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ALFONSO CALDERÓN EN EL SIGLO XXI
Presentación de "El mirlo burlón"

Por Antonio Pedrals y Arturo Navarro

 


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El lunes 10 de enero de 2011, en el marco de la 29ª Feria del Libro de Viña del Mar, se realizó un homenaje a Alfonso Calderón (Premio Nacional de Literatura 1998) donde se presentó su libro póstumo "El mirlo burlón". La actividad organizada por Ril Editores contó con la participaron de los expositores Lila Calderón, Antonio Pedrals y Arturo Navarro, y la moderación de Ernesto Guajardo.

A continuación reproducimos los textos escritos por Arturo Navarro y Antonio Pedrals.

 

ALFONSO CALDERÓN EN EL SIGLO XXI

Arturo Navarro, enero 2011

 

Felipe González, escéptico y socialista, en ese mismo orden –al igual que Calderón- señalaba que mucho se temía que la última noche del siglo veinte iba a ser muy parecida a la primera noche del año dos mil. Fue lo primero que se me ocurrió cuando los optimistas de editorial RIL me propusieron presentar “El mirlo burlón”, publicación de los diarios correspondientes a los tres primeros años del siglo, según Alfonso.

Más optimista aún y querendón además, acepté, consciente de que se trata de un libro difícil. Desde el título, que el editor no vacila en calificar de “horrible” y que proviene de la canción "Le temps des cerices" (El tiempo de las cerezas), que comenzó a formar parte de la cultura popular francesa desde los breves tiempos de la Comuna de París, de la que llegó a ser un himno. Los versos finales de la primera estrofa dicen: "Quand nous chanterons le temps des cerises / sifflera bien mieux le merle moqueur"

Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
El alegre ruiseñor y el mirlo burlón
Estarán de fiesta
Las bellas (mujeres) tendrán la locura en la cabeza
Y los enamorados sol en el corazón.
Cuando cantemos en el tiempo de las cerezas
silbará mejor aún el mirlo burlón.

Una canción de amor y de combate, cantada durante un tiempo breve pero intenso y rojo, porque las cerezas no duran mucho. Como los Minilibros de Quimantú, que Alfonso producía semanalmente (me refiero a su selección, prólogo y lectura de cuarta tapa, más ideas para la portada). No lo sabremos, pero quizás ese es el tiempo de las cerezas que intenta Alfonso trasladar al siglo XXI, aludiendo a esos tiempos de la Comuna de París y de la Unidad Popular de Chile.

La pregunta constante con la que recorremos el texto es ¿cuánto quedará de esos tiempos de cerezas?

Pero es muy corto el tiempo de las cerezas
A donde vamos dos a recogerlas soñando
pendientes para las orejas.
Cerezas de amor de ropas iguales
Caídas bajo el follaje en gotas de sangre.
Pero es muy corto el tiempo de las cerezas,
Pendientes de coral que se recolectan soñando.

Lo que hace Alfonso, diariamente, además de leer 250 páginas, en promedio, es escribir aquello que le llama la atención de lo que lee, ve, recuerda, escucha y asocia libremente. Una tarea tan agotadora como desesperada. ¿Cuáles son las ideas, las creaciones, los recuerdos que sobreviven en este siglo XXI que le es tan ancho y ajeno? Pero no lo esquiva, lo acomete sin llegar a comprenderlo en su incesante carrera por escribir sus diarios hasta el último de los días de su vida.

Sabe que sus lectores apenas superan en dos veces a las páginas que lee cada día. Por ello, les exige demasiado: que sepan de música (y detalla las sinfonías que escucha incansablemente) que están al tanto de la actualidad, que disfruten su humor, que se vayan a los escritos de los profetas y puedan distinguir la sutileza de la Torá que la diferencia de los Evangelios que detallan “la peor comida de la historia, aquella en la que se termina el vino”, que no olviden las semejanzas entre los financistas de Hitler con quienes financiaron a Pinochet, las alegrías de los amigos, que comparte gozoso y las libretas de direcciones que van deviniendo en listas de muertos. Todo ello, en forma de una cronología absurda se va entremezclando de tal forma que olvidamos qué día vivimos, pero no que autor relee entonces Alfonso.

