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        Entre el Síndrome de Stendhal y las lecciones de
Adolfo Couve:
            
            Una reflexión sobre la historia del arte como un ejercicio discontinuo[1] 
        Por Constanza Acuña F.
          Publicado en Revista de Teoría del Arte, No. 26 (Julio- Diciembre 2014)
         
        
          
        
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          En ocasión de la conmemoración de los diez años de la muerte de Adolfo  Couve, escritor, pintor y profesor de estética e historia del arte en la Facultad de  Artes de Universidad de Chile, un grupo de académicos del Departamento de Teoría  de las Artes, fue convocado por la profesora María Elena Muñoz el año 2008 a  desarrollar un trabajo de reflexión en torno a la obra y al pensamiento de Couve,  especialmente en relación con las consecuencias de sus lecciones en nuestro modo  de entender la historia del arte y su práctica.
             A partir de ese primer ejercicio (o pie forzado) se fue desencadenando una  red de relaciones entre los recuerdos de las primeras clases que tuve con él en calidad  de alumna de primer año de Teoría e Historia del Arte, en el ramo Introducción a la  Estética plástica, y una primera pregunta acerca de la necesidad de entender si existía  realmente un hilo de continuidad o una tradición crítica que reflejara al menos en  parte, su método historiográfico y sus planteamientos estéticos en mi propio trabajo  de investigación sobre arte colonial.  
          Mi primer ejercicio de memoria sobre esas lejanas lecciones, aparecieron  no desde el mundo de recuerdos académicos, sino a través de las imágenes de una  película menor de un cineasta de películas de terror italiano.  
          
                El punto de partida
           En 1996 el director de cine Dario Argento estrenó el Síndrome de Stendhal,  thriller que se inspiraba en una curiosa enfermedad psicosomática que suele  manifestarse en sujetos extremadamente sensibles a las obras de arte. El síndrome,  según los expertos la sobreexposición a una obra maestra, provocaría la aceleración  del ritmo cardíaco, la sensación de vértigo, y en algunas ocasiones alucinaciones y  desmayos.  
          La trama del film se basaba en los estudios de la psiquiatra Graziella Magherini,  quien por primera vez, en 1979, observó y describió más de cien casos similares  entre turistas y visitantes de Florencia. De hecho, la película comenzaba cuando  una joven policía llegaba a la célebre ciudad del Renacimiento, ha fin de atrapar a  un asesino en serie de mujeres. Repentinamente, entraba a la Galería Uffizi y ahí se  detenía a contemplar el famoso cuadro de Brueghel La caída de Icaro. Poco a poco,  la cámara tomaba el punto de vista de la protagonista, y se producía la ilusión de  un salto en el cuadro que replicaba la caída en el mar de Icaro. El color azul inundaba  toda la pantalla y se veía a la mujer nadando debajo del agua. Finalmente, la  cámara volvía al cuerpo desmayado de la actriz Asia Argento, quien, en medio de  la sala del museo era socorrida por un joven florentino, que la llevaba a su casa y  luego resultaba ser el asesino del film.  
          El escritor francés Henri Beyle, que se llamó a sí mismo Stendhal en honor  a la ciudad natal del historiador del arte alemán Winkelmann describió por primera  vez el síndrome que lleva su nombre en un episodio de su libro de viajes Roma,  Nápoles y Florencia. Ahí contaba cómo en una visita a la Basílica de Santa Croce  en Florencia en 1817, vió que en Santa Croce, a la derecha de la puerta, estaba la  tumba de Miguel Ángel; más lejos, la tumba de Alfieri, hecha por Canova, lo que  lo hizo expresar:  
          
