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Adolfo Couve, un pintor escritor
Por Carlos Maldonado V.
Publicado en El Siglo, 20 de Diciembre de 1970
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No siempre es fácil encontrar personas que cultivan con acierto dos o más disciplinas artísticas. Hace poco recordábamos a Violeta Parra como un caso excepcional a propósito de la exposición de sus pinturas. Hoy nos detendremos a examinar la obra de un joven pintor-escritor (el orden es estrictamente cronológico, primero se dio a conocer a través de sus cuadros), nos referimos a Adolfo Couve, 30 años. Profesor de "Forma y Color" en la Escuela de Bellas Artes de la U. de Chile, con estudios en Francia y EE.UU. Segundo Premio en Pintura en el Salón Oficial de 1965, y Primero en el Salón CAP de 1967.
Su incursión literaria se inició en 1965, con la publicación del libro "Alamiro", y luego con un estudio monográfico sobre el pintor Pablo Burchard. Su ultima obra es "En los desórdenes de Junio" y ha suscitado de parte de la crítica especializada una buena acogida. Ignacio Valente se ha referido a ésta. diciendo: "El género es excéntrico, como los asuntos y los lenguajes de este extraño libro"... "Es la obra escrita de un pintor. Lo diría aunque no supiera nada del trayecto artístico de Adolfo Couve. Es la obra de un creador de instantes, no de transcursos. El movimiento es, en estos relatos, una suma de gestos inmóviles que constituyen, cada uno de ellos, unidades pictóricas".
Sin lugar a dudas frente a estos relatos de Adolfo Couve uno se halla ante algo a la vez extraño y sorprendente. Extraño, porque se trata de una forma escrita muy poco común, que rompe cánones y convencionalismos, al punto que nadie se atrevería en propiedad a llamarlos cuentos. Y sorprendente porque pese al carácter literariamente críptico que estos relatos tienen, logra Couve plasmar imágenes muy concretas, vitales, llenas de sugerencias.
Al margen de la calidad de Couve como pintor (lo digo en un
sentido bastante cabal de la acepción), por una parte, y por otra, de escritor, nos parece que lo más importante en este caso es la experiencia de una trancripción vivencial —creadora de una a otra forma de expresión artistica. Los resultados nos parecen óptimos. Aunque para el autor pareciera concebir cada una de sus actividades como ámbitos muy distanciados, quien conoce sus pinturas y lee sus libros advierte increíbles puntos de identidad. Si Couve fuese como pintor un naturalista minucioso, es de imaginarse que sus imágenes literarias estarían llenas de espesor, gravitarían, serian táctiles; pero es un pintor "óptico", que con gran sentido de síntesis gusta jugar con los amplios planos sumergidos en una semipenumbra cromatica. Sus secuencias literarias —es decir, lo que "pinta" con la pluma— también se visualizan tras una tenue bruma, inmersas en un tiempo de reloj cansado, como detenido; salpicados aqui y allá —lo mismo que brochazos de luz— de ángulos de realidad, de actualidad, que condimentan su obra con un sutil sarcasmo de critica social.
Esa misma poesía desconsolada y un algo de sabor pretérico que fluye de sus paisajes, yace en el fondo de cada una de sus páginas: "Dicen que luego de este intento Meneses nunca más fue el mismo, sino otro más vivaz a veces, pero corrompido. Sus "veladas negras" tuvieron lugar todas las noches. ¿Qué albergaba Meneses en su pecho la mañana del suicidio? Un río y uno de aquellos asuntas peliagudos que todos ocultan. La noche del disparate, calzado de seda, guantes a tono y brocato de Flandes. La calesa emergió de la esquina y el gobernador con antifaz y abanico de plumas mantuvo el rostro de perfil como haciendo friso con sus cuitas al pórtico del solar. Cuando todo estuvo a punto, una candela se extinguió y alguien zamarreó a un mendigo muerto". Un libro extraño. Porque es un libro pintado por un escritor.
Fotografía: Luis Poirot, 1966