Es como si el tiempo dejara de importar y el siglo XXI no pasa de ser una referencia en la que permanecen las constantes mañas y costumbres de ese lector permanente que es Alfonso. De pronto, algunos develamientos geniales como que la palabra hebrea “sofer” significa a la vez contador y narrador, es decir, alude al mismo tiempo a las matemáticas y a las historias. “Los escribas, nos dice, se dedicaban a contar las letras sin faltar una, y tenían cabida los espacios en blanco. Como en la música los silencios y las pausas adquieren un sentido, significan algo. El mundo fue creado por Dios mediante el texto, y este era un modo de mundo. Al entender uno la Torá, fija, inmutable, sin agregados ni supresiones, entiendo el sentido que el mundo tiene. No hay que tocarla. Si se comente un yerro gráfico al copiarla, esto podría llevar a la destrucción del mundo, al fin de la Obra Máxima, la Creación. Por eso, quién copiaba la Torá no podía errar. Por esa ruta se llega a la conclusión de que la obra de Dios es perfecta, como lo es la Palabra.

¿Se requiere otra explicación para que dedicara su vida a ella? A leerla y escribirla. A contarla y narrarla. Porque Alfonso contaba muy bien los espacios y los golpes de máquina cuando escribía. Cumplía rigurosamente la extensión solicitada para un texto. Era un sofer que narraba y contaba a la vez.

Sin por cierto llegar a acortar las palabras o a escribirlas onomatopéyicamente para que quepan en un formato electrónico, sino dándoles su sentido permanente, acariciándolas y explorándolas.

De ese modo, se sigue escribiendo la historia de la humanidad, dejándola acunada en palabras que saben acogerla y respetarla en toda su dimensión, aunque cambien los siglos… finalmente, como Felipe, cada noche es igual a la siguiente y ésta a la que vendrá. Sólo que de pronto, improbablemente, viene el tiempo de las cerezas y hasta el mirlo burlón estará de fiesta junto al ruiseñor. Para que la humanidad recuerde que las palabras son también lugar de lucha y lugar de amor.

¿Si no para qué se habrá creado el mundo?

 

 

 


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“EL MIRLO BURLÓN” DE ALFONSO CALDERÓN

Por Antonio Pedrals  

 

Mis primeras referencias sobre Alfonso, las tuve leyendo sus poemas y las memorables recopilaciones de artículos de Edwards Bello. 

Por otra parte, Carlos León, profesor mío en la Universidad, nos entregaba periódicas noticias suyas. Cada vez que Alfonso venía a Valparaíso, no dejaba de visitar a León, en su casa de Playa Ancha. En sus “Diarios” Alfonso anota que León lo regocijaba, pues “emitía diez frases por hora, todas ellas inmortales”.

Las conversaciones con León aparecen en los “Diarios”. Allí se cuenta, por ejemplo, que de un tipo que había amanecido mal, debido a un exceso de alcohol, León decía: “está que escupe pólvora”. De otro, que era evitado por casi todo el mundo, comentaba: “cae mal aún entre los bomberos”. A Alfonso le hacía especial gracia el caso de un conocido de León, un tanto desdeñoso, que,  al presentar a  su  mujer,  no  muy  dotada, se responsabilizaba, en voz baja, con un: “perdone, pero a la pobre la cara no la acompaña mucho”.

Un día tuve la suerte de conocer a Alfonso personalmente.

Fue en una conferencia sobre sus experiencias porteñas, que siempre aparecen en sus diarios. Literalmente quedé deslumbrado. Su manejo de la información gruesa y de detalle, su entusiasmo narrativo, su facilidad expresiva y la entrega total que lo caracterizaba, cautivaron a toda la audiencia.

Magnético, hiperactivo, trapero del tiempo, profesor de energía, Alfonso Calderón, hombre trabajador, bueno y genial fue, para decirlo con una breve expresión suya, un “ángel de una sola línea”.

Cuando empezaron a aparecer los “Diarios” que, hasta la fecha, suman siete tomos, más de 2.500 páginas en total, fui leyéndolos, anotándolos, haciendo concordancias. De cuando en cuando, le enviaba a Alfonso alguna carta con comentarios.