            “reconozco esta gran forma de Italia. Veo luego la tumba de Maquiavelo;  y frente a Miguel Ángel reposa Galileo. ¡Qué hombres! ¡Y la Toscana  agrega a Dante, Boccaccio y Petrarca. ¡Qué reunión más sorprendente!     Mi emoción es tan profunda que se convierte en piedad. La oscuridad  religiosa de esta iglesia, la simple construcción de su techo, su fachada  no terminada, todo eso le habla con mucha vitalidad a mi alma. ¡Ah! ¡Si  tan sólo pudiera olvidar todo eso!... Un monje se me acerca; en vez de la  repugnancia del horror físico, siento casi amistad por él. ¡Fra Bartolomeo de  San Marcos también fue un monje! Este gran pintor inventó el claroscuro,  se lo enseñó a Rafael, y fue el precursor de Correggio. Yo hablé con este  monje, en quien hallé la perfecta cortesía. Se sintió bien por estar con un  francés. Le rogué que me mostrara el ángulo noreste de la capilla, donde  se encuentran los frescos de Volterrano. Me llevó y me dejó solo. Sentado  en el peldaño del altar, la cabeza hacia arriba y apoyado sobre el pupitre  para poder mirar el techo, las Sibilias de Volterrano me produjeron el más  vivo de los placeres que la pintura me haya alguna vez provocado. Me  encontraba en una suerte de éxtasis, por la idea de estar en Florencia, y  estar en las vecindades de esos grandes hombres cuyas tumbas acababa de  ir a ver. Absorto en la contemplación de la belleza sublime, la veía de cerca,  casi podría decir que la tocaba. Había alcanzado ese punto de emoción  en que se encuentran las sensaciones celestes entregadas por las bellas artes  y los sentimientos apasionados. Al salir de Santa Croce, me palpitaba el  corazón, cosa que en Berlín llaman nervios; se había agotado la vida en  mí, caminaba con miedo a caerme.”[2]
          
           Tanto en el film de Dario Argento como en el texto de Stendhal, podemos  distinguir la sensación de vértigo que produce la inmersión en la imagen, donde  además interviene una suma de momentos que van precipitando al espectador en  una visión que desdobla esa experiencia en una imagen doble: interna y externa a  la vez.  
          La experiencia estética se producía bajo el efecto de la rememoración de  ciertos nombres y lugares cuya grandeza sólo podía ser capturada primero por los  sentidos y después por el entendimiento. Esa actitud superlativa frente a las obras de  arte, fue descrita durante el siglo XIX bajo la categoría de lo sublime. En Stendhal,  el concepto se transformó en un material más para sus novelas, donde la concepción  clásica de belleza, entendida como “serena grandeza”, era desplazada por la  irrupción de una emoción (recordada en tranquilidad), una visión subjetiva de la  realidad encaminada a la construcción de un punto de vista literario que pretendía  reescribir la actualidad del pasado.  
          En un artículo de Adolfo Couve de 1977, publicado en el diario El Mercurio  dedicado a La Ronda Nocturna de Rembrandt, introducía su lectura del famoso  cuadro contando una curiosa anécdota que guarda una relación directa con el  Síndrome de Stendhal.  
          
            “Hace unos meses un desconocido que recorría el Rijksmuseum de Ámsterdam  apuñaló con saña esta tela, dañándola seriamente. Luego se entregó a    la policía. Hoy la obra maestra del claroscuro se exhibe otra vez al público  prolijamente restaurada. Este hecho, lleno de significado, obliga a meditar  en la atracción desmedida que ejercen algunas obras de arte en ciertas  personas y, asimismo, en el rechazo profundo que las mismas les provocan  al ver quizás en ellas retratadas la propia conciencia, y expuestos a la vista  de cualquiera, secretos del alma, cuya delación les resulta intolerable. 
          
          Curiosa facultad la del artista que, a través de una búsqueda intuitiva, logra  la belleza en obras resueltas, en formas plenas que a unos encantan y a otros hacen  perder la razón. ..“La Ronda Nocturna” es la representación más lograda de ese  antagonismo, y en ella la luz se deja caer con toda su violencia sobre la poderosa  sombra, disputándose ambas a un grupo de arcabuceros que pierden su corporiedad,  ya sea encendidos por la intensidad de la primera, o esfumados al ser envueltos en  la opacidad de la última.”[3]  
          
