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EL ROCK AND ROLL

Por Alejo Carpentier
Publicado en El Nacional, Venezuela. 10 de noviembre de 1956




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Se habla mucho, en estos días, de una nueva danza llamada el rock and roll. Las revistas ilustradas de Estados Unidos, de Inglaterra, de Francia, nos muestran multitudes de jóvenes de ambos sexos, frenéticamente entregados a su actividad coreográfica —que mucho tiene de acrobacia en ciertos casos. Desde sus púlpitos, los predicadores de diversas congregaciones condenan el baile de moda, oponiéndole, como ejemplo de honestidad y sano esparcimiento, la rústica alegría de los barn dances de figuras. Pero el rock and roll se ríe de las censuras y conquista adeptos en todas partes, en tanto que los espíritus austeros denuncian su frenesí como un síntoma de desequilibrio en las nuevas generaciones...

La verdad es que no veo motivo para tanta alarma. He escuchado varios discos de rock and roll. Su fórmula musical dista mucho de ser una novedad. Se trata de una fusión de elementos que coexisten en el jazz desde hace más de cuarenta años. Le queda mucho de ragtime (del tipo de Tiger Rag o Canadians Clappers), constituyendo más bien una regresión dentro del género. Su ritmo es mucho menos desquiciado que el del mambo, por ejemplo, manteniéndose en la cuerda medida de los compases a cuatro tiempos, sin poner una gran anarquía en los acentos. A veces se vale de procedimientos característicos de las canciones de cowboys, y, en general, de las músicas del Oeste norteamericano. Hay mucho menos invención en el rock and roll, en suma, que en ciertas especulaciones rítmicas de un Duke Ellington. Esto, en cuanto a la música.

En lo que se refiere al baile, este lleva el movimiento y el frenesí a sus extremos límites. Hay que ser joven, para entregarse al rock and roll. Lo cual presupone, agilidad, energía, destreza —las mismas cualidades que se necesitan para realizar cualquier ejercicio gimnástico. Esta danza deja las parejas muy poco tiempo juntas, ya que sus pasos son infinitos, y, mientras mayor sea la inventiva coreográfica de los bailarines, mejor se lucen. No veo, pues, cómo puede considerarse como inmoral y malsano, un baile donde se baila por bailar —por el placer de realizar pasos más o menos acrobáticos y de entregar el cuerpo a una actividad intensiva, al ritmo de una música en constante movimiento. ¿No son infinitamente más inmorales, los lánguidos tangos que se bailan a media luz, en la atmósfera de complicidad que se crea, por costumbre, en todos los cabarets del mundo, apenas empieza a sonar un bandoneón?... El rock and roll, reñido con toda etiqueta, con toda galantería, es algo que se destina exclusivamente a la gente joven (nadie imaginaría una dama en traje de noche y un caballero de smoking, entregados a las ocurrencias del rock and roll) rica en energías que despilfarrar. Es, en realidad, el más inocente de los bailes. Queda el capítulo de su frenesí, que ciertas personas ven como una inquietante novedad —signo de la época. Pero la boga momentánea de ciertos bailes frenéticos es cosa que se observa a todo lo largo de la historia de la danza. Los romanos del Imperio conocieron fiebres parecidas. Y también los españoles del Siglo de Oro, cuando la «diabólica chacona», venida de América, hizo irrupción en la Península, provocando —ayer como hoy— la ira de los predicadores. ¿Y qué decir de los fandangos del siglo pasado, tan bien estudiados por Estébanez Calderón?... También nuestros abuelos conocieron formas del rock and roll —por no hablar del can-can que tanto agradaba a Toulouse Lautrec, y del Cake Walk, que inspiró a Claudio Debussy la pieza final de su Children's Corner.




 



 

 

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El Rock and Roll.
Por Alejo Carpentier.
Publicado en El Nacional, Venezuela. 10 de noviembre de 1956