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ADOLFO COUVE
La forma de un cosmos

Por Alfonso Calderón

Publicado en revista Ercilla, N° 2048, 30 de octubre de 1974


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"Aún recuerdo cómo mi padre trazó el picadero. Clavaron con gran ceremonia una poderosa estaca, y haciendo girar una yunta de bueyes describieron en el suelo una circunferencia perfecta."

Con esa composición, Adolfo Couve inicia su novela El Picadero (Universitaria) y una rara síntesis de materia y memoria que concurren en una vasta operación sensorial. "Está hecha de pequeños gestos cotidianos", escribe Martín Cerda en el prólogo de la obra de Couve, y añade: "El relator no recuerda, sin embargo, una perdida grandeza pasada, sino más bien se esfuerza por reconstituir la forma de un mundo del que sólo le han llegado algunos trozos de memoria, los restos de un gestuario, las sombras adheridas a ciertos objetos".

Couve, el quinto Adolfo de una familia que vino de Burdeos en 1850, ha publicado tres libros: Alamiro (1965), En los desórdenes de junio (1970) y el reciente, El Picadero. Por allí, en Buenos Aires, una editorial extravió el libro de relatos El sobre azul, y en todos ellos existe algo común: una impecable narración por donde circulan los personajes en un mundo segmentado, tabulando la historia, imaginando la sociedad, aleteando en el tiempo y en el espacio y percibiendo la poesía en los gestos, en las miradas, en los desvaídos tonos de algún daguerrotipo.


Prosa y poesía

Los juicios de Couve, a primera vista, parecen arbitrarios o altisonantes, pero son parte del tejido de una curiosa trama en la que se ha puesto una pasión domeñada. "Todo arte del siglo XX se halla en crisis, es indispensable buscar nuevas expresiones. Cuando entendí esto me propuse estudiar en qué sitio se había estancado la literatura y concluí que en el realismo."

"Más tarde pude advertir que hay ciclos en los cuales la poesía sobrepasa a la prosa y luego ocurre lo contrario. Hay momentos en que uno puede oler que la prosa está vacía y que no es indispensable. Si no es necesitado, un arte no sirve."

No cree demasiado en la espontaneidad. Todo libro, antes de ser escrito, debe estar previsto, Con un lápiz y muchos cuadernos "Torre" fue dando vida a su novela. Escribiendo y suprimiendo. Para su personaje Zapiola redactó llenando doce cuadernos: al final se salvaron cuatro páginas. Escribe a mano, porque la máquina "rompe algo".

Lo que sabía era menos de lo que ignoraba. Primero, había que hacer una composición literaria. Ni podía ni quería concebirla de corrido y era preciso que luchase exorcizando a ciertos fantasmas genéricos. "Nada de hablar, por afán, de familia, de época o hacer novela de clave o de recuerdos", cuestiones que detesta. "El Picadero es un conjunto de gestos o experiencias que respondían a secretos mecanismos, los cuales reclamaban un testimonio, el de ciertas experiencias universales que pugnaban por no desaparecer".

Viajó día a día en busca del sentido de su obra. Incluso fue a la tumba de sus antepasados. ¿Darían ellos forma a la anécdota, depurarían los gestos o era preferible dejarlos entregados a sus muertes?


Proust y otros

Adolfo Couve reconoce que entiende como elementos básicos de la ficción "al buen gusto y a la melancolía", aunque le desagrada Proust, "por lo subjetivo que es" y luego "porque es poco artista", como Wagner, "pero éste es mejor porque es músico". Si se trata de admiraciones, éstas saltan. Le sobrecoge Flaubert, "es más modesto y más limitado", porque es claro que el arte es "feo, áspero y desteñido". Siguen las predilecciones: Cervantes, Virgilio, los poetas latinos, Tácito, Keats, Haydn ("porque es seco y formal"), los románticos desprestigiados (Liszt y Berlioz), Tiziano y Velázquez.

Como no hay una sin la otra, dispara sobre las "imposibilidades". Por supuesto no tolera a Salvador Dalí ni al viejo Hals. Detesta todo lo que sea expresionista, "por su falta de rigor formal"

Aquí está la clave. Las inocentes palabras "rigor formal". A los textos que calzan imágenes nuevas (García Márquez. por ejemplo) no los considera creación; con mucho prefiere las cartas de los abogados y los documentos que emanan de las notarías, por su validez fantástica.

Cree que Alone, en su crítica de El Picadero, tiene razón cuando dice que es un juguete. "Lo importante, insiste Couve, es que tenga cuerda, como las sinfonías de Haydn o la 'Urna Griega', de Keats".

No le desagrada incluir que los personajes tienen matices simbólicos o son signos inequívocos de presencias mayores. Angelino podría llamarse "la clase exhausta", y Zapiola, "la grandeza fea de América", y Blanca Diana, "la madre, Gea, la Tierra", y Condarco, "el mal".


Vale la pena

No deja de lado las preocupaciones.

En pintura ("Pude ser famoso, ganar premios, recibir homenajes, usar becas, viajar") prefirió el conocimiento de la naturaleza y luego trasladar dicha relación al óleo. La búsqueda del paisaje, durante cinco años, significó "algo así como una investigación de la naturaleza". Aprender lo aplicado allí, aplicar los recursos produce imágenes rotundas. Le preocupa el relieve en la literatura, ése que se da en las descripciones de Eneas, o en el poema de Keats. "Hay que esculpir las raíces de las palabras. Fijarse en sus limitaciones".

"No importa si es todo sólo un gran fracaso; valía la pena al menos intentarlo. Al fin y al cabo, basta cambiar una coma para que se desarme un párrafo". Le gustaría haber escrito Madame Bovary o algún relato breve de Borges.

A los 34 años, menos rotundo que en sus juicios, Couve contribuye a la literatura con uno de esos libros extraños y dóciles desde el punto de vista de su composición literaria, uno de los destinados a desafiar formas, épocas y maneras. Con El Picadero se enriquece la literatura, porque nos enriquecemos como lectores, usted, el de más allá y yo, y porque hay, como quería el viejo Machado, "voz" y no "eco". Lo que no es poco decir.



 

 

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Publicado en revista Ercilla, N° 2048, 30 de octubre de 1974