                La ley de los contrastes  
          Para la concepción estética de Couve la aparición de la belleza consistía en  un cortocircuito, en el contrapunto que se produce en el enfrentamiento de elementos  de distinta naturaleza. Y el acierto de un artista, decía, es “reproducir cada  elemento tal cual es, estos se van diferenciando entre sí, y de este modo la variedad  de las calidades permite capturar la realidad total. Como Velázquez con el cuadro  Las Meninas, otorgándole eternidad a lo que había sido la captación magistral de  un segundo.
           Sobre el método del contrapunto —siguiendo nuestra red de relaciones—, es  interesante lo que ha dicho el historiador Carlo Ginzburg[4]  analizando precisamente  la obra y el pensamiento de Stendhal.  
          El historiador italiano ha señalado cómo el autor de Rojo y Negro a través  del discurso directo libre de sus personajes, establecía un procedimiento que desde  personajes y hechos inventados trataba de alcanzar una verdad histórica más profunda.  Ese recurso literario, por ejemplo, daba voz al aislamiento, a la ingenua vitalidad  del protagonista Julián Sorel, derrotado por un contexto adverso que arrastraba y  humillaba sus ilusiones. Este procedimiento parece clausurado para el historiador,  señala Ginzburg: “porque el discurso directo libre por definición no deja huellas  documentales”. Sin embargo, disponía los dispositivos narrativos introduciendo  preguntas y atrayendo documentos potenciales, en ese sentido un recurso como el  discurso directo libre que supone la brusca interrupción de una narración en tercera persona, por parte de las frases entrecortadas de uno de los protagonistas de la  narración, ponía en una relación íntima al lector con los personajes.  
          Uno de los proyectos literarios más notables de Stendhal, fue su voluntad  de poner al descubierto “las verdades intolerables de la naturaleza humana”. De hecho,  Rojo y Negro se abría con el epígrafe atribuido a Dantón “la verdad, la áspera  verdad”. La idea era transformar la descripción en estupor, suspender la incredulidad  e introducir una extrañeza que sorprenda y transforme la descripción en un  sentimiento. Mérimée, uno de los mejores amigos de Stendhal contaba que una de  los principales acusaciones a su obra fue la de “desnudar y poner a plena luz ciertas  llagas del corazón humano demasiado desagradables de ver”.[5]  
          La narración era desarrollada en términos de un contrapunto entre la experiencia  psicológica de un sujeto y el contexto social e histórico que lo determinaba  (como ocurre también con la experiencia del Síndrome); al mismo tiempo que Stendhal  describía la dificultad de fondo de esa relación entre el individuo y la colectividad,  proponía una forma de escribir ficción pero también de hacer historia.  
          
