del "clochard" o vagabundo. Nada de Byron o Zaratustra. Un pobre diablo puede provocar los mayores atisbos metafísicos. Por allí, paso a paso, se llega a los tremendos problemas capitales: la angustia, la nada, la muerte."


 

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Por Alfonso Calderón.
Publicado en ERCILLA, N°1716, 8 de mayo de 1968