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Adolfo Couve: El Picadero

Por Hernán Del Solar

Publicado en El Mercurio, Santiago, 29 de diciembre de 1974


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Se siente, desde el principio de la obra, un aire nuevo. No es el de nuestros campos, como lo tuvimos en la novela criollista; ni es el de los conventillos y chiribitiles, como lo vimos agitar la miseria en la novela y el cuento de fotográfico realismo. Es un aire de este mundo y de otro que nadie conocerá nunca plenamente. Ambos mundos, firmemente entrelazados. Es decir, la imaginación entra en funciones y se encarga de unir la realidad y el sueño.

¿Dónde ocurre este milagro inusitado? En "El picadero", breve novela que publica Editorial Universitaria, escribe Adolfo Couve, y da la impresión de pertenecer a otra literatura. ¿Por qué? Desde luego, por insólita. El realismo de estas páginas nace de su irrealidad.

Martín Cerda prologa la obra. En una de sus frases esclarece cuanto hasta aquí hemos dicho. "En todo mundo novelesco —escribe— es posible descubrir siempre la sombra de un mundo real, pero en todo mundo real es factible, asimismo, reencontrar las huellas de la fantasía humana". Es, en buenas cuentas, cosa muy simple la que se le insinúa al lector: ponga atención y encontrará la ruta del descubrimiento. Echará a caminar por el mundo real y de pronto hallará los rastros de la fantasía, que de todo se apodera y le da un carácter particularísimo a los personajes y su escenario. En suma, a la vida.

Las palabras "imaginación" e "irrealidad" pueden llevar a un engaño. Juntas, a más de alguno harán pensar en un ámbito de hadas y varillas mágicas. Un lugar que cierra sus puertas al adulto. Si éste es hombre grave creerá que se le invita al universo de lo absurdo, y se alejará de prisa. Conviene señalar esta posible malaventura. Al referirnos a "El picadero" hemos mencionado a la imaginación y nos hemos vuelto hacia un mundo regido por la fantasía. Pero aseguramos de inmediato que en esta novela de Couve no se corre riesgo alguno de andar entre gnomos y sus particularidades. Nos hallamos en un mundo novelesco que se sitúa "a la sombra de un mundo real", conservando su carácter propio. La imaginación no desenvuelve en él una complicada serie de aventuras. No se desborda. Sin embargo, funciona activamente. El lector no le pierde la pista, va siguiéndola en su creación, desea, como en toda novela, saber claramente lo que va a suceder a éste o aquel personaje, y cómo se desarrollarán sus destinos. Esta curiosidad le aguijonea a menudo, Y lo importante es que nunca se sentirá cabalmente satisfecho. Exactamente come suele acontecer en el mundo donde vivimos.

El prologuista cita unas palabras de Georges Duveau. "Una literatura —transcribe— es la expresión de una sociedad, pero una sociedad no sólo expresa sus satisfacciones y sus logros sino, asimismo, sus necesidades, sueños y esfuerzos. Se. puede proceder a la anatomía de una sociedad mediante el examen de sus sueños". Los personajes de "El picadero" son miembros, indudablemente, de una sociedad, y —en ella— de una clase determinada. Esto lo advertirá el lector sin ayuda ninguna. Ahora bien, ¿dónde se halla tal sociedad, con sus ansias, dolores, alegrías, proyectos? Se dirá que esto es fácilmente discernible. Pero bueno. seria no apresurarse. Que sienta el lector, en todo momento, que se encuentra en un mundo novelesco y nada le importe cualquier otro mundo que lo roce, lo delimite, o en él se proyecte de una u otra manera. Como los personajes tienen vida auténtica, y en la novela están viviéndola, lo mejor es atenerse a esta suerte peculiarísima, situarse en el libro y entenderlo lo mejor posible. No se le busque antecedentes ni enlaces. El mundo donde todo sucede es el de una novela que se llama "El picadero".

El libro se divide en dos partes, cada una de ellas compuesta de tres capítulos. Seis son los personajes. En la parte inicial: Blanca Diana, Zapiola, Condarco: en la última: Raquel, Angelino, el señor Sousa. Representan los seis, cada cual en su hora y circunstancia, momentos fugaces e íntimamente conectados de un drama que asoma y se oculta. que reaparece y se pierde, entregándonos poco a poco su vida secreta.

El comienzo es una evocación. Un pasado impreciso se sitúa en las palabras del evocador, se actualiza, vive. "Aún recuerdo cómo mi padre trazó el picadero. Clavaron con gran ceremonia una poderosa estaca, y haciendo girar una yunta de bueyes describieron en el suelo una circunferencia perfecta. Más tarde la rellenaron con arena y levantaron junto a su orilla numerosas caballerizas y glorietas para guardar los animales y aperos. Allí recibí mis primeras clases de equitación en un caballito dócil llamado Júpiter. El maestro le ataba por medio de una larga cuerda a la estaca y luego me obligaba acompasadamente a girar en torno a ella. Bien erguido, las riendas en la mano izquierda, la fusta en la derecha, las rodillas apretadas contra los flancos, sólo la punta de las botas metidas en los estribos. La cinta coqueta iba sobre el ridículo sombrero, y todo era girar: animal, maestro, estaca, casas, glorieta, pista y cocheras".

Es, nos parece, la descripción más extensa del libro. Adolfo Couve novela sobre la base de eliminaciones. Nunca extiende una escena, un conflicto interno, un gesto, un diálogo, un soliloquio. Desaparece todo lo accidental, todo lo que no ayuda poderosamente a mostrar un modo de sentir o de pensar, una circunstancia que tendrá secuela, un acento vital que cae penetrantemente en alguna palabra de los extraños destinos que en el libro se entrecruzan. Una de esas palabras secretas que dice la vida, abriendo cauces para que corra su sangre, sus sueños, sus fracasos, sus azares.

Blanca Diana es un personaje enigmático hecho para que en torno suyo choquen pasiones cuya explicación se agazapa en lo irracional, lo inexplicable: Es "la dama de negro", envuelta en el misterio, sorpresiva, rabiosamente amada hasta el cansancio. Angelino, su hijo, se entrega a una mala pasión a que le guía Condarco. Zapiola es un antepasado que ha transmitido su sangre para orgullo y mal del descendiente. El señor Sousa es un cínico que tiende sus redes para caer penosamente en ellas. En pocas palabras, el drama oscuro que entrechoca las vidas que en el libro afloran y se desvanecen nos permite acercarnos a un autor joven que debe ser acogido por todo lector que desee asomarse a una literatura chilena diferente. Leyendo este libro es posible entrever el curso amplio, libre, nuevo que le anuncia a la novelística venidera.



 

 

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Publicado en El Mercurio, Santiago, 29 de diciembre de 1974