            Método de Couve 
          Mi primer contacto con una obra de Stendhal fue el año 1989, mientras  frecuentaba el curso de Introducción a la estética plástica de Adolfo Couve.  
          Recuerdo que nos hizo leer Rojo y Negro, libro clave del romanticismo y que  debíamos contrastar con la obra “cumbre” del realismo francés Madame Bovary de  Gustave Flaubert. También consideraba fundamental para nosotros la Cultura del  Renacimiento en italia de Jacob Burkhardt.  
          Esas lecturas eran indispensables antes de llegar a sus clases de análisis de  imágenes. Porque una vez dentro de la sala, apagada la luz y encendido el proyector  de diapostivas, estaba estrictamente prohibido tomar apuntes.
           Ante las preguntas de Couve por los atributos de León X, Las Meninas o La  Ronda Nocturna, era complicado dar una respuesta demasiado obvia o una repetición  mecánica de sus reflexiones, eso podía despertar su desprecio profundo, que enfundado  en un humor que adolecía de cualquier tinte piadoso, era capaz de paralizar hasta  las lenguas mas envalentonadas. Pero a ese verdadero terror de decir una estupidez,  le seguía una especie de excitación similar al que precede un salto en el vacío. Una  vez que uno lograba darle cierto cauce a sus argumentos: el desplazamiento por los  objetos, las acciones de los personajes, las luces y las sombras y todo ese vocabulario  visual que comenzaba a asomarse en nuestras primeras descripciones de una imagen.  Lograba transformar ese lance verbal en una inmersión en la densidad de la imagen,  también en los sentidos y los vocablos que se articulaban desde ella para conformar    un nuevo punto de vista. Con el mismo énfasis del escarnio, Couve celebraba con  sincero aprecio esos primeros intentos de construir una interpretación a partir de  una síntesis recreativa que implicaba por una parte en la elaboración de conceptos  teóricos generales en torno a una obra específica, y por otra, un arrojo en la naturaleza  ductil de la imagen, como en una sala cinematográfica o en El Síndrome de  Stendhal de Argento, donde aparecía una suerte de cuarta dimensión psíquica que  era capaz de sugerir la vida en la inmovilidad.
           Era extraño el contraste que se producía entre las clases de historia del  arte de Couve y el presente de nuestra Escuela. Las Encinas todavía no había sido  remodelada y su imagen característica eran sus viejas estructuras de fierro oxidado,  estudiábamos en subterráneos que nunca habían sido adecuados como salas de  clases y toda esa estética de “guerra fría” nos hacía hablar de la escuela como de  un sitio eriazo, de un verdadero descampado material y conceptual que por todas  partes señalaba los estragos dejados por la dictadura, especialmente evidentes en ese  verdadero desmantelamiento institucional. El anacronismo y la mirada esteticista de  Couve, se veia totalmente desajustada en medio de ese escenario a medio destruir y  despojado de cualquier posibilidad de belleza. Cada vez que llegaba a clases parecía  venir despertando de una suerte de exilio interior, totalmente ajeno a la realidad  política y social del momento. Tal vez, su anacronismo explicitaba la imposibilidad  de construir desde ese presente un discurso académico sistematico, o una tradición  historiográfica coherente. Los únicos modos de sobrevivencia estaban dictados por  la creación de un habla fragmentaria y discontinua, totalmente refractaria al orden  institucional y al arbitrio académico, un sistema poético que juntaba el discurso  cotidiano con los retazos de historia y desde ahí creaba un modelo efectivo de enseñanza,  es decir, un método crítico.  
          Creo que replantear el valor que tienen para nosotros hoy las lecciones de  Couve, significa abrir la discusión a nivel epistemológico respecto a los medios y los  fines de la historia del arte en cuanto disciplina tanto en nuestro medio local como  a nivel global. También poner en discusión las certezas relativas al “objeto artístico”,  ver qué pasa con las teorías que nacen de él, los contextos de circulación y recepción  de las imágenes. En fin debatir sobre la historia crítica de los modelos temporales,  sobre las categorías de tiempo y de lugar en los estudios histórico artísticos.  
          En ese sentido quisiera terminar comentando con ustedes los alcances  teóricos y metodológicos que ha tenido para mí, la última imagen comentada por  Couve en sus clases.  
          Me acuerdo que nos habló del Templo del Sol o Coricancha, donde la  antigua pared curva que sirve de cimiento al templo colonial de Santo  Domingo del Cuzco, todavía se apoya en las antiguas plataformas rectangulares  o canchas incas, que bajo la forma de terrazas escalonadas  permitían la existencia de los míticos jardines del Sol.  
          Couve identificaba ahí el punto de partida de la historia americana, en esa   mezcla entre lo precolombino y lo europeo veía la cifra de nuestro devenir.
          
             “Yo nunca he conocido Macondos. Sólo he visto contrapunto en el Cuzco,  entre la parte indígena y la española. Esas son las cosas que hay que  describir. Cartagena es un enredo entre un balneario antiquísimo y estas  casas inglesas, francesas traídas de afuera. Como nosotros vivimos en esta  contradicción, tenemos que aprender a entenderla. Esa dicotomía es más  rica que una casa italiana en Toscana, donde todo es coherente. Eso es  América, ahí comienza la literatura americana.”[6] 
          
          El escritor cubano José Lezama Lima llamó a ese contrapunto cultural:  barroco americano, lo entendió como una suma crítica del arte occidental, un movimiento  en devenir que cifraba su principio generativo en la proliferación de formas  y en la multiplicación de sentidos, donde las razones de los modelos europeos eran  eclipsadas por la divergencia de los epígonos americanos. A su método de análisis  Lezama lo llamo “red de imágenes”: un conjunto de metáforas visuales y literarias  que se articulaban en torno a una trama de recuerdos y asociaciones intuitivas que  iban llenando un espacio aparentemente irreductible entre las cosas. Este proceso  de figuración que se generaba por coincidencias y antagonismos, producía el desdoblamiento  de la perspectiva subjetiva en tramas simultáneas, provocando una  suma de evocaciones y diálogos entre imágenes. Lezama, llamo contrapunto a ese  diálogo poético de percepciones encontradas. Más que una simple coincidencia con  el pensamiento de Adolfo Couve, veo aquí una verdadera confluencia en el modo  de concebir la historia como un devenir que se fuga de una interpretación causalista  y progresiva.
           La idea de la historia del arte- como una disciplina que estudia las obras de  arte en cuanto fenómenos que no siguen una consecuencia lineal, sino más bien la  historia de imágenes en devenir poseedoras de distintos sedimentos de significado,  que a su vez retornan, se abren, se mezclan armando redes de sentido que se articulan  tanto con su contexto histórico como con el de quienes las interpretan desde  el presente. Esta idea se relaciona con los plantiamientos de Henri Focillon, quien  en su libro La vida de las formas, sostenía que el arte respecto a otras actividades  humanas puede estar al mismo tiempo adelantado o retrasado. Para el historiador  francés, los estilos no se desarrollan del mismo modo en que lo hacen los distintos  dominios técnicos donde se ejercitan. Focillon precisaba que la historia del arte nos  muestra, en un mismo momento, la yuxtaposición de sobrevivencias y anticipaciones:  formas lentas y retardadas contemporáneas a formas arriesgadas y veloces.
          Esta noción del devenir y la resurrección de los fenómenos que en un doble  movimiento continúan y se transforman, se puede relacionar con los estudios del  historiador del arte aleman Aby Warburg, en que trataba el concepto de sobrevivencia  de las imágenes, donde éstas crean sus estatutos o su lógica interna a través de esquemas que reflejan estados mentales, los que, a su vez, se transforman en imágenes. Su método iconológico ponía en ese sentido, el acento en la historia del arte  como historia de las imágenes sin fronteras ni vigilancia entre disciplinas, tratando  de mirar la tradición clásica a partir de esquemas culturales operativos, flexibles,  donde el intervalo es una medición del tiempo fundamental a la hora de entender  a las imágenes en su contexto inmediato, pero también en su inactualidad, en los  ecos remotos, en sus signifcados menos evidentes o en suspenso.
           Creo que una tarea pendiente es precisamente hacer dialogar el pensamiento  teórico de Couve con la tradición historiográfica del arte que ve en las imágenes una  síntesis de la memoria colectiva y al mismo tiempo un depósito de las tensiones y  perspectivas que se debaten al interior de un sujeto.
           
           
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          Notas
          [1]   Este ensayo se inscribe dentro de la línea de investigación teórica sobre el barroco latinoamericano  que estoy desarrollando en el proyecto Fondecyt Regular Nº1131071. 
          [2]   Traducción del original Rome, Naples et Florence, Stendhal pp.224-225.
          [3]   A.Couve, “La Ronda Nocturna”, en Escritos sobre arte, cit.34-35.pp. 
          [4] C. Ginzburg, “ La áspera verdad, un desafío de Stendhal a los historiadores.” P.241-265. El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso y lo ficticio. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires  2010.
          [5]  Ginzburg, op,cit…” “Mérimée afirmaba que alguien había acusado a Stendhal del más  grave de los delitos, el de desnudar y poner en plena luz ciertas llagas del corazón humano que son  demasiado desagradables de ver”.p.262.
          [6]  Ver cita en entrevista de Beatriz Berger, diario El Mercurio, 24 de octubre 1993. http://www.letras.s5.com/couve33.htm
           
           
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           Bibliografía
          COUVE, Adolfo (2005) “La Ronda Nocturna”, en Escritos sobre arte, Universidad Diego  Portales, Santiago 2005.  
          FOCILLON, Henri, Vita delle forme, Einaudi, Torino 1987.  
          GINZBURG, Carlo (2010) “ La áspera verdad, un desafío de Stendhal a los historiadores.”  in El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso y lo ficticio. Fondo de Cultura  Económica, Buenos Aires.  
          LEZAMA LIMA, José (1993) La expresión americana, Fondo de Cultura Económica,  México D.F 1993.  
          STENDHAL (1995), Rome, Naples et Florence, París.