El hijo favorito de la Virgen
"Un crucero a las islas Galápagos" de Antonio Cisneros
Por Alejandro Zambra
La Tercera Cultura, sábado 6 de Septiembre de 2008
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Postales y fotografías más o menos borrosas, advertencias y súplicas muy amables, alusiones a dosis de insulina, a los animales feos, a la muerte, a los antiguos y a los nuevos cuerpos amados, en fin, la poesía libre de siempre, pero ahora en prosa, respirando a frases largas, enteras: Un crucero a las islas Galápagos -el último libro, hasta aquí, de Antonio Cisneros- se publicó en Lima hace ya tres años y es lamentable (pero no es novedad) que aún no llegue a las librerías nacionales.
Cercano, como es habitual, a la crónica de viaje y al relato familiar, Cisneros reúne veintitantos poemas en los que predomina una cierta melancolía. El poeta no se queja, sin embargo, o no se queja demasiado, o bien se arrepiente enseguida del tremendismo que de pronto aparece: "Déjate de lloriqueos, por el amor de Dios. Sabes bien que no será el primero ni el último naufragio de la noche. En la punta del muelle, el faro es una torre redentora. Su luz revolotea, gira en redondo cada siete segundos. Es la noche propicia para una melopea. O un foxtrot". La enfermedad y la muerte son los temas principales de este libro más sensato que amargo. Las imágenes precisas -afiladas con paciencia y sabiduría- retratan la inminencia o el desconcierto: "La muerte es un instante difícil de explicar. Como las tardes frescas o la reproducción de las morsas salvajes".
La consabida religiosidad de Cisneros -el profano que cree, el creyente que ha inventado rezos divertidísimos, y que de vez en cuando, como para no perder pie, deja caer alguna blasfemia- prevalece. Es frecuente la invocación a la Virgen, que suele interceder gestionando improbables milagros: "Soy un búfalo de aguas poderoso, con el páncreas robusto y el hígado impecable. Guardado por las pinzas de un cangrejo, mi reino es inmortal.
Soy el hijo favorito de la Virgen. El más amado de los pequeños dioses". Otras veces el ruego es más urgente: "Mírame, Madre, como yo me veo. Igual que un clavadista de Acapulco. Revuelto entre las aguas más profundas, las corrientes heladas rompiéndome los tímpanos y el páncreas como un trapo. Es el momento, según mis oraciones. Te corresponde, entonces, rescatarme, sano y robusto, deslumbrante animal resucitado. Un mártir redimido para la admiración de los turistas y algunos pescadores que remiendan sus redes".
También María aparece, de repente, relegada -por así decirlo- al solo papel de madre de un hombre muy famoso: "Muerto tu hijo Jesús, la historia dejó de registrarte. La gárgola, que todo lo devora, te cobra media entrada en los teatros y te concede algunos privilegios en el bar". A la Virgen del Carmelo, en tanto, Cisneros le dedica estos elogios contundentes: "Sólo hay que ver el modo en que sostiene al Niño Dios. No como las madres primerizas, siempre atribuladas, predispuestas a dejarlo caer al primer empellón. Ese rostro impasible, por el contrario, de matrona más que de madonna, nos anuncia que detrás de la muerte, donde cesan la gula y el afán, hay un manto protector para esta pobre almita, ya libre de las carnes registradas por las tomografías, sin tiempo ni memoria y, sin embargo, ardiendo como un chancho entre el fogón".
Un chancho ardiendo entre el fogón, un "diabético tedioso", un náufrago, un mártir, un abuelo que pasa el tiempo contemplando "un pelícano, un par de gaviotas y una bola de helado de lúcuma", un hombre enfermo y viejo que recuerda amores pasados, pero de ninguna manera descarta los amores presentes y futuros; Antonio Cisneros estrena sus nuevos viejos disfraces en este libro que lo confirma como el poeta excelente y personalísimo que sin duda es.