Creo que por la personalidad de Alfonso, por la curiosidad que revelan, por el nivel de sinceridad que manifiestan, los “Diarios” no tienen equivalente en la literatura chilena. Los letrados harán paralelos con diarios de otros horizontes.

“El mirlo burlón” que presenta ahora RIL Editores, sigue la misma línea de los tomos anteriores, con novedades y temas que quedan resonando y suscitan múltiples asociaciones.

Es imposible hablar brevemente de su contenido, que es totalmente misceláneo. Nuevamente se nos presenta aquí Alfonso de cuerpo entero, de espíritu entero.

Nuevamente volvemos a admirar a un observador sensible, que asume las múltiples perspectivas de su inmensa cultura. Se trata de la inquietud del filósofo, del teólogo, del literato, del científico, del sociólogo, en fin, del hombre de carne y hueso, como diría Unamuno, sorprendido y tembloroso, ante la maravilla bifronte de la existencia. 

Si quisiéramos compendiar brevísimamente su mirada, tendríamos que decir que Alfonso es un cazador de instantes: de instantes sub especie aeternitatis, en el lenguaje de Simmel. Alfonso procuraba llevar toda experiencia –un sentimiento, una pregunta, un cuadro, un poema-, hasta la máxima plenitud de su significado. Llegar al límite. Encontrar el sentido.

De tantas citas que podrían hacerse del texto que hoy se presenta, selecciono unas palabras dirigidas a una de sus hijas: 

“Le explico que ella, como yo, va a llegar un día a entender que el amor sin el estilo Tosca; que un día hermoso, el sol, el mar, la casa, las flores, son una forma constante de la dicha. Que no espere más”. Hay que ser feliz.

Todo le interesaba a Alfonso y, en la extraordinaria miscelánea que presenta, todo nos interesa.

Hay momentos de depresión y momentos de plenitud. Pero se advierte continuamente el esfuerzo por descubrir la maravilla de la vida, los momentos de luz, la tensión por elevarse sobre este mundo de carencias, como diría Maslow.

Alfonso no logra concebir la existencia de alguien que pasa neutral e indiferente por la vida, “sin el agrado que promueven las mínimas alegrías o las fuerzas que conceden las grandes navegaciones en el mar”.

Pensando en su trayectoria, uno se acuerda de la inscripción que hay en Madrid, frente al Museo del Prado, en un monumento a Eugenio D’Ors. 

La inscripción dice “Todo pasa, una sola cosa te será contada y es la obra bien hecha. Noble es el que se exige y hombre tan solo quien renueva su entusiasmo cada día”. La leyenda agrega: Sabio, es el que descubre el orden del mundo que incluye la ironía.

Así fue Alfonso: artífice, noble, hombre, sabio. Por eso nos sigue acompañando, convertido en clásico, interpelándonos, dando batallas después de muerto.

Como ya hemos dicho, en “El Mirlo Burlón” aparece el ejercicio de su curiosidad infinita: por sí mismo, por los demás, por la cultura, por la naturaleza. En este sentido, la obra no representa solo una experiencia literaria. También revela, en cierto modo, una experiencia religiosa: muestra el proceso íntimo de la admiración y del amor. La curiosidad lleva al conocimiento del mundo y el conocimiento a una relación amorosa, que mira hacia el misterio.

Alfonso cuenta que dejó de rezar en 1946, pero, sabemos que, a la vez, vivía atento a lo trascendente. Por ahí cita un poema de Seferis que equivale a una oración: “¡Compadécete de los que todavía esperan!”.

Karl Rahner, ese gran teólogo, consideraría que Alfonso fue un hombre profundamente religioso: volcado hacia el misterio, invocando el misterio; orando, en la terminología de Rahner.

Gracias a RIL Editores, por este nuevo y valioso aporte al patrimonio humanista nacional. 

Esperamos que las obras inéditas de Alfonso vean pronta luz. Desde un punto ultradimensional, Alfonso nos dice que está de acuerdo.

Muchas gracias.



 


